Las condiciones actuales de vida hacen indispensable una formación muy aquilatada de niños y jóvenes si queremos tener futuro. Los medios de comunicación acosan diariamente al ciudadano con un alud
de informaciones de todo orden. Con frecuencia, los temas decisivos de la vida humana son tratados de forma frívola y tendenciosa. Resulta extremadamente difícil para niños y jóvenes reaccionar
con la debida lucidez ante esta avalancha de ideas contrastadas e incluso a veces opuestas. La única vía de solución es dotar a niños y jóvenes de un elevado poder de discernimiento y fortalecer su voluntad mediante la propuesta de un ideal de vida entusiasmante.
A ello tienden en el fondo, expresa o tácitamente, los diversos planes de estudio que se están elaborando en distintos lugares y países. La Ley General de Ordenación del Sistema Educativo (LOGSE)
propone como meta última de la enseñanza lograr la "formación integral de los alumnos". Para ello señala seis objetivos o metas parciales (aprender a pensar con rigor, razonar de modo persuasivo y fundamentado, convivir de forma grata y fecunda, tomar decisiones lúcidas, comportarse de modo adecuado a las exigencias del propio ser personal)
y siete temas transversales (Educación moral y cívica, Educación para la paz, Educación para la igualdad de oportunidades entre los sexos, Educación ambiental, Educación sexual, Educación del consumidor y Educación vial).
Estos temas —según la Ley— han de ser tratados a través de todas las áreas de forma tal que, al mismo tiempo que se los expone, se vayan consiguiendo los objetivos antedichos: pensar con rigor,
razonar de forma coherente, etc. Al hacerlo, cada profesor ejerce función de auténtico tutor.
Esta exigencia de la ley es causa actualmente de perplejidad y preocupación por parte de numerosos profesores, que se sienten seguros en el campo de su área pero se ven perdidos a la hora de realizar
tareas que siempre han sido consideradas como competencia de la Ética, la Teoría de los valores, la Pedagogía, la Formación humana... A requerimiento de diversos grupos de profesores, apliqué
a esta cuestión los resultados de las investigaciones que hube de realizar para configurar la Escuela de Pensamiento y Creatividad y se me abrió una vía extraordinariamente fecunda para dar cumplimiento
a la Ley sin causar la menor distorsión a los profesores. Éstos no necesitan preocuparse de "enseñar" directamente valores y creatividad a los alumnos. Pueden permanecer tranquilos dentro del
perímetro de su área, pero han de poner sumo empeño en subrayar ciertas cuestiones de la misma que tienen gran incidencia en la formación integral de los jóvenes. Esta incidencia se descubre
cuando se analiza a fondo lo que es e implica el proceso formativo.
I. El proceso formativo y sus cinco fases
El proceso formativo debe realizarse, a mi entender, en cinco fases. A lo largo de ellas se van alumbrando los valores y se descubre en qué consiste ser creativo. La creatividad y los valores no
son objeto de enseñanza, como pueden serlo la mayor parte de los contenidos propios de las diferentes áreas: matemáticas, ciencias, historia, geografía... Los valores se alumbran, nos apelan,
piden ser realizados. La creatividad es un modo de actividad singularmente fecunda que tiene lugar cuando respondemos a la apelación de los valores de forma activa y damos lugar a algo nuevo
lleno de sentido. Recorramos en esquema las cinco fases y descubriremos una idea decisiva: formarse significa entusiasmarse con la unidad, comprender que fundar modos elevados de unidad con las realidades de nuestro entorno constituye el ideal de nuestra vida. Bien comprendida y asimilada esta idea primordial, disponemos de una clave decisiva para orientar fecundamente la enseñanza y otorgar a la vida profesional todo su relieve.
