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Formación para el amor (3)

Las condiciones del encuentro

La vida humana: un tejido de encuentros que ha de ampliarse indefinidamente.

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Ya sabemos lo que es el «encuentro» y, por tanto, lo que debe ser la vida humana: un tejido de «encuentros» que ha de ampliarse indefinidamente. Pero ¿cómo se logra el «encuentro»? Si no es mero choque ni yuxtaposición, sino un entreveramiento de ámbitos que da lugar a otro ámbito, se prevé que ha de ser difícil de realizar. Nada más cierto.

Ofrecer las propias posibilidades a otra persona implica apertura de espíritu, generosidad, afán de compartir, voluntad de crear algo en común. Recibir las posibilidades que el otro me ofrece implica, por mi parte, capacidad de estar a la escucha, sencillez para admitir que soy menesteroso y necesito colaboración.

Si se trata de un encuentro amoroso, el amante debe ofrecer de modo veraz a la persona amada todas las posibilidades que integran su ser. Si yo me manifiesto a ti como no soy, y tú lo adviertes, te percatas de que no quiero hacerte el don de mi persona, sino de un doble falaz. Oculto algo de mi ser; me lo reservo. Esta falta mía de veracidad te lleva a desconfiar de mis promesas de amor. Esa desconfianza te repliega sobre ti y te impide darte con sinceridad. Al no hacernos el don de nuestro ser personal, no entreveramos nuestros ámbitos de vida. No nos «encontramos». Podemos sentir avidez erótica el uno por el otro debido a una simpatía más bien superficial. Esa avidez tal vez nos lleve a sostener relaciones «íntimas» —entre comillas- es decir, plenamente sexuales. Pero esta intimidad es meramente corpórea; no engendra verdadera amistad porque no constituye un encuentro.

El amante debe ofrecer de modo veraz a la persona amada todas las posibilidades que integran su ser.

Algunos casados confiesan a veces que viven unidos, que tienen relaciones «íntimas» normales, pero no son «amigos». Ello quiere decir que la intimidad de estas relaciones se refiere sólo a un gesto corpóreo que no es expresión viva de una intimidad personal, un entreveramiento de dos ámbitos personales.

Un ámbito personal no se reduce a la esfera corpórea, tomada superficialmente, ni a todo cuanto entendemos vulgarmente como vida afectiva, con lo que implica de atracción mutua, ansia de unión sexual, halago sensible... Un ámbito personal abarca todo el campo de realidad que evocamos cuando pronunciamos un nombre propio: Juan, María. Juan ve en María un rostro bello, un tipo elegante, una sonrisa simpática. Le encanta estar con ella, y conversar, y acompañarla, y sueña con unirse a ella de forma más intensa, sexual. Cuando lo haga, le jurará sin duda que la ama con amor eterno. ¿Qué valor tiene esta expresión? Juan puede expresarse de forma sincera, y su amor ser extremadamente pobre. Depende de lo que entienda por «amor». ¿Significa para él un encuentro personal, con todo lo que supone, o se reduce a una relación tangencial, todo lo placentera que se quiera, pero que no implica un entreveramiento de su ámbito de vida personal con el de María? Esta es la cuestión decisiva. El hombre es un ser de encuentro, y el encuentro lleva en su base cierta dosis de amor personal.

Si Juan manifiesta que ama a María, y lo que ama en realidad son las cualidades de María que le resultan agradables, se ama a sí mismo, ama el halago y el hechizo que le producen tales cualidades. En caso de que éstas se amengüen o desaparezcan, debido al tiempo o a una enfermedad, o dejen de resultar placenteras por el embotamiento que produce en la sensibilidad la repetición de estímulos, Juan proclamará que el amor ha desaparecido. Pero en realidad nunca existió el amor a la otra persona, sino a sí mismo. La atracción sexual era sólo avidez erótica. El que apetece a otra persona para satisfacer tal avidez no llega a la persona; no establece vínculos personales con ella; la reduce a medio para sus fines; no sale de su soledad. El intercambio erótico se reduce a un canje de dos soledades, unión interesada que está muy lejos de ser amor personal.

El que se entrega al erotismo va buscando lo que necesita en cuanto que lo apetece. El que ama da lo que tiene. Son actitudes opuestas. Y lo decisivo en la vida humana es siempre la actitud de que se parte, la opción fundamental.

