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Las Edades de la Vida (I)

Julián Marías Aguilera; Valladolid, 1914 - Madrid, 2005. Filósofo y ensayista español. Cursó estudios de Filosofía en la Universidad de Madrid entre 1931 y 1936, con algunos de los intelectuales españoles más prestigiosos de la época, como Ortega y Gasset y Zubiri, como profesores. Fue uno de los discípulos más destacados de José Ortega y Gasset, maestro y amigo con quien fundó en 1948 el Instituto de Humanidades (Madrid).

Entre sus más de 50 obras se cuentan Historia de la filosofía, Ortega y la idea de la razón vital, El existencialismo en España, La España real, La devolución de España, El oficio del pensamiento, Justicia social y otras injusticias, Problemas del Cristianismo y Ser español. Por lo que hace a los galardones con que fue distinguido, cabe mencionar el Premio Fastenrath de la Academia Española (1947), el Godó de Periodismo (1976), el León Felipe de Artículos Periodísticos (1978), el Bravo de la Conferencia Episcopal (1988), la Medalla de Oro de la Comunidad de Madrid (1997) y el Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades (1996).

 Julián Marías
(conferencia prounciada en Madrid, 1999. Edición:  Ana Lúcia Carvalho Fujikura)

 

Un tema que nos afecta a todos: las edades de la vida. El hombre ha sabido siempre que es temporal; temporal en varios sentidos: en que está en el tiempo, está dentro del tiempo, en que tiene un tiempo limitado, a lo largo de su vida...

Hay dos formas de tiempo que hay que distinguir: hay el tiempo histórico y el tiempo personal, el tiempo biográfico, diríamos. Es evidente que el tiempo es continuo, la continuidad del tiempo es un rasgo esencial, pero la continuidad no excluye la articulación. Hay cosas que son continuas pero tienen una articulación: tomen ustedes el ejemplo más sencillo que es el andar: cuando una persona anda va dando pasos; los pasos no significan una interrupción de la marcha, pero sí su articulación.

El tiempo histórico por supuesto es continuo, pero está articulado en dos sentidos: tiene una articulación menor, que son las generaciones, y una articulación mayor, una especie de macro estructura, que son las épocas. Es decir, la historia transcurre en diferentes épocas, cada una de las cuales representa una forma de vida en un nivel histórico y hay además – dentro de cada época – una articulación en diversas generaciones.

Algo parecido ocurre en la vida: la vida también es continua desde el nacimiento hasta la muerte, pero está articulada, articulada en edades. Y eso ha sido evidente siempre, desde las culturas más antiguas se ha reconocido la pluralidad de edades y se ha tratado, en cierto modo, de definirlas.

Lo que pasa es que ha predominado el punto de vista biológico; se ha visto el problema de la edad como un problema de desarrollo biológico en diferentes fases, que se han llamado de diferentes maneras, desde el nacimiento hasta la vejez y finalmente la muerte. Y esa ha sido la manera habitual de interpretar las edades a lo largo de la historia.

Las edades de la vida

Piensen por ejemplo en la idea de "niño". El niño es una invención relativamente moderna, es decir, no se ha considerado al niño por sí mismo hasta hace no mucho tiempo. Se consideraba al niño como un preadulto; que el niño era una fase previa para llegar a adulto. Se consideraba al niño como algo que todavía no tenía plena realidad. Hay incluso en los famosos Diálogos Latinos de Luis Vives – que son diálogos para aprender latín sobre todo – una escena en que el padre va al maestro, le lleva a su hijo y le dice: "Le traigo esta bestia para que haga de él un hombre". No olviden ustedes el uso coloquial de la palabra “desasnar”: identificaba al niño particularmente con el simpático asno. “Desasnar” era quitar lo de asno que tenía la criatura humana para hacer de él una persona, un hombre, una mujer. Es decir, se consideraba que era algo provisional destinado a convertirse en adulto.