Primera fase del proceso formativo
El punto de partida del proceso formativo es mirar alrededor, contemplar hondamente todas las realidades y percatarse de que no todas tienen el mismo rango. Unas son
meros objetos, realidades cerradas en sí, delimitables, pesables, asibles, situables en un lugar determinado del espacio y en un momento determinado del tiempo. Un bolígrafo, por ejemplo, presenta
estas condiciones; es un objeto. Otras realidades también son delimitables, asibles, etc. por tener una vertiente material, pero son más que objetos. Tienen iniciativa y desarrollan cierta actividad
en distintos órdenes. Una persona no queda circunscrita por sus dimensiones corpóreas, abarca cierto campo en diversos aspectos: estético, ético, profesional, religioso... Es más bien un "campo de realidad" que un objeto. Suelo denominarla "ámbito de realidad" o, sencillamente, "ámbito".
Pero no sólo las personas ostentan este carácter ambital. Toda realidad que ofrece al hombre ciertas posibilidades y es capaz de recibir las que el hombre le ofrece ha de ser considerada también como "ámbito". Un piano, en cuanto mueble, es un objeto. Visto como instrumento, es un "ámbito", porque ofrece al pianista la posibilidad de sonar y es capaz de recibir las posibilidades que aquél le otorga
en orden a configurar diversas formas musicales. Lo mismo cabe decir de un barco o un avión. Cuando el principito, en el relato homónimo de Saint-Exupéry, vio un avión abatido sobre el desierto,
preguntó: "¿Qué es esta cosa? El piloto lo corrigió inmediatamente: 'Esto no es una cosa. Esto vuela. Esto es un avión, es mi avión'"(1). Llamarle "cosa" significaba rebajarlo de rango, no verlo
como un ámbito de realidad, capaz de entreverarse con el piloto y dar lugar a esa maravilla de la técnica que es un avión en acto de volar.
El arte de vivir con autenticidad consiste en aprender a ver las realidades del entorno no sólo como objetos sino también como ámbitos posibles. Muchas realidades de
nuestro entorno se nos aparecen en principio como meros objetos. Pero, si las asumimos en un proyecto creativo, las elevamos a condición de ámbitos. El bolígrafo con que estoy escribiendo es
un objeto: algo mensurable, delimitable, pesable... Si lo utilizo para escribir una obra, lo hago partícipe de una actividad personal entrañable, lo "ambitalizo" con ello en cierta medida y lo
doto de un valor proporcional a la calidad de mi escrito. Por eso admiramos la pluma con que Goethe escribió el Fausto y que se conserva en su casa-museo de Frankfurt.
Todo ámbito es una realidad abierta, relacional, colaboradora. Está de por sí predispuesta a colaborar en experiencias reversibles, experiencias de doble dirección. Con ello pasamos a la segunda
fase del proceso formativo.
Segunda fase
En la vida realizamos a menudo acciones que van de nosotros a las realidades del entorno y allí terminan. Doy un empujón a un libro y éste se desplaza. No hay reacción
por su parte a mi iniciativa. Yo he tenido todo el protagonismo. He realizado una acción coactiva. He mandado, y el libro ha obedecido mi mandato ciegamente. Mejor dicho: no ha habido ni mandato
ni obediencia, sino un impulso físico y una reacción mecánica. Me he movido en el plano de los objetos y en el de la fuerza muscular. Pero hay otras acciones que van dirigidas a una inteligencia y una voluntad libre. Te invito a dar un paseo por el parque. Tú respondes que sí, pero matizas que te parece mejor por la calle. Tu respuesta es activa, asumes mi propuesta porque entrevés en ella un valor y lo haces
tomando iniciativa. Mi acción de invitarte ejerció un influjo sobre ti, pero no fue una acción coactiva sino suscitadora de actividad por tu parte, inspiradora de una actitud de colaboración. De esta forma yo influí sobre ti y tú sobre mí. Este intercambio de influjos da lugar a un diálogo, un encuentro, por fugaz que sea.
