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El horizonte último para la humanidad: la plenitud de la «resurrección» 

La «Resurrección»: la culminación del proceso evolutivo del ser humano.

Desde el nuevo paradigma «post-materialista» y las indagaciones de la «ciencia de la conciencia» se viene afirmando algo "revolucionario": que cada uno de nosotros más que un cuerpo físico que tiene alma, espíritu, conciencia… somos «seres espirituales» encarnados en un cuerpo físico.

Existen muchos enfoques sobre la «resurrección»... unos en perspectiva intrahistórica, otros en sentido holístico, universal, cósmico... ¿qué quiso expresar la primera comunidad cristiana y qué se quiere expresar hoy con la noción de «resurrección»? Veamos: Tolo lo que vive quiere vivir. En lo más profundo de todo ser vivo late el ansia de vida, todo se resiste a morir, todo quiere vivir. La Vida está llamada a perpetuarse. El anhelo más profundo de todo ser viviente es la supervivencia. Así está inscrito en lo más íntimo de todos los seres vivos, todos los seres vivos sentimos esa necesidad. También en el ser humano fluye esa misma ansia, ese anhelo profundo de inmortalidad. La humanidad, de una u otra manera, siempre ha creído en una supervivencia porque ha sentido la necesidad de ella. Desde una perspectiva antropológica existe la percepción de que el ser humano tal como lo conocemos no está listo del todo, está incompleto, debe ser trascendido. Aún no ha acabado de ser plenamente. Para la sabiduría perenne la realidad manifiesta está compuesta de niveles o grados diferentes de existencia, desde los más bajos, densos e inconscientes hasta los más elevados, sutiles y conscientes. En uno de los extremos de este continuo del ser «la materia», lo insensible o lo inconsciente y, en el otro, la «Supraconciencia», «el Espíritu», «la Divinidad». En la gran cadena evolutiva del Ser, la unión del Espíritu con la Divinidad representa la cima, la cumbre, la cúspide, el peldaño superior de la escalera evolutiva del Ser.

La realidad de la supervivencia personal más allá de la muerte, ese horizonte último de la existencia humana, es algo que choca con el pensamiento cientifista dominante en la actualidad. La época actual, sin embargo, empieza a aceptar que hay cosas que no pueden explicarse con el método científico tradicional y, sin embargo, ocurren. Todo depende de que se reconozcan o no la existencia de ámbitos de la realidad que sobrepasan nuestra restringida capacidad intelectiva. ¿Qué es eso de la «Resurrección», en qué consiste, qué imagen tenemos de ella? ¿Es una realidad tan sólo accesible, explicable, desde el ámbito religioso o también desde la ciencia actual es posible poner luz sobre dicho fenómeno? ¿Cómo contribuir al entendimiento de la «Resurrección» en nuestro tiempo, en nuestro mundo contemporáneo? La imagen que el cristianismo tradicional nos ha transmitido de la «Resurrección» y que en general nutre el imaginario colectivo de muchas generaciones adultas de nuestro tiempo tiene que ser refinada, limada, pulida. Desde el ámbito religioso cristiano, la «Resurrección» tiene que ser entendida a la luz de la pluralidad de lenguajes con los que el NT la presenta. La «resurrección» de Jesús de Nazaret testimoniada por sus discípulos, aunque real, no puede ser considerada como un hecho “histórico”, ya que se desarrolla en un plano meta-físico, meta-histórico y por tanto no directamente abordable, investigable científicamente, dado que es un acontecimiento no accesible en sí mismo a los métodos de la ciencia. No es tanto un «hecho histórico» en el sentido que no es algo empírico, que deja huella, rastros empíricos comprobables e investigables históricamente, aunque si «real», aunque sí acontecido realmente. La resurrección de Jesús de Nazaret, un hecho no propiamente «histórico», pero real, con implicaciones para toda la humanidad y la Creaión entera.

La «resurrección» de Jesús es una de las convicciones más firmes de sus seguidores. «Nunca, de nadie, en ningún lugar, se dijo lo que de Jesús: ha resucitado». Todo el Nuevo Testamento, con plena uniformidad, sostiene la convicción, fundamental para él, de la «resurrección» de Jesús de entre los muertos. Utilizando los recursos literarios propios de la época el NT expresa algo inaudito: eso que dentro de la mentalidad judía era una esperanza esperada para el fin de los tiempos, se ha hecho ya realidad en Jesús de Nazaret. ¿Cómo expresar esa misma convicción nosotros que ni somos semitas ni nos hallamos inmersos en las coordenadas interpretativas propias de la antropología de aquel tiempo? La resurrección de Jesús implica la superación de la muerte y el triunfo definitivo de la Vida, no de cualquier tipo de vida, sino de una Vida totalmente plenificada. Podríamos decir que la Resurrección es la concreción de la utopía predicada por Jesús, el Reino de Dios, que implica la superación de la muerte y el morir. La resurrección de Jesús de Nazaret expresa la realización plena de nuestra humanidad en una forma diferente de existencia, en forma de "hombre nuevo". Su resurrección expresa la plenitud humana a la que todos estamos llamados. Es la anticipación de la esperanza radical de que no es la muerte, sino la vida en plenitud la que escribe la última página de la historia humana y universal. Dios está en todo, pero es más que todo… Jesús se entrega y muere en manos de Dios… La «resurrección» es una «experiencia» de los discípulos, (cuya «naturaleza» fàctica nos es desconocida) de que Jesús vive, está vivo, de que su existencia ha entrado en una forma de vida distinta a la anterior y que se ha integrado a la vida de Dios. Con la resurrección Jesús entró en la plenitud de Dios más allá del umbral de la muerte, superando las condiciones espacio-temporales… ahora está tan identificado con la Vida de Dios que escapa a las leyes de espacio y tiempo. Lo que Dios ha hecho con la humanidad de Jesús, también lo hará con cada uno de nosotros. Si Dios nos ha creado por amor, no va a dejarnos abandonados a la muerte, la muerte no acabará con nuestra vida. Dios que nos ha creado, no nos ha creado para morir, nos ama demasiado, rescatará nuestra vida del poder de la muerte. La muerte es la puerta de acceso a la plenitud de Vida en el seno de la Vida de Dios. Con la muerte la vida humana vuelve a su origen, Dios… Al integrarnos a la vida de Dios, nuestro «Yo esencial/Alma/Espíritu» no desaparece, seguimos viviendo de una manera diferente, en otro plano o dimensión, no material... Con la «resurrección» lo que se produce es nuestra integración en esa Vida divina… La resurrección, seguramente, más que un acto puntual implica un laborioso proceso de «divinización» del ser humano… entraña un proceso de personalización, de plenificación de nuestra dimensión humana, haciéndonos más plenamente personas, más profundamente humanos… En nuestro periplo terrenal la manera de «divinizarnos» es «humanizándonos» profundamente… en lo humano es donde nos encontramos con la experiencia profunda de Dios, en lo humanizante es donde encontramos a Dios... busca a Dios dentro de ti y no dejes de buscarlo en el corazón del otro… En la cosmovisión de la primera comunidad cristiana «resurrección», «ascensión» y «pentecostés» son tres formas expresivas de referirse a esa plena «humanización», a esa «plenificación» del ser humano, a esa «divinización» de Jesús de Nazaret, ahora ya confesado por la primera comunidad como el «Cristo.

