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Valores emergentes en una sociedad secularizada

La meta de la organización social no queda encorsetada exclusivamente en la consecución del bienestar material…

Hacia una vida más plena: de la «crisis» a la «cultura», pasando por la «elevación de nuestro espíritu».

F. GARCIA LORCA: Ataco a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio del Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.

Enviadme libros, libros para que mi alma no muera, solicitaba Dostoyevsky. Libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir a la cumbre del espíritu y del corazón. La agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida

 

SAINT-EXUPERY: Nada esperes del hombre ni del pueblo que trabaja por su propia vida y no por su eternidad, que se mueve sin reposo para procurarse los pequeños y vulgares placeres que llenan sus almas, que sólo ve con los ojos de la carne, con una mentalidad racionalista y tecnócrata, y no con la mirada del corazón, capaz de entrega y adoración, de misterio y de gracia.

Acabamos de celebrar unas recientes elecciones. Por el tipo de focalización temática realizada en la campaña electoral y las ofertas propuestas así como la orientación y distribución del voto podemos intuir el horizonte vital y existencial en que se encuentra la mayoría de nuestros conciudadanos. Bajo nivel. Muy bajo nivel. Nivel muy pegado a ras de suelo, es el que se intuye. Gobernantes y gobernados no andan muy distantes en esto. Sus miras no vuelan muy alto, sus preocupaciones no parecen apuntar a horizontes demasiado elevados. ¿Será fruto de la crisis agónica que atravesamos?

La crisis es una excelente oportunidad para adentrarnos en un proceso regenerador, un clima propicio para filtrar y purificar nuestras actuales prioridades y sumergirnos en el terreno de los valores y la cultura verdadera, superando así los indigentes horizontes mentales de quienes creen y operan como si, en el fondo, el ser humano solo hubiera nacido para el bienestar material. Necesitamos de la manutención sí, de sustento, pero también del alimento de nuestro espíritu. La vida plena requiere también de la elevación de su espíritu…

En qué tipo de sociedad queremos vivir? Qué tipo de sociedad pretendemos construir: ¿una sociedad impelida por los valores más altos del espíritu o dejarnos llevar por la agónica inercia de una mísera sociedad preocupada tan solo por la economía? En un mundo en el que conviven pluralidad de cosmovisiones, credos y creencias, qué diagnóstico de la situación se puede hacer desde la cosmovisión cristiana y ésta qué puede aportar al mundo de hoy de positivo?

En estos tiempos posmodernos la religión pretende ser substituida por nuevas «religiones políticas» (ver aquí). Estamos en una sociedad secularizada en la que por una parte Dios está ausente y las religiones son apartadas del espacio público, pero por otro lado se pretende imponer los nuevos dogmas del pensamiento dominante que,  lejos  de  ser  neutrales,  implican  una  concepción  del  mundo  y  de  la  vida,  una nueva antropología y una nueva ética, en definitiva una nueva cosmovisión que conforma la manera de vivir y de pensar de los ciudadanos de nuestro tiempo; a estos se les educa constantemente en la nueva fe secularizada a través de los medios de comunicación, las leyes... para imponer un determinado patrón de ingeniería social y un determinado modelo de relaciones interpersonales. A continuación presentamos un resumen de la conferencia "Valores emergentes en una sociedad secularizada"

 

Por Teresa García-Noblejas

El título que se me ha indicado para esta conferencia es valores emergentes en una sociedad secularizada. He ordenado lo que quiero exponerles en tres grandes bloques:

1.¿En  qué  sociedad  vivimos?    En  este  punto  esbozaremos  un  panorama  de  la  sociedad española de principios del siglo XXI con especial referencia a sus valores y contravalores. Se trata de repasar algunos datos sobre los planteamientos éticos de los españoles basados en datos.

2.¿A qué llamamos valores emergentes?  En este segundo bloque el objetivo es plantear si de verdad existen unos valores emergentes o hay determinados grupos que quieren imponer sus valores al resto de la sociedad al modo del pensamiento único.

3.Los cristianos, concretamente los católicos, ¿qué tenemos que aportar al discurso de la sociedad en materia de valores? Finalmente, me gustaría provocar un debate acerca de si desde la identidad cristiana, concretamente católica, se puede y debe hacer aportación al debate social en materia de valores o, por el contrario, el cristiano debe diluirse en medio de la secularización y el pensamiento dominante.

1. ¿EN QUÉ SOCIEDAD VIVIMOS?  ¿CUÁLES SON SUS VALORES?

