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Feminismo, neofeminismo, ideología de género

Francisco J. Contreras
Catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad de Sevilla

 

Mi hipótesis es que el liberacionismo pansexualista es el verdadero motor motivacional de la nueva izquierda (cabría discernir también en su base una "pulsión de muerte", un anhelo secreto de autodestrucción, tanto a nivel individual: cultura de la muerte [popularidad del aborto y la eutanasia, caída de la natalidad], como a nivel colectivo: autodenigración civilizacional [crítica sistemática de todo lo occidental, especialmente las raíces judeocristianas]- que nos llevaría a la clásica dualidad Eros-Tánatos; renunciamos, sin embargo, a desarrollar aquí este segundo aspecto).

El impulso freudo-marxista/liberacionista, sin embargo, no siempre se manifiesta abiertamente; se disfraza bajo varias coartadas ideológicas. El feminismo es quizás la más socorrida. Resultaría improcedente esbozar una "historia del feminismo" con el mínimo de profundidad que el tema requeriría. Señalemos simplemente que el feminismo clásico (el de Olympe de Gouges o Mary Wollstonecraft, el de las sufragettes, etc.) no fue anti-familiarista ni abortista: antes de 1960, el movimiento feminista se limitó a reivindicaciones razonables de equiparación jurídico-política de las mujeres con los varones (extensión del derecho de voto, supresión de los recortes de la capacidad jurídica de la mujer casada, derecho de las mujeres a cursar estudios y ejercer una actividad profesional, etc.). El feminismo "de la primera ola" [first wave feminism] en realidad forma parte del liberalismo clásico: se limita a extender el principio liberal de igualdad ante la ley al sexo femenino.

Es el feminismo "de segunda ola" (años 60-70) el que va a adoptar un giro decididamente anti-familia y anti-maternidad (en parte, como consecuencia de la confluencia del movimiento feminista con las ideas freudo-marxistas sobre emancipación sexual). La premisa del nuevo feminismo es que las conquistas jurídico-políticas alcanzadas por el feminismo clásico (igualdad legal de varones y mujeres) resultan insuficientes, pues los resortes profundos de la opresión de la mujer se encuentran en el espacio privado: la educación, la sexualidad, las relaciones familiares ... El second wave feminism (como otras ramas del árbol sesentayochista) comporta una politización del ámbito íntimo (la "microfísica del poder", que diría Michel Foucault): "lo personal es político" será el eslógan feminista -acuñado por Carol Hanisch- más representativo de este giro. El libro The Feminine Mystique, de Betty Friedan, sentará las tesis fundamentales: el rol de ama de casa y madre es alienador para la mujer; la mujer sacrifica o disuelve su identidad en la de su familia; la liberación femenina completa requiere la salida de esa cárcel.

El nuevo feminismo de los 60-70 redirecciona, pues, el impulso emancipatorio hacia el espacio privado: las fuentes de opresión sexual ya no son las leyes discriminatorias, sino la función de madre y esposa. Seguirá el bra-burning y demás descoques setenteros. La deriva del feminismo hacia una vinculación cada vez más estrecha con el liberacionalismo sexual y la cultura de la muerte, con la anticoncepción y el aborto libre como reivindicaciones características.

Vivimos en la actualidad (desde los 90) la "tercera ola" feminista, la cual, bajo la influencia del postestructuralismo francés (Foucault, Derrida) ha producido la llamada gender ideology, cuya aportación más importante es la sustitución del concepto de sexo (determinación biológica) por el de género (construcción cultural). La idea había sido ya adelantada por Simone de Beauvoir -"la mujer no nace, se hace" (una ocurrencia que, a su vez, delata la influencia sartriana: "la existencia precede a la esencia")- en El segundo sexo, un libro lleno de feroces ataques a la institución familiar (el capítulo dedicado a la maternidad se abre con ... un alegato de quince páginas en favor del aborto libre). La "ideología de género", en su pretensión de reducir la femineidad a construcción cultural, no puede sino retener y acentuar la hostilidad del feminismo "de segunda ola" hacia la maternidad (determinación natural de la que la mujer debe ser liberada), al tiempo que sostiene que el rol de madre, como construcción cultural que es, puede ser redifinido de forma que sea asumido por varones o por lesbianas (la sustitución de los términos "padre" y "madre" por los de "progenitores A y B" en el Derecho de familia español es la expresión más simbólica de esto). La posibilidad de cambiar de sexo mediante intervención quirúrgica (ofrecida gratuitamente por la Sanidad pública) constituye también una característica "conquista" de la gender ideology, en la medida en que anula las últimas determinaciones biológicas y parece convertir masculinidad y femineidad en "construcciones" y "elecciones".

