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La realización de la mujer

“¡No se nace mujer! ¡Te hacen mujer!”; “La mujer casada es esclava. El ama de casa no hace nada. No debe permitirse a ninguna mujer quedarse en casa para criar a sus hijos” (Simone de Beauvoir).

Ese mensaje, procedente de una forma extrema de entender el feminismo, ha ido calando en una cierta mentalidad y en las sociedades industrializadas como lo más progresista y moderno, infravalorando la maternidad y el trabajo en el hogar. Pero otro feminismo es posible. Muchas mujeres prisioneras de esa mentalidad, de un sistema económico y de una cultura que ha dado un valor absoluto a la conquista de un buen nivel de vida, retrasan el matrimonio y la maternidad. En juego está la “realización profunda” de la mujer. ¿En qué consiste ésta? ¿Dónde hallarla? ¿No existirán otros caminos alternativos para que las mujeres puedan realizarse intelectual, profesionalmente, y tengan la libertad de elegir su maternidad en el tiempo que biológicamente les ofrece la naturaleza? La sociedad no debería prestigiar más, incluso reconocer con un “salario social”, la contribución especialmente humanizante y humanizadora de la mujer en el hogar?

Por Bosco Aguirre

Todos queremos “realizarnos”. Pero no resulta fácil decir cuándo un ser humano ha conquistado la realización completa, verdadera, en su propia vida.

“Realizarse” implica, por una parte, descubrir cuál es la meta profunda de nuestra condición humana. ¿Cuál podrá ser? ¿Consistirá tal vez en trabajar mucho, en ganar dinero, en divertirse, en satisfacer los propios caprichos, en estar siempre con los amigos, en aparecer en los medios de comunicación, en gozar de una oscura y “dorada” mediocridad?

Notamos en seguida que existe una enorme diferencia entre la “realización objetiva” y las “realizaciones” empobrecidas que dependen de modas sociales o de caprichos personales.

Un joven desearía dedicarse a fondo a la vida deportiva. Sus padres, sus profesores, la sociedad, le imponen una serie de estudios y de reglas que le alejan de la soñada meta. Pero no podemos excluir que ni los planes del joven ni las imposiciones sociales corresponden siempre a algo más profundo que se oculta en cada ser humano, a una fuerza íntima que pide una oportunidad para salir a la luz, para “realizarse”.

Lo anterior vale para todos: niños y grandes, ricos y pobres, occidentales y orientales, europeos, americanos, asiáticos y africanos. Vale, también, para los hombres y para las mujeres.

De modo especial, la mujer de nuestro tiempo vive bombardeada por presiones y por slogans que la orientan, casi la obligan, a buscar ciertas “realizaciones”, algunas de las cuales llegan casi a ahogar bienes olvidados, o incluso a provocar comportamientos abiertamente peligrosos e innaturales.

Noticias recientes nos han puesto en guardia, por ejemplo, ante la búsqueda de la delgadez como si fuera un absoluto. Tal obsesión invade a miles de adolescentes y no tan adolescentes por “conservar la línea”, con degeneraciones que llevan a la anorexia y a la muerte de personajes famosos o a la ruina de adolescentes en el umbral de la vida.

No es tan noticia, aunque cada vez tomemos más conciencia de ello, que millones de mujeres desearían casarse jóvenes y acoger en seguida a uno o varios hijos. Viven, sin embargo, prisioneras de un sistema económico y de una cultura que ha dado un valor absoluto a la conquista de un buen nivel de vida, hasta el punto de llevarlas año tras año a retrasar el matrimonio y la maternidad.

Y cuando nace un hijo, surgen entonces tensiones profundas. ¿La casa o el trabajo? ¿El hijo, los hijos, o la realización profesional?

