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ELLOS TAMBIÉN SON UNO DE NOSOTROS: Derechos humanos en la fase prenatal

Empecemos identificando en primer lugar el principal «bien» que nos constituye como especie y veamos cómo lo consideramos, cómo lo valoramos, qué importancia le damos socialmente, en qué lugar de nuestra axiología social lo colocamos, etc.

La batalla por el reconocimiento de los derechos humanos para los aún no nacidos.

A nuestro alrededor hay problemas muy sangrantes que están a la vista de todos y son fácilmente detectables, pero otros, quizás por su invisibilidad, no por sórdidos lo deben ser menos, al menos para una sensibilidad atenta a la diversidad de situaciones sociales.

Mucho se ha tenido que bregar a lo largo de la historia para el reconocimiento y la aceptación social de la dignidad y el respeto a la vida humana y por consiguiente la subsiguiente abolición de la pena de muerte. Hoy nos encontramos inmersos también en una batalla por el reconocimiento de esa misma dignidad y el respeto a la vida humana en su estadio naciente.

La atención debida a los ya nacidos, y quizás algunos de ellos no bien protegidos, no inhibe ni mucho menos la decidida defensa de los derechos de los aún no nacidos. Ellos también son uno de nosotros. 

Hoy la existencia de una mentalidad fuertemente intervenida durante décadas por el soplo de vigorosos aires relativistas hace que en el seno del cuerpo social se tenga cierta dificultad en identificar la valía real de aquellos «bienes» capitales que nos constituyen. Éstos deben aflorar y nuestra sociedad debe plantearse abiertamente en qué posición piensa colocarlos en su escala de valores y qué reconocimiento, valor y estatus jurídico piensa dar al principales de todos: la vida humana en su estadio naciente.

La extensión de la «cultura de la vida» y la batalla por el respeto a la misma, también en sus estadios iniciales, no debe hacernos olvidar el reclamo, con igual fuerza y con el mismo ímpetu, del imprescindible apoyo social a la madre gestante que se encuentre en situación de extrema necesidad.

Unos identifican la «vida humana» como el máximo «bien» que nos constituye y del que procedemos y como tal defienden su prioridad en el orden de prelación en la escala de valores sociales; entienden, como sostiene la ciencia, que aquélla comienza en el momento de la fecundación con una identidad genética diferenciada de la de los padres, reconocen que la vida es un continuo, que desde sus estadios iniciales ellos también son uno de nosotros, afirman su dignidad y valor intrínsecos independiente del estadio de desarrollo en que se encuentren y defienden, por tanto, el reconocimiento por parte del conjunto del cuerpo social del derecho intrínseco a la vida que en sí mismos encierran. Y en paralelo, y con el mismo ímpetu, se reclama el máximo apoyo social a la maternidad y a las madres gestantes en situación de extrema necesidad.

Para otros sin embargo, entre otros el llamado progresismo oficial, incomprensiblemente, ellos no cuentan, como si no existiesen (como se puede apreciar permanentemente en sus intervenciones públicas). Su máxima preocupación consiste en afirmar de forma radical y absoluta la libertad de la madre como si no existiesen, entre otros factores, otros agentes directamente implicados... y ante un embarazo imprevisto le ofrecen como principal salida: el aborto. Esa es su gran ayuda.

Una realidad invisible?

La cuestión no suele ocupar los primeros planos de la actualidad, no ocupa las primeras páginas de los periódicos, ni los primeros lugares en las agendas políticas, pero en el seno de nuestra sociedad anida un grave problema, una grave lacra social, que aunque gozando de una cierta invisibilidad, está ahí, permanentemente presente. Una sociedad madura no puede mirar para otro lado, no puede eludir el problema. Una sociedad que se precie de verdaderamente democrática y avanzada, no puede rehuir el debate. Sin embargo, en sus comparecencias públicas los dirigentes políticos suelen despachar la cuestión con meros tópicos, cuando no con slogans o lugares comunes que en poco o en nada ayudan a encauzar una reflexión serena sobre el asunto entre la opinión pública. La reflexión en torno a ello no suele pasar del roce superficial y cosmético. El asunto no es cuestión de poca entidad, de menor importancia. En los procesos constituyentes populares en los que nos encontramos inmersos en algunas latitudes, mientras la atención se focaliza fundamentalmente en identificar los cambios necesarios para la transformación de las estructuras socio-económicas, se ladean cuestiones de fundamento de naturaleza cuasi pre-política.