Considero imprescindible acudir a encuestas y estudios prestigiosos, como los de la Fundación SM, la Universidad de Deusto, la Fundación de Ayuda a la Drogadicción, el Instituto Nacional de Estadística o el Centro de Estudios Sociológicos, para esbozar un panorama sobre algunos valores que orientan la vida de las personas en la sociedad española.

Así, como explica la encuesta Valores sociales y drogas  2010,  resulta significativo que un 60,2 % de los españoles entre 15 y 64 años valore como bastante admisible que se aplique la eutanasia a todo aquel que lo pida, un 38,2 % sea partidario de aplicar la pena de muerte a personas con delitos muy graves y un 53,2 % considere inadmisible fumar en edificios públicos. Afortunadamente, tener una aventura fuera del matrimonio (64,3 %) o contratar en peores condiciones a un extranjero por el hecho de serlo (85, 9 %) son situaciones que rechazan una mayoría de españoles, al menos en teoría.

En cuanto a lo que resulta importante para nuestros compatriotas, la misma encuesta sitúa en primer lugar la familia y las buenas relaciones familiares, seguido de mantener y cuidar la salud, tener muchos amigos y conocidos y ganar dinero. A la cola de lo que preferimos los españoles se encuentran la preocupación por las cuestiones religiosas/espirituales, el interesarse por temas políticos y el invertir tiempo y dinero en estar guapos.

Los recientes estudios realizados por investigadores de la Universidad de Deusto2, por su parte, aseguran que lo que predomina es el individualismo, la escasa participación y la exigencia de que el Estado nos proteja. Los datos indican que para los españoles resultan esenciales los ingresos elevados, la seguridad en el trabajo, las buenas condiciones físicas y materiales y la preocupación por la familia en su conjunto, aunque no tanto por los ancianos, niños, enfermos y discapacitados. Los ciudadanos manifiestan un alto nivel de confianza en los sistemas sociales (Seguridad Social, Sanidad o Educación) y poca confianza por las instituciones que gestionan esos servicios o legislan (Gobierno, partidos políticos…). Por otra parte, siete de cada diez encuestados creen que no se puede confiar en la mayoría de la gente.

En un mundo en el que conviven pluralidad de cosmovisiones, credos y creencias, qué diagnóstico de la situación se puede hacer desde la cosmovisión cristiana y ésta qué puede aportar al mundo de hoy de positivo?

La religión y sobre todo la Iglesia católica han perdido relevancia social en general e incluso para los propios creyentes, cada vez más individualistas en la práctica religiosa. El Centro de Estudios Sociológicos (CIS) nos indica que a finales de 2010 un 71 % de los españoles se declaraba católico mientras el 78 % de los encuestados era partidario de mantener símbolos religiosos en lugares públicos como los colegios. Los españoles que acuden a la iglesia al menos una vez al mes no superan el 27 % aunque según afirma la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis de la Conferencia Episcopal, para el curso que acaba de concluir, el 71 % de los estudiantes ha escogido la clase de religión. Por otra parte, si acudimos a los fríos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE)  de 2008, en España se quitan la vida 9 personas al día.

Si analizamos la situación de la juventud,  siguiendo las investigaciones de la Fundación SM,  sabemos  que  el  81  %  de  los  jóvenes  no  pertenece  a  ninguna  asociación  u organización de ningún tipo. Uno de cada cuatro jóvenes piensa que los políticos no tienen en cuenta sus inquietudes y se muestran pesimistas respecto a un futuro amenazado por lo que consideran los mayores problemas: el paro, la droga, o la falta de vivienda. La familia, como ya hemos visto en otras encuestas, sigue siendo lo más valorado. Curiosamente, los jóvenes prefieren formas de convivencia en las que las relaciones  estén  formalizadas. 

En definitiva, ¿qué nos dicen las encuestas y estudios sociológicos acerca de la sociedad española? En primer lugar, me atrevería a afirmar que la fotografía muestra una sociedad individualista y materialista que, en el fondo, sigue aspirando a lo que desde el principio de la historia han anhelado todos los seres humanos: la felicidad, la estabilidad y el deseo de ser amados. Otra cosa es en qué lugar o por qué caminos se busque la felicidad.

Cabe señalar que es evidente que en la configuración de sus valores las personas, sean o no conscientes, manifiestan la propia experiencia, la influencia de la publicidad, la información (incluida la manipulación), lo políticamente correcto y el temor a significarse. En el contexto de una cultura materialista y utilitarista resulta coherente la ausencia de sentido de trascendencia y la absoluta marginación de Dios. Otra cosa es lo que se viva en lo más íntimo del corazón.

