titulo de la web

El amor que nos cura

Tener una catedral en la cabeza

El hombre en busca de sentido: el sentido, factor esencial en el proceso de resiliencia de una persona.

El amanecer del sentido nace al mismo tiempo que la vida, pero se construye de manera distinta según la especie, el desarrollo y la historia del individuo.

Sin memoria y sin esperanza viviríamos en un mundo sin razón.

El sentido se construye en nosotros con lo que nos precede y lo que nos sigue, con la historia y con los sueños, con el origen y con la descendencia.

Sin afecto y sin sentido, la vida se vuelve demasiado dura, y los desgarros vitales resultan difíciles de recomponer.

Somos seres de sentido. Sin sentido nos sentimos desestructurados. Necesitamos encontrar sentido a lo vivido, a lo experimentado, a lo sentido en nuestro interior. En nuestra época muchos no llegan a descubrirlo y experimentan el vacío existencial. Muchas personas se esconden en la masa anónima, para intentar llenar ese vacío. Cubren con una falsa autenticidad y espontaneidad, cediendo a lo que hace la mayoría, su propia frustración y sentido de inutilidad. El amanecer del sentido nace al mismo tiempo que la vida, pero se construye de manera distinta según la especie, el desarrollo y la historia del individuo. Sólo cuando aparecen las representaciones de las imágenes o de las palabras el sujeto se vuelve capaz de reelaborar el sentido que ha quedado impregnado en su memoria. La evolución le ha dado una capacidad de resiliencia natural. Sin memoria y sin esperanza viviríamos en un mundo sin razón. El nacimiento de la palabra provoca la derrota de las cosas. Tan pronto como nos volvemos capaces de fabricar elementos simbólicos, nuestro mundo íntimo adquiere la capacidad de sustituir las cosas por pensamientos. Quien tiene una catedral en la cabeza transfigura la piedra y experimenta la sensación de elevación y de belleza que provoca la imagen de la catedral. El sentido de las cosas no se encuentra en la realidad objetiva, está en la historia y en el fin perseguido.

El sentido procura una dicha duradera y transmisible, mientras que el placer solitario dura lo que dura un relámpago. Cuando una cultura no tiene más proyecto que el del bienestar inmediato, el sentido no tiene tiempo de surgir en el alma de los sujetos que habitan esa sociedad. Sin afecto y sin sentido, la vida se vuelve demasiado dura, y los desgarros vitales resultan difíciles de recomponer.

Anterior

Por Boris CYRULNIK, neurólogo, psiquiatra, psicoanalista y etólogo

El amanecer del sentido nace al mismo tiempo que la vida, ya sea ésta animal o humana, pero se construye de manera distinta según la especie, el desarrollo y la historia del individuo.

Para un animal, lo real es comprensible. Responde a esa realidad mediante comportamientos adaptados. Percibe los objetos animales que su sistema nervioso destaca en el entorno. Los procesos de memoria biológica aparecen en los estadios tempranos del mundo vivo, incluso en organismos muy simples. Tan pronto como existan unas cuantas decenas de miles de neuronas capaces de constituir, como sucede en la araña, un pequeño ganglio «cerebral», el ser vivo se vuelve capaz de memorizar. De este modo, puede aprender a resolver los diversos problemas que le plantean los mudables entornos ecológicos y conocer distintos desarrollos. Tan pronto como su sistema nervioso es capaz de hacer que retorne una información percibida en el pasado y se disparar una respuesta a ella, podemos hablar de representaciones sensoriales. Esta memoria atribuye al objeto percibido una emoción que provoca la atracción o la huida en función del aprendizaje inducido por las informaciones pasadas.

En el bebé, también lo real es comprensible. Durante las últimas semanas del embarazo, el feto responde a unas informaciones sensoriales elementales y se familiariza con ellas (ruidos, percusiones mecánicas, sabor del líquido amniótico, emociones de la madre). Esto explica que, desde el nacimiento, su mundo se encuentre estructurado por una serie de objetos destacados que percibe mejor que otros.

Sin embargo, todo ser vivo posee un pequeño grado de libertad biológica, dado que puede huir o someterse, agredir o doblegarse. Sólo cuando aparecen las representaciones de las imágenes o de las palabras el sujeto se vuelve capaz de reelaborar el sentido que ha quedado impregnado en su memoria. La evolución le ha dado una capacidad de resiliencia natural.

Sin memoria y sin esperanza viviríamos en un mundo sin razón.

El nacimiento de la palabra provoca la derrota de las cosas. Inicialmente victoriosas, las cosas se imponen a nuestra memoria, pero, tan pronto como nos volvemos capaces de fabricar elementos simbólicos, de ubicar en un punto un objeto que representa a otro, nuestro mundo íntimo adquiere la capacidad de sustituir las cosas por pensamientos.

Para ilustrar hasta qué punto habitamos este nuevo mundo, he solido atribuir a Charles Péguy la siguiente fábula. Yendo en dirección a Chartres, Péguy ve en un costado de la carretera a un hombre que parte piedras golpeándolas con un mazo. Su rostro expresa desdicha y sus gestos rabia. Péguy se detiene y pregunta: «Señor, ¿qué hace?». «Ya lo ve usted», le responde el hombre, «no he encontrado más que este oficio estúpido y doloroso». Un poco más adelante, Péguy ve a otro hombre que también se dedica a partir piedras, pero su rostro está sereno y sus gestos son armoniosos. «¿Qué hace usted?, señor», le pregunta Péguy. «Pues ya ve, me gano la vida gracias a este cansado oficio, pero cuento con la ventaja de estar al aire libre», le responde el hombre. Algo más lejos, un tercer picapedrero aparece radiante de felicidad. Sonríe al demoler la masa pétrea y mira placenteramente las lascas de piedra. «¿Qué hace usted?», le interroga Péguy. «Yo», responde el hombre, «¡construyo una catedral!».

