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Carl Rogers : «ESCUCHAR»

Escuchar: OIR o IR al fondo de las personas.

CARL ROGERS ha sido uno de los grandes psicólogos contemporáneos. Su experiencia vital y sus contribuciones a la Psicología Humanista (más allá de los laberintos del psicoanálisis y del reduccionismo de la psicología oficial) aparecen recogidas en la última gran obra que escribió, de la cual ofrecemos a continuación un sugerente fragmento. Rogers anima a que escuchemos lo que, por debajo de las conversaciones cotidianas, nos intentan comunicar nuestros semejantes. Escuchar, OIR o IR al fondo de las personas.

Creo que sé por que me satisface tanto oír a alguien. Cuando realmente logro escuchar a alguien, eso me pone en comunicación con él, enriquece mi vida. Ha sido escuchando a la gente como he aprendido todo lo que sé acerca del individuo, de la personalidad, y de las relaciones personales. Existe otra satisfacción peculiar en el hecho de oír realmente a alguien: es como escuchar la música de las esferas, ya que más allá del mensaje inmediato de la persona, sea cual sea éste, está lo universal. Ocultas en todos las comunicaciones personales que realmente oigo parecen haber ordenadas leyes psicológicas, aspectos del mismo orden que podemos hallar en todo el universo. Por consiguiente, existe al mismo tiempo la satisfacción de oír a la persona y la de sentirse en contacto con lo que es universalmente verdadero.

Cuando digo que me gusta escuchar a alguien, me refiero, per supuesto, a oirle en profundidad. Me refiero a escuchar las palabras, los pensamientos, los tonos sensoriales, el significado personal, incluso el significado oculto tras la intención consciente del comunicante. Algunas veces también ocurre que, en un mensaje superficialmente de poca importancia, oigo un lamento soterrado y desconocido más allá de la superficie de la persona.

Por tanto he aprendido a preguntarme: ¿logro oír los sonidos y sentir la forma del mundo interno en un interlocutor? ¿Soy capaz de vibrar ante lo que me dice con tal profundidad que siento el significado de lo que le atemoriza y que sin embargo querría comunicar, además de lo que le es conocido?

Pienso, per ejemplo, en una entrevista que tuve con un adolescente. Desde el principio me dijo, como muchos de su edad, que no tenía meta alguna. Cuando le pregunté sobre este aspecto, insistió con mayor ardor que no tenía ningún tipo de meta, ni siquiera una. “No hay algo que desees hacer?», le pregunté. <<Nada... Bueno, si, seguir viviendo>>. Recuerdo claramente cómo me sentí en aquel momento. Aquella frase me hizo vibrar intensamente. Podía estar diciéndome simplemente que, al igual que todos los demás, quería vivir. Por otra parte, puede que me estuviera diciendo, lo cual parecía definitivamente posible, que en algún momento la cuestión de si seguir viviendo o no había sido para él una alternativa perfectamente real. Procuré vibrar pues con él a todos los niveles. No sabia con certeza cual era el mensaje. Simplemente quería mantenerme abierto a cualquier significado que su manifestación pudiera tener, incluida la posibilidad de que en algún memento hubiese pensado en suicidarse. El hecho de que yo estuviera dispuesto y capacitado para escucharle a todos los niveles, fue quizá una de las razones que, antes de concluir la entrevista, le permitieron contarme que últimamente había estado a punto de volarse la tapa de los sesos. Este pequeño episodio ilustra lo que me propongo al querer escuchar realmente a alguien, a todos los niveles en los que intente comunicarse.

Permítanme que les ofrezca otro pequeño ejemplo. No hace mucho tiempo, un amigo me llamó por teléfono para hablarme de cierto asunto. Cuando acabamos de hablar, colgué el teléfono. Entonces y solo entonces recibí el impacto de su tono de voz. Comprendí que detrás de la conversaci6n parecía haber un tono de angustia, desaliento, e incluso desesperación, que no tenían nada que ver con el asunto tratado. Me había causado un efecto tan profundo que decidí escribirle más o menos como sigue: <<Puede que me equivoque en lo que voy a decirte, en cuyo caso te ruego arrojes esta carta a la papelera, pero mi impresión después de colgar el teléfono fue la de que sentías verdadera angustia y dolor, quizá incluso auténtica desesperación>>. A continuación procuré hacerle participe de algunos de mis sentimientos hacia él y su situación, con la esperanza de serle útil.

Mandé la carta con ciertas dudas, pensando que tal vez cometía un absurdo error. Recibí su respuesta a vuelta de correo. Estaba profundamente agradecido de que alguien le hubiera oído. Había acertado plenamente al captar su tono de voz y me sentía muy satisfecho de haber sido capaz de escucharle, lo que permitió quo se estableciera una auténtica comunicación. Con mucha frecuencia, como en este caso, las palabras transmiten un mensaje y el tono de voz otro totalmente diferente.

He descubierto que, tanto en las sesiones terapéuticas como en las experiencias intensivas de grupo, que tanto han significado para mí, escuchar trae consecuencias. Cuando escucho realmente en un momento determinado, oyendo no solo las palabras sino a la persona en sí, y cuando le hago saber que he captado su propio significado privado, ocurren muchas cosas. Lo primero es una mirada de agradecimiento. Se siente exonerada. Quiere hablarme de su mundo. Se lanza con una nueva sensación de libertad. Se abre al proceso de cambio.

A menudo he comprobado que cuando más profundamente oigo el significado de la persona, mayor cantidad de cosas ocurren. Casi siempre, cuando se da cuenta de que se le ha oído con profundidad, se le humedecen log ojos. Creo que, en realidad, llora de alegría. Es como si dijera: «Gracias a Dios que alguien me ha oído. Alguien sabe cómo es ser como yo soy». En estas ocasiones he imaginado a un prisionero en una mazmorra, intentando transmitir día a día el siguiente mensaje en morse: «Alguien me oye? ¿Hay alguien ahí? ». Hasta que, per fin, un día recibe una tenue respuesta: « Sí». Simplemente eso le basta para liberarse de su aislamiento, acaba de convertirse de nuevo en un ser humano.

Hay muchísima gente en la actualidad que vive en mazmorras privadas, sin manifestarlo exteriormente en modo alguno, gente a la que hay que escuchar muy atentamente para oír los débiles mensajes que emiten desde su encarcelamiento.          

Cuando logramos oír lo que verdaderamente expresa una persona -más allá de sus gestos y palabras- la liberamos de su aislamiento y enriquecemos su vida y la nuestra.

Carl ROGERS: El ámino del ser. Ed. Kairos. 1987.

Ver también: LA COMUNICACIÓ


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