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Afrontar la muerte

  • Una vida que ignora que va a morir, que elige no saberlo, que aparta su atención y su mirada, que se cree sin límites, sin tope alguno, y se imagina poder continuar indefinidamente, ya no es una vida humana.
  • Platón decía que aprendiendo a morir se aprende a vivir mejor. Para poder morir bien, hay que vivir bien.

 

El máximo enigma de la vida humana es la muerte. El miedo a la muerte es un fenómeno universal. Está presente en todas las culturas. Todos sabemos que somos seres temporales. Somos conscientes de que algún día llegará nuestra despedida de la vida y de las personas que queremos. Tememos a perder todo lo que nos da la vida y no poder seguir siendo partícipes de ello. De todas las separaciones, ésta es la más temida.

Nuestra época carece, más que ninguna otra, de familiaridad con la muerte. Los individuos continúan muriendo inexorablemente, pero a escondidas, apartados, en el hospital, casi de prisa y corriendo. Casi siempre nos toma por sorpresa, es prematura, inevitable e impredecible. La espera de la muerte, su preparación, la celebración de su llegada, no figuran en el centro de nuestros desvelos. Es como si hubiésemos perdido la noción de que somos mortales. Cuando pensamos en ello, lo hacemos a ratos, de forma indirecta, casi vergonzante. Apartamos ese pensamiento. Nos esforzamos, pese a todo, por retrasar su llegada y por combatir los efectos del tiempo.

El temor a la muerte es frecuente entre una gran parte de la población, aunque las formas de enfrentarse a ella difieren mucho. Algunos tratan de no hablar de ello, pero padecen una angustia latente, otros procuran vencer su temor evocándola sin cesar y preparándola, mientras que los creyentes suelen inclinarse en la fe. Todos pensamos en ella, la vivimos cada día, pero actuamos como si fuésemos eternos, sabiendo bien que no lo somos. La idea de que algún día desapareceremos puede llegar a causarnos un profundo dolor emocional. La idea de morir es un ruido de fondo que nos acompaña a lo largo de la vida y que hay que saber gestionar. A veces, evitamos lidiar con el malestar que nos produce esta realidad, y optamos simplemente por no pensar en ella. Pero llega un momento en el que es necesario plantearse la pregunta: ¿cómo afrontar la muerte?

Desembarazarnos del miedo a morir

Mientras esa es la situación contemporánea, la preocupación por la muerte es una cuestión central para los antiguos. Los griegos llaman a los hombres «los mortales», por oposición a los dioses que no mueren. Entre todos los seres vivos, destinados por tanto a perecer, los hombres son los únicos que tienen conciencia de que su fin llegará un día. Los únicos que anticipan su desaparición y que se interrogan sobre lo que ocurrirá después.

Contrariamente a nosotros, los griegos y los romanos consideran que el miedo a la muerte es el primer terror que hay que conjurar. Todas las escuelas de sabiduría se esfuerzan por dominarlo. Deshacerse de ese pánico equivale a vivir serenamente, puesto que se ha eliminado el obstáculo principal que nos lo impide. Según Epicuro no debemos temer a la muerte puesto que la muerte no es nada, que solo es una privación definitiva de sensaciones. De esa ausencia completa no tenemos, en rigor, nada que temer. Hay que desembarazarse de ese miedo puesto que la destrucción de los órganos de los sentidos provoca la pérdida de toda sensación, porque, por definición, no sentiremos nada.

El momento de morir

Si la muerte no es nada, el momento de morir, en cambio, sí es importante. Ese momento de la muerte, a ojos de los antiguos, nos descubre de qué está hecha una vida. Es el instante capaz de revelar, sin escapatoria posible, qué tipo de individuo somos. De ahí el interés de los antiguos, que nosotros hemos perdido totalmente, por la forma de morir, por las últimas palabras que se pronuncian, por la actitud de cada uno durante su agonía. Para los hombres de la Antigüedad, es un momento verdaderamente crucial y revelador: el momento de la muerte, para el cual uno se ha estado preparando, permite demostrar lo que se es, de forma que los demás comprendan con quién han tenido tratos. Por eso, los antiguos prestan tanta atención a la muerte de los sabios y los filósofos.

Por ejemplo a Sócrates, con su muerte forzosamente ejemplar y forzosamente sublime. Respetando las leyes en las que se ha criado, acepta la injusta condena a muerte pronunciada contra él por el pueblo de Atenas en asamblea. Se niega a evadirse, cuando era habitual que un condenado a muerte, especialmente por razones políticas, escapara antes de la ejecución de la sentencia y viviera en el exilio el resto de sus días. Sócrates rechaza esa solución que le proponen sus discípulos. Como ya hemos dicho, ingerirá la cicuta, un veneno que paraliza lentamente. El frío invade su cuerpo, que se va entumeciendo. El proceso dura varias horas. Sócrates es obligado a tomar varias dosis sucesivas y, durante ese tiempo (tema que ha inspirado numerosos cuadros clásicos), consuela a sus discípulos y les da algunas lecciones de filosofía, de sabiduría, de civismo y de grandeza humana. Parece pues, que ilustra a la perfección la fórmula que Platón le atribuye en el Fedro: «Filosofar es aprender a morir». Se trata de «prepararse para», de «preocuparse de». Melete thanaton designa la preocupación, el cuidado (melete) dedicado a la muerte (thanatos). Ese aprendizaje puede entenderse de dos maneras. En la primera, los filósofos «aprenden a morir» en el sentido de que se desvinculan progresivamente de los bienes de este mundo, se niegan a aferrarse a la vida y no se sumergen en los deseos, los placeres y las sensaciones. Platón atribuye a los filósofos ese rechazo de la vida, y, concretamente, lo aplica a Sócrates en muchos pasajes del Fedro. En otro sentido, se trata de pensar en la muerte, de vivir con esa preocupación, de no perder de vista el hecho de que uno va a morir. Este cuidado no significa la conciencia del carácter finito de nuestra existencia, la meditación aplicada a nuestra finitud, las consecuencias que se pueden sacar para la conducta cotidiana, de cada hora, de cada día, nos liberarán de esa angustia.

