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La muerte en cruz de Jesús

Muchos críticos de Jesús pensaron que debían defender a Dios contra las pretensiones del blasfemo Jesús.

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La muerte en cruz de Jesús

El mensaje de Dios y la pretensión de plenipotenciario (de Dios) de Jesús como motivos del conflicto a muerte

Muchos críticos de Jesús pensaron que debían defender a Dios contra las pretensiones del blasfemo Jesús.

Con su mensaje acerca de Dios y su conducta en consonancia con el mismo, Jesús entró en conflicto con los círculos dirigentes de su pueblo. Sus relaciones con los marginados y su inobservancia de las prescripciones sobre la pureza legal y el sábado resultaron escandalosas. Pero el escándalo decisivo que Jesús provocó no estuvo propiamente en su personal manera de actuar sino en la pretensión de actuar en nombre y en lugar de Dios. Más aún, Jesús no sólo se dirigió en nombre de Dios a los marginados por su propio fracaso, sino que, además, denegó a quienes se habían acreditado cual fieles cumplidores de la Ley el derecho a presentar como voluntad de Dios la frontera que ellos habían trazado entre justos y pecadores. El hecho de que -por encima de todas las fronteras contra la impureza- proclamase el amor paterno e incondicional de Dios y su disposición al perdón de todos, fue algo que los mezquinos guardianes de la doctrina oficial pudieron entender como un ataque a los fundamentos de la fe y como una traición a la santa causa de Israel. «Sin duda, muchos críticos de Jesús pensaron que debían defender a Dios contra Jesús».

El conflicto se agudizó cuando Jesús pasó de Galilea a Jerusalén y empezó a vérselas directamente con los saduceos y los grandes sacerdotes que allí dominaban. Tuvieron a Jesús por un peligro para el ordenamiento cultual y político. La ocasión directa para su actuación contra Jesús, que respondía a motivos (religioso-)políticos podría haber sido una acción simbólica de Jesús en el templo, junto con un dicho profético sobre la destrucción del templo. Eso constituía una provocación; podría presentarse como una falsa profecía y como una blasfemia contra Dios, por lo que llevaba aneja la pena de muerte por lapidación. Las pretensiones mesiánicas no constituían desde el punto de vista judío un crimen digno de muerte, a diferencia de las «blasfemias» contra el templo y la Torá1.

Mas, como una acusación religiosa difícilmente podía esperarse que prosperase ante el gobernador romano, habría que presentarlo a los ojos de Pilatos como uno de los pretendientes mesiánicos que por entonces se alzaban de continuo, así los romanos, que constituían el verdadero poder político, lo considerarían sospechoso de sublevación. Y con los sediciosos los romanos no perdían tiempo en largos procesos.

Dado el rechazo tajante por parte de las autoridades jerosolimitanas, Jesús debió de contar con la posibilidad de una muerte violenta. Tal posibilidad podría haberse convertido para él en una certeza inevitable en los últimos días. En la expectativa de su muerte Jesús mantuvo la validez de su mensaje y expresó la certeza de que su muerte no podía detener la llegada del reinado de Dios. Jesús debió convencerse de que tenía que recorrer ese camino hasta el final. Todo lo demás lo confiará Jesús al «Padre». El modo de la realización del reinado salvífico de Dios, en favor del cual se compromete yendo al encuentro de la muerte, estaba en las manos de Dios.

La ejecución en cruz como crisis suprema

Jesús no sufrió la pena judía contra la blasfemia, que era la lapidación. Fue crucificado por el poder romano de ocupación. Jesús fue condenado a muerte por el gobernador romano. Los romanos condenaron a muerte a Jesús como pretendiente mesiánico político. Según el derecho judío, la pretensión de ser el mesías no constituía un crimen merecedor de la pena capital.

La crucifixión se reservaba para los esclavos y los insurrectos (nunca para los ciudadanos romanos). Y estaba considerado como la pena capital más cruel y oprobiosa. El derecho penal judío conocía la pena de «colgar de un leño (un palo)» como castigo adicional de idólatras o blasfemos contra Dios tras haberles aplicado la pena de lapidación o decapitación. Con ello se presentaba públicamente al ejecutado como maldecido por Dios: «el colgado de un árbol es una maldición de Yahveh». Así, un crucificado era tenido a la vez por un maldito de Dios. Esta forma concreta de condena a muerte de cruz no pudo Jesús preverla por el curso normal de las cosas. El camino de la cruz y la crucifixión -entendidos como signos del abandono y de la maldición de Dios-, ¿no pudieron empujar al propio Jesús a una crisis inesperada y suprema? Ese conflicto supremo y angustiosísimo de Jesús, provocado por la ejecución en cruz, no podía solucionarse, de no solucionarlo el mismo Dios, al que Jesús se aferró en su agonía y al que se confió por entero.

La crucifixión de Jesús hundió a los discípulos en una crisis suprema

A los ojos de la opinión pública judía Jesús había quedado desenmascarado como falso emisario de Dios. Esto debió de golpear a los discípulos, que huyeron a refugiarse en su rincón galileo.  Sólo permaneció en Jerusalén un grupo de mujeres, a las que se unieron algunos simpatizantes. Un hombre ajeno al grupo de los doce hubo de asumir el piadoso deber de la inhumación. El final vergonzoso de Jesús significó para los discípulos una catástrofe que difícilmente podría calibrarse: su fe y sus esperanzas, suscitadas por Jesús, se derrumbaron por completo.

La fe de los discípulos no pudo mantenerse ni restablecerse sin más. A ello se oponía un impedimento fundamental (y no sólo la concepción por entonces dominante de la crucifixión como maldición divina):

si aquel que había vinculado la llegada del Dios que salva incondicionalmente con su propia aparición pública estaba ahora muerto y aniquilado, ¿no quería decir que todo su mensaje quedaba anulado como un error, que estaba destruida la posibilidad de la fe en el Dios por él proclamado y que había terminado la comunidad de discípulos de Jesús como mensajero definitivo y escatológico de Dios?

Poco tiempo después de la ejecución de Jesús en la cruz los discípulos que habían desaparecido y se habían refugiado en Galilea, están de nuevo sorprendentemente en Jerusalén (que no dejaba de representar para ellos un peligro) y se reúnen para formar la primera comunidad. Ese cambio inesperado está en conexión con el mensaje de que Dios había resucitado de la muerte a Jesús crucificado.

H. KESSLER: El testimonio neotestamentario sobre la resurrección de Jesús, en Manual de cristología.

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Ver también:

La cosmovisión hebrea como horizonte de comprensión de Jesús y el cristianismo

La muerte de Jesús de Nazaret (según J.J. ROUSSEAU)

La muerte de Jesús de Nazaret (según K. JASPERS)


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