No perdamos de vista que la vida sigue siendo un misterio y siempre lo será. Nunca puede ser completamente explicada o entendida. Lo mismo sucede con la muerte y con la posibilidad de Vida más allá de la muerte. Nuestras limitadas capacidades cognitivas actuales no nos dan para más. Por ello es lógico que algunos críticos razonablemente todo esto pueden encontrarlo difícil de creer… Hay quienes sostienen que ningún «muerto», «resucita» desafiando las leyes de la naturaleza, que eso es imposible porque esas leyes, las leyes físicas son inviolables, y nada «muerto» puede «revivir». Pero hoy día sabemos gracias a los más recientes conocimientos adquiridos que esto no es del todo cierto. La física cuántica está desvelando que la realidad es mucho más rica y compleja de lo que nos muestra la física clásica y que incluso se pueden reconocer hasta más de 11 posibles niveles o dimensiones de la realidad además del nivel material o físico y en segundo lugar, todo depende de qué idea o imagen tengamos o nos hayamos formado del concepto de «muerte» y «resurrección». Los recientes avances en el conocimiento sobre la continuidad de la Conciencia más allá de la muerte que nos ofrecen las ECM y fenómenos concomitantes nos muestran unas dimensiones de la realidad y unos planos o niveles de existencia hasta ahora desconocidos. Y todo ello ayuda a entender un poquito más este proceso que denominamos «resurreccción». La «resurrección» expresa un cambio de nivel de existencia, un cambio de nivel de Conciencia: la emergencia de lo totalmente «nuevo» e inédito. «Pascua» expresa ese tránsito de la muerte a la «Vida», a una nueva forma de «Vida». Supone la muerte de lo antiguo para que emerja lo nuevo: el nuevo ser humano plenamente plenificado, la nueva humanidad, el mundo «nuevo». La Pascua es la inauguración del hombre nuevo, del ser humano plenamente realizado que se encuentra en proceso de «divinización», «humanizándose» profundamente. Eso es aplicable a todos los seres humanos: nos «divinizamos» evolucionando, madurando, humanizándonos profundamente, progresando en la gran cadena evolutiva del Ser, hasta la unión/fusión con la Realidad última, con el Absoluto, con la Divinidad, con eso indefinible e inefable que en nuestra cultura denominamos «Dios». La gran buena noticia para toda la humanidad: la muerte no es el final. Las posibilidades de existencia en otros planos no físicos es más que una especulación teórica. Así parecen apuntarlo los últimos «des-velos» de la física cuántica y la continuidad de la «conciencia» más allá de la muerte, testimoniada por infinidad de personas que han experimentado una ECM. Hay, pues, esperanza más allá de la muerte física, esa es la gran buena noticia para toda la humanidad: en el proyecto creador de Dios las personas no están destinadas a la muerte, sino a la «Vida» plena y definitiva. De entre los diversos enfoques sobre la «resurrección»... En esta ocasión en nuestra exposición seguiremos en parte la interpretación que nos ofrece el eco-teólogo L. BOFF

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1. Perspectiva antropológica: anhelo de inmortalidad, de eternidad, de Absoluto

Muchos consideran que la creencia cristiana en la resurrección de Jesús y de los muertos pertenece a la esfera de lo inimaginable e incluso de lo inconcebible y lo increíble. Por eso la cuestión de la posibilidad de la resurrección reviste una importancia fundamental. Para tener esa esperanzadora posibilidad conviene partir de fenómenos antropológicos asequibles a todos: la exigencia de sentido y de plenitud inherente a la existencia humana, el ser humano finito está estructurado de forma que siente una insatisfacción permanente. Esta necesidad de sentido y de logro definitivo se mantiene frente a su más duro opositor, que es la muerte, y esto «es una señal de que la orientación del ser humano hacia lo que es más, lo que está por encima y lo que se encuentra más allá, es inextirpable. Ese anhelo de esperanza anhela lo definitivo y aspira a la plenitud de la persona. Esta esperanza, ese anhelo transcendental de la propia resurrección dimana de la esencia misma del ser humano.

