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La relación «lograda»

La «distancia adecuada». El contraste entre la «multitud» y la «soledad».

  • Las relaciones con el otro son tan habituales, cotidianas y espontáneas que no solemos reflexionar sobre ellas.
  • La distancia que me une con el otro no siempre es la más adecuada.
  • Hay que aprender a mantener en cada momento la distancia adecuada: no hay que estar ni demasiado lejos ni demasiado cerca.
  • Los momentos de «felicidad» que podemos experimentar son siempre la expresión de una relación lograda.
  • ¿A qué tiende toda nuestra actividad sino a buscar la «felicidad»? Toda nuestra conducta está orientada en último término a ese fin.
  • Uno de los grandes méritos de la antropología moderna ha consistido en situar la «felicidad» en el plano del mayor o menor éxito en la relación con el otro.
  • Las relaciones con el otro, en la infinita diversidad de ese otro múltiple, constituyen de tal forma nuestra misma existencia y son tan habituales y cotidianas que no solemos reflexionar sobre ellas.
  • Esa relación con el otro, nos constituye en nuestra existencia y no siempre resulta totalmente adecuada.
  • La presencia de los demás en una relación recíproca exitosa es la experiencia misma de la alegría.
  • Los momentos de felicidad que podemos experimentar son siempre la expresión de una relación lograda en la que el otro y yo hemos llegado a situarnos en una “consideración” recíproca, en una especie de libre aceptación de nuestras respectivas “densidades"... en la que cada uno se siente más uno mismo por la propia relación con el otro y de la que cada uno sale en cierta manera confirmado positivamente en la conciencia de «ser», y de ser «uno mismo».

En la realidad humana sólo existe alguien con conciencia de sí, en y por la relación con otros muchos seres que, si han “adquirido consistencia'', ha sido en las relaciones con otros seres distintos...

No soy yo quien me he hecho tal, sino que desde antes del nacimiento de ese niño que he resultado ser yo, la estructuración dinámica de mi personalidad se iba preparando por la trama compleja de las relaciones vividas por mis padres entre sí y con el mundo en el que se movían.

La relación con el otro, la verdadera, la que no deja de solicitarnos a largo del tiempo -e incluso más allá- es en cierta forma intolerable: la relación con el otro es precisamente el ámbito de la angustia.

La angustia es proporcional a la distancia real que nos une con el otro, al menos con el otro con quien estamos en relación. No hay que estar ni demasiado lejos ni demasiado cerca. Y eso no solo en el plano de la presencia física, sino más bien y sobre todo en el plano de lo que se llama el '‘pensamiento” o el “corazón”. Si estoy demasiado lejos del otro, ello puede constituir una carencia excesiva, una frustración, es decir, la privación sentida como tal de algo mío que debería ser. Tal es el sentimiento que se experimenta cuando nos damos cuenta de que un amigo en el que pensábamos, nos ha “olvidados. Pero si estamos demasiado cerca, entonces corre el peligro de que desaparezca esa distancia mínima que hace que uno se sienta claramente uno mismo frente al otro, y plenamente uno mismo por dos razones: porque está allí y porque el “vacío” que nos distingue persiste en su firmeza. En resumen, la relación con el prójimo, que nos constituye en la existencia precisamente como sujeto consciente, no es siempre totalmente adecuada, “a la distancia conveniente”.

Otro aspecto no menos misterioso es el contraste sorprendente entre la multitud y la soledad. Cuando sentados en la terraza de un café vemos pasar a la gente, podemos llegar a formularnos una pregunta verdaderamente difícil: cada uno de esos seres es, como yo, alguien para alguien, y se encuentra en su vida con seres que son alguien para él: mujer, marido, hijos, padres, amigos. Sin embargo, allí están, como ahogados unos por otros, separados de sus relaciones vividas por la multitud misma con la que están obligados a confundirse para incorporarse a ellos o para servirles. La trama múltiple de las relaciones humanas, a partir de un umbral de densidad de población que pronto se alcanza, tiende a neutralizarse en una especie de torbellino casi desesperado. Eso es lo que expresaba muy bien la escena final de una película ya antigua, “Les enfants du paradis”, en la que aparecían un hombre y una mujer que trataban de encontrarse de nuevo y que se veían definitivamente separados por la multitud alegre que venía de una fiesta. En esa red enorme de la multitud es donde uno se siente a veces el más solo, bien sea para llorar o para “fortalecerse” ...

Pero al contrario, la ausencia completa de todo ser humano resulta insoportable, salvo en el caso de personalidades muy excepcionales. Los eremitas completamente solitarios siempre me han inquietado... Un dibujo que vi hace tiempo me parece que expresa mejor este sentimiento que amplias explicaciones: se trataba de un hombre que estaba completamente solo en un magnífico paisaje montañoso, y al pie del mismo había una leyenda que decía: "Sería mucho más hermoso si tuviera a alguien a quien podérselo decir”.

Continuamente estamos viviendo estas relaciones con el prójimo, y constituyen de tal forma nuestra misma existencia, múltiple, contrastada y creciente, que jamás reflexionamos sobre ellas. Sin embargo, eso pudiera tal vez ayudarnos a mejorar esas relaciones y por tanto a ser más felices. Pues, en resumidas cuentas, ¿a qué tiende toda nuestra actividad sino a buscar la felicidad? Toda moral está orientada en último término a eso, aunque la felicidad adopte un lugar muy distinto según la visión del mundo que la condiciona.

El mayor mérito de la antropología moderna ha sido precisamente situar la felicidad en el plano del mayor éxito en la relación con el otro, en la infinita diversidad de ese otro múltiple. ¡Si “el infierno son los demás”, según expresión de Sartre, la presencia de los demás en una relación recíproca es asimismo la experiencia misma de la alegría, por pequeña que ella sea!

Los momentos de felicidad que podemos experimentar son siempre la expresión de una relación lograda, cualquiera que sea su nivel o tipo, en la que el otro y yo hemos llegado a situarnos en una “consideración" recíproca, en una especie de libre aceptación de nuestras “densidades" respectivas; en la que cada uno se siente más uno mismo por la propia relación con el otro, y de la que cada uno sale en cierta manera confirmado positivamente en la conciencia de «ser», y de ser «uno mismo».

Fuente: M. ORAISON: Etre avec…la relation a outri. Editions du Centrurion. Paris (Traduc: Psicología de nuestras relaciones con los demás.)

Ver tanbién la sección: LES RELACIONS HUMANES


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