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Las Edades de la Vida (y II)

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Insisto en que la madurez es una edad larga. Ya antes lo ha sido también en las muchas épocas en que la vida era relativamente breve: la madurez era bastante larga – ha durado por lo menos veinte años; ahora más. La madurez venía también pronto; no olviden ustedes que la gente empezaba la vida muy pronto. Si ustedes repasan la historia verán cómo a veces mandaban tropas y los jefes militares eran muchachos de dieciocho, veinte años. El matrimonio solía ser muy temprano: las muchachas se casaban casi en la niñez o poco más; los jóvenes un poco mayores, pero no mucho, siempre con una diferencia importante – que se ha anulado ahora – en que en los matrimonios tenían siempre unos años de desigualdad: el marido era siempre tres, cinco, seis años mayor que la mujer, estadísticamente.

Esa época es de cierto modo una época de seguridad, de plenitud; la vida se estabiliza bastante, no cambia demasiado. El hombre se siente seguro – relativamente seguro por lo menos. Y, entonces, le sobreviene algo que a mí curiosamente me ha preocupado desde que era yo muy joven – me daba la impresión que los mayores, los adultos tenían corteza, parecían que estaban como árboles. Eso me aterraba. La idea de tener corteza me parecía tristísima. Y es cierto porque precisamente el deseo de seguridad, la estabilidad, la frecuente prosperidad, el frecuente éxito del hombre maduro, hace que evite la vulnerabilidad de pertenecer a la vida humana – somos vulnerables.

Recibimos heridas, algunas gloriosas, algunas espléndidas, otras dolorosas. Recuerden ustedes aquella inscripción de aquel viejo reloj en la iglesia refiriéndose a las horas: "Vulnerant omnes, ultima necat", hieren todas; la última, mata. Pues bien se trataba de evitar la vulnerabilidad y el hombre maduro, la mujer madura se acorazaba con una especie de corteza que lo defendía de las heridas posibles que trae la vida. A mí eso me parecía tristísimo. Debo decir que, pasadas todas las madureces, sigo vulnerable, más que nunca.

Eso era un rasgo frecuente. Pero yo creo que ahí hay un problema: la madurez tiene una versión, una faceta, diríamos, negativa que es un cierto éxito, realización y al mismo tempo renuncia. El maduro empieza a tomar sus medidas, sabe más o menos lo que es, lo que puede hacer y lo que quizá ya no va a poder hacer. El “ya no” es una fórmula que acompaña a la madurez. Evidentemente la tendencia a evitar la vulnerabilidad disminuye la capacidad proyectiva del maduro. ¿Por qué? Porque procuran no exponerse.

Ustedes piensen en una madurez - que es la posesión de los recursos, todos los recursos: biológicos, físicos del hombre maduro; la mujer madura está en muy buenas condiciones, funciona muy bien, casi tan bien como en la juventud o quizá mejor en algunos aspectos; poseen una serie de experiencias, de conocimientos; dominan el mundo mucho más... Si se exponen, si no les importa ser vulnerables, pueden estar en proyectos, lo cual no suele ocurrir. Ven por tanto ustedes cómo puede haber una madurez proyectiva a condición de ser vulnerables, de seguir siendo vulnerables. El hombre maduro y el hombre viejo incluso puede entristecerse, puede tener pérdidas tremendas, puede tener fracasos, puede enamorarse, puede muchas cosas... ¡si se atreve! Entonces pueden seguir proyectando con plena actividad, con plena eficacia.

Se llega a la vejez – la vejez que, repito, ahora es una vejez aplazada diríamos. Cuando se lee en el periódico "ha sido atropellado en la calle tal un anciano de sesenta años", todos los que tienen sesenta años dirían: "¿¿Anciano yo??!". Acaba de morir una persona muy próxima a mi familia que iba a cumplir noventa y siete. Y veo en el periódico una persona muy conocida y amiga que ha muerto a los cien años justos. Esto era infrecuentísimo en otros tiempos; ahora no digo que sea lo más frecuente, pero ocurre, es posible.

Es decir, la vejez está aplazada. El otro día, oí o leí que la vida se había prolongado treinta años – yo no creo que tanto, pero quince, por lo menos, sí; una generación, por supuesto, en este siglo, se ha prolongado, sin duda ninguna. Y es algo enorme: cambia la estructura de la vida.

Dirán ustedes: sí, pero ¿y el deterioro? Sí, el deterioro, claro, existe, pero es un deterioro también aplazado, no completo. Hay un número muy grande de personas que llegan a edades muy avanzadas en bastante buen uso, con un repertorio bastante grande de posibilidades, capaces por tanto de proyectos.

Lo que pasa es que las formas de la vida en la sociedad se encargan de que esto no sea de todo verdad. Ustedes piensen, por ejemplo, que hay la jubilación. La jubilación tiene dos caras: hay la jubilación forzosa, que me parece bastante monstruosa. Hace unos cuantos años se hizo la jubilación anticipada cuando se debía haber prolongado la edad de actividad: la edad de jubilación era a los setenta años y se pasó a los sesenta y cinco – en vez de a los setenta y cinco, que hubiera sido lo justo.