Sensación de incompletud. Desde una perspectiva antropológica existe la percepción de que el ser humano tal como lo conocemos debe ser superado. No se siente completo del todo. Necesita evolucionar, desarrollarse. Aún no ha completado todo su desarrollo como ser humano.  El ser humano no es un ser pleno todavía, sino que se va haciendo y perfeccionado a través de un proceso de humanización, de realización humana. El ser humano aparece como un proyecto infinito, portador de innumerables potencialidades que forcejean por irrumpir. Intuye que sólo será plenamente cuando tales potencialidades se realicen completamente. Sin embargo, todos sus esfuerzos humanos, por grandes que sean, se topan con una barrera insuperable: la muerte.

Anhelo de inmortalidad/eternidad. La vida está llamada a la Vida y no a la muerte, aun cuando sabemos que un día vamos a morir. Este es el anhelo fundamental de todo ser humano, no sólo vivir mucho, sino, como señalaba Nietzsche, vivir eternamente. En ese sentido, la Resurrección representa un tipo de vida tan plena que en ella no penetra la muerte. Pero para eso, la vida necesita transfigurarse, es decir, realizar al ser humano totalmente, en sus infinitas posibilidades. No vivimos para morir, como dirían los existencialistas. Morimos para «resucitar». Don Pedro Casaldáliga lo formuló bien: la alternativa cristiana es o «Vida» o «Resurrección».

Sed de Absoluto. Sólo lo infinito sacia nuestra sed de infinito, sólo una vida que es eterna hace descansar nuestro deseo de infinito. Es la famosa experiencia agustiniana del “cor inquietum”, nuestro corazón sólo descansa cuando encuentra a Dios. El sentido de la vida es más vida, es la plenitud de la vida. Es lo que los cristianos llamamos «Resurrección». Es la completa realización de todas las incontables virtualidades potencialmente presentes en el ser humano. Si el ser humano es un proyecto infinito, la Resurrección representa el momento en que estas virtualidades llegan a su plena floración. Es efectivamente el despliegue terminal del ser humano, como si hubiera llegado a la culminación de su proceso evolutivo.

2. La resurrección de Jesús, un acontecimiento insólito

En el pensamiento judío la «resurrección» se intuía en función de su concepción antropológica y se concebía como un resurgimiento integral de toda la persona. Para los judíos la resurrección con el cuerpo incluido era la única puerta para la vida después de la muerte. Sin embargo, en la mentalidad judía del S. I de nuestra era no entraba la idea de que un ser humano resucitara como ser único, individual, antes de la resurrección general, esperada para el final de los tiempos (Ver aquí). Y este fue el caso insólito de Jesús de Nazaret. Entre el año 33 d.C. en que Yeshua bar Yosef (Jesús, el hijo de José) es crucificado y en torno al 54 en que Pablo de Tarso escribe la 'Epístola a los Corintios' y menciona a los testigos que se encontraron con el resucitado en 1 Corintios 15:5-8, se produce uno de los procesos más sorprendentes y de mayor alcance de la historia de la humanidad: aflora la creencia de que un hombre ha «resucitado», la creencia de que un muerto en una cruz romana había resucitado. Los hechos asociados a la resurrección de Jesús se relatan en los cuatro Evangelios, y en parte también en los Hechos de los Apóstoles. La cruz representó para sus discípulos la crisis crucial de su esperanza en aquél a quien habían seguido y en quien habían creído y confiado. Una vez muerto, ante el rotundo fracaso del proyecto del Reino de Dios en el que se habían embarcado apasionadamente con Jesús, sus seguidores, decepcionados, se vuelven a sus casas. Según el relato evangélico las mujeres fueron muy de madrugada al sepulcro y oyeron una voz: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Jesús no está aquí. Ha resucitado” (Lc 24,5; Mc 16,6). La resurrección de Jesús fue un acontecimiento inesperado: Jesús, aquél que había muerto crucificado, había «resucitado».

