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LA «CULTURA DE LA VIDA»

Las imágenes de fetos destrozados no son queridas ni aceptadas por ninguna persona con una mímima sensibilidad por lo humano.

Sería lógico que una sociedad auténticamente “progresista” extendiera su sensibilidad y su capacidad de protección también a esos estadios de la vida.

La cultura de la vida significa respetar la naturaleza y cualquier forma o expresión de la vida, de manera especial de la vida humana.

No puede haber nadie que se arrogue el poder de decidir quien puede vivir y quien debe morir.

Ciertas prácticas socialmente toleradas en la actualidad nos retrotraen, en términos de evolución cultural, a estadios de civilización que como humanos creíamos haber superado.

Uno de los temas más importantes en el debate social actual hace referencia a todo cuanto tiene que ver con la vida humana y su debido respeto: qué entendemos por ésta y con qué amplitud o restricción la contemplamos o deberíamos contemplarla.

Partamos de algún hecho paradigmático. Recientes acontecimientos han vuelto a poner en primer plano de la actualidad, por ejemplo, la realidad del aborto. Según datos oficiales, por primera vez el número de abortos en España ha superado la barrera de los 100.000 abortos anuales. Según el informe del Ministerio de Sanidad, en los últimos dos años (2004-2006) el número de abortos ha crecido en un 20% pasando de 84.985 a 101.592 abortos.

Las noticias que afloran las prácticas abortistas que se realizan en nuestro país así como otras informaciones aparecidas en la prensa alrededor de dichas prácticas llevadas a cabo en otros países han colocado en primer plano de la actualidad una realidad que irrita la más elemental sensibilidad de una gran parte de la opinión pública. Las imágenes de fetos destrozados que han aparecido en los medios de comunicación no son queridas ni aceptadas por ninguna persona con una mímima sensibilidad por lo humano. Desde la más natural y elemental sensibilidad repugna la realidad que expresan esas imágenes y hieren nuestra sensibilidad personal por ser prácticas antinaturales y horrendas. Y es razonable porque mientras se produce esa lamentable realidad, paralelamente, cada vez somos más sensibles, sin duda, a la falta de amor a la infancia; a los actos de violencia doméstica u otros tipos de maltratos, a la guerra o al terrorismo. Por eso empieza a aflorar en la sociedad una creciente sensibilidad ante el horror que supone acabar con una vida humana que comienza.

Es curioso y llama la atención que en una época de tan incisivo ecologismo, progresismo y modernismo y tras el fuerte empeño demostrado por estas corrientes por el respeto y la conservación del medio ambiente o por la ampliación de los derechos individuales y sociales de colectivos tradicionalmente marginados por la sociedad, estos movimientos no adopten también una posición, ahora sí radical, en defensa de la vida, de cualquier expresión de ésta, como hacen en otros aspectos. No es fácil de asumir que muchos luchen contra el calentamiento global del planeta y no sientan compasión y rechazo ante tan grave destrozo humano. Resulta paradójico que a nivel legislativo, en la época de la hipersensibilidad sobre la protección medioambiental y faunística o en la época de la prohibición del “cachete educativo” como medida protectora de la dignidad e integridad del niño, no se ponga el mismo empeño en la protección jurídica de otras manifestaciones y expresiones de la vida, y más cuando se trata de proteger la misma vida humana. Animamos, pues, a estos movimientos a que pongan el mismo empeño en la defensa de la vida al igual que lo hacen com respecto a otras realidades, en la defensa de la más maravillosa expresión de vida, de la vida humana, en cualquiera de las fases o estadios en que ésta se encuentre. Desde la ética más natural y elemental aparece meridianamente clara la necesidad de proteger jurídicamente estas formas o fases de la vida humana. Parecería lógico que una sociedad que se califica a si misma como auténticamente “progresista” extendiera su sensibilidad y su capacidad de protección también a estos estadios de la vida. Por el contrario, no es verdaderamente progresista una sociedad que en vez de abordar las situaciones en toda su complejidad afronta los problemas con soluciones fáciles.