La piedra desprovista de sentido somete al desdichado a lo real, a lo inmediato, que no permite comprender otra cosa más que el peso del mazo y el dolor del golpe. Por el contrario, quien tiene una catedral en la cabeza transfigura la piedra y experimenta la sensación de elevación y de belleza que provoca la imagen de la catedral, de la que ya se siente orgulloso. Sin embargo, se esconde un misterio en el mundo íntimo de los picapedreros: ¿por qué algunos tienen una catedral en la cabeza mientras otros no ven más que piedras?

Sin memoria y sin esperanza viviríamos en un mundo sin razón. Por tanto, para soportar la cárcel del presente, lo llenaríamos de satisfacciones inmediatas. Esta adaptación del comportamiento nos proporcionaría placeres fáciles, pero las diversiones instantáneas hacen que el carácter se agrie porque es imposible disfrutar constantemente, todo sabor que se prolonga provoca indiferencia, después desagrado e incluso sufrimiento. No esperar de la vida más que satisfacciones inmediatas conduce a la amargura y a la agresividad por la menor frustración. Una vida consagrada al placer nos hace caer en la desesperación tan inexorablemente como una vida sin placer.

El sentido no tiene tiempo de brotar en el alma de un individuo-instante

«El sentido de las cosas no se encuentra en la realidad objetiva, está en la historia y en el fin perseguido.» Ahora bien, nuestras victorias técnicas acaban de inventar al «individuo-instante». El hombre fulgurante que ama la urgencia porque le empuja al acto y le evita pensar se convierte en un galeote del presente cuya relación con el tiempo organiza un estilo de vida: «Poseemos los medios para gozar sin trabas. Amigos epicúreos, agrupémonos para luchar contra los aguafiestas que nos lo quieren impedir». «No hacemos nada malo. Lo único que queremos es disfrutar de la vida». Sin embargo, como ese acto reflejo no confiere al tiempo la duración necesaria para permitir el surgimiento del sentido, estos grupos centrados en el disfrute se disgregan enseguida y no transmiten nada a sus amigos ni a sus hijos. Por el contrario, los cuatrocientos años necesarios para construir una catedral nos hacen felices, aunque aún no haya sido levantada. El sentido procura una dicha duradera y transmisible. No esperar de la vida más que satisfacciones inmediatas conduce a la amargura y a la agresividad por la menor frustración. El sentido procura una dicha duradera y transmisible, mientras que el placer solitario dura lo que dura un relámpago. Sin embargo, cuando el placer se une al sentido, la vida hace que merezca la pena partir piedras por ella.

El sentido se construye en nosotros con lo que nos precede y lo que nos sigue, con la historia y con los sueños, con el origen y con la descendencia. Pero, si nuestra cultura o las circunstancias no disponen a nuestro alrededor algunos lazos afectivos que nos emocionen y nos permitan componer recuerdos, entonces la privación de afectos y la pérdida de sentido nos transformarán en individuos-instante. Sabremos disfrutar rápidamente, pero en caso de desgracia, nos veremos privados de los principales factores de resiliencia.

Esto equivale a decir que ciertas familias, ciertos grupos humanos y ciertas culturas facilitan la resiliencia, mientras que otros la impiden. «Cuanto más elevado es el nivel de organización obtenido por una sociedad, más desunidos están los individuos». Cuanto más se mejoran las condiciones de la existencia, menos necesidad tiene cada hombre de los demás. Por el contrario, en una sociedad en la que no es posible vivir solo, ocuparse de los demás significa protegerse. La mejora de las prestaciones individuales conlleva la dilución de los vínculos y aumenta la vulnerabilidad frente a las experiencias traumáticas. Todo va bien mientras uno se mantiene en carrera, pero, en caso de desgracia, y sin afecto y sin sentido, la vida se vuelve demasiado dura, y los desgarros traumáticos resultan difíciles de recomponer.

Para componer un sentido es necesario compartir un proyecto. Pero para provocar una representación que procure una sensación de dicha es preciso que ese proyecto sea duradero y esté diversificado. Cuando una cultura no tiene más proyecto que el del bienestar inmediato, el sentido no tiene tiempo de surgir en el alma de los sujetos que habitan esa sociedad. Y al contrario, cuando una cultura no propone para el porvenir más que una sociedad perfecta que existirá en otro tiempo y en otro lugar, siempre en un marco diferente, sacrifica el placer de vivir para valorar el placer de un futuro sonriente: mañana, siempre mañana.

Fuente: B. CYRULNIK: El amor que nos cura.


Ver también la SECCIÓN: L'AMOR, L'ESTIMACIÓ...

Ver también la SECCIÓN: EDUCACIÓ FAMILIAR


Per a «construir» junts...
Són temps per a «construir» junts...
Tu també tens la teva tasca...
Les teves mans també són necessàries...

Si comparteixes els valors que aquí defenem...
Difon aquest lloc !!!
Contribuiràs a divulgar-los...
Para «construir» juntos...
Son tiempos para «construir» juntos...
Tú también tienes tu tarea...
Tus manos también son necesarias...

Si compartes los valores que aquí defendemos...
Difunde este sitio !!!
Contribuirás a divulgarlos...