La gran encrucijada: optar por la generosidad o por el egoísmo

Fijémonos en los pasos que hemos dado. Hemos distinguido objetos y ámbitos, y hemos concluido que el encuentro es un entreveramiento de ámbitos. Este entreveramiento supone amor, y el amor exige decisión de unirse a la otra persona en cuanto tal, no a alguna de sus cualidades. Si amo sólo alguna cualidad de una persona, no salgo de mi soledad egoísta. El erotismo arranca del egoísmo.El amor parte de la generosidad.

El erotismo arranca del egoísmo. El amor parte de la generosidad.

Bien. Ya sabemos el origen de estas dos formas de relación. Pero ¿a dónde conducen? ¿Cuáles son sus consecuencias? Esto lo veremos ampliamente en la próxima charla al describir el proceso de vértigo y el de éxtasis. Adelantemos solamente que el erotismo produce primero sentimientos de exaltación o euforia y luego decepción, tristeza, amargura y desesperación. El éxtasis suscita exultación, gozo, entusiasmo, felicidad, paz, amparo, júbilo festivo. Estos sentimientos son la reacción afectiva que producen en el ánimo del hombre el proceso de vértigo y el de éxtasis, debido a la función que ejercen en la vida humana. El éxtasis funda los modos más altos de unidad. El vértigo destruye toda forma elevada de unión.

Ya estamos metidos de lleno en el estudio de cómo se instaura una relación de «encuentro» personal y de qué forma se la hace imposible. Este análisis es de suma importancia porque descubre las leyes que rigen el desarrollo de la vida personal y el desmantelamiento de la misma. Si conocemos estas leyes, podemos prever lo que va a sucedernos cuando adoptemos ante los demás una de estas actitudes: la de egoísmo o la de generosidad.

¿Te has preguntado alguna vez por qué nos encontramos las personas? Sin duda porque entrevemos valores en otro ser. Esos valores nos atraen, y nos acercamos. Y ¿para qué nos acercamos? ¿Para tomar esos valores como medio para nuestra satisfacción o como revelación de una persona a la que deseamos tratar? De esta disyuntiva arrancan dos posibilidades en nuestra vida: la de entregarnos al vértigo o al éxtasis. Es la gran encrucijada. Si nos hacemos perfectamente cargo de lo que ésta significa para nosotros, ganaremos una gran madurez, pues nos dará poder de discernimiento. Es la tarea de la charla siguiente.

Textos

F. J. Sheed subraya que el hombre actual se deja fascinar fácilmente por el atractivo de la vida sexual, pero apenas reflexiona sobre el sentido que la misma debe tener en su vida. Si quiere proceder de modo inteligente, toda persona debe analizar cuidadosamente qué es y a qué está ordenada cada acción que realiza, cada actividad que emprende, cada decisión que toma. De no hacerlo, se expone a vivir sin sentido, de forma literalmente insensata:

«No ignoro que al lector moderno le puede parecer curioso y anticuado preguntar para qué es una cosa. Hoy día más bien se pregunta ¿Qué puedo hacer yo con una cosa? No obstante, el primer principio para el uso inteligente de una cosa es saber para qué está hecha; en realidad, hoy ha llegado casi a ser un primer principio para su abuso inteligente. Si uno quiere falsificar una cosa, es prudente saber qué es lo que quiere falsificar. Preguntar qué es lo que pretende la naturaleza no parece ser un principio desacertado para inaugurar una discusión» (1).

Si reflexionamos sobre el sentido de la vida amorosa, descubrimos que la meta del amor es fundar modos generosos de unidad entre las personas. Ésa unidad es imposibilitada por el egoísmo y es fomentada por la voluntad de servicio. Lo destaca certeramente José María Cabodevilla en su Carta de la Caridad.

«Egoísta es quien busca su propia ventaja, sea ésta burda o sutil. Egoísta es el que actúa siempre en función de sí mismo, erigiéndose en centro de la tierra, sacrificando en favor del amor propio cualquier otro amor; sacrificando, en definitiva, todo amor verdadero en aras de una ficción.»

«Un místico hindú estaba durmiendo y soñaba que la vida era sólo alegría; despertó y se dio cuenta de que la vida es nada más servicio; comenzó luego a servir, y supo que sólo el servicio es alegría.» «Alegría del amor compartido, alegría de ver desarrollado y pujante el amor, alegría del mismo amor que se entrega y no rehúsa nada».

(1) Cf. Sociedad y sensatez. Herder, Barcelona, 1963, pág. 102.

Fuente: A. LOPEZ QUINTÁS: El amor humano


Ver también:

Sección: LA CULTURA DEL ENCUENTRO

Sección: L'AMOR, L'ESTIMACIÓ...


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