vidaPor eso, ahora que en nuestro país se están produciendo esta serie de hechos que parecen volver a alentar este debate, es bueno tratar de analizar algunas de las cuestiones que suscitan. Esto nos ayudará a pensar sobre cuál es el meollo de la situación en la que nos encontramos. Gran parte de esta polémica se centraría mucho mejor si intentáramos dar respuesta a preguntas como las siguientes: ¿Qué ha ocurrido para que en cerca de sólo 30 años lo que antes avergonzaba a los parlamentos, como un práctica cobarde, al ensañarse con los más débiles e inocentes, hoy se exhiba como un derecho? ¡El delito de ayer, hoy se ha convertido en derecho!, y la eliminación de los más débiles aparece ante la opinión pública como un ejercicio noble de la libertad, como una "conquista" de la civilización. ¿Por qué una sociedad que está dando tanta importancia a la vida, y gasta enormes recursos humanos y económicos para protegerla y para aliviar el dolor de las personas empleando una biomedicina cada vez más poderosa, no tiene en cuenta la tragedia del aborto? Y todavía más en el fondo del problema: ¿por qué se da entre la opinión pública esta ceguera “biológica” ante los numerosos y actuales hallazgos científicos que muestran que el inicio de la vida humana está en la fecundación de los gametos, es decir, en el momento de la concepción?

Conviene poner al descubierto algunas estrategias del progresismo dominante. A nivel social el camino seguido es siempre parecido: se admite un acto cuestionable, se introduce en la legislación y en el discurso ético, y al final arraiga en la cultura social. Esas prácticas se transforman en derechos. En medio de tantos signos positivos de progreso material y cultural, se extienden en la mentalidad colectiva estas formas de infravaloración y menosprecio por ciertas formas y expresiones de la vida humana. Los cambios en la legislación son seguidos lógicamente por cambios en la valoración sociológica de esas prácticas. Si la legislación reconoce como legítimas esas manifestaciones de la cultura antivida, es inevitable que la gente llegue a pensar que quien se opone a esas leyes está denegando un derecho.

La «cultura de la vida» frente a la «cultura de la muerte»

En el fondo de ese debate se encuentran dos concepciones divergentes: la concepción de la «cultura de la vida», entendida ésta en sentido amplio en cualquier estadio o forma que ésta se encuentre, frente a lo que se considera “socialmente no viable” en referencia a cuestiones que tienen que ver con el debido respeto a la vida humana y su dignidad como el aborto, la eutanasia, la manipulación y destrucción de embriones humanos, los intentos de clonación...que podríamos convenir en denominar «cultura de la muerte».

La expresión «cultura de la vida» pretende resumir una línea de pensamiento caracterizada por un profundo respecto a la vida, hacia toda forma de vida en sentido amplio. La «cultura de la vida» significa respetar la naturaleza y cualquier forma o expresión de la vida, de manera especial de la vida humana. De tal forma que la «cultura de la vida» está en contra de las prácticas que pretendan destruir cualquier forma de vida humana, es decir propugna respetar la vida humana desde el primer momento de la concepción hasta su final natural. En nuestro contexto social actual, marcado por una dramática lucha entre la cultura de la vida y la cultura de la muerte, se necesita desarrollar un profundo sentido crítico capaz de discernir los valores verdaderos y las auténticas necesidades. Si olvidamos que ningún ser humano puede estar a merced de nuestro arbitrio, dejamos de lado el verdadero fundamento de los derechos humanos. Y esta obviedad que ha estado oscurecida durante décadas comienza ahora a ser desempolvada. El aborto es un ejemplo paradigmático que refleja de forma sintética una de las grandes contradicciones de la modernidad, fundamentada en un cientifismo omnipresente, ciego a los valores y al conocimiento «holístico».