Hace bastantes años se ha empezado a distinguir –especialmente lo han hecho los psicólogos, los biólogos, los educadores– fases en el niño. Ha habido, por ejemplo, tratados de pediatría o de disciplinas próximas sobre el niño hasta los dos años, el niño de dos a cinco años, el niño de cinco a ocho años etc. Se distinguía, diríamos, la variedad dentro de los años llamados “infancia”. Eso ya ha sido un paso dentro de la concepción biológica o psicofísica del niño.

Después se pasaba a la juventud. La juventud estaba definida por el poder, la energía, a veces exuberante... Por ejemplo, una expresión que está en la literatura de largos siglos: se decía “la loca juventud”. Evidentemente, luego esta especie de pasiones e impulsos juveniles se iban serenando y después había la madurez.

La madurez que tenía un rasgo interesante que es su longitud. La madurez es una etapa larga, una edad larga, en la cual se suponía que había estabilidad, frecuentemente una impresión de triunfo, de plenitud... El hombre maduro era, diríamos, el hombre ya logrado, conseguido.

Y luego venía la vejez. La vejez venía pronto. Hoy tenemos la fortuna de vivir mucho más que en cualquier época. Los hombres a los sesenta años hasta hace muy poco tiempo eran viejos o eran muertos, con gran frecuencia. Yo siempre he tenido la impresión de que si ustedes toman un fin del siglo, un año con dos ceros y averigüen cuántas personas habían nacido antes del cuarenta del siglo que terminaba, verán que pocos eran. Eran supervivientes, eran restantes, de generaciones diezmadas por la muerte y los supervivientes estaban, en general, en mal estado.

La palabra correspondiente a la vejez era sobre todo deterioro, biológicamente es deterioro. Recuerden ustedes siempre se encuentran fórmulas extraordinarias en Jorge Manrique: “Las mañas y ligereza / y la fuerza corporal / de juventud, / todo se torna graveza / cuando llega al arrabal / de senectud". Eso dice prodigiosamente Jorge Manrique.

Los antiguos, los griegos y romanos, habían tenido una visión relativamente favorable de la vejez –vejez que era temprana, insisto: si ustedes miran las biografías de los grandes griegos y romanos verán que, en general, duraban poco. Pero escribieron tratados "De Senectute". En ellos se suponía que el anciano, el viejo tenía experiencia – un atributo que no se le negaba: el viejo tenía experiencia. En general, estaba libre de pasiones, tenía serenidad y, por tanto, una cierta autoridad. Por ejemplo, las instituciones llamadas “senados” eran los consejos de viejos, de los senes, los viejos. Ahora los senadores son muy jóvenes, pueden tener cerca de treinta años... ¡han cambiado mucho las cosas! Pero, normalmente los senadores eran los senes, los viejos.

Esta era la visión "normal" del esquema de las edades de la vida durante casi toda la historia. Pero yo creo que esta visión biológica o psicofísica es insuficiente y es inadecuada. Estamos tratando de hablar de filosofía a altura del tiempo y eso quiere decir volver a plantear los problemas desde el nivel de la vida humana, de la vida personal. Y entonces las cosas cambian bastante y vemos que la vida tiene una estructura dramática; la vida es lo que hacemos y lo que nos pasa. Se trata por tanto de un concepto que no es biológico, que no tiene que ver ni con la fortaleza, ni con el deterioro: es el argumento. La vida humana tiene argumento, tiene una estructura proyectiva. Yo creo que este es el punto de vista desde el cual se puede plantear ahora la cuestión de la edad.

Ustedes piensen desde el principio: el niño nace –esto es absolutamente capital– en una familia, nace con personas adultas, sin las cuales simplemente no podría vivir. El niño cuando nace -y durante bastante tiempo- es absolutamente incapaz de vivir por sí mismo.

