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La brújula

Lo importante es no perder el Norte. Teniendo el rumbo, lo demás es cuestión de viento. ¿Pero tienes brújula? La brújula es necesaria para llegar a donde queremos. Con brújula y rumbo vendrá entonces preocuparse por la fuerza y la velocidad con la que llegar. Pero antes es necesario un rumbo claro. Presentamos unos sucintos fragmentos de la breve pero interesante y sugerente obra "Todo lo que sucede importa".

LA PRIMERA TRAMPA: YO

¿Realmente todos somos capaces de lograr la felicidad? ¿No será que nos engañamos y realmente la felicidad no es posible?

La felicidad es más asequible de lo que parece, pero tiene que ver con resolver la maraña de la vida. Lo que sólo puede hacer cada uno por sí mismo. Cada uno es el principal responsable de su propia vida, de su propia libertad, de su propia voluntad y su felicidad. La clave está en acertar con el camino correcto. Un camino que tiene su lógica. Siempre nos presentará las pistas necesarias para dar con la salida y el éxito.

Comienza a andar por ti. Tú. Sin esperar a nadie. Al poco de iniciar el camino, nos encontramos con la primera trampa: dar vueltas en torno a una rotonda: nosotros mismos, nuestro YO.

Cuanto antes se madura, antes abandonamos ser nosotros mismos nuestro propio centro y lo cedemos a lo que más nos importa: siempre otro. Hay quienes, sin embargo, pasan su vida dándole vueltas a su YO. La costumbre y la velocidad de sus vueltas, sobre su centro, hace que no perciban más a su alrededor que ellos mismos, sus gustos, sus necesidades, su conveniencia, su hartura y su soledad.

Esto es iniciar el camino al poco de iniciarlo. Es la trampa más torpe. Pero muchos son los que caen en ella. Los que acaban por no avanzar, solo dar vueltas, sin rectificar.

Son éstos los egoístas inmaduros. Los que se convencen de que no hay más camino que ir cada uno a lo suyo. Sin más salida. Y no son felices. Porque la infelicidad se asegura si no se recorre el laberinto de la vida.

A muchos les parece demasiado tortuosa la idea de tener que poner de su parte para lograr un premio que no imaginan y por eso creen que no desean. Pero sí lo hacen. "El hombre no puede no querer la felicidad. La quiere siempre y en todo y mediante todo", escribió Juan Pablo II.

Como defensa argumentan que uno debe dejarse llevar por sus sentimientos sin intentar guiarse a sí mismo en ellos. Desconocen lo lejos que podrían llevarles sus sentimientos (a la felicidad), si los unieran a su inteligencia y voluntad. Quienes viven en torno a su YO se limitan a convencerse de que realmente la felicidad es imposible o simplemente que ellos no han sido de los afortunados en lograrla: cuestión de mala suerte.

Hemos de ser más astutos. Conducir nuestros sentimientos a algo superior. Un porqué, un para qué y un qué exactamente. Parece difícil, pero no lo es. 

UNA BRÚJULA

Lo importante es no perder el Norte. Teniendo el rumbo, lo demás es cuestión de viento. ¿Pero tienes brújula?

La brújula es necesaria para llegar a donde queremos. Con brújula y rumbo vendrá entonces preocuparse por la fuerza y la velocidad con la que llegar. Pero antes es necesario un rumbo claro y, para ello, será necesario sacar previamente la brújula que todos tenemos incorporada entre nuestra cabeza y nuestro corazón, nuestra razón y nuestro espíritu. Unida a ambos.

¿Qué hacer con ella?, ¿cómo utilizarla?, ¿hacia dónde orientarla y cómo interpretarla? El rumbo de nuestra felicidad como seres humanos nos lo dicta inevitablemente nuestra capacidad de amar y ser amados, nuestra inteligencia, nuestra poderosa posibilidad de razonar, de dar respuestas, de dar soluciones inéditas a problemas ancestrales. De superar la experiencia y nuestra capacidad de emoción y de superar circunstancias.

Pero para acertar, el rumbo de nuestra felicidad debe marcar al Norte. Con inclinación hacia el Este.

Para ser felices debemos andar el camino que nos lleve al NE. Con independencia de que en su conquista encontremos montes, ríos, cumbres, valles que nos desviarán momentáneamente de la dirección. Para eso están precisamente las brújulas, para saber hacia dónde vamos cuando caminamos con pasos contradictorios con el rumbo, para saber cómo recuperar la dirección que queremos, después de vadear un obstáculo o tras perdernos poco o mucho tiempo. Sólo hemos de preocuparnos de caminar guiados por ella.

Desvelemos por el momento lo suficiente para seguir. En la metáfora que mantenemos de la brújula en el laberinto de los sentimientos, el SUR es el YO. Entonces, si hemos dicho que la salida está en el Norte con desviación al Este, quiere decir que está casi en lugar opuesto a nuestro YO.

Podríamos preguntarnos: cómo es posible lograr mi Felicidad alejándome de mi YO. Si precisamente soy YO quien quiere ser real y plenamente feliz. Habría que decir: confiemos por ahora. Al final encontraremos nuestro yo verdadero en la plena felicidad. Pero hay que recorrer el laberinto para salir de él: desenmarañar la madeja de nuestra vida.

Todos hemos de partir del YO, pero también, alejamos del mismo.

Hay quienes prefieren no mirar la brújula: engañarse. Prefieren pensar que la flecha de la brújula es la que engaña. No es así. La Tierra y su imán no engañan nuestra brújula. La realidad es como es y acaba siempre imponiéndose tozudamente. Necesitamos la brújula precisamente para cuando dudemos de la realidad, que eso sí es propio de nuestra inteligencia. Tanto como acertar.

Puede que nuestra brújula alguna vez se estropee. Se imante. Pierda la orientación. De ahí que, de vez en cuando, convenga confirmar la orientación de nuestra brújula con la de otro. Mejor, con la de quien tenga más avanzado su camino en el laberinto, esté más cerca de su propia felicidad, tenga mayor experiencia, nos produzca mayor fiabilidad. Es difícil que dos brújulas fallen indicando el mismo error. Sobre todo, si la primera se encuentra en un lugar más adelantado. Si ya superó con éxito nuestra propia encrucijada.

Fuente: F. ALBERGA: Todo lo que sucede importa. Desclée De Brouwer

 


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