2. ¿A QUÉ LLAMAMOS VALORES EMERGENTES?

El profesor Torralba asegura que no es fácil determinar qué valores emergentes tienen las personas en la sociedad en la que vivimos. «No siempre coinciden los valores que decimos que tenemos con los valores que realmente vivimos, es decir con los que realmente alimentan nuestros procesos cotidianos, nuestras palabras y nuestros proyectos».

Hemos visto que la familia, las relaciones familiares y en general lo afectivo, lo útil y lo cercano constituyen valores indiscutibles. La preocupación por el débil o por el mundo en general no interesa.

En el orden de los valores preferidos, a continuación de la familia, según Torralba, se encuentra la amistad.  La tolerancia, por su parte,  es muy apreciada pero es selectiva. Se toleran   algunas cosas pero otras no. La violencia contra la mujer, las relaciones entre personas homosexuales o la libertad prácticamente ilimitadas son toleradas e incluso muy apreciadas. Cabría preguntarse qué nivel de tolerancia encuentran en nuestra sociedad los que van a nacer, los discapacitados, ancianos y enfermos,  los que tienen síndrome de Down o los pobres que, sencillamente, no producen nada y resultan inútiles para una sociedad que, además, tiene que mantenerlos.

Según el diccionario, emergente es lo que destaca o se sale de un medio o ambiente. También es emergente lo que surge a la superficie desde dentro del agua o de cualquier otro líquido.

Pensamiento dominante o cultural, social y políticamente correcto.

Antes de hablar de los valores emergentes me gustaría detenerme en el medio ambiente, el agua en el que nos movemos. Quizá podríamos traducirlo por pensamiento dominante o cultural, social y políticamente correcto.

Algunos expertos afirman que el fin de las ideologías clásicas que se produjo con la caída del muro de Berlín en 1989 conllevó la aparición de nuevos dogmas, nuevos valores, lo que se ha dado en llamar un sistema ético posmoderno.

En los últimos veinticinco años estamos asistiendo a la configuración de una nueva ética mundial, una auténtica revolución cultural que impregna las decisiones políticas, las actuaciones sociales e incluso la conciencia y el comportamiento de las personas.

Así, el pensamiento dominante, el medio ambiente en el que nos movemos, se caracteriza por valores o más bien contravalores como los siguientes:

La ausencia de Dios. Para el pensamiento dominante, esto es un dogma. El que afirma verdades absolutas y muy especialmente el que manifiesta las creencias religiosas refleja una actitud fundamentalista e intolerante, en todo caso es un bicho raro.

Como afirma el catedrático Francisco Contreras, la manera que tienen los medios de comunicación, salvo excepciones, de dar noticias relativas a la Iglesia Católica se asemejan a las manipulaciones características de la propaganda de guerra.  Y no son pocas las iniciativas internacionales destinadas a expulsar la religión del espacio público, como el Informe de la Comisión de Derechos Humanos de la UE en 2002, que aseguraba que los derechos humanos son violados en nombre de las religiones. El problema es que los cristianos también nos hemos creído la ausencia de Dios y con demasiada frecuencia nos hemos secularizado y vivimos como si solo existiera el mundo sensible y visible.

La creencia de que nada es verdad o mentira, el nihilismo (nada importa). Como consecuencia, valores como la dignidad de la persona, de hecho, no existen o, al menos, no tienen ninguna importancia. Las personas valen por su utilidad o sus cualidades o por lo que producen.

Peter Singer, un catedrático de ética residente en Estados Unidos, muy renombrado, con varias publicaciones en España, afirma sin ambages que matar a un chimpancé es peor que matar a un ser humano en estado embrionario o a un individuo que, según Singer, debido a una discapacidad intelectual congénita, no es persona ni lo llegará a ser nunca.

El cuestionamiento de la propia naturaleza de la persona afecta a lo femenino y a lo masculino. La ideología de moda, una verdadera revolución silenciosa, es la ideología de género. No existe la naturaleza femenina o masculina sino el género. Hombres y mujeres, proclama esta ideología, se distinguen por ciertos rasgos biológicos pero lo demás (su psicología y características emocionales, su papel en la sociedad) son fruto de la educación y la cultura. Además, el género es algo que puede cambiar a lo largo de la vida y en realidad supera los términos hombre y mujer, que ya se consideran obsoletos, porque hay al menos cinco géneros en función de lo que se llama orientación sexual.