Ya estamos preparados para comprender el encuentro en su génesis y hacemos cargo por propia cuenta de la razón profunda por la cual las disciplinas que estudian el enigma del ser humano subrayan
actualmente que "el hombre es un ser de encuentro". Vivimos como personas, nos desarrollamos y perfeccionamos como tales en medida directamente proporcional a la calidad y cantidad de los encuentros que fundamos con las diversas realidades de nuestro entorno. El encuentro presenta esta fecundidad porque significa una forma de unión muy elevada. Éste es el punto decisivo del proceso de nuestra formación personal. Hemos de descubrir la grandeza de la
unidad. El ser humano se caracteriza por su capacidad de distanciarse de las realidades del entorno para crear modos distintos de unirse con ellas. Si me agarro fuertemente
a la mesa, mi modo de unión es intenso, pero pobre. Levanto la mano y no queda nada. Mi unión no era creativa. Toco la superficie de un piano y sucede lo mismo. Pero levanto la consola, introduzco
mis dedos en el teclado y toco una pieza. El modo de unión que adquiero con el piano, con la partitura, con la obra y su autor es altísimo. Puedo estar más intimamente unido con un compositor
lejano a mí en tiempo y espacio que con el ayudante que roza mi hombro al pasar las hojas de la partitura. ¡Es fantástico! Las experiencias reversibles nos permiten fundar modos de unidad de
una sorprendente riqueza. Cuando entre tú y yo fundamos un campo de juego en el cual entreveramos nuestros ámbitos de vida, con sus correspondientes posibilidades, sucede algo decisivo: se superan
las escisiones expresadas en los esquemas aquí-allí, dentro-fuera... En el plano objetivo, ambos estamos, por ser corpóreos, el uno fuera del otro. En el plano "lúdico", el del intercambio creador
o encuentro, tú no estás fuera de mí ni yo fuera de ti; contribuimos los dos a fundar un campo de juego en el cual se borran los límites que nos alejan y entramos a participar de una misma actividad creativa. Esta forma de superar los límites mediante la unión en una tarea conjunta nos abre la posibilidad de vincular los modos auténticos de solidaridad con las formas mas exigentes de independencia.
Tercera fase
El lenguaje es el vehículo expresivo del encuentro. Al descubrir la importancia de los ámbitos y el encuentro, resalta el papel decisivo que juega el lenguaje en la
vida humana. La función primera y primaria del lenguaje no es servirnos de medio para comunicarnos. Es el medio en el cual podemos crear relaciones de encuentro y convivencia, o bien destruirlas. El lenguaje es bifronte, como todo lo humano, nos permite crear formas excelsas de unidad pero también nos depara recursos para destruir toda posibilidad de unión. ¿cuál de las dos funciones,
la constructiva o la destructiva, es la auténtica? Si aceptamos que el hombre es un ser de encuentro, debemos concluir que lenguaje auténtico es el que está inspirado por el amor y constituye el lugar en el cual se crean relaciones de encuentro.
El que se expresa con afán de crear unidad se cuida de expresar cada realidad con los términos adecuados a su rango. Nunca utilizará, por ejemplo, el verbo tener para
expresar una realidad personal. No procede decir que "tenemos cuerpo", sino que "somos corpóreos". Hay una distancia abismal entre ambas expresiones. Tampoco es adecuado afirmar que un poema
es un objeto. Si lo fuera, no podríamos establecer con él una relación de encuentro. Hagamos la experiencia siguiente y veremos la importancia de utilizar bien el lenguaje y considerar los poemas
no como objetos sino como ámbitos. Este cambio de términos implica que tomamos el poema como un campo de juego y de encuentro, no como algo que podamos poseer y dominar desde fuera. Aprendo el
poema de memoria, para prescindir de todo intermediario y entrar en relación de presencia inmediata y directa con él. Lo repito una y otra vez, alterando el ritmo, el fraseo, la modulación, hasta
que mi sensibilidad me advierte que se halla bien declamado y toda su potencia expresiva queda al descubierto. Entonces siento que el poema deja de serme externo y extraño para hacérseme íntimo,
sin dejar de ser distinto. Se convierte en una voz interior. Al declamarlo, vuelvo a crearlo conforme a mi propia sensibilidad. Ya no obedezco al texto impreso del que he tomado el poema. Sigo
los dictados de mi inspiración poética. En este momento, mi unión con el poema es altísima y fecundísima. Les invito a hacer esta experiencia por sí mismos una y otra vez, porque les revelará
qué tipos de unión somos capaces. de crear con las realidades del entorno si las tomamos en toda su riqueza.