Se trata, en primer lugar, de identificar el mayor «bien» del que procedemos, el bien más excelso del que provenimos, el valor supremo que podamos identificar como especie. En segundo lugar, de ponderar el valor que pretendemos otorgar a ese «bien», la vida humana, en el seno de nuestra sociedad, de determinar el valor que socialmente pretendemos otorgar a la vida humana, especialmente en su estadio naciente. Y en tercer lugar, de acuerdo con los últimos descubrimientos de la ciencia, aceptar que la vida en su despliegue es un continuo no sometido a saltos bruscos en su desarrollo y admitir que ellos también son seres humanos, son uno de nosotros, y en consecuencia  reconocerles su dignidad intrínseca y su derecho inalienable a la vida.

Aunque históricamente costoso hoy existe entre nosotros un amplio consenso sobre el reconocimiento de la dignidad y respeto debidos a la vida humana ya nacida. El grado de civilización alcanzado así lo indica. Sin embargo, todavía no existe el mismo grado de acuerdo cuando se trata de reconocer el valor y dignidad de esa misma vida en sus estadios iniciales o finales. Tal actitud tiene trágicas e irreparables consecuencias para algunos de nuestros congéneres. Una lacra social de tal magnitud no puede ser soslayada.

Si vamos a diseñar un nuevo modelo de sociedad empecemos por los fundamentos.

En los procesos constituyentes en curso se echa a faltar que, a la hora de identificar aquellos «bienes» y cuestiones que verdaderamente nos constituyen, cuestión de naturaleza cuasi pre-política, tan capital y vertebradora para la estructuración de una sociedad, no se aborde con la amplitud y profundidad que el tema  se merece. Es importante colocar de nuevo las cosas en su sitio. Se trata, pues, de hacer un esfuerzo de cordura y racionalidad social y resituar la cuestión en el lugar que le corresponde y restablecer el «bien»  constitutivo por excelencia, como es la vida humana, y el reconocimiento de su dignidad y valor intrínseco, también en sus estadios iniciales, al lugar que le corresponde. Y más allá de apriorismos ideológicos e intereses subjetivos coyunturales, trabajar para que el conjunto del cuerpo social reconozca el valor y la dignidad de la vida humana en todas sus fases, también en su estadio prenatal.

Ponderar el valor que una sociedad otorga a tan sublime «bien»  y esforzarse para situar nuevamente el valor y la dignidad de la vida humana en cada una de sus fases, en el frontispicio de nuestra axiología colectiva, reconociendo su primacía en el orden de prelación en la escala de valores sociales constituye un loable ejercicio de racionalidad y de actitud abiertamente humanizadora de nuestro entorno social, de dignificación y respeto hacia nosotros mismos y de profundo actitud cívica. Llegado el caso supondrá un importante hito en el continuo e inacabado proceso civilizatorio.

Una larga batalla «cultural»

Una gran batalla en diversos ámbitos: en el terreno de la hegemonía ideológica, en el terreno práctico de la acción política y en el terreno de la conquista de la opinión pública.