El amor se traduce por atracción, placer o por deseo inmediato sin más límite que evitar la procreación.  La liberación sexual tan proclamada desde la década de los sesenta ha dado lugar a relaciones esporádicas en las que, paradójicamente, la mujer lleva todas las de perder en relaciones en las que no existe compromiso y por tanto no hay obligaciones mutuas sino ejercicio de derechos que a menudo se traducen en dominación y, lamentablemente, en violencia contra el más débil y desprotegido. Es decir, contra la mujer, contra los niños e incluso contra los ancianos.

Así, la familia, siendo un valor tan apreciado por los españoles (según  las encuestas), se ha desestructurado al desmoronarse la misma concepción del matrimonio, durante milenios basado en el compromiso entre un hombre y una mujer. Como es sabido, nuestra legislación concede hoy menos valor al matrimonio que a cualquier otro contrato,   laboral o de arrendamiento, una situación que los expertos denominan el imperio de lo efímero. Es lo que se ha llamado relativismo familiar, en el que los términos padre y madre han sido borrados del Código Civil y todos los «modelos» de familia valen aunque a menudo la familia natural se encuentre bajo sospecha y sea calificada despectivamente como «tradicional», por no decir patriarcal y machista. Sin embargo, nadie se atreve a reconocer que las nuevas familias tienen poco de ideal porque en realidad son consecuencia de fracasos, rupturas o abandonos de familia.

Al no existir naturaleza humana, los derechos humanos ya no se sustentan en ella sino que han  quedado  a  merced  de  la  voluntad  del  legislador:  son  los  nuevos  derechos  que prevalecen sobre los incluidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. De ahí que se haya consagrado el aborto como un derecho incuestionable de la mujer, por encima del derecho a la vida del más débil. Igual sucede con el llamado derecho a la muerte digna, eufemismo utilizado para promover la eutanasia o el suicidio asistido.

De manera que, estamos en una sociedad secularizada en la que Dios está ausente y las religiones son apartadas pero se imponen estos nuevos dogmas del pensamiento dominante que,  lejos  de  ser  neutrales,  implican  una  concepción  del  mundo  y  de  la  vida,  una antropología y una ética, conforman la manera de vivir y de pensar de los ciudadanos.

A estos se les educa constantemente en la nueva fe secularizada a través de los medios de comunicación, las leyes e incluso asignaturas como Educación para la Ciudadanía y Ciencias para el Mundo Contemporáneo, por no hablar de los planes gubernamentales de educación afectivo-sexual que se introducen de modo transversal en las escuelas, generalmente con el pretexto de educación para la salud, para imponer un modelo único de relaciones entre jóvenes.

3. LOS CRISTIANOS, CONCRETAMENTE LOS CATÓLICOS, ¿QUÉ TENEMOS QUE APORTAR AL DISCURSO DE LA SOCIEDAD SECULARIZADA EN MATERIA DE VALORES?

Creo que los católicos, en este medio ambiente en el que aparentemente se  impone un único modo de pensar, tenemos que ser capaces de proponer y, sobre todo, vivir valores emergentes, que se salgan del agua de lo culturalmente correcto y muestren un modo de pensar y una forma de actuar alternativa y atractiva.

En definitiva, hoy como hace 21 siglos, la sociedad necesita ser humanizada. Dar respuesta a los deseos más profundos de las personas que hoy, como hace veinte siglos, siguen buscando el sentido de sus vidas, la respuesta ante la existencia humana, el sufrimiento y la muerte.

Para ello, en el mar de una sociedad secularizada lo primero que tenemos que hacer emerger es la fe. La fe en un Dios personal. Dedicar tiempo a Dios. Es la primera condición para construir la “civilización del amor”. Si la sal se vuelve sosa, nos recuerda el Evangelio, ¿quién la salará? Si los católicos no vivimos nuestra fe como un don y no lo testimoniamos en el día a día, los valores emergentes quedarán sumergidos bajo el agua y nadie los verá. Debemos hacer emerger la existencia de Dios, ser testigos de su presencia actuante en la historia de la humanidad y en nuestra propia historia personal.

Junto a la vivencia de la fe es imprescindible que expresemos nuestra comunión con la Iglesia, desde las legítimas discrepancias y la crítica constructiva.

El tercer valor que creo debemos hacer emerger es el valor de la persona humana. Este valor nos hace afirmar la sacralidad de la vida, algo que ya sorprendió a los antiguos romanos cuando descubrieron  asombrados  que  los  seguidores  del  tal  Jesús  no  practicaban  el  infanticidio, costumbre común en muchas culturas antiguas.