Un cuerpo transformado. La Pascua cristiana celebra la «resurrección» de un torturado y crucificado. Sus testigos de alguna manera pudieron experimentar que de un muerto había surgido un «resucitado», es decir, un ser absolutamente transformado. Aunque entre los especialistas hay debate sobre la cuestión, para muchos de ellos la resurrección de Jesús de Nazaret fue corporal y no sólo psíquica o pneumática como sostienen algunos. En un contexto semita con una antropología no dualista, que no separa la persona en alma y cuerpo como lo hará después el mundo griego, el mensaje de la resurrección hubiera sido absolutamente inaceptable si se hubiera encontrado el cadáver. El mensaje central de los textos sobre la resurrección implica, por tanto, teniendo en cuenta la comprensión antropológica de aquel momento, el hecho de la tumba vacía [...] En la opinión pública de los ciudadanos de Jerusalén el mensaje de la resurrección de Jesús hubiera quedado desacreditado de una vez para siempre si se hubiera podido demostrar un sepulcro con el cadáver de Jesús en descomposición». ¿Qué diferencia hay entre “resucitar” o “revivificar”? ¿Cuál sería la diferencia entre lo que sucedió a Lázaro o al hijo de la viuda de Naím, cuando fueron resucitados por Jesús, y lo que ha sucedido al propio Jesucristo? Lázaro es un cadáver reanimado, que vuelve a su anterior modo de vida y que, lógicamente, volverá a morir. Sin embargo, Jesucristo es aquél que irrumpe por su resurrección en un nuevo modo de ser que adelanta, aquí en el tiempo, lo último y definitivo de las promesas de Dios para los hombres. ¿Qué significa «resucitar de entre los muertos»? ¿Qué ha sucedido con el cuerpo de Cristo al «resucitar de entre los muertos»? Que ese cuerpo es descargado de todo límite y es convertido en pura posibilidad. Por lo tanto, cuando imaginamos el cuerpo glorioso de Jesucristo, tenemos que imaginar una corporeidad donde todo se ha hecho posibilidad y donde esas limitaciones que vienen dadas por nuestra pertenencia a la historia, al espacio y al tiempo, desaparecen. Liberado del espacio y del tiempo y de los condicionamientos humanos, el Viviente, el Resucitado aparece, desaparece, se hace presente con los caminantes de Emaús, se presenta en la playa y come con los apóstoles y se le reconoce al partir el pan. Pablo define al resucitado como “un cuerpo espiritual” (1Cor 15,44), es decir, es concreto y reconocible como cuerpo humano, pero de una manera diferente, con las cualidades del espíritu. El Espíritu tiene una dimensión cósmica. Está en el cuerpo, pero también en las estrellas más distantes y en el corazón de Dios. Lo espiritual en el ser humano también se entiende como la forma de ser propia del Espíritu. Está en todo, mueve todas las cosas y llena el universo. Toda esta presentación de los textos bíblicos (aunque no debemos interpretarla de forma literalista) para una mentalidad moderna no debería resultar excesivamente descabellada, disparatada o discordante teniendo presentes las posibilidades des-veladas actualmente por la física cuántica (ver aquí) y las vivencias relatadas por muchos pacientes que han experimentado una ECM (Experienci Cercana a la Muerte) (ver aquí).

Aunque algunos críticos pueden encontrarlo difícil de creer... la resurrección de Jesús no es un mito, es un hecho acaecido en la historia y en nuestro mundo.  Jesús resucitó con su cuerpo, pero a una vida no ya de este mundo, sino en Dios. La comunidad pascual nace de la firme convicción de que Dios había resucitado a Jesús. La unánime convicción de que verdaderamente Dios ha resucitado a Jesús para nuestra salvación es el contenido y presupuesto explicitado en todo el NT. La resurrección de Jesús es un hecho fundamental, un evento central, en la fe cristiana, respaldado por evidencias históricas y testimonios de aquellos que lo experimentaron como resucitado. Existen testimonios de primera mano que respaldan este acontecimiento trascendental. Todos los testimonios afirman el hiato existente entre el final de la vida de Jesús y el comienzo de la fe en el Resucitado. Pero tenemos que entender la «resurrección» correctamente.  La imagen que a las generaciones actuales se nos ha transmitido de la «resurrección» y que nutre el imaginario colectivo tiene que ser refinada, limada, pulida. No es la reanimación de un cadáver, como el de Lázaro que volvió a ser lo que era antes y terminó muriendo. Veamos como la percibieron la primera comunidad cristiana.

3. Significado de la «resurrección» de Jesús de Nazaret para la primera comunidad cristiana

La biografía de Jesús tuvo un inicio público significativo (predicación del Reino), un momento histórico cumbre (la muerte por crucifixión) y una transmutación escatológica (resurrección), que sus discípulos comprendieron como acreditación de su pasado por Dios, constitución de un presente nuevo e inicio de la humanidad futura. La creencia en la Resurrección de Jesús de Nazaret, considerado por sus seguidores como el Ungido, el Mesías, el «Cristo», y su relevancia para todo el género humano fue expresada por el Nuevo Testamento a partir del horizonte de comprensión de la época y con las posibilidades conceptuales que les ofrecía la antropología semita. La experiencia/vivencia del Resucitado por parte de sus seguidores es expresada por la comunidad cristiana originaria con las formas expresivas disponibles en aquel tiempo: relatos, textos narrativos de cristofanías, fórmulas de fe, cantos, himnos, giros y expresiones lingüísticos, títulos cristológicos… Hoy para muchos exégetas ya no es aceptable una interpretación literalista de los textos evangélicos. La «resurrección» tiene que ser entendida a la luz de la pluralidad de lenguajes con los que el NT la presenta y por la exploración de los universos simbólicos en que la expresan. Dentro de su cosmovisión la palabra «resurrección» es una entre otras muchas (elevación, glorificación, exaltación, vivificación, Kyrios…) que describen la ruptura introducida por Dios para afirmar a Jesús, legitimar su pretensión, arrancarlo de la muerte y devolverlo vivo, integrándolo a su soberanía sobre el mundo. Sin duda una de las expresiones más primitivas es la expresada por los verbos: egeíro, en sentido activo y pasivo, a la vez que por el verbo anístémi, del cual deriva la palabra anástasis, resurrección. Expresa la idea de un levantar de la muerte, como despertar a alguien de un sueño. Sin que se intente describir la situación se presupone a Jesús caído, dormido, muerto, apresado o retenido por la inerte en el lugar de los muertos. Los verbos correspondientes a la acción divina son: suscitar, despertar, hacer surgir, sustraer, arrancar, resucitar. La lectura del Nuevo Testamento ofrece un mensaje preciso y bien diferenciado sobre los contenidos y el significado de la resurrección de Jesús para la primera comunidad de seguidores: se considera un acontecimiento real y totalmente nuevo: se ha iniciado el reino de Dios. El Crucificado está vivo, y también su causa. Ha comenzado la «nueva creación. «Jesús» (hebreo Yeshua = Yahveh salva) es el nombre propio de Jesús de Nazaret. Varios nombres han designado ese estatuto y funciones nuevas del Resucitado: Mesías, Kyrios, nuevo Adán, Imagen de Dios, Primogénito de la nueva creación. San Pablo designa a Jesús resucitado como nuevo Adán, último Adán (Rom 5,12-21 y 1 Cor 15) 146. «Cristo» (el Mesías = el Ungido, de Dios) es un título de nobleza judeo-cristiano (del cristianismo primero), que ya no se entendía en el cristianismo helenístico, de manera que ya entonces Iesus Christus sonaba como un nombre doble.