Seguramente nosotros, que estamos tan lejos de todo ello, no somos capaces hoy de recuperar realmente la amplitud y la profundidad de esa preocupación liberadora. Una vida que ignora que va a morir, que elige no saberlo, que aparta su atención y su mirada, que se cree sin límites, sin tope alguno, y se imagina poder continuar indefinidamente, ya no es una vida humana.

Prepararse para morir

Es importante tener una educación para fallecer con dignidad, paz y sin dolor. Platón decía que aprendiendo a morir se aprende a vivir mejor. Para poder morir bien, hay que vivir bien.

Ante la perspectiva de morir surgen preguntas acerca del origen y el significado de la vida y las razones por las cuales se sufre y se muere. No hay respuestas fáciles a estas preguntas existenciales. Prepararse para morir significa a menudo terminar el trabajo de toda la vida, dejar bien arreglados los asuntos con la familia y amigos, y hacer las paces con lo inevitable.

La aceptación: aceptar cómo hemos vivido

Cuando recibimos el anuncio de que nuestra vida se acaba, podemos abandonarnos al derrumbe o tratar de hallar cierta paz en la despedida. Para muchas personas es un periodo de acceso a una nueva comprensión de su vida y a un crecimiento personal.

Hay varias maneras de hacer que el impacto negativo del fin de la vida quede amortiguado, y todas ellas pasan por la aceptación. Aceptar y agradecer lo que ha sido nuestra existencia y tratar de cerrar temas pendientes con las personas queridas puede reconciliarnos con nosotros mismos. Estar bien con uno mismo es aceptar cómo hemos vivido hasta ahora, sean cuales sean las experiencias que hayamos tenido. Alegrarnos y sentirnos orgullosos de lo que hemos hecho y conseguido, tanto a nivel psicológico como material. Y, sobre todo, no lamentar lo que no hayamos conseguido. Cada cosa, positiva o menos positiva, nos ha ayudado a ser quienes somos: ese ser único e irrepetible que siempre, y de muchos modos, ha enriquecido la vida de quienes le rodean, aunque, a veces, haya sido a través del sufrimiento. Porque, aunque nos resulte difícil de creer, incluso los momentos poco positivos han ayudado de alguna manera tanto a quienes han recibido nuestros desaires como a nosotros mismos.

Para evitar ese temor a la muerte o, al menos aminorarlo, el médico y psicólogo francés Gilbert Lagrue propone como estrategia aumentar la autoestima. Una suerte de desensibilización que permite llegar a la aceptación. “Todos estamos condenados, hay que ir siempre a lo esencial, vivir plenamente el instante presente y no malgastarlo reaccionando con excesiva vehemencia a las espinas de la vida. Hay que pensar que lo más importante en la vida es no conceder importancia a las cosas que no la tienen, o que en todo caso no revestirán ninguna gravedad unos meses o unos años más tarde”, apunta.

Para Lagrue, actuar así es lo que nos aportará una mayor satisfacción personal y nos permitirá tomar la distancia necesaria para hacer lo que se crea justo y útil, aunque reconoce que, sobre todo al principio, es más fácil de decir que de hacer. Cada uno actúa según su personalidad, pero también según su pasado, por lo que se entremezclan elementos innatos y adquiridos a lo largo de la vida.

El valioso aprendizaje de la serenidad

El mejor remedio para evitar la neurosis de la muerte es precisamente la serenidad. Es decir, una introspección mediante la que se alcanza la distancia necesaria sobre la muerte y los pensamientos asociados a ella. Aunque suene contradictorio, para Lagrue es más eficaz tener una idea real de la muerte que huir de ella. Tratar de ser felices por el hecho de vivir es una actitud que, por sí misma, debería permitirnos aceptar la muerte.

La serenidad es la clave, según el médico francés, para reconocer que la muerte es inevitable porque forma parte de la evolución biológica, lo que nos alejaría de la angustia y el sufrimiento. Bien es cierto que para un reconocido materialista, como es el caso de este autor, la espiritualidad religiosa y la creencia en la vida después de la muerte no tienen cabida en sus estrategias para alejarse del temor provocado por la idea de la muerte. Sin embargo, apunta que tanto para los creyentes como para los agnósticos o ateos, “lo esencial es la vida que elegimos, en la que se debe cultivar la alegría, apreciar el momento presente, no lamentar el pasado y saber conservar la libertad interior”.

Numerosos estudios psicológicos han demostrado que el aprendizaje de la serenidad es posible y que ésta constituye un elemento que contribuye a la buena salud física y mental. En el torbellino de la vida, “es indispensable reservarse un tiempo para uno mismo, para la reflexión o la meditación”, sentencia Lagrue. 

Fuente: Elaboración a partir de Roger-Pol DROIT: Vivir Hoy + otros

Ver también: Ante el enigma de la muerte


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