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Condiciones para un diálogo auténtico

Condiciones para el diálogo y virtudes del dialogante.

Las virtudes del auténtico dialogante o dialogador

Mucho se ha hablado últimamente en España de diálogo entre fuerzas políticas, entre Govern de la Generalitat y Gobierno central. Este ha sido casi irrealizable. ¿Cómo ha sido posible ese desencuentro? ¿Por qué? ¿Qué condiciones y qué virtudes son necesarias para un franco diálogo entre dos partes?

Condición previa es reconocer al "otro", aceptar al otro como tu interlocutor. Quien no toma en serio la defensa de la «verdad» que posee, quien no está movido por una firme voluntad de «verdad» sólo puede ser un participante fingido del diálogo. Y en este caso cuál es la verdad superior que se niega, que no se está dispuesto a reconocer: la realidad es la que es, Cataluña es una «nación», y además una nación milenaria (aunque sin estado). Y como cualquier otra «nación» debe tener derecho a decidir su futuro.

Aportamos una sucinta reflexión, como esclarecimiento del mismo. Hay que estar interesado en poder establecer un diálogo constructivo. El diálogo es esencialmente una búsqueda en común de una verdad, que generalmente está más allá de las posiciones de uno y del otro. Pero el diálogo, para que llegue a poder ser eficaz, debe cumplir determinadas condiciones. Por ejemplo, se debe partir de un buen diagnóstico de la realidad tal como es y discernir lo que hay que hacer. Hay que velar por el respeto de los derechos de todos los ciudadanos y de las instituciones, la libertad de expresión y preservar la convivencia en paz. Considerar la parte de verdad que pueda tener el otro. El otro, por muy cerrado que esté, no es tan extraño como para no ser digno de ser escuchado, reconocerlo y considerarlo, no negarlo. La descalificación del otro antes de hablar, es un auténtico muro, una frontera, que hace estéril todo diálogo. Se ha de «negociar» y llegar a un acuerdo entre las partes. Para ello será necesario una actitud flexible y sincera en ambas partes, con la intención de llegar a un entendimiento común.        

 

Para que se desarrolle un diálogo auténtico es preciso, a la vez, que, por una parte, los participantes hagan una firme, clara, sincera, defensa de la verdad que poseen y que, por otra, sin perjuicio de la firmeza en la defensa de la propia posición, se mantengan abiertos a la crítica de los demás. No hay diálogo auténtico si no tomamos en serio, defendemos y criticamos argumentativamente nuestras propias posiciones. El diálogo auténtico es intercambio de las “razones” que los interlocutores se ofrecen para avanzar juntos, hacia la conjunta, común afirmación, de una verdad siempre mayor. Quien no toma en serio la defensa de la verdad que posee, quien no está movido por una firme voluntad de verdad sólo puede ser un participante fingido del diálogo.

Así pues, son condiciones de posibilidad del diálogo auténtico: por una parte, la firmeza (no cerrazón  inflexible) en la defensa de la propia posición y, por otra, la apertura crítica a las razones de los demás (no la irenista ligereza relativista).  Y con éstas lo son los que a la vez constituyen componentes fundamentales de una sincera actitud de dialogancia:

  • a) la conciencia clara del carácter limitado, siempre superable, de mi captación intelectiva de la realidad;
  • b) la veracidad en la exposición y defensa argumentativa de mi posición
  • c) la sincera disposición a enriquecer esa mi posición con los elementos de verdad que se me ofrecen desde otras posiciones.

Resulta así que la participación en el diálogo bajo las condiciones ineludibles señaladas requiere asimismo en los participantes, y les exige practicar, unas virtudes sin cuyo ejercicio no se pueden asegurar la efectiva autenticidad.  De entre las virtudes que habrían de adornar al dialogante, algunas de ellas, en efecto, son tales que su carencia no sólo le impedirá ser un dialogante moralmente bueno y auténtico, y hará de él un falso dialogante sino que impedirá, en último término, que haya diálogo sin más. Y siendo esto así, la consideración de las virtudes del auténtico dialogante o dialogador es sin duda parte ineludible de una teoría del diálogo mismo.

Las virtudes éticas y dianoéticas propias del auténtico dialogante se relacionan y refuerzan mutuamente. Se refuerza mutuamente la clara conciencia habitual de la propia limitación intelectual, conciencia que abre en humildad y ensancha la propia inteligencia en acuciante deseo de complementariedad, de más verdad. Con esta actitud se refuerzan el hábito dianoético de “escucha” de la realidad por voz del otro y la virtud moral de respeto al otro como persona, como congénere substancialmente igual, compañero de búsqueda de la verdad, capaz de aprehender aspectos de la realidad que se escapan a mi perspectiva, un portavoz también de la realidad.

He de practicar la más limpia veracidad para exponer mi postura con plena fidelidad y excluir radicalmente la mentira (la mentira no es sólo un mal moral, sino un obstáculo “físico” que hace imposible el diálogo) y he de practicar la justicia con que apartar de mi consideración los aspectos negativos de su personalidad ajenos a la búsqueda de la verdad. La virtud dianoética que me hace captar la fuerza del mejor argumento habrá de aliarse con la fortaleza para resistir a quien pretenda, por encima de éste, hacer valer el poder de su pura fuerza, así como la virtud de la templanza para renunciar a hacer valer mi propio poder extra-argumentativo incluso intelectual (habilidad sofística, p.e.), del que pueda sentirme y estar circunstancialmente investido…  Otras muchas virtudes y dotes de carácter, aunque no sean necesarias con necesidad de medio para que haya un diálogo auténtico, contribuirán a un diálogo más grato y fecundo.

Fuente:  Teófilo González Vila en http://www.analisisdigital.org


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