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La vida secreta del niño antes de nacer

A pesar de estar en el siglo de la información, cosas básicas e importantes permanecen todavía desconocidas para muchos.

Una investigación sobre el vínculo entre embarazo, nacimiento y personalidad.

Para vivir de manera saludable la persona necesita vivir en una sociedad sana. Si pretendemos construir una sociedad de calidad hemos de contar con una sociedad saludable, constituida por individuos sanos, sujetos capaces de vivir de forma libre y responsablemente. Para ello será necesario cuidar su crecimiento saludable, consolidar y acrecentar sus potencialidades, para que pueda enfrentarse de forma sana a los problemas y dificultades de la vida. Tendremos que aprender constantemente el arte de vivir de manera saludable.

Si queremos caminar hacia una sociedad sana, en la que reine el respeto, la armonía, la convivencia pacífica, la hermandad, en la que cada ser humano, cada persona, pueda crecer y desarrollarse de manera saludable, hemos de velar por su sano desarrollo cuyos cimientos se establecen ya en su fase de gestación, en su etapa intrauterina, en la que la calidad humana de sus progenitores, especialmente de la madre, es una pieza clave. La buena "crianza", empezando ya en la propia fase de "gestación" es un factor básico en toda sociedad que aspire a contar con individuos con una personalidad sana, psíquicamente saludables y cívicamente equilibrados. Posibilitando así la prevención de posibles desajustes sociales. Puesto que como se ha afirmado la carencia de conexión interior se refleja en la desconexión exterior: la creciente violencia y tensión, el aumento de la agresividad y la mentira institucionalizada, la debilitación de la democracia y el fortalecimiento de los fascismos, el debilitamiento de las comunidades humanas y el crecimiento de las masas deshumanizadoras son un espejo de la también creciente desconexión de nosotros con nosotros mismas. (M. del Mar ALBAJAR). Las bases para un buen equilibrio psíquico se establecen ya en la relación madre-hijo en la fase de gestación. Es por eso que hemos de cuidar la maternidad y ello empieza por un buen conocimiento y una buena formación maternal. El cuidado afectivo de los bebés, empezando ya en su fase uterina, es la base de la salud psíquica y el mejor antídoto de la violencia en los adultos. Los cimientos de todo ello empiezan ya a ponerse en nuestra primera escuela primaria: el útero materno.

Por su interés formativo, presentamos la sugerente e ilustrativa obra de T. VERNY Y J. KELLY sobre "LA VIDA SECRETA DEL NIÑO ANTES DE NACER". En las primeras páginas de este libro, Thomas Verny nos refiere cómo la idea de escribirlo surgió de aquella tarde en que observó a una joven embarazada cantar plácidamente a su vientre de siete meses, nanas anticipadas. Desde siempre, la mujer en estado de gestación ha establecido algún tipo de comunicación con la criatura, de manera que no resulta extraña la evolución científica que se ha operado en ese sentido. Según las últimas investigaciones fiables, el feto puede ver, oír, experimentar, degustar y, de manera primitiva, inclusive aprender.

Consecuencia de este descubrimiento es el hecho de que lo sentido y percibido por la criatura definirá en el futuro su comportamiento social. El instrumento fundamental que interviene en la transmisión de estos mensajes iniciales es, por supuesto, la madre. Según Verny, esta sutil radiación no significa que sobre el feto recaigan toda clase de tensiones o preocupaciones. Los sentimientos profundos y constantes, la ansiedad crónica o una intensa ambivalencia con respecto a la maternidad, pueden dejar una profunda marca en la personalidad futura del niño.

También el padre ocupa un lugar importante en este proceso. Ulteriores investigaciones demuestran que los sentimientos del varón hacia su esposa y el niño no nacido constituyen una baza definitiva en el éxito o fracaso del embarazo. Los informes de este estudio contribuirán, sin duda, a que los padres actúen durante ese período con una renovada racionalidad, neutralizando así los conflictos y problemas que surgen innecesariamente en la vida del niño, la mayoría de las veces, por omisión.