«Jesucristo», como prototipo del hombre nuevo, del ser plenamente realizado. De un muerto surgió un «resucitado», un ser «nuevo». La muerte ya no ejerce dominio sobre él.  Jesús realizó el paso y el éxodo de la muerte a la Vida. No volvió a la vida que tenía antes, limitada y mortal como la nuestra. La resurrección de Jesús implica la superación de la muerte y el triunfo definitivo de la Vida, no de cualquier tipo de vida, sino de una vida totalmente plenificada. Jesús plenamente realizado regresó a la Vida plena en el seno de Dios. En él irrumpió otro tipo de vida no sometida ya a la muerte, que representa la realización de todas las potencialidades presentes en ella (y en nosotros). Sus seguidores pronto entendieron que el Resucitado era la realización del sueño ancestral de la humanidad: la espera había terminado. Este es el hecho nuevo y siempre esperado, aquello esperado para el fin de los tiempos, se había hecho realidad en la persona de Jesús, el Cristo: la buena noticia se ha hecho realidad. La resurrección representa otro tipo de vida, otro nivel de existencia, no sometida ya a la muerte, la realización de todas las potencialidades presentes en ella. La resurrección es la plena realización de todas las potencialidades que encierra la realidad humana. Es la anticipación de la esperanza radical de que no la muerte sino la vida en plenitud escribe la última página de la historia humana y universal. Este es el significado de la Pascua, la fiesta central del cristianismo desde sus orígenes. La Pascua cristiana se agrega a la Pessach judaica, prolongándola. Celebra la liberación de toda la humanidad por la entrega de Jesús, que aceptó la injusta condenación a muerte de cruz. Esta le fue impuesta, no por el Padre de bondad, sino como consecuencia de su práctica liberadora ante los desvalidos de su tiempo, y por presentar otra visión de Dios-Padre, bueno y misericordioso, y no un Dios castigador con normas y leyes severas, hecho inaceptable para la ortodoxia de la época. Jesús murió en solidaridad con todos los humanos, abriéndonos el acceso al Dios de amor y de misericordia.

4. Significado para cada uno de nosotros, para todo el Cosmos, para la Creación entera

La Pascua cristiana, responde a una de las más antiguas utopías humanas: la irrupción del hombre nuevo. En todas las culturas conocidas, desde la antigua epopeya mesopotámica de Gilgamesh, pasando por el mito griego de Pandora, hasta la utopía de la Tierra sin Males de los Tupí-Guaraní, existe la percepción de que el ser humano tal como lo conocemos debe ser superado. No está listo. Aún no ha acabado de nacer. El verdadero ser humano está latente en los dinamismos de la cosmogénesis y la antropogénesis. La vida de Jesús concluye con una consumación innovadora para él y para la humanidad; cierra un pasado y abre un futuro. Con la «resurrección» de Jesús de Nazaret entramos en una nueva fase de la historia humana. La «resurrección» es un proceso: comenzó con Jesús y se extiende por la humanidad y por la historia. La Resurrección es la plenitud o consumación del tiempo. Es hacia donde desemboca el tiempo configurado en Historia y lo que le da su sentido y fundamento. Cristo inauguró un tiempo nuevo: el tiempo de la Vida plena sin muerte. Es la hora de la posibilidad de un nuevo ser humano, la hora de una humanidad nueva.  La «resurrección» expresa la posibilidad de «renacer de nuevo» a una nueva Vida e intentar vivir ya desde ahora desde esa nueva Vida, hacer realidad la plena realización de todas las potencialidades escondidas en el seno de la realidad humana. La pascua es, pues, la inauguración del «hombre nuevo», un ser plenamente realizado. Aquel ser que venía naciendo lentamente dentro del proceso de la cosmogénesis y de la antropogénesis, alcanzó por su resurrección tal plenitud que, finalmente, acabó de nacer. Como dijo Pierre Teilhard de Chardin, Jesús, plenamente realizado, explosionó e implosionó hacia dentro de Dios, el Resucitado explosionó e implosionó en Dios. San Pablo le llama “novissimus Adam” (1Cor 15,45), el nuevo Adán, la nueva humanidad. Para los portadores de la fe cristina, la resurrección es la realización en la persona de Jesús de lo que él anunciaba: el Reino de Dios. Este significa una revolución absoluta de todas las relaciones, inclusive cósmicas, inaugurando lo nuevo en el mundo. La resurrección de Jesús aparece como una especie de “cosmogénesis”, la nueva creación. Esa revolución implica la superación de la muerte y el triunfo definitivo de la vida, no de cualquier tipo de vida, sino de una Vida totalmente plenificada. En fin, el “novísimo Adán” (1Cor 15,45) acaba de irrumpir dentro de la historia.