Pero el hecho es que se hace la jubilación. Y hay mucha gente por cierto que está afanosa de jubilar. En algunas profesiones, la gente se quiere jubilar a los cincuenta o a los cincuenta y cinco años. Pero no se muere luego... ¡éste es el problema! Y entonces resulta que mientras no nacen niños, los viejos no se mueren. Al final se mueren también, pero no se deciden a eso (risas). Entonces se hacen como “reservas” de viejos, con las cuales no se sabe bien qué hacer. Hay las pensiones, se trata de determinar si hay otros recursos... Muchas cosas que dan por supuesto que esos viejos que no se mueren no tienen porvenir – esa es la cuestión. No tienen proyectos.

Hay algunas profesiones venturosas en las cuales la jubilación no existe. Aquí me tienen ustedes hablando de filosofía (risas), por ejemplo, o escribiendo libros, artículos y no me jubilaron. Pero en muchas profesiones cuando uno se jubila se jubila, no tiene qué hacer y no sabe qué hacer. Y nadie se ocupa de que los que no se mueren tengan proyectos, puedan tener proyectos y, por tanto, puedan vivir, puedan tener argumento, puedan tener incluso cierta dosis de felicidad. Son problemas inmensos, de una gravedad extraordinaria y universal.

El problema está en lo siguiente: en que se han evitado, en cierto modo, los proyectos. Las formas sociales dejan, diríamos, como concentrados a los jubilados en general en un estado que no tienen argumento, que no tienen porvenir. Hay un problema también que es que la expectativa de la muerte ha cambiado de carácter: porque hasta hace muy poco tiempo la gente contaba con la otra vida – talvez con dudas, talvez con zozobra, una esperanza, una expectativa sostenida por el dramatismo del desenlace, por la duda de lo que pasaría con uno después de la muerte. Yo me he referido, a veces, con un poco de humor – que hace falta tener cierto humor –, que en un funeral actualmente el sacerdote no expone ni el más mínimo temor de que aquel señor haya podido estar en el infierno... (risas) ¡Era un bandido pero se da por supuesto que ha ido a Dios derecho! Yo comprendo que no se va a decir delante de los parientes..., pero, por lo menos, cabría aludir a la misericordia de Dios que es muy grande – ¡así espero! Pero contar con la posibilidad, por lo menos, con la posibilidad de que... Con lo cual ha cesado el interés por la otra vida; se ha ido aparando, se empieza a no contar con ella.

Hace no mucho tiempo, cuando alguna persona tenía una vida irregular, pecaminosa, había una frase que decía “vivir en pecado” – y ya nadie vive en pecado... (risas). O era una persona de una fe dudosa, problemática, de una vida religiosa inquietante... las personas que querían a esta persona – los parientes, los amigos – sentían inquietud porque pensaban: ¿Qué va ser de esa persona? Estaban pendientes de lo que pasaba.

Bueno, eso se ha dejado. Ha desaparecido del horizonte de innumerables personas, lo cual quiere decir que se han quedado sin el último programa, sin el último proyecto. Uno se puede llevar los proyectos al otro mundo; no se pueden llevar las riquezas, ni los honores, ni los títulos; pero, sí, se pueden llevar los proyectos – lo que uno ha querido ser, lo que uno sigue queriendo hacer y no ha podido hacer.

Pero eso ha desaparecido del horizonte de la inmensa mayoría de las personas. Procuren ustedes sondear el estado de ánimo de vuestros vecinos y amigos y verán qué poco frecuente es que eso exista; lo cual quiere decir que mientras las edades de la vida pueden ser todas ellas, hasta la vejez, proyectivas, argumentales, narrativas, porque se cuentan desde los proyectos. Quedan reducidas a mera liquidación. La vejez, por ejemplo, es el deterioro talvez contenido por la buena higiene, por la medicina, por los recursos económicos, pero, al fin y al cabo, es un deterioro implacable, inevitable y sin proyectos – lo cual es terriblemente lamentable y profundamente triste.

Y esto no es forzoso; no es forzoso que sea así. El hombre que se vive a sí mismo como quien es, como persona, con un proyecto... con tantas cosas que ha querido hacer y no ha podido y piensa que podrá realizar o por lo menos podrá desear, podrá seguir deseando...

La vejez es la edad, sí, del deterioro, claro, pero hay otro lado de ella que es la recapitulación. Poseemos la vida de manera imperfecta, secundaria, muy deficiente. Hay personas que apenas han resbalado por la vida y apenas la recuerdan. Se puede recapitular; pero recapitular no quiere decir – y eso sería un error – volver al pasado, simplemente a recordar. La idea de que el viejo no proyecta, de que el viejo no hace más que recordar, que tiene pasado pero no futuro, es un grave error. Insisto que se cuentan desde los proyectos, se recapitulan; es decir, se va tomando posición de la vida que somos, de la vida que llevamos dentro, que nos constituye siempre en función de proyectos, en función de anticipaciones de lo que quisiéramos hacer – aunque no podamos hacer – a menos que sea en la otra vida y eso tiene su esperanza también. En concreto, se trata de pensar nuestra vida después de la muerte. Decir: no la hay – sería el error, sería la decepción, que es lo más triste. En cambio, el que no confía en la otra vida, qué sorpresa cuando se encuentre en ella... (risas) ¡eso siempre me ha parecido maravilloso! El señor que cuenta con que todo termina, el suicida, por ejemplo, que quiere acabar consigo mismo ¿Y si se encuentra con que no? ¡Qué formidable sorpresa! Nadie piensa en eso.

Las edades de la vida vistas desde el nivel en que creo que estamos – el nivel de la vida humana como tal, el nivel de la persona – han aparecido como algo bastante distinto de la imagen tradicional de las edades.

Muchas gracias.


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