No hemos de tener miedo a buscar, seriamente, la respuesta a la pregunta: ¿cuál es la realización profunda de la mujer? No podemos decir que sea algo que depende de los distintos contextos sociales, de los niveles de educación, de las elecciones individuales. La mujer, como el varón, tiene una estructura íntima y profunda que busca “realizarse”, salir a la luz, más allá de los caprichos del momento, por encima de las modas impuestas por sociedades muchas veces obsesionadas por la producción y deshumanizadas respecto de lo que embellece la vida humana.

La realización de una mujer requiere mirar hacia el propio corazón para, desde allí, notar una llamada primitiva y profunda (ineliminable, como el bulbo raquídeo, como el ciclo menstrual con su fecundidad fascinante), a darse, a servir, a dejar de lado sueños de modelo o conquistas de igualitarismos no siempre liberatorios para ser ella misma. Así será posible abrirse a la bellísima tarea de amar y dar vida. Una tarea a la que también estamos llamados los hombres, pero que no podemos descubrir ni aprender si no es a través de la ayuda y el ejemplo que nos dan las mujeres que viven a nuestro lado.

Habrá buenos trabajadores, buenos padres, buenos esposos, si hay mujeres que sean plenamente mujeres: promotoras de justicia y de paz, de alegría y de esperanza, de amor y de vida (esposas madres junto a esposos padres). Mujeres realizadas plenamente, porque han roto con esquemas reductivos que las aprisionaban, porque se han abierto a riquezas íntimas que embellecen los corazones y producen sonrisas fascinantes.

Bosco Aguirre
Fuente: http://www.mujernueva.org/


Maternidad inteligente es maternidad natural

Por Nieves García

madrebebeEl ser humano es un extraordinario trapecista. La Historia de la humanidad se asemeja a un circo. Parece que según pasa el tiempo, el slogan “Señores, más difícil todavía” se hace realidad. Lo más difícil se consigue acercándose a los límites entre lo posible y lo imposible. Ahora es el tiempo de la mujer, y como acróbata no lo hace nada mal.

Hace un tiempo Jennifer Roback, economista neofeminista, e investigadora de la Universidad de Standford publicaba un libro titulado “Amor y economía”, dónde reflejaba de alguna manera su experiencia personal. Se cansó de profesionalizar su hogar (niñeras, guarderías…) y, al mismo tiempo, deshumanizar su puesto de trabajo, en el que debía esconder su papel de madre. Ella misma dice “Ahora he humanizado mi trabajo: ¡sí, soy madre y voy a irme antes porque a la niña le están saliendo los dientes este mes! ¡¡¡¡Qué pasa!!!! Y he desprofesionalizado mi hogar: en vez de una niñera o de una guardería, ahora mis dos hijos tienen una madre de verdad”. En otras palabras se cansó de la profesión de acróbata e hizo una elección biológicamente responsable.

Es de sabios conocer la naturaleza para aliarse con ella y sacarle el mejor partido. Los mejores años para que una mujer sea madre son los de su juventud. Su cuerpo y su psicología están dispuestos para realizar con éxito un juego complicado, el de la maternidad, del que dependerá también la humanización de sus hijos. La maternidad se inicia en el momento de la concepción y no finaliza en el momento de dar a luz. Justo a partir de ese momento esa pequeña criatura dependerá no sólo físicamente, sino también afectivamente, de la cercanía y del trato que se establezca con su madre. No es justo engendrar un hijo, para convertirlo en un huérfano por horas, o en un producto de alquiler en brazos ajenos. Aceptar la realidad de la propia biología y vivirla con naturalidad es lo más inteligente.

Identificarse con la realidad de ser madre es un arte, pero un arte natural. Hoy día, son muchas las mujeres que están cansadas de los juegos de equilibrio para mantener una profesión y atender a sus hijos. Se ponen nerviosas cuando están en el trabajo y les llaman de su casa para decir que el niño tiene fiebre; se tensan cuando en la oficina el trabajo se alarga, y no dejan de ver el reloj sabiendo que sus hijos están solos. Las citas con el médico de los niños son una tortura si sólo atienden en horario de trabajo, las guarderías que les gustan son muchas veces privadas y caras, o están lejos de la casa y del trabajo; dejar los niños con alguna de las abuelas les inquieta porque saben que los niños no paran un momento, y una mujer mayor no tiene los mismos reflejos… Los índices de estrés y tensión son altos. Esto nos lo pueden confirmar los psicólogos, que tienen en sus listas de pacientes una buena cantidad de mujeres, con el mismo perfil: joven profesional, y madre.

