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El cerebro que cura

Nuestro cerebro puede curarnos.

Cómo el cerebro puede ayudarnos a sanar.

Si quieres estar sano, la primera diana debe ser tu salud cerebral. Si quieres salud, atiende a tu alma primero.

¿Cuál es el estado mental de nuestra sociedad? ¿Cuál la salud mental de nuestros ciudadanos? ¿Cuál el equilibrio o desequilibrio psicológico de nuestros contemporáneos? «El cerebro» que cura», una obra colectiva de Á. Pascual-Leone, Á. Fernández Ibáñez, D. Bartrés-Faz, investigadores en diversos organismos internacionales de la relación entre cerebro y salud. Para sobreponernos a la vulnerabilidad y la incertidumbre crecientes y afrontar positivamente la vida y el futuro necesitamos una buena salud mental y corporal. Para lograrlo lo más importante es tener un cerebro sano. Este libro trata de cómo el cerebro puede ayudarnos a sanar. Analiza algunos factores que nos ayudan a vivir una vida sana y feliz. Con un lenguaje sencillo y claro nos ayuda a descubrir la importancia de cuidar y cultivar nuestro cerebro y nuestra mente. A continuación, ofrecemos un pequeño extracto de su introducción.

Á. Pascual-Leone, Á. Fernández Ibáñez, D. Bartrés-Faz
Investigadores en diversos campos del cerebro y el comportamiento humano

Introducción

¿De qué va este libro? Todos ansiamos tener una vida plena y feliz. Para tenerla es importante estar sano y, para lograr esto, lo más importante es tener un cerebro sano. Con este breve libro queremos ayudarte a que tu cerebro esté lo más sano posible a lo largo de toda tu vida y, gracias a eso, a que tengas buena salud y puedas disfrutar de ello.

Soy Álvaro Pascual-Leone, catedrático de neurología en la Escuela de Medicina de Harvard, en Boston, Massachusetts, en los Estados Unidos de América. Dirijo un centro de investigación, el Centro Berenson-Allen de Estimulación Cerebral, y la División de Neurología del Comportamiento en el Centro Médico Beth Israel Deaconess. Mi trabajo de investigación se centra en estudiar los mecanismos de plasticidad cerebral —la propiedad intrínseca del cerebro que hace que cambie en respuesta a toda experiencia, influencia, pensamiento, sentimiento, insulto o lesión—. Como médico, busco traducir en intervenciones y tratamientos lo que vamos aprendiendo sobre los mecanismos que controlan la plasticidad cerebral a lo largo de la vida para beneficiar a aquellos afectados por enfermedades, prevenir el riesgo de trastornos cognitivos, reducir el impacto de la demencia y las enfermedades neurodegenerativas, minimizar el daño de los trastornos del desarrollo y promover el mantenimiento de las capacidades de un cerebro vibrante a lo largo de toda la vida.

Hoy en día está de moda hacer ejercicio, y mucha gente sale regularmente a correr. Mi mujer disfruta corriendo. A mí no me gusta, pero voy al gimnasio casi todos los días y hago bicicleta, levanto pesas e incluso corro varias veces por semana. La gente dice que tenemos que ser más activos, que debemos movernos más. Muchos aseguran que, si lo hacemos, podremos reducir la pérdida de memoria que parece acecharnos con la vejez y disminuir el riesgo de demencia. Algunos creen que hacer ejercicio físico no solo ayuda a mejorar nuestra salud, sino que también nos ayuda a pensar mejor e incluso puede hacernos más listos. No sé, a mí correr me cansa y no parece hacerme más listo, pero desde luego me encuentro mejor cuando voy al gimnasio por la mañana y lo echo en falta cuando no lo hago.

En cualquier caso, la idea no es nueva. La idea es tener un cuerpo sano da lugar a una mente sana según la famosa sentencia del poeta romano Décimo Junio Juvenal (60-128), quien, a finales del siglo I, en una de sus sátiras, escribía: «Anima sana in corpore sano.» Esta frase venía a predecir lo que ahora conocemos gracias a los avances científicos: tener un corazón sano, unos músculos sanos y un metabolismo que funciona correctamente no solo beneficia al cuerpo, sino también al alma, al entendimiento, al cerebro. Juvenal tenía razón, pero nos hemos pasado veinte siglos mirando en una sola dirección, del cuerpo hacia la mente, y, sin embargo, hoy sabemos que la dirección inversa, desde la mente hacia el cuerpo, también es correcta. Ese es el tema de «El cerebro que cura»: cómo una mente sana puede dar lugar a un cuerpo sano. Si quieres estar sano, la primera diana debe ser tu salud cerebral. No esperes que tu mente sane por tener un cuerpo sano. Si quieres salud, atiende a tu alma primero.