Aunque no nos lo parezca, quizás porque adolecemos de la suficiente perspectiva temporal para apreciarlo, nos encontramos inmersos en una verdadera revolución «cultural»: de ideas, de perspectivas, de paradigmas interpretativos, de maneras de concebir al hombre, de costumbres, de maneras de pensar, de hacer y proceder…. pugna y batalla que se viene librando en diversos ámbitos. Uno de los flancos en los que se libra aparentemente tan incruenta batalla tiene lugar en el terreno de la hegemonía ideológica, en el terreno práctico de la acción política y en su concreción en medidas políticas concretas y en el terreno de la conquista de la opinión pública y tiene que ver con todo cuanto se refiere a la consideración social del principal «bien»   que nos constituye: la vida misma y el reconocimiento de su dignidad y valor, especialmente en su fase inicial y final. La batalla y el compromiso con una mayor humanización de nuestro entorno también se libra, pues, en el flanco del restablecimiento, de la recuperación, de la consideración social del valor y dignidad de la vida humana, especialmente en su fase de gestación.

Derechos humanosEuropa: largos siglos bajo la influencia global de una religión y una antropología de inspiración cristiana, larga lucha social por el poder entre el entorno eclesiástico y la sociedad civil, fuerte crítica interna y externa a la concreción histórica de la religión, emergencia de los materialismos, décadas de fuerte implantación del relativismo, irrupción de un feminismo fuertemente radical,  expansión de la ideología de género, avances de la ciencia en relación a los estadios iniciales de la vida humana, la iniciativa europea One of us o Uno de nosotros, rechazo en el parlamento europeo del tipo de educación sexual y limitación de la libertad de conciencia propuesta por la izquierda europea…  es la pugna por el predomino ideológico, político y legislativo en el escenario «cultural» europeo.

España: anuncio reiterado por parte del gobierno sobre la reforma de la actual ley del aborto, espectáculo activista de Femen en el Congreso de Diputados, iniciativa de UPN para que la madre vea una ecografía de su hijo antes de la práctica de un aborto, el 17N IV Marcha por la Vida: ‘Por el aborto cero. Por una vida sin recortes’… son algunas nuestras recientes, más que simples episodios anecdóticos,  de esa pugna, de esa batalla sórdida pero bien real, entre  el poso dejado en la mentalidad colectiva por décadas de predominio relativista y el ímpetu de la fuerza de la verdad», verdad científica, antropológica y moral, que pugna por abrirse paso entre las ruinas y los escombros dejados por el desarme moral experimentado tras el paso del tsunami relativista.

Nos encontramos, pues, en medio de una batalla ideológica y cultural por la extensión de la cultura de la vida, que afecta a la concepción antropológica y a la concepción misma de la propia vida humana.  Porque estamos tratando del mayor «bien», del «bien»  más excelso del que procedemos, del valor que otorgamos a la vida humana, del valor supremo que podamos identificar como especie. En esa lucha lo que está en juego es la consideración social del «bien»  más excelso existente entre nosotros, del milagro de la vida. «Bien» que en su fase prenatal el relativismo y un trasnochado progresismo han pretendido orillar, ladear, menoscabar.

Que hable la ciencia: el debate en torno al inicio de la vida humana. Su valor y su reconocimiento jurídico

En torno al valor de la vida humana naciente no hay todavía un consenso social amplio, pero qué nos dice la ciencia? Cuestiones éticas en torno al inicio y final de la vida.

El auge de la industria biotecnológica ha colocado en el centro del debate social la relación entre Ciencia, Ética y Derecho. Ese debate se plantea, entre otras cuestiones,  cómo llegar a la formulación de  grandes  principios  anclados  en  la dignidad humana de toda persona, que nos sirvan, entre otras cosas, para saber qué cosas, pudiendo ser hechas, no deben ser hechas. O, como muy recientemente se ha propuesto, ¿puede existir una ética –y, por ende, una bioética– válida para toda la humanidad, por encima de los credos religiosos?  

En ese debate el primer escollo a superar es la discusión sobre la existencia de vida humana desde que el óvulo femenino es fecundado por el espermatozoide masculino. De la respuesta que demos a esa pregunta depende la consideración del embrión como persona o como cosa, es decir, como un ser digno de protección o como materia susceptible de utilizarse y por consiguiente la calificación ética y jurídica del aborto. Y  esa  respuesta  corresponde  a  los científicos,  no  a  los  juristas.  