A mí siempre me conmueve cuando se ve, en la televisión generalmente, un parto de un animal superior –un potrillo, un cordero, lo que sea... Nace e inmediatamente se pone sobre sus patas, se sostiene, busca las tetas de la madre y se pone a mamar, al poco rato está moviéndose, está yendo de un lado a otro; depende ciertamente de la madre, depende sobre todo para la nutrición, pero tiene ya un grado de autonomía considerable – lo cual es una superioridad sobre el hombre, claro. El niño durante meses y meses y quizá un par de años simplemente no puede vivir por sí mismo.

Esto es naturalmente esencial y es gracias a lo cual el hombre es hombre porque el animal es siempre un primero animal, estrena su especie, repite justamente ese modo de ser de la especie a que pertenece. Pero el hombre tiene que estar con los mayores, con la madre y el padre, si posible, y con otras personas mayores, adultas, que le prestan sus recursos para vivir, que le permiten vivir y se pasa un largo tiempo recibiendo de ellos todo: las interpretaciones de las cosas, el uso de los objetos, el comportamiento que debe tener con las cosas, con los juguetes, con el alimento, con el abrigo, con lo peligroso, lo que corta o quema etc.. Vale decir: un repertorio de creencias, de ideas, la lengua...

Es decir: el hombre es fundamentalmente heredero y, por tanto, su vida, con la primera autonomía todavía dentro de la infancia, la tiene poseyendo un enorme tesoro, acumulado, que no tiene naturalmente el animal. De modo que esa limitación, esa menesterosidad del niño, a última hora, es lo que permite que el hombre sea hombre, que sea lo que es.

Pero hay una cosa muy importante: el niño tiene relaciones personales. El proceso de personalización del niño se realiza precisamente en ese trato con los padres, con los hermanos, con otras personas, individualmente como tal, y esto hace que se desarrolle su personalidad, se va constituyendo como persona justamente dentro de un repertorio de formas. Normalmente los niños nacen en una familia compuesta de un hombre y una mujer, a veces de hermanos ya, es decir, tiene los dos modelos de la vida humana, las dos formas de la vida humana: el varón y la mujer. Piensen ustedes lo que significa la situación tan frecuente actualmente, frecuentísima -en algunos países casi mayoritaria-, de los niños que nacen en una familia en que no hay más que un padre, generalmente la madre. Hay a veces hijos de varios padres que no están presentes. Falta justamente la presencia, la vivencia de los dos modos de vida humana, de los cuales decide naturalmente el niño o la niña el modelo de vida que puede desarrollar y que puede seguir. Eso tiene una importancia extraordinaria. Hay muchos fenómenos que son recientes y, por tanto, no sabemos bien que van a tener como consecuencias cuando haya millones de hombres y mujeres de veinte años, que sean creados con un sólo padre – más frecuentemente con la madre. A mí me preocupa mucho.

Hay otro problema: los niños antes tenían un largo período de convivencia en el seno familiar y, por tanto, con otros niños en la calle... y tenían relaciones estrictamente personales. Actualmente van desde muy pronto, casi desde que nacen, pero, en general, desde los dos años – antes se iba a la escuela a los cinco, seis años –, a una institución, a una guardería, a un kindergarten, o como se quiera llamar, desde muy pronto. Es decir, pasan a la vida colectiva, a las formas de la vida colectiva. Entran en instituciones que pueden ser excelentes, pero en la escuela hay normas, hay una cierta impersonalidad, hay una abstracción, hay ciertos principios no individuales, que no son el trato personal y el trato individual.

Esto tiene sus ventajas pero ¿qué pasa con el proceso de personalización? No se piensa en ello. Yo apenas he visto ni sombra de preocupación por eso y me pregunto: ¿Cuándo tengan veinte años cómo van a ser? Quizá mejores, de otra manera.

En las fases ya más avanzadas de la niñez, cuando se entraba en la escuela, donde los procedimientos eran múltiples: tener a los niños sujetos a una disciplina rigurosa, a veces dura, al trabajo, a una exigencia de esfuerzo... pero hoy se ha pasado ya a otras formas muy distintas y los resultados son bastante problemáticos. Hay una variación muy considerable.