Vivimos en una sociedad donde hay una lucha constante entre la cultura de la vida y «la cultura de la muerte». Esta última es una cultura donde se promueve una visión que considera la muerte de los seres humanos, con cierta justificación y se concreta en actitudes, comportamientos, instituciones y leyes que la favorecen y la provocan. Para esta cultura la vida es un valor al albur de la voluntad de otros. En esta cultura se absolutiza la libertad individual subjetiva. Se considera la muerte como un “bien” al que se puede recurrir en caso de necesidad, contemplando la posibilidad de poder acabar con la vida, si esto pareciera conveniente. Se la ve como una “solución” aceptable ante ciertos problemas. No puede haber nadie que se arrogue el poder de decidir quien puede vivir y quien debe morir. Es una cultura que practica el menosprecio de ciertas formas de vida no “rentables o viables” socialmente y que va extendiendo su huella en el seno de la mentalidad colectiva e impregna la mentalidad de las jóvenes generaciones.

Cuando hablamos de una «cultura de la vida», ¿qué es lo que queremos decir? Quizás para algunos, "la cultura de la vida« se entiende como una cultura en la que el consumismo y el hedonismo están al alcance de todos. ¿Cuáles son las manifestaciones de esta cultura de la vida? Sin duda son muchas; desde la preservación del medio natural hasta la defensa de la vida humana en todas sus manifestaciones; desde la construcción de la paz, sinónimo de ausencia de conflictos y de muertes, hasta la valoración de la ancianidad y de cualquier persona considerada “no rentable” socialmente . Defender la vida como un valor fundamental, es defender a la humanidad de cualquier enemigo de la vida: persona, régimen, legislación, creencia o mentalidad que pueda determinar el final de la vida, por medio de criterios subjetivos, ideológicos o políticos

Por una extensión de la «cultura de la vida».

Frente a una mentalidad positivista y utilitarista partidaria de quitar de en medio todo lo que se considera “socialmente no viable”, hace falta más educación y formación. Es necesario despertar en la sociedad la conciencia de promover la cultura de la vida. Es necesario recrear una “nueva mentalidad” a favor del respeto a la vida y su dignidad. La educación será la práctica social que lentamente nos ayudará a realizar ese necesario cambio de mentalidad y nos permitirá ampliar, profundizar y avanzar en nuestro respeto por estadios y formas de vida hoy socialmente infravalorados y a contemplar esas realidades socialmente toleradas en la actualidad como culturalmente regresivas y que nos retrotraen, en términos de evolución cultural, a estadios de civilización que como humanos creíamos haber superado.

Si queremos evaluar la calidad de una sociedad, no podemos hacerlo sólo en función de su progreso material sino según la dignidad i calidad de vida que demos a los más desfavorecidos. Hoy no podemos hacer con las personas lo mismo que hacemos con las cosas: si no sirven, si no producen, las tiramos. Será necesario cambiar nuestra mentalidad modificando nuestros criterios de evaluación respecto a la calidad de nuestras sociedades y transitar colectivamente hacia un estadio de civilización donde se respete la vida en todas sus formas.

En la conducta y en la toma de decisiones individuales no sólo influye la cultura y mentalidad socialmente dominante, sino también otros muchos factores. En el tema del aborto y en el caso de la mujer que se encuentra en la difícil tesitura de tener que decidir sobre un embarazo no deseado, lo que necesita no es la penalización y la condena social, sino nuestra comprensión y apoyo y los medios necesarios para que no se vea abocada, como única alternativa, a la práctica del aborto. Toda la ayuda personal, social y institucional necesaria para ellas. Es necesario crear, entre todos, un nuevo clima social favorable a la protección de estas situaciones mediante el apoyo, los recursos y la información necesarios para que la mujer interesada no se encuentre sola y abandonada, pueda decidir autónoma y responsablemente y para que comprenda que es posible llevar a buen término la maravillosa vida que lleva en su seno.

Y mientras tanto ante la dramática situación del aborto en España, algo hay que hacer. Y por ello se ponen en marcha iniciativas como www.embarazoinesperado.es o las del mismo IPF (Instituto de Política Familiar) que sugiere desarrollar una política preventiva integral que gire alrededor de cuatro ejes: “sensibilización y concienciación sobre la importancia y el valor personal y social de la natalidad, el embarazo y la maternidad; el aumento de los recursos públicos tanto de organismos como de dotaciones presupuestarias; la implantación de medidas de apoyo destinadas a la mujer embarazada –en concreto, el IPF propone una ayuda directa al embarazo de 1.026 euros-, y una política de información a la mujer embarazada .”

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