Y ello es aplicable a todos los seres humanos. Si el Mesías resucitó, su comunidad, que somos todos nosotros y hasta el cosmos del cual somos parte, participamos de ese evento bienaventurado. Toda la Creación, el Cosmos entero, llegará a su plenitud. Él es el “primero entre muchos hermanos y hermanas” (Rom 8, 29). Nosotros le seguiremos. Por lo tanto, tal bendito evento no es exclusivo de Jesús. San Pablo nos asegura que participamos de esa plenitud, de esa resurrección: “Él es la primicia (la anticipación) de los que mueren” (1Cor 5,20). Nosotros participamos de su resurrección, pues lo que ocurre en su humanidad, afecta a la humanidad que está también en nosotros.  A la luz de esta fiesta pascual podemos decir que efectivamente la alternativa cristiana es ésta: la Vida o la Resurrección. Los cristianos afirmamos y reafirmamos con alegría: no vivimos para «morir», sino para «resucitar» (como se afirma desde las evidencias que nos muestra la «ciencia de la conciencia»: la muerte existe, pero no es el final).

La resurrección de Jesús sería una anticipación del fin bueno de toda la Creación y la realización de todas las virtualidades escondidas dentro del ser humano que, prisionero en este nivel de existencia del espacio-tiempo, no consigue dejarlas irrumpir. El ser humano es un ser que está todavía naciendo, evolucionando, desarrollándose en humanidad. Y llega un momento, dentro del proceso cosmogénico en curso, en el que se da esta oportunidad de acabar de nacer. Entonces implosiona y explosiona el homo revelatus, el ser humano totalmente revelado y realizado en su plena humanización. Por tanto, la resurrección de Jesús nos muestra que los humanos no vivimos para morir, sino que morimos para vivir más y mejor. La muerte es el tránsito a otras formas de existencia no física. Los llamados «muertos», no éstan muertos realmente, sino vivos, en un nuevo estado de vida mejor y más perfecto. Lo que llamamos «muerte» es romper la barrera para pasar de una dimensión a la otra, pasando de la dimensión inmanente a la dimensión trascendente de la vida. No nos acabamos con la muerte, sino que nos transformamos por ella; la muerte representa la puerta de entrada a un mundo que no conoce la muerte. La vida es para siempre. La muerte no tiene la última palabra. Resucitar no es revivir o volver a esta vida. Resucitar es transcender esta vida y superar la muerte para siempre. La resurrección trasciende esta vida, inicia otra forma de existir que es de plenitud, que colma nuestros anhelos más profundos de vivir para siempre y en plenitud.

Reflexión de H. KESSLER (en La Resurrección de Jesús): Dios actúa y actúa en la Historia. La acción creadora de Dios: Alguien ha "creado" el Cosmos. Nos referimos a la creación libre del mundo con todo su ser y sus posibilidades. Dios da el ser al mundo. El mundo como tal depende absoluta y directamente de Dios. Este acto creativo no es objeto de experiencia sensible ni de ciencia empírica. Es algo que escapa a nuestras coordenadas; la ciencia solamente tiene como objeto: los efectos de la creación divina pero no a ese "Alguien" que los creó, no al Autor de la creación. ¿Pero cuál es la intención de Dios al actuar como creador? Dios crea al mundo, porque quiere compartir su amor. Dios crea el objeto de su amor. Toda criatura es obra de Dios. La crea "libre", y "solicita su amor", "aguarda" su respuesta. La intención de Dios es desde el principio la comunidad universal del amor: tal es el destino y el sentido del universo. La tradición teológica distingue dos aspectos de esta acción creadora general de Dios: la conservación del mundo (en su dinámica propia) y su conducción al fin. Dios conserva la naturaleza con todos sus aspectos negativos y sostiene al hombre que abusa de su libertad, al pecador que ofende a Dios, al asesino en su asesinato... y no interviene con mano dura, respeta la "libertad" del cosmos y del ser humano... ¿Dios queda refutado por el mal y la injusticia o Dios superará el mal y la injusticia? Dios manda practicar el bien, pero conserva el mal, con ello parece colaborar en la perpetuación de la injusticia en el mundo y entra en aparente contradicción consigo mismo. La creencia en la resurrección de Jesús por Dios implica comprender que a pesar de todo, Dios sigue siendo el Señor del Universo. En medio de los triunfos de los opresores, Dios mantiene sus planes sobre el destino del mundo. La voluntad y la acción de Dios no coinciden, pues, con el curso de los acontecimientos del mundo visible; a menudo se contradicen con la lógica de la evolución y de la historia. Mientras exista el sufrimiento, la injusticia y el pecado, no se podrá comprender el sentido global de la historia, no se puede entender la relación que guardan entre sí la conservación y Providencia de Dios (respetando la actividad propia del mundo) y su acción vivificadora y salvadora. En la resurrección y glorificación de los muertos, éstas carecen de sentido sin el reconocimiento del poder de Dios, de un Dios absolutamente libre y que actúa soberanamente frente al mundo y sus posibilidades. Sin Dios no hay resurrección de los muertos. (En el judaísmo la esperanza en favor de los muertos fue una consecuencia y explicitación interna de la fe en Dios; fe en su poder creador ilimitado, en su amor a la vida y a la justicia, en su fin de vida inquebrantable a sus criaturas y a los que confían en Él). La resurrección de los muertos presupone la muerte, el fin, el término de sus posibilidades y las del mundo. Solamente puede concebirse, por tanto, como una acción exclusiva de Dios, totalmente extrínseca. Sin Dios no hay resurrección de los muertos. La resurrección de los muertos es prerrogativa exclusiva de Dios. Representa un reinicio radical (comparable sólo a la creación) mas no un reinicio absoluto. En su acto de resurrección asume a los muertos y al mundo que ha tocado a su fin, para crear algo radicalmente nuevo. En la resurrección y la glorificación (reino de Dios) busca su meta la intención que guía la acción de Dios en el mundo (desde el principio y en todos los ámbitos) y la gracia de Dios busca su victoria y triunfo definitivo. La resurrección de Jesús constituye el comienzo de la llegada a la meta de la acción de Dios. Lo iniciado fragmentariamente se desarrolla y perfecciona plenamente. Lo específico de la resurrección de Jesús escriba en ser la obra escatológica de Dios. Es la obra por la que Dios se afirma definitivamente frente al mundo perdido y se define como el Dios de la aproximación amorosa, perdonadora y salvadora. Con la manifestación del resucitado Dios notifica al mundo esta autoafirmación irrevocable y esta apertura al mundo, y revela su justicia y su amor. De ese modo notifica su intención última respecto a la creación y la realiza inicialmente. La Pascua significa, según testimonio de la comunidad primitiva, que el Dios que resucitó a Jesús crucificado se identificó con una imagen escandalosa de Dios que Jesús había asumido en toda su existencia. La imagen de Dios que Jesús asume es la de un Dios que pasa a ser Señor, al acoger aquellos que nada pueden esperar más que la muerte. Al margen de la voluntad de este Dios todos están perdidos y (en el fondo) "muertos"; sólo Él da vida a los "muertos" crea una nueva situación vital para los hijos perdidos. Ahora bien, si Dios se identifica con esta imagen afirmada por Jesús (hasta la muerte) resucitándole, entonces Dios se muestra y define de modo efectivo y para siempre como la "realidad" que salva hecha a los perdidos. El mismo Dios en cuyo nombre Jesús infunde a otros la experiencia y la esperanza de ser amados y ratificados es el que aparece en la resurrección de Jesús como el verdadero "amante de la vida". Con la resurrección de Jesús, Dios se define, pues, definitivamente como aquél que mantiene su fidelidad a las criaturas y cuyo amor es más fuerte que la muerte. La resurrección de Jesús constituye el inicio definitivo de la autoapertura redentora de Dios al mundo. Si no hubiera resucitado, el mundo habría perecido. Se habría orientado hacia su autodestrucción. La resurrección de Jesús supone pues el verdadero giro del tiempo cósmico. La acción de Dios imprime definitivamente el giro al mundo, iniciado en la actividad de Jesús, sin realizar por ello inmediatamente la plenitud del mundo. El viejo mundo y la vieja humanidad han tocado a su fin irreversiblemente, aunque se obstinan en ignorar este hecho. Ha comenzado el tiempo final de la gracia. La Pascua es el comienzo definitivo de la nueva vida, por obra de Dios. Dios se manifiesta en la resurrección del Crucificado como aquél que está presente en medio del sufrimiento y en la cruz, contradiciendo e interrumpiendo la marcha ordinaria de las cosas. La cruz, la impotencia y el abajamiento no son la última palabra para el creyente; en ellos actúa la fuerza de la vida y del amor de Dios, para trascenderlos. La fe en la resurrección de Jesús contiene la certeza de ser acogido, amado y guardado realmente por Dios. Creer en la resurrección de Jesús significa estar convencido de que el Dios de Jesús es la realidad y no una ilusión: apostar por Dios como la realidad abierta a nosotros (a mí y a todos los otros, muy especialmente a los pobres, olvidados y oprimidos). Creer en la resurrección de Jesús significa, pues, una ruptura radical con nuestros hábitos mentales y prácticos.