Y hay un momento en que los niños dejan de ser niños: pasan a la juventud. La “loca juventud” es una expresión que ya no se usa. Pero se usaba porque el joven lo que hace es desprenderse de lo que podríamos designar la “placenta familiar”; siente una cierta necesidad de independencia de ese núcleo familiar en el cual se ha formado, en cierto modo de la escuela – o sus equivalentes –; tiene una especie de “declaración de independencia”. Esto es característico.

Pero esa independencia es ilusoria porque lo que hace es desprenderse de esas unidades en las cuales estaba inserto para pasar a insertarse en el grupo juvenil – que es mucho más absorbente, mucho más homogeneizador, más imperioso que la familia o la escuela, incomparablemente más.

Hace muchos años me recuerdo que escribí un artículo, comentando una película, y yo decía que el adolescente, cuando llegaba a casa, hacía simultáneamente tres operaciones: poner un disco, abrir la nevera y llamar por teléfono a los chicos de los cuales acababa de separarse. Esta era la operación ejecutada por todos los adolescentes al llegar a casa, con una destreza que suponía varios brazos y manos...

Fíjense ustedes, por ejemplo, en la homogeneidad de los jóvenes "juveniles", de los jóvenes que adhieren al yugo juvenil: la manera de vestir... había una especie de anarquía al vestirse -"la corbata es burguesa..."-, ¿se dice que uno se vista de cualquier manera...? ¿cómo uno quiere...? No. No es igual llevar corbata o no llevarla: es que no se puede llevar. Es casi como un uniforme, es que en las comunas, en los hippies etc. se lleva uniforme, uniforme de hippie, que es tan uniforme como lo de la Guardia Civil: es tan uniforme y quizá más riguroso.

Hay todo un sistema de exigencias, de modos de conducta. Ustedes piensen en el hecho de la frecuencia extraordinaria de lo que se llama bandas juveniles: el joven, en general, en un número muy alto deja de funcionar por sí mismo, individualmente, funciona como "hay que funcionar": este es un hecho sumamente curioso.

La juventud tiene un enorme número de rasgos importantes como, por ejemplo, el descubrimiento del otro sexo – esto se produce en la juventud. Él vive el descubrimiento del otro sexo; no del sexo, es decir, yo tengo la impresión de que la pan sexualidad que está actuando y dominando el mundo actual justamente está disminuyendo enormemente la importancia del otro sexo para cada uno.

Es evidente que durante mucho tiempo los jóvenes y las chicas han pensado en el otro sexo incomparablemente más que ahora y ha tenido una importancia incomparablemente mayor. Eso se puede estudiar con todo detalle a lo largo de la cultura de siglos o hasta milenios. Se ha distendido enormemente el interés que tiene el varón por la mujer y la mujer por el varón, indiscutiblemente. Lo cual yo creo es una pérdida difícilmente reparable, esto por supuesto.

Por otra parte, en la juventud se produce el conocimiento del mundo; es la primera vez que uno se da cuenta de que está en una cierta fecha histórica, en un cierto momento histórico. El niño vive en un tiempo que no es propiamente histórico, pero el joven ya, sí. La juventud consiste en estar en un cierto momento, empezando a comprender cómo es el mundo históricamente y, por tanto, socialmente.

Esa exploración, ese conocimiento acontece en la juventud. Entonces empieza a tener proyectos circunstanciales; proyectos que tienen que ver con sus gustos, con sus vocaciones – si la tiene o la va descubriendo –, pero también con la situación existente, con el mundo en que vive. Y esto es lo que caracteriza a la juventud. Con un horizonte ilimitado, el joven puede ser todo, precisamente porque no es nada todavía o muy poco. Se le ofrece por tanto un horizonte de posibilidades enorme, amplísimo, entre las cuales irá eligiendo, irá experimentando limitaciones concretas de posibilidades, irá realizando algunas de ellas, otras no, hasta que haya un momento en que se inicia, lo que llamamos, la madurez. Insisto en que la madurez es una edad larga...

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