La idea de este libro surgió en el invierno de 1975, durante un fin de semana que pasé en la casa de campo de unos amigos. Helen, mi anfitriona, estaba embarazada de siete meses y resplandecía. Por las tardes, con frecuencia la encontraba sentada a solas delante de la chimenea, cantándole suavemente una bellísima nana a su hijo no nacido. Esta conmovedora escena dejó una profunda impresión en mí, de modo que, después del nacimiento de su hijo, al contarme Helen que esa nana ejercía un efecto mágico en él, mi curiosidad se despertó. Al parecer, por mucho que llorara el bebé, éste se serenaba cuando Helen entonaba esa canción. Me pregunté si su experiencia sería única o si los actos de una mujer, tal vez incluso sus pensamientos y sentimientos, influían en el hijo no nacido.

Lógicamente, yo ya sabía que, en algún momento, toda mujer encinta siente que ella y el niño no nacido intercambian sentimientos. Había oído a mis pacientes narrar historias y sueños que sólo parecían tener sentido en virtud de experiencias prenatales y del nacimiento. En consecuencia, comencé a prestar especial atención a dichos recuerdos. Asimismo, me dediqué a estudiar la bibliografía científica pertinente, en busca de la información que me ayudara a comprender la mente del niño intrauterino y del recién nacido.

Algunas primeras investigaciones demostraban que las actitudes y los sentimientos maternales podían dejar una marca permanente en la personalidad del niño no nacido. La mayoría de las investigaciones posteriores lo que descubrieron significó una visión espectacularmente distinta de la vida fetal. En parte gracias a ellas he podido presentar en esta obra un retrato prácticamente nuevo del niño intrauterino, muy distinto del ser pasivo y sin mente de los textos tradicionales de pediatría. Ahora sabemos que el niño intrauterino es un ser humano consciente que reacciona y que a partir del sexto mes (tal vez incluso antes) lleva una activa vida emocional. Además de este hallazgo sorprendente, hemos realizado los siguientes descubrimientos:

  1. El feto puede ver, oír, experimentar, degustar y, de manera primitiva, incluso aprender in útero (es decir, en el útero, antes de nacer). Lo más importante es que puede sentir... no con la complejidad de un adulto, si bien, de todos modos, siente.
  2. Lo que un niño siente y percibe comienza a modelar sus actitudes y las expectativas que tiene con respecto a sí mismo. Si finalmente se ve a sí mismo y, por ende, actúa como una persona feliz o triste, agresiva o dócil, segura o cargada de ansiedad, depende parcialmente de los mensajes que recibe acerca de sí mismo mientras está en el útero.
  3. La principal fuente de dichos mensajes formadores es la madre del niño. Esto no significa que toda preocupación, duda o ansiedad fugaces que una mujer experimenta repercutan sobre su hijo. Lo importante son los patrones de sentimiento profundos y constantes. La ansiedad crónica o una intensa ambivalencia con respecto a la maternidad pueden dejar una profunda marca en la personalidad de un niño no nacido. Por otra parte, emociones intensificadoras de la vida, como la alegría, el regocijo y la expectación, pueden contribuir significativamente al desarrollo emocional de un niño sano.
  4. Las nuevas investigaciones también comienzan a dedicarse mucho más a los sentimientos del padre. Hasta hace poco, no se tenían en cuenta sus emociones. Nuestros últimos estudios indican que lo que un hombre siente hacia su esposa y el niño no nacido es uno de los factores más importantes para determinar el éxito de un embarazo.

Algunos estudios se ocupan, necesariamente, del impacto de las emociones maternas negativas... gran parte de nuestros nuevos conocimientos se han obtenido estudiando el impacto de dichas emociones. Los investigadores clínicos que han llevado a cabo estos descubrimientos se han interesado, por lo general, más por el aspecto teórico de su trabajo que por su aplicación práctica. Sin embargo, dichos descubrimientos tienen importantísimas consecuencias para los padres. Con estos nuevos conocimientos a su disposición, madres y padres tienen una oportunidad incomparable de contribuir a modelar la personalidad de su hijo no nacido. Pueden contribuir, de manera activa, a su felicidad y bienestar, no sólo in útero y en los años inmediatamente posteriores al nacimiento, sino también durante el resto de su vida.

La vida secreta del niño intrauterino

Este libro trata de muchas cuestiones -los orígenes de la conciencia humana, la formación y desarrollo del niño intrauterino y del recién nacido-, pero principalmente del modelado de la mente humana, de la forma en que nos convertimos en quienes somos. Se basa en el descubrimiento de que el niño no nacido es un ser consciente, que siente y recuerda, y, puesto que existe, lo que le ocurre lo que nos ocurre a todos nosotros- en los nueve meses que van de la concepción al nacimiento moldea y forma la personalidad, los impulsos y las ambiciones de manera significativa.