Cuarta fase
El ideal de la vida humana consiste en crear las formas más valiosas de unidad o encuentro que sea posible. Todo cuanto nos permita realizar ese ideal encierra para
nosotros valor. Al asumir los diferentes valores de modo activo y comprometido, actuamos de manera creativa. Vemos interconexos los conceptos de encuentro, lenguaje dicho con amor, ideal, valor
y creatividad. Son los conceptos nucleares del proceso formativo.
Los seres humanos tenemos que ir configurando la vida en cada instante mediante el impulso que recibimos del ideal, que es una idea motriz porque encarna el valor más alto, el que sirve de clave
de bóveda a todo el edificio de nuestra existencia. Todo pende en nuestra existencia del ideal que asumamos como propio. Si tendemos por principio hacia el ideal
de la unidad y solidaridad, nuestra actitud será fundamentalmente generosa, y nos orientamos por la vía del encuentro y la creatividad. Si optamos por el ideal del dominio, la posesión y el disfrute,
nuestra actitud básica será de egoísmo y nos encaminaremos por la vía de la fascinación o vértigo, que nos produce primero euforia para sumirnos pronto en la decepción, la tristeza, la angustia,
la desesperación y la destrucción.
Quinta fase
Si nos encaminamos hacia el ideal de la unidad, ganamos un modo relacional de contemplar las realidades de nuestro entorno y adquirimos una visión nueva, fecundísima, de lo que es la vida humana y sus posibilidades.
Al entregarme a las experiencias de encuentro, voy descubriendo cada día con más nitidez la importancia de la relación para mi vida y aprendo a ver todas las realidades como "nudos de relaciones",
no como objetos opacos y cerrados. Con ello mi visión de la realidad se torna inmensamente prometedora, porque las realidades, vistas así, son posibles compañeros de encuentro. Para educar en creatividad y valores se necesita aprender a ver, pensar y sentir de modo relacional. Este
trozo de pan es un objeto, pero un objeto que ha sido elaborado a base de frutos de la tierra, por ejemplo, el trigo. El trigo ¿es acaso producto de un proceso fabril? De ningún modo. Nadie
produce trigo, en sentido de fabricarlo. El trigo es fruto de una múltiple confluencia: El agricultor recibe de sus mayores unas semillas y el arte de trabajar la tierra; deposita las semillas
en la madre tierra y espera confiado; espera que a su tiempo venga la lluvia, empape la tierra y ponga en relación las sustancias nutritivas y las semillas; y que el sol dore la mies... Al
ver un grano de trigo en la palma de la mano, no estoy ante un objeto cerrado en sí; contemplo una realidad que me remite a muchas otras desde su misma génesis. Es una realidad "relacional",
es todo un ámbito de realidad lleno de vibración. De ahí su poderoso simbolismo, su capacidad de expresar el sentimiento de amistad del padre de familla que invita a alguien a comer en su
casa, y toma el pan, lo parte, lo reparte y lo comparte. Algo semejante puede decirse del vino.
Esta forma relacional de ver las realidades significa un desarrollo notable de la inteligencia, que se habitúa así a pensar de forma comprehensiva, penetrante y elevada.
Para unir estas tres condiciones de la inteligencia y no pensar de forma descompensada, viendo, por ejemplo, a lo lejos y dejando de lado los pormenores, se requiere prestar atención a las diferentes
realidades y captar sus mutuas vinculaciones. De esta forma, se atiende a lo concreto inmediato y no se queda uno preso en él, sino que se llega a todas sus derivaciones: se da al pensamiento
amplitud, penetración y largo alcance.