La nueva izquierda post-socialista hace suyas las reivindicaciones feministas de segunda y tercera ola (ideología de género). Las políticas de nuestro gobierno resultan prototípicas en ese sentido: España está a la cabeza del mundo en la relativización de roles sexuales (matrimonio homosexual con derecho a adopción), en impregnación "generista" de la educación (Educación para la Ciudadanía), en perseverancia entusiasta en la liberación sexual y el abortismo (en un momento en que en muchos países occidentales se empiezan a revisar con preocupación sus consecuencias ... en España se acaba de legalizar la distribución de píldoras abortivas sin receta ni autorización paterna a niñas de 16 años). Los eslóganes escogidos para publicitar estas políticas ("profundización en la democracia", "extensión de derechos") delatan el empeño típicamente sesentayochista de "politizar" el ámbito íntimo (el hogar familiar y el dormitorio). Pero se recurre también con frecuencia al pretexto feminista: por ejemplo, es muy revelador que la reforma de la ley del aborto haya sido encomendada en España al Ministerio de Igualdad, y no al de Sanidad.

Hablo de "pretexto" porque, por supuesto, estoy convencido de que ni la facilitación del aborto, ni la promoción del libertinaje sexual, ni la consideración de los roles de esposa y madre como "alienantes" beneficien en nada a la mujer. Eugenia Rocella lo ha expresado muy bien: "siguiendo el espejismo de la negación de la maternidad, se niega la fuerza autónoma de las mujeres, que seguirán siendo siempre [para el neofeminismo] "machos fallidos", una versión coja e imperfecta del modelo masculino". Y la primer ministro israelí Golda Meir dijo en los años 70 a propósito de las "quemadoras de sostenes": "¿Cómo se puede aceptar a locas como ésas, para quienes quedar embarazadas es una desgracia y tener hijos una catástrofe? ¡Si es el privilegio mayor que nosotras las mujeres tenemos sobre los hombres!".

La observación de Rocella -el neofeminismo convierte a las mujeres en "varones fallidos"- admite una segunda interpretación. La permisividad sexual sesentayochista ha dañado a toda la sociedad ... pero de manera particular a las mujeres. Lo quiera o no la ideología de género, existe una naturaleza femenina, y también una vivencia de la sexualidad específicamente femenina, caracterizada por la mayor imbricación de lo físico con lo emocional y moral. El tipo de sexualidad (trivializada, de consumo rápido, desvinculada del amor, el compromiso y la reproducción) impuesta por el sesentayochismo parece diseñada a la medida de las necesidades y caprichos masculinos. Las mujeres son las grandes víctimas de la revolución sexual (¿qué decir del aborto libre, auténtico "chollo" para los Don Juanes, que pueden ahora esparcir su semilla a diestro y siniestro sin asumir responsabilidades?). En la sociedad hipersexualizada, la mujer se convierte a menudo en objeto de usar y tirar. Las feministas han conseguido imponer a la mujer el modelo sexual masculino. Y la legalización del aborto deja a la mujer inerme frente a las presiones de novios utilizadores, o de empresarios sin escrúpulos reticentes a conceder bajas de maternidad.

Fuente: http://www.elperiodicodemexico.com/contenido_columnas.php?sec=Columnas-Valores_Morales&id=299033


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