Esta comprensión nos lleva mucho más allá de lo que sabemos -o creemos saber- sobre el desarrollo emocional del niño intrauterino y enriquece el significado y la importancia del hecho de ser padres, sobre todo madres. En realidad, el aspecto más gratificante de nuestros nuevos conocimientos es lo que revelan sobre la gestante y el papel que ésta desempeña formando y guiando la personalidad de su hijo no nacido. Sus herramientas son sus pensamientos y sentimientos, y con ellos tiene la posibilidad de crear un ser humano favorecido con más ventajas de las que anteriormente se consideraban posibles.

No afirmo que todo lo que le ocurre a ella en esos meses críticos modela de manera irrevocable el futuro de su bebé. Hay muchos factores en juego en la formación de una nueva vida. Los pensamientos y sentimientos maternos sólo son un elemento de esa combinación; pero lo que los singulariza es que una mujer puede convertirlos en una fuerza tan positiva como desee. Esto no significa que la felicidad futura de un niño depende de la capacidad de su madre para tener pensamientos optimistas las veinticuatro horas del día. Dudas, ambivalencias y ansiedades ocasionales son un aspecto normal del embarazo. Una embarazada o una futura madre disponen a partir de esos descubrimientos de otro modo de influir activamente y para bien en el desarrollo emocional de su bebé. A fines de los años sesenta descubrimos también un sistema posnatal de comunicación madre-hijo denominado vínculo. Además, si tenemos en cuenta lo que hemos aprendido en los últimos tiempos acerca de las consecuencias que la dieta y la ingestión de alcohol y de drogas por parte de la madre tienen en el niño no nacido, y también sobre el papel que desempeñan las emociones en la enfermedad y la salud, se deduce que los pensamientos y los sentimientos positivos de la madre tendrían un efecto potencialmente benéfico en su hijo antes de nacer. Los nuevos conocimientos también realzan el papel del padre en el embarazo. Durante éste, la relación con un hombre cariñoso y sensible proporciona a la mujer un sistema constante de apoyo emocional. Ahora que hemos descubierto -o, para ser más exactos, redescubierto- lo importantes que son la seguridad y el nutrimento emocionales para la mujer y su hijo no nacido, pudiendo aquél volver a ocupar su legítimo lugar en el embarazo.

A partir de todos esos estudios los investigadores han trazado callada y concienzudamente una perspectiva espectacularmente nueva del feto, del nacimiento y de las primeras etapas de la vida. El niño aun no nacido en el útero y durante el nacimiento merece un tipo de asistencia más sensible, nutritiva y humana de la que ha recibido hasta ahora. Proporcionando al recién nacido un entorno cálido, tranquilizador y humano percibe ternura, delicadeza y un trato cuidadoso, y responde a ellos del mismo modo que siente y responde de una manera totalmente distinta a las potentes luces, las señales eléctricas y la atmósfera fría e impersonal que tan a menudo se asocian con el nacimiento en la sala de partos de un hospital.

Estos conocimientos nos desvelan también la mente del niño aún no nacido. Revelan que éste es consciente, aunque su conciencia no sea tan profunda o compleja como la de un adulto. El niño intrauterino es sensible a matices emocionales excepcionalmente sutiles. Puede sentir y reaccionar no sólo ante emociones amplias e indiferenciadas, como el amor y el odio, sino también ante complejos estados afectivos más matizados, como la ambivalencia y la ambigüedad. Aún se desconoce en qué momento exacto sus células cerebrales adquieren esta capacidad. Un grupo de investigadores cree que algo semejante a la conciencia existe desde los primeros momentos de la concepción. Se especula con que, en las primeras semanas -tal vez incluso horas- posteriores a la concepción, el óvulo fertilizado posee suficiente conciencia de sí mismo para sentir el rechazo y para obrar en consecuencia.