Dejemos, pues, que hable la ciencia: ésta  pone de manifiesto cada día con mayor contundencia cómo en el despliegue de la vida humana no se producen saltos inconexos sino que constituye un continuum. De la fecundación del óvulo materno por el espermatozoide paterno resulta la célula huevo o zigoto. Inmediatamente arranca un proceso de multiplicación celular en el que el organismo va a ir adquiriendo la forma y la constitución propia de la especie humana. La primera fase es la germinal: el zigoto multiplica activamente sus células, adopta forma esférica con una cavidad interna y al final de la segunda semana de vida se implanta en el útero de la madre. Comienza ahora la fase de embrión que se alargará, aproximadamente, hasta el final del segundo mes. La tercera fase del desarrollo prenatal es la de feto: el día 5 el embrión ya es blastocito, gracias a su desarrollo a través de la trompas de Falopio. El embrión blastocito (5 días) produce gonadotropina coriónica, con la que alerta a la madre para la preparación del endometrio que permitirá la anidación. Al final de la segunda semana de vida se implanta en el útero de la madre. El día 16 comienza el desarrollo de las células nerviosas, los vasos, la sangre, y el esbozo de corazón. Se inicia pronto la circulación de la sangre embrionaria (día 20), habrá un esbozo de sistema nervioso (día 22) y se producirá el primer latido (día 21-22). En la cuarta semana será ya reconocido como embrión, y de la sexta a la octava semana se producirá la transición de embrión a feto.

En contra de lo que anunció el conocido y polémico Informe Warnock, los últimos descubrimientos permiten afirmar que hay vida humana desde el comienzo del proceso de crecimiento molecular del zigoto. Los embriones son ya seres humanos, y no sólo potencialmente humanos. El derecho a la vida del ser humano es el derecho fundacional de cada individuo de nuestra especie y no varía en función de la  etapa de desarrollo. Es el derecho del que se predican todos los demás derechos. Ello no obsta para que ese ser humano sea totalmente dependiente de su madre hasta su nacimiento. Estamos ante un proceso en el que no hay saltos cualitativos que permitan hablar de una gradualidad  en la vida, que justificaría en  última  instancia  una  ley  de  plazos respecto  al  aborto.

En todo ese continuum parece que exista una especie de «telos» o finalidad última (en griego, fin u objetivo que perfecciona a quien lo alcanza) que guía y orienta todo el proceso, una finalidad inscrita en la propia naturaleza del zigoto, establecida en su propio programa interno de desarrollo. Las distintas etapas de este desarrollo supondrán la emergencia progresiva de propiedades nuevas: el zigoto llegará a ser un embrión, y el embrión un feto que al completarse la gestación dará lugar a un neonato. Tras nueve meses de gestación nace el ser humano, pero se mantiene durante mucho tiempo en situación de dependencia absoluta, aunque distinta de la propia del período anterior. Su madurez tardará en llegar, de hecho se irá completando a lo largo de toda la vida hasta la muerte natural.

La protección jurídica de la vida naciente en el ámbito europeo

Dice muy poco y no es propio de una sociedad que se precie de un avanzado grado de civilización que en la práctica se convierta en excluyente, y que en aras de un supuesto “bienestar de tipo material”, sea incapaz de acoger en su seno también a sus hijos “no planificados”.

La batalla por el reconocimiento del valor de la vida humana, también en su estadios iníciales continúa en Europa. Hay un creciente consenso entre los ciudadanos europeos a favor de la protección del embrión humano en la Unión Europea. Un ejemplo es el destacado éxito de la Iniciativa Ciudadana Europea “One of Us”, que pide a la UE poner fin a la financiación de las actividades que implican la destrucción de embriones humanos; la iniciativa ha recogido ya más de 1 millón de firmas».

