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PERSIGUIENDO… QUÉ TIPO DE CULTURA?

Cualquier concepto es susceptible de interpretaciones diversas y el predominio sociológico de unas sobre otras  a menudo viene condicionado por los valores e intereses dominantes en cada época. Así mismo, un mismo concepto puede presentar diversas acepciones según la clase social que lo utilice. Así  ocurre, por ejemplo, con el  concepto de “cultura”. “Cultura” es un término polisémico que se presta a múltiples interpretaciones.  Así, se suele hablar de cultura bancaria, enciclopédica, cultura burguesa, popular, libresca, académica, productiva, emancipadora…

La época contemporánea ha sido heredera de una concepción burguesa de la cultura,  bancaria y enciclopédica, transmitida a la población por el sistema de enseñanza  a lo largo del pasado siglo, habiéndose  producido y extendido, no en los círculos ilustrados pero sí entre el gran público,  un angostamiento del rico concepto originario que ha hecho mella en una amplia mayoría de nuestros contemporáneos, que todavía pesa en su imaginario  y que actúa como freno y condiciona  las posibilidades de desarrollo individual y colectivo, concepción reduccionista preocupante que afecta a los amplios horizontes vitales que deberían orientar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

A veces el gran público ve todavía  la educación, la formación y la cultura  como un imperativo social que por fuerza no hay más remedio que adquirir y que como si de una mercancía más se tratara, ( valorada socialmente más por su valor de cambio, por lo que con ella se consigue - meritocracia- que por lo que de cultivo y enriquecimiento personal  pueda suponer) hay que acumular, atesorar, coleccionar a efectos sobre todo de engrosar nuestro curriculum  y a la larga tal vez mejorar nuestro status profesional  e incluso puede que hasta nuestro bolsillo pero que no nos servirá para mucho más, poniendo en evidencia la vacuidad del término que parece que solo es rentable si comporta beneficios materiales y económicos.

A menudo a este reduccionismo restrictivo del concepto ha contribuido el propio sistema educativo que absorto en la ya de por sí ardua tarea instructiva no ha sido capaz de transmitir entre la población de forma clara y diáfana un más alto y fecundo concepto de la misma quedando en el imaginario popular  como algo epidérmico, superficial,  incluso social y estéticamente codiciable, pero de nula o escasa incidencia en el cultivo del propio espíritu en su más amplio sentido, de escasa influencia en el desarrollo del propio proyecto personal.

La UNESCO, en 1982, declaró que la cultura da al hombre la capacidad de reflexionar sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. A través de ella discernimos los valores y efectuamos opciones. A través de ella el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca incansablemente nuevas significaciones, y crea obras que lo trascienden.

Por eso, como antídoto  frente a esa concepción reduccionista de la formación y la cultura sirva el presente artículo de A.  Aguiló que nos ayudará a reflexionar sobre la vacuidad del concepto con que a veces nos manejamos y a recuperar para el mundo de la educación una renovada, provechosa, fértil, productiva concepción de la misma, umbral para el acceso a una práctica educativa más positiva y fecunda.

CULTURA (1)

La vida de un hombre sin cultura es como una llanura desértica. La cultura nos facilita interpretar en clave de verdad la realidad del mundo que nos rodea. Con la cultura podemos despejar un poco de ese misterio que somos cada hombre. La cultura enriquece al hombre, le lleva a profundizar en sus raíces y en su historia. La cultura nos pone sobre la pista de nuestro pasado, nos hace valorar lo que ha sido nuestra andadura sobre la tierra —la nuestra personal y la de toda la historia del hombre—, y nos empuja —si es verdadera cultura— hacia la verdad y, por ella, hacia la libertad.

Pero la cultura de un hombre no se improvisa. Para llegar a tener un pensamiento profundo, unas valoraciones acertadas, unos principios claros, unas referencias ricas, es preciso dedicar a ello mucho tiempo y esfuerzo.

Ser culto, además, no es simplemente saber muchas cosas, sino, más bien, tener una explicación coherente, y en clave de verdad, de lo que es el hombre y el mundo que le rodea. Lo importante no es tener muchos conocimientos, sino que esos conocimientos den una respuesta acertada a los problemas nuestros y de quienes nos rodean. Porque, de lo contrario, ¿de qué nos sirve tener muchos conocimientos, si luego resultan fragmentarios y contradictorios, si desconozco por completo la verdad que pueda haber en ellos? No puede olvidarse que, sin un criterio de verdad, la multiplicidad de conocimientos adquiridos desembocará en una erudición simple y ramplona, pero no en una verdadera cultura. Cultura es todo y sólo aquello que ayuda al ser humano a ser plenamente hombre.

Para ser culto, para ir avanzando en esa lucha por cultivarse cada día un poco más, el hombre ha de tener un proyecto personal mínimamente definido. Cada uno ha de buscar una síntesis personal de sus intereses y necesidades en este sentido, y contribuirá así a forjar conscientemente su propia personalidad y su actitud ante la vida, y a esforzarse por superar la seductora mediocridad de esas subculturas -superficiales, anónimas, masificadas- que a veces parece que se nos quieren imponer, con una sutil y terca persistencia, y contra las que es preciso oponer una auténtica búsqueda de la cultura, de una cultura que realmente nos sirva para aprehender la realidad, vivir en ella y saber a qué atenernos.

La verdadera cultura ha de servir para interpretar correctamente la vida, para hacerla más humana, para descubrir sus posibilidades más genuinas y apuntar a sus más auténticas aspiraciones. El hombre no se agota en su biología, sino que tiene un mundo interior: puede ser sabio o ignorante, cultivado o tosco, lleno de luces o cubierto de sombras, ordenado o caótico, coherente o ilógico, puede buscar la verdad o sobrevivir como puede en el sórdido mundo del error, la ignorancia o la mentira.

Se trata de cultivar el propio mundo interior, sabiendo además que ese mundo siempre tiene luego su consiguiente reflejo en el exterior de cada persona. Y no sólo el carácter, sino hasta lo más aparentemente inmotivado del porte externo, como la mirada, los gestos, el rostro, el mismo tono de la voz, todo eso, es matizado, vivificado y mediatizado por el propio talante personal, por la propia forma de ser, que nace de lo más profundo del hombre y donde al hombre se le presenta la apasionante oportunidad de cultivarse, de proyectarse, de hacerse a sí mismo.

Un buen camino para mejorar el propio carácter es enriquecer el propio mundo interior. Así, lo que de ese mundo interior salga luego al exterior se parecerá lo más posible a lo que uno anda buscando.

(1) Alfonso Aguiló Pastrana. Escritor de numerosos artículos y libros sobre educación
Educar el carácter. Director de la revista Hacer Familia




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