A partir del sexto mes de embarazo en adelante ya puede recordar, oír e incluso aprender. El niño no nacido es un aprendiz muy veloz. Ya es posible vislumbrar las capacidades del niño intrauterino y las formas en que las características y los rasgos de la personalidad comienzan a formarse en el útero. Nuestros gustos y nuestras y aversiones, nuestros miedos y nuestras fobias -en síntesis, todas las conductas definidas que nos convierten singularmente en nosotros mismos- también son, parcialmente, producto del aprendizaje condicionado. El útero es el sitio donde se inicia este tipo específico de aprendizaje. A fin de ilustrar cómo modela los rasgos futuros, analicemos la sensación de ansiedad. ¿Qué podría provocar en un niño intrauterino el origen de una ansiedad profundamente arraigada y a largo plazo? Una posibilidad es que su madre fume. Hay estudios que muestran que un niño intrauterino se agita emocionalmente (medido según la acelera­ción de los latidos de su corazón) cada vez que su madre piensa en fumar un cigarrillo. No necesita llevárselo a los labios ni encender una cerilla; la sola idea de fumar un cigarrillo basta para alterar al niño. Naturalmente, el feto no puede saber que su madre está fumando -ni pensar en esto-, pero intelectivamente es lo bastante perspicaz para asociar la experiencia del fumar de su madre con la desagradable sensación que provoca en él. Esto se debe a la disminución de su provisión de oxígeno lo cual es fisiológicamente nocivo para él, aunque es posible que sean todavía más nocivas las consecuencias psicológicas del fumar por parte de la madre. Arroja al feto a un estado crónico de incertidumbre y miedo: no sabe cuándo volverá a ocurrir esa desagradable sensación física ni cuán dolorosa será cuando aparezca; únicamente sabe que volverá a ocurrir. Este es el tipo de situación que predispone hacia un tipo de ansiedad profundamente arraigada y condicionada.

Otro tipo de aprendizaje más feliz que tiene lugar en el útero es el habla. Cada uno de nosotros da un ritmo idiosincrásico a su manera de hablar. El origen de estas diferencias provienen de nuestras madres. Aprendemos nuestra habla imitando el modo de expresarse de ellas. Este proceso de aprendizaje comienza ya en el útero. El feto oye claramente desde el sexto mes en el útero y adapta su ritmo corporal al habla de su madre. Si tenemos en cuenta su fino oído, no es una sorpresa que el niño intrauterino también sea capaz de aprender algo de música. Un feto de cuatro o cinco meses responde claramente al sonido y la melodía... y lo hace de maneras muy distintas. Si pones un disco con un tema de Vivaldi, hasta el bebé más agitado se relaja. Si pones un disco con un tema de Beethoven, hasta el niño más sereno comienza a patalear y a moverse.

La personalidad es mucho más que la suma de lo que aprendemos... dentro o fuera del útero. Considero que, puesto que al fin hemos identificado algunas de las experiencias tempranas que modelan rasgos y características futuros, ahora una mujer puede influir activamente en la vida de su hijo desde antes del nacimiento. Una forma consiste en dejar de fumar o en reducir la cantidad de cigarrillos que se fume durante el embarazo. Otra es hablándole al niño. Este oye realmente y, lo que es más importante, responde a lo que oye. Una charla suave y dulce le lleva a sentirse amado y deseado. Esto no se debe a que entienda las palabras, que evidentemente están más allá de su comprensión, pero el tono de lo que se dice no lo está. Intelectivamente es lo bastante maduro para percibir el tono emocional de la voz materna.Una embarazada que todos los días escucha unos minutos de música tranquilizadora puede lograr que su hijo se sienta más relajado y tranquilo. Esa exposición temprana podría crear en el niño un interés musical para toda la vida. El niño es capaz de reconocer posteriormente al nacimiento palabras, sonidos, melodías, etc. percibidos en su fase de vida intrauterina.

Debido al desarrollo de una nueva y estimulante disciplina llamada psicología prenatal, en el breve espacio de una década transcurrida desde su creación, nosotros ya hemos aprendido lo suficiente sobre la mente y las emociones del niño intrauterino como para ayudar a rescatar a miles de pequeños de una vida de debilitantes trastornos emocionale. Digo «nosotros» porque fue la esperanza de evitar estas tregedias la que me condujo a la psicología prenatal. A lo largo de los años, en hospitales, en la enseñanza y en mi práctica, he visto centenares de personas profundamente marcadas por experiencias prenatales destructivas, pacientes cuyas enfermedades sólo pueden explicarse en términos de lo que les sucedió en el útero y durante el nacimiento. La psicología prenatal ofrece un modo de evitar que, en primer lugar, muchos de estos dramas se produzcan.