Naturalmente, la afirmación del valor de la persona humana no exclusiva de los cristianos pero al final, parece que los cristianos nos vamos quedando solos en la defensa de la dignidad de la persona independientemente de sus circunstancias. Tanto es así que en debates sobre el aborto o la eutanasia se nos acusa de defender la vida por motivos religiosos. El valor de la dignidad de la persona y su consecuencia práctica, que es la afirmación del derecho a la vida independientemente de sus circunstancias,  no es un dogma de fe sino una realidad reconocida por la razón y presente en la mayor parte de las culturas y civilizaciones. Que el ser humano es el mismo, dotado de una identidad genética invariable desde la concepción hasta la muerte, lo afirma la ciencia y es válido para creyentes y no creyentes. Y ningún legislador ni gobernante tiene derecho a decretar la muerte de inocentes, sean niños por nacer o ancianos a los quiere otorgar una muerte digna olvidando que la que es digna es la persona, no el hecho de morir. No olvidemos que el reconocimiento de la dignidad de la persona empieza por el reconocimiento de la propia dignidad.

El otro valor que debemos empujar desde el fondo hasta la superficie para que emerja con fuerza es el del amor, concepto tan apreciado como devaluado. Es imprescindible una educación afectiva integral de los niños, adolescentes y jóvenes para enseñarles qué es el amor en todas sus dimensiones y saber distinguirlo, darlo y recibirlo. En medio del bombardeo de una supuesta liberación  sexual,  los  sentimientos  y  las  pasiones  se  confunden  y  el  amor  se  devalúa  o directamente se arroja al trastero. Mostrar a la sociedad secularizada el valor del amor es mostrarle el valor del compromiso, de la fidelidad, de la entrega de sí mismo a otro o a otros con vocación de permanencia e incluso de eternidad. Y esto es válido para el amor entre hombre y mujer, sacralizado en el matrimonio, pero también para otras formas de vivir el amor, como es el caso de los sacerdotes, religiosos y consagrados.

El hecho de que los programas de educación afectivo-sexual y la cultura dominante den por hecho que los jóvenes inician sus relaciones sexuales en la adolescencia o la realidad de que un número creciente de personas mantenga relaciones antes del matrimonio evidencia que nuestra propuesta de amor a la sociedad ha sido escasa, cuando no tibia o ingenua.

Por otro lado, sabemos que el amor, con el cristianismo,   es también ágape, es decir amor oblativo, preocupación por el otro. El ejercicio de la caridad, se confirmó como uno de sus ámbitos esenciales, practicar el amor hacia las viudas y los huérfanos, los presos, los enfermos y los necesitados de todo tipo.

El amor —caritas—  siempre será necesario, incluso en la  sociedad más  justa.  No hay  orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor. Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre. Siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad. Siempre se darán también situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo.

Vivir de otra manera sin salir del mundo pero mirando al Cielo es el reto, en mi opinión, que se nos presenta a los cristianos del siglo XXI. Estamos llamados a sacar a la superficie otro estilo de vida, a comprometernos con el prójimo, a construir el bien común.

Hay un texto de finales del siglo II, de autor desconocido, que ha pasado a la historia como Discurso a Diogneto, una descripción de cómo vivían los primeros cristianos. Un extracto de este discurso es el siguiente:

Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra, ni por su lengua, ni por sus costumbres. Se casan como todos y engendran hijos, pero no abandonan a los nacidos. Ponen mesa común, pero no lecho. Viven en la carne, pero no viven según la carne. Están sobre la tierra, pero su ciudadanía es la del cielo. Se someten a las leyes establecidas, pero con su propia vida superan las leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los desconoce, y con todo se los condena. Son llevados a la muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos. Les falta todo, pero les sobra todo. Son deshonrados, pero se glorían en la misma deshonra. Son calumniados, y en ello son justificados. «Se los insulta, y ellos bendicen». Se los injuria, y ellos dan honor. Hacen el bien, y son castigados como malvados. Ante la pena de muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos les declaran guerra como a extranjeros y los griegos les persiguen, pero los mismos que les odian no pueden decir los motivos de su odio.

Cuando preparaba esta intervención pensaba en los santos. ¿Qué otra cosa hicieron que vivir valores nuevos, emergentes, en su época correspondiente? Con el lenguaje y la sensibilidad de sus contemporáneos, los santos rompieron los esquemas de lo política y culturalmente correcto de su época. Supieron dar respuestas a las necesidades de las personas, dieron a conocer a Dios con sus gestos, con sus obras, grandes o pequeñas.

Ojala seamos capaces de ser testigos de ese Evangelio que alimenta nuestros valores emergentes para transmitir esperanza a esta sociedad que, sin saberlo, busca a Dios y anhela un amor infinito para toda la eternidad.


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