No todas las mujeres actualmente pueden elegir con inteligencia ser madres cuando ellas lo desean. En ocasiones, la necesidad de aportar al hogar un sueldo es la que obliga a la espera; pero más a menudo son las creencias, ya arraigadas en el colectivo inconsciente, las que le hacen retrasar su maternidad o sencillamente no entregarse a ella con toda su persona. Ideas como: “es una pérdida de tiempo estudiar una carrera para después cuidar niños”, “Tienes que trabajar porque es injusto que dependas económicamente de tu marido; tienes que ganar tu propio dinero”… Utilitarismo, materialismo, individualismo… nunca asfixiarán la felicidad profunda que tiene una madre cuando puede darse con todo su ser al hijo que ama.

El cuidado de un ser humano no es una profesión, es una forma de vida que no tiene precio, y de la que depende la humanización misma de la sociedad.

Habría también que cuestionarse sobre las profesiones que piden absolutamente todo entre los 25 y los 40 años, como por ejemplo el mundo académico o el de la empresa. Es absurdo escuchar a una mujer que diga, tengo dos carreras, un doctorado y un hijo. ¡Un hijo es un ser humano no se puede enlistar como si fuera un título más! Lo mismo sucede en muchas empresas en que sólo se contrata antes de los 30. ¿Y después? ¿Acaso la persona rinde menos? Seamos sinceros, les sale más económico porque el sueldo que tienen que pagar a un joven siempre será menor que el del profesional con experiencia.

Estoy convencida de que existen otros caminos alternativos para que las mujeres puedan realizarse intelectual, profesionalmente, y tengan la libertad de elegir su maternidad en el tiempo que biológicamente les ofrece la naturaleza. Somos las mismas mujeres las que hemos de pensar y crear nuevos estilos profesionales, donde se pueda conciliar la maternidad no sólo con un horario flexible de trabajo, sino incluso con un calendario de años flexible, por ejemplo. ¿Se atrevería alguien a contratar a una mujer a los 21 años, ofrecerle a los 26 que forme una familia y se entregue a sus hijos, y esperarla…por ejemplo hasta los 35 o 40? ¡Que locura! Posiblemente este tipo de ideas lo sean, pero más locura es seguir negándole a la madre lo que por naturaleza tiene derecho a vivir ella, su esposo y sus hijos.

Conozco mujeres de 40 años en adelante, que después de haberse entregado íntegramente a su maternidad, cuando sus hijos comienzan a volar, han iniciado unos estudios universitarios, y han llegado a desarrollar una inteligente carrera profesional. La edad promedio cada vez crece más en los países del primer mundo. Trabajar de los 40 a los 75 no está nada mal. Y además pudiendo aportar todo lo aprendido en humanidad. Una mujer-madre sabe mucho mejor que otra, como manejar tensiones, entender a quien no sabe comunicarse, esperar a quien aún no despunta pero es potenciable, y levantar el ánimo del que fracasa. El día que las empresas se atrevan a apostar de verdad por el ser humano, sabrán valorar la maternidad, la respetarán, la fomentarán y contarán en sus filas a mujeres que fueron madres, para que les ayuden a seguir humanizando su empresa y su mundo.

La mujer que puede y quiere elegir lo biológicamente más responsable en orden a su maternidad es también una mujer inteligente; la profesión se puede reconquistar pero no las cualidades que acompañan cada edad y nos permiten ser compañeras y madres, felices y serenas.

Fuente: http://www.mujernueva.org/


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