Por su parte el Tribunal de Justicia de la Unión Europea ha sido claro sobre el derecho a la vida, estableciendo que el embrión humano merece protección legal desde el primer momento de su existencia. La sentencia del TJUE C-34/10 (c. Brüstle v. Greenpeace), reconoce como una “cuestión científica que una nueva vida humana comienza con la concepción, y que el embrión humano constituye una etapa precisa en el desarrollo del cuerpo humano”. Por otra parte, la Declaración de la ONU de los Derechos del Niño establece que cada niño tiene el derecho a la protección jurídica tanto antes como después del nacimiento.

Más recientemente en el seno del parlamento europeo se ha producido una importante victoria del derecho a la vida y la libertad de conciencia en Europa. Los eurodiputados no aprobaron el llamado informe Estela sobre salud sexual y reproductiva. El Informe suponía un nuevo intento extremista de restricción de la libertad de conciencia a propósito de la práctica del aborto, la iniciativa representaba una agresión directa a los derechos fundamentales a la vida y a la libertad de conciencia. Su rechazo es crucial para el futuro de los derechos humanos en la UE.

Por consiguiente nacidos sí, pero «nasciturus» también

Nos hemos de ocupar sí , por supuesto, de los ya nacidos, especialmente de aquéllos que se encuentran en una situación de mayor indigencia, esforzarnos para que todos tengan y puedan disfrutar de las mayores posibilidades para su mejor y más pleno desarrollo, pero no por ello hemos de olvidarnos de los que todavía no han nacido, de los «nasciturus», de aquéllos quienes víctimas inocentes de la mentalidad de una época no sabemos si van a poder nacer, de aquéllos quienes, débiles e indefensos, son atropellados y arrollados en su más elemental «derecho», víctimas de una mentalidad individualista que amparándose en argumentos interesados, muy discutible, egocéntricos y egoístas, no les reconoce su más elemental derecho a existir, a nacer, a desplegarse, a desarrollar todo su potencial y riqueza intrínseca.

En nuestros días esa batalla adquiere un especial relieve por la sangrante y abominable lacra social que supone que una sociedad acepte, callada y resignadamente, devorar a sus propios hijos amparándose en unos principios y unos supuestos valores, en perspectiva humanizadora, no utilitarista ni materialista, escasamente convincentes y abandone a su suerte a las madres en situación de extrema necesidad. Miró i Ardèvol, director del Institut d’Estudis del capital social (INCAS) de la universidad Abat Oliva CEU, refiriéndose a tan grave lacra concluía su artículo La democracia y la vida afirmando: El daño del aborto es cuantitativo y cualitativo… cualitativamente, el efecto no es desdeñable ni muchos menos. El hecho de la generalización del aborto, y su afirmación cultural, han conducido a un menosprecio por la maternidad, al ver al embarazo como un problema que es tratado en la práctica como una enfermedad de transmisión sexual; y al aborto, es decir la liquidación de un bien constitutivo humano, percibido como una solución. Esta concepción irradia en muchos sentidos y constituye un problema que afecta y lo hará todavía más la forma en que nuestra sociedad entenderá la vida; la vida de los demás, y el más débil cada vez lo pasará peor.

En España a mediados de noviembre multitud de entidades, organizaciones y particulares saldrán nuevamente a la calle para hacer oír su voz en defensa de la dignidad y el respeto a la vida humana, también en su fase prenatal, en reconocimiento de la maternidad y en reclamo de apoyo social a las madres gestantes en extrema necesidad. El próximo 17 de noviembre tendrá lugar la IV Marcha por la Vida organizada por la plataforma Derecho a Vivir, con el respaldo de más de 300 organizaciones nacionales e internacionales, cuyo objetivo es pedir al Gobierno que cumpla su promesa de legislar “para reforzar la protección del derecho a la vida”. La portavoz de Derecho a Vivir considera que “estamos ante una oportunidad histórica de avanzar en la defensa del derecho a la vida de los no nacidos. Queremos cambiar aborto por esperanza para más de 120.000 niños cada año”.

Ver también:

Ver la sección CULTURA DE LA VIDA

Aborto y horizontes de futuro


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