«El cerebro que cura» trata de explicar por qué esto es así y discute las posibilidades que nos abre esta constatación. Cuando hacemos ejercicio, cuando yo me pongo mis zapatillas y salgo a correr (incluso si me limito a correr veinte minutos cada día o a caminar rápidamente quince minutos), este ejercicio continuado y mantenido tiene consecuencias, y una de ellas es que la actividad en ciertas áreas de mi cerebro se estructura mejor, que partes de mi cerebro literalmente crecen y que, al fin y al cabo, quizás estoy haciendo un ejercicio cuyo mayor beneficio no es que mi corazón sea más fuerte, sino que mi cerebro esté más sano y pueda encargarse mejor de atender a las necesidades del resto de mis órganos internos.

«El cerebro cura», significa que del mismo modo que salgo a correr por las mañanas para mantener mi cuerpo en la mejor forma posible y beneficiar a mi cerebro, hacer el equivalente de «correr» con mi cerebro quizás me permitiría ayudar aún más a que mi cuerpo esté sano.

En las últimas décadas hemos empezado a entender qué significa eso de «hacer el equivalente a correr» con el cerebro. Por ejemplo, estudios en personas que tienen el hábito de meditar muestran que la meditación promueve la actividad de las áreas cerebrales que monitorizan y modulan la función de los órganos internos. Los resultados de algunos estudios epidemiológicos indican que estas personas tienden a tener mejor salud. Sin embargo, al interpretar estos hallazgos hay que tener en cuenta que, a menudo, se trata de personas que también se cuidan más, viven una vida más saludable, tienen menos estrés y controlan mejor su ritmo de sueño y vigilia. Ahora bien, a la postre, parece que cierto patrón de actividad cerebral promueve la salud, nos permite resistir mejor las enfermedades y puede incluso permitirnos vivir más.

En este libro quiero contar lo que estamos aprendiendo sobre el apasionante mundo del cerebro y su efecto sobre nuestra salud general, qué es lo que cada uno de nosotros puede hacer al respecto y por qué motivo esto es ahora quizá más importante que nunca para la humanidad. Ni el alma más bondadosa puede aplacar todas las embestidas del cuerpo. Sin embargo, podemos hacer mucho por tener cuerpo, mente y alma en forma. Este libro trata sobre cómo el cerebro puede ayudarnos a sanar.

Nuestras relaciones más cercanas tienen una poderosísima influencia sobre nuestra salud.

Estudios para llegar a entender qué factores nos ayudan a vivir una vida sana y feliz, destacan que uno de los hallazgos más importantes es que nuestras relaciones más cercanas tienen una poderosísima influencia sobre nuestra salud. Aquellos que estaban más satisfechos con sus relaciones personales a los cincuenta años son los más sanos a los ochenta. Además, aquellos que mantienen un matrimonio estable a los ochenta sufren menos por sus enfermedades y tienen menos dolor físico. Las relaciones cercanas son más importantes para la felicidad y para la salud que la riqueza o la fama y tienen un valor predictivo mayor sobre la salud que la clase social, la inteligencia o los genes. Los solitarios, los que no se sienten apoyados y arropados por sus parejas, familias y amigos, sufren más y se mueren más pronto. La soledad es más peligrosa para la salud que el alcoholismo o fumar. La soledad mata. Atender a nuestro cuerpo —como decía Juvenal— es importante, pero atender a nuestras relaciones lo es más aún. Si quieres cuidar de tu salud, cuida tus relaciones con tu pareja, con tus hijos, con tus familiares y amigos.

La razón de ser

Ikigai viene a significar la verdadera razón de nuestra existencia, aquello que nos ayuda a levantarnos por la mañana y nos da aliento y energía para continuar a pesar de las adversidades de la vida, el propósito de nuestra existencia.