Más allá de esta afirmación, contamos con un modo de mejorar prácticamente las posibilidades que toda una generación tiene de ingresar en la vida libre de los corrosivos trastornos mentales y emocionales que, en el pasado, han acosado a los niños. No estoy diciendo que tengamos una panacea universal que mágicamente desterrará nuestros males. Tampoco sugiero que todo trastorno emocional trivial que nos afecta se remonte al útero. La vida no es estática. Lo que ocurre a los veinte, a los cuarenta e incluso a los sesenta años indudablemente nos influye y nos altera. Sin embargo, es importante recalcar que los acontecimientos nos afectan de manera muy distinta en las primeras etapas de la vida. Un adulto y, en menor medida, un niño han tenido tiempo de desarrollar defensas y respuestas. Pueden suavizar o desviar el impacto de la experiencia. Un niño intrauterino no puede hacerlo. Lo que le afecta lo hace de manera directa. Por ese motivo las emociones maternas se graban tan profundamente en su psique y su fuerza sigue siendo tan poderosa más tarde, en la vida. Las principales características de la personalidad rara vez cambian.

El punto en que nuestros conocimientos pueden significar legítimamente una diferencia reside en ayudar a identificar y prevenir el origen de graves problemas de personalidad. La mayoría de las mujeres saben que ocuparse emocionalmente de sí mismas significa, de manera automática, ocuparse de sus hijos no nacidos. Estoy convencido de que nuestra creciente capacidad de reconocer en el útero una conducta potencialmente conflictiva y perturbada puede ser altamente beneficiosa para miles de niños que todavía han de nacer, para sus padres y, en última instancia, para la sociedad.

Los investigadores partieron del supuesto de que la actividad fetal es, con frecuencia, un claro signo de ansiedad. Calcularon que si la conducta de un niño en el útero posee algún significado profético, los fetos más activos se convertirían un día en los niños más ansiosos. Y eso es precisamente lo que ocurrió. Los bebés que más se movían en el útero se convirtieron en los niños más ansiosos. No eran solamente un poco más ansiosos de lo normal. Rebosaban de ansiedad. Esos pequeños de dos y tres años sentían una inquietud casi desgarradora incluso en las situaciones sociales más corrientes. Se alejaban, asustados, de sus maestros, de sus compañeros, de la posibilidad de hacer amigos y de todo contacto humano. Estaban más tranquilos, más relajados y menos ansiosos cuando se encontraban solos. Como es lógico, no es posible prever con absoluta certeza su modo de comportarse más adelante. Es posible que un buen matrimonio, una carrera especialmente gratificante, la paternidad, la terapia, algo o alguien acaben contrarrestando parte de esas ansiedades. Pero se puede decir con confianza que, a los treinta años, la mayoría de esos niños asustados todavía se encaminarán a los rincones para evitar encuentros. La diferencia radica en que en ese momento intentarán evitar a maridos, esposas y a sus propios hijos, no a maestros y compañeros de juegos. El ciclo se repetirá una y otra vez.

No tiene por qué ser así. El hecho de que más embaraza­das empezaran a comunicarse con sus hijos representaría un comienzo extraordinario. Imagínese cómo se sentiría uno a solas en una habitación durante seis, siete u ocho meses sin el menor estímulo emocional o intelectual. Esa es, más o menos, la consecuencia de ignorar a un niño intrauterino. Lógicamente, sus necesidades emocionales e intelectuales son mucho más primitivas que las nuestras. Pero lo importante es que existen. Necesita sentirse amado y deseado tan apremiantemente como nosotros. Y quizá más aún. Es necesario hablarle y pensar en él; de lo contrario, su espíritu y a menudo también su cuerpo co­mienzan a debilitarse.

Los estudios sobre embarazadas esquizofrénicas y psicóticas proporcionan pruebas elocuentes de los efectos devastadores del abandono emocional en el útero. En estos casos, las mujeres no pueden evitarlo. Las consecuencias de la enfermedad mental impiden una comunicación significativa con sus hijos. Sin embargo, con frecuencia, ese silencio o caos dejan marcas profundas en los pequeños. Al nacer, suelen tener bastantes más problemas físicos y emocionales que los bebés de mujeres mentalmente sanas.

Fuente: T. VERNY-J.KELLY: La vida secreta del niño antes de nacer

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