Este es el camino real para aprender a pensar con rigor, razonar de modo lógico y coherente, tomar decisiones lúcidas: tres de los objetivos marcados por la Nueva Ley
de Educación. Para desarrollar la inteligencia no basta realizar ejercicios de lógica, mediante una u otra técnica. Se requiere tener una idea adecuada de la realidad y sus distintos modos, ya
que pensar con rigor significa hacer justicia a lo real, ajustarse a las condiciones de la realidad.
Pero quedan otros objetivos de la Ley: convivir de forma grata y fecunda, y comportarse de modo adecuado a las exigencias del propio ser personal. Estos objetivos exigen
la puesta en forma de la capacidad creadora. Aquí tiene una aplicación decisiva el descubrimiento que se realiza a lo largo del proceso formativo, a saber: que pensar con rigor y vivir creativamente se exigen y complementan. Si
pienso con rigor, pongo las bases del encuentro, y éste es el lugar nato de la creatividad. Al ser creativo y fundar toda serie de encuentros, que son campos de iluminación, nos preparamos para
pensar con mayor rigor todavía. Puedo estar hablando de forma tenaz y elocuente da la necesidad de convivir, ser tolerantes, comportarse de forma digna, y no conseguir despertar en los alumnos
el menor entusiasmo por esta forma de vida. La verdadera persuasión se consigue al mostrar la razón profunda de aquello que se proclama. Si un joven advierte que
su desarrollo personal y el sentido de su vida penden de la creación de relaciones de encuentro, tiene una clave de orientación decisiva y la traducirá muy posiblemente en una pauta certera de
conducta. De ahí que no debamos los educadores ocuparnos demasiado en dar consejos, que fácilmente son interpretados como signo de paternalismo y afán dominador de las conductas. Hemos de aplicar
todas nuestras energías al descubrimiento de claves de orientación que penetren en la realidad y sean, por tanto, lúcidas y fecundas. La clave por excelencia viene dada por la idea relacional
de la realidad. Es, en verdad, impresionante pensar que todas las realidades del universo están constituidas por relaciones y son un testimonio vivo de la importancia de la unidad, pero ninguna
lo sabe excepto el hombre. Nosotros sí sabemos que al fundar unidad alcanzamos la cima de nuestro desarrollo personal, nos ponemos en verdad y nos convertimos en portavoces de los demás seres.
En cada acto creador de unidad el universo llega a la cima de un movimiento que engendró todos los seres y los ha llevado por vías lentísimas hasta el estado actual. Esta conciencia de la propia dignidad y responsabilidad es la mejor preparación, la única verdaderamente eficaz, para abordar los grandes temas de la convivencia humana: tolerancia, paz, justicia, salud, igualdad de derechos... No
basta insistir en estas cuestiones y llegar a un consenso de mínimos sobre ellas a fin de garantizar la convivencia. Una fundamentación sólida de la vida social requiere una ética de máximos,
entendiendo por tal el ahondamiento en lo más profundo y nuclear de la realidad: la importancia de la categoría de relacíón y la fecundidad de los modos más altos de unidad.
Al asumir estas ideas, se hace posible realizar la gran tarea del momento actual: fundar un Humanismo de la unidad y la solidaridad. Al recibir, en 1962, el premio al
mejor humanista europeo, Romano Guardini pronunció en Bruselas una conferencia sobre la tarea actual de Europa. Su conclusión vino a ser la siguiente: "Europa supo crear a lo largo de varios
siglos una impresionante cultura del dominio. Su tarea actual consiste en configurar una cultura del servicio.
Para llevar a cabo esta configuración, debemos cambiar el ideal, como se viene postulando desde la primera Gran Guerra. El ideal del dominio ha de ser cambiado por el ideal de la ayuda solidaria. Toda
la labor de la enseñanza ha de ir dirigida a poner las bases que hagan posible esta colosal tarea.
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