Los japoneses tienen una palabra para la «razón de ser»: ikigai. Y tener un ikigai es importante para la salud. Japón es uno de los países del mundo donde la gente vive más años. Y quizá el ikigai tenga algo que ver con ello. Ikigai proviene de la palabra ikiru, que significa «vivir», y de la palabra kai, que significa algo así como «la realización de aquello que uno espera». Además, la palabra kai significa «concha», y las conchas se consideraban mágicas y valiosas en el periodo Heian, el último del clasicismo japonés, entre los años 794 y 1185. Esta doble acepción añade el significado de «valor o tesoro de la vida». O sea, ikigai viene a significar la verdadera razón de nuestra existencia, aquello que nos ayuda a levantarnos por la mañana y nos da aliento y energía para continuar a pesar de las adversidades de la vida, el propósito de nuestra existencia. El ikigai no tiene por qué ser algo fijo o inmutable a lo largo de la vida. El ikigai de cada uno de nosotros puede cambiar, y puede ser una o varias personas —mis hijos—, o una labor profesional —mi labor investigadora—, o la dedicación generosa a los demás —mi servicio médico y educativo—, o una creencia espiritual o religiosa. No tiene por qué ser algo grandioso, pero, en cualquier caso, es algo que lo trasciende a uno, que va más allá de la propia existencia. La felicidad futura de mis hijos y de los hijos de mis hijos es mi ikigai.

Estudios en la isla japonesa de Okinawa, una de las regiones del mundo con mayor expectativa de vida y con una población inusualmente numerosa de personas de más de cien años, confirman que el ikigai es un concepto crucial en la cultura. Tener un ikigai bien definido y una red social de relaciones estrechas —lo que en Okinawa llaman moai— son los factores más importantes para predecir esa longevidad y la salud en edad avanzada. Si tú, lector, no tienes un ikigai definido, ¡invéntalo! Y si no careces de un moai —de amigos y colaboradores, ¡establece y cuida esas relaciones!

La segunda parte del libro busca ofrecer consejos prácticos para promover la salud cerebral, consejos basados en evidencia científica. Se trata de descubrir nuevos descubrimientos científicos y nuevas tecnologías para identificar oportunidades de mejora durante toda la vida, teniendo en cuenta que el cerebro humano es nuestro recurso más valioso y más preciado.  Se trata de  descubrir qué podemos hacer cada uno de nosotros para promover nuestra salud cerebral a lo largo de toda nuestra vida. Al final, todos somos hechura de todos, y el estado de salud de nuestro cerebro depende de esas gentes que nos rodean.

Si quieres tener buena salud, cuida tu cuerpo —por ejemplo, come y duerme adecuadamente, evita tóxicos y ve al médico regularmente—, haz ejercicio físico, ejercita tu cerebro con nuevos retos, presta atención a tus relaciones para mantenerlas cercanas y entrañables, evita la soledad y define y persigue una aspiración o propósito vital. Concretando: si quieres tener salud y bienestar, cuida tu cerebro, porque tu cerebro te cura. Ese es el tema de este libro, y de nuestras vidas.

Se ha ha podido observar en muchas ocasiones que médicos, científicos, empresarios y personas en general con un alto nivel cognitivo que, no obstante, presentaban altos grados de atrofia en sus cerebros. La literatura científica nos habla de la educación como aspecto protector que explica estas discrepancias. Y, a pesar de ello, hay personas de edad avanzada que, sin tener ningún tipo de educación formal, son extremadamente listas y mantienen un grado de adaptación a su medio laboral, social y familiar excepcional. ¿Qué es lo que ha promovido el mantenimiento de la salud cerebral en ellas? Hay personas «resilientes», que logran mantener su capacidad cerebral y emocional óptima y orientar su comportamiento hacia lo que realmente les importa — tienen un ikigai bien definido—, a pesar de las circunstancias, a veces negativas.

Los aspectos vinculados a la maduración cerebral, así como aquellos relacionados con la personalidad o con el temperamento, tienen una alta relevancia. Probablemente esto sea cierto, pero ¿cómo interactúan esos factores con los estilos de vida para dar lugar a desenlaces favorables para el individuo? Caracterizar los estilos de vida, la estructura psicológica y los sustratos biológicos cerebrales en un grupo grande de población puede arrojar un conocimiento extremadamente rico y del que todavía no disponemos. Hay estudios en marcha que buscan definir con mayor precisión esos factores y convertirlos en prescripciones personalizables para promover la salud de cada uno de nosotros, prevenir enfermedades cerebrales y minimizar su impacto y la discapacidad que pueden causar.

Fuente: Á. Pascual-Leone, Á. Fernández Ibáñez, D. Bartrés-Faz: El cerebro que cura

Ver también:

El cerebro humano y la emergencia de la mente

La sección: El cervell humà


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