5. La Resurrección es una revolución en la evolución

Sin embargo, aparentemente a pesar de la Resurrección de Cristo inaugurando un tiempo nuevo en verdad en nuestra realidad cotidiana nada ha cambiado, pues la muerte y la violencia, el mal, las desigualdades, la explotación de unos sobre otros… siguen campando en el mundo. Sus discípulos experimentaron la novedad inaudita de percibir a su maestro crucificado como el «viviente», el «resucitado», es decir, como un ser completamente transformado. La primera generación vivió intensamente y se alimentó de esa firme y unánime convicción. En cierto sentido, sin embargo, para las generaciones posteriores Jesús no se ha manifestado directamente aún de forma plena. Todos estamos en camino a Galilea (el término de la historia) para verlo entonces cara a cara. En esa esperanza caminamos... hacia la Galilea de la resurrección. La «resurrección» no es un hecho cerrado, estático, acabado, sino que constituye un proceso dinámico de plenificación humana, expresa la culminación del proceso evolutivo del ser humano. En este entido podríamos decir que el mismo Jesús está en proceso de resurrección, pues sus hermanos y hermanas, que somos nosotros, aún no han resucitado ni el universo que le pertenece ha alcanzado su plenitud. Está todavía en fase de cosmogénesis. Cuando todo se complete, cuando todo se haya consumado, entonces, Jesús y su comunidad habrán finalmente resucitado plenamente.

La moderna cosmología afirma unánimemente que el estado del universo no es la estabilidad, sino la movilidad. Todo se está expandiendo, completándose y autocreando. La evolución permite que las virtualidades latentes dentro del universo conozcan emergencias, puedan irrumpir bajo las formas más diferentes. En este sentido, el universo no está todavía listo. En vez de hablar de cosmología, deberíamos hablar de cosmogénesis, la lenta y progresiva génesis de todas las cosas. Cuando digo que la Resurrección es una revolución en la evolución, quiero decir que la Resurrección es una pequeña anticipación del fin bueno de la creación, como si el término de la evolución se anticipase y nos mostrara en pequeño lo que nos está preparado. Eso es una revolución dentro de la evolución que aún continúa y sigue su curso. Para la filosofía perenne la realidad manifiesta está compuesta de niveles o grados diferentes, desde los más bajos, densos e inconscientes hasta los más elevados, sutiles y conscientes. En uno de los extremos de este continuo del ser «la materia», lo insensible o lo inconsciente y, en el otro, «el Espíritu», «la Divinidad» o lo «Supraconsciente» (el Fundamento último que impregna la totalidad del Universo). En este sentido, el nivel del Espíritu es la cúspide, el peldaño superior de la escalera de la evolución. El Espíritu es la esencia de todas y cada una de las cosas que existen. Aunque la Tierra (o incluso el Universo) se desvaneciese, el Espíritu, no obstante, permanecería. La afirmación fundamental de la sabiduría perenne es que los hombres y las mujeres pueden crecer y desarrollarse (o evolucionar) a través de toda la jerarquía de la gran cadena evolutiva del Ser hasta llegar al Espíritu, donde tiene lugar la realización de la «identidad suprema» con la Divinidad, el ens perfectissimus a la que aspira todo crecimiento y evolución.

Por otro lado, la resurrección de Jesús representa una insurrección contra la justicia de los hombres, judíos y romanos, por la cual Jesús fue condenado al suplicio de la cruz. Esa justicia establecida y legal fue rechazada. Con la resurrección de Jesús triunfó la justicia del oprimido e injusticiado, venció el derecho del pobre. Cabe recordar que quien resucitó no fue un emperador con todo su poder político y militar, no fue un sumo sacerdote en la cima de su santidad, ni un sabio con la irradiación de su sabiduría. Fue un crucificado, un ajusticiado, muerto fuera de los muros de la ciudad, lo que significaba una suprema humillación. La resurrección define el sentido de nuestra esperanza: ¿por qué morimos si ansiamos vivir siempre? ¿Qué sentido tiene la muerte de aquellos que sucumbieron en la lucha por la justicia de los humillados y ofendidos? ¿Quién dará sentido a la sangre de los anónimos, de los campesinos, de los obreros, de los indígenas, de los negros, de las mujeres y de los niños, derramada por los poderosos en razón del único crimen de reivindicar su derecho negado? La resurrección responde a estas preguntas inevitables del corazón humano. Ella garantiza que el verdugo no triunfa sobre la víctima. Significa el rescate de la justicia y del derecho de los débiles, de los subyugados y deshumanizados como lo fue el Hijo de Dios cuando pasó entre nosotros. Ellos heredan la vida nueva. A la luz de la resurreccióntodo lo que mata, destruye, hace sufrir, daña, perjudica, es indigno; y ya solo es digno aquello que potencia y facilita la vida, la felicidad, la alegría, la igualdad, la esperanza, la fraternidad, la solidaridad, el amor, el servicio de unos a otros, la ternura, la belleza, la compasión, la amabilidad, el cuidado de todas las criaturas: todo lo mejor para todos y para todo. Siempre que triunfa la justicia sobre las políticas de dominación, siempre que el amor supera la indiferencia, siempre que la solidaridad salva vidas en peligro, ahí está ocurriendo la resurrección, es decir, la inauguración de aquello que tiene futuro y será perennizado para siempre. A quien cree en la resurrección, no le es permitido vivir triste, a pesar de la oscuridad y los nubarrones de la historia actual. El Viernes Santo es un paso que culmina con la Resurrección. Es más que el triunfo de la vida; es la plena realización de la Vida en todas sus posibilidades.

6. ¿Hacia una resurrección cuántica?

Desde un ámbito no estrictamente religioso, las grandes tradiciones de sabiduría y los avances en el conocimiento de la «Conciencia humana/Mente/Alma/Espíritu» apuntan a realidades sorprendentes. Así mismo la ciencia está empezando a concebir un Universo multidimensional y un ser humano con diversos «planos», «dimensiones» o niveles de existencia. Muchos científicos conciben en la actualidad un Universo multidimensional (se habla de hasta 11 posibles dimensiones distintas), en el que cada dimensión representa una frecuencia vibratoria diferente y, seguramente, también un mundo diferente, no susceptible de ser percibido por nuestros sentidos. Nuestra existencial «terrenal» transcurre en un plano tridimensional (es tan solo lo que nos permite percibir nuestra constitución física actual, pero ¿podremos acceder a otros planos de existencia tras el tránsito que supone la muerte física como parece apuntar la continuidad de la Conciencia/Supraconciencia tras ella?).

Todo lo que existe en el Universo es energía más información. Cualquier elemento que existe en el Universo está formado por energía + información. La energía se mide por la frecuencia vibratoria, la única forma de medir la energía es mediante la frecuencia vibratoria: cuanto más alta, más información puede contener. La causa de todo lo que se manifiesta visiblemente recae en dimensiones no visibles de la reaidad, que tienen mayor frecuencia vibratoria y, por tanto, pueden contener más información. Las diferencias entre una dimensión y otra de la realidad resultan de las vibraciones que contienen. Existen energías de baja frecuencia vibratoria y otras de altísima frecuencia vibratoria, y hay un principio que dice que cuanto más alta es la vibración, más información puede contener. Cada «dimensión» tiene una frecuencia vibratoria diferente, que es lo que la caracteriza. Además, los seres humanos somos seres multidimensionales, eso significa que yo estoy aquí, en este plano físico, en el mundo físico con mi cuerpo físico…. pero alrededor de mí tengo otros cuerpos: tengo mi cuerpo astral, mi cuerpo espiritual, mi cuerpo energético… yo generalmente no estoy siendo consciente de esos cuerpos pero los llevo, los tengo… Esos planos están todos interconectados alrededor de nosotros. Yo estoy aquí estoy viendo el plano físico Con mis ojos físicos pero si tuviera la capacidad de ver el plano astral lo vería alrededor de mí. Los investigadores de las ECM y de la continuidad de la Conciencia, más allá de la muerte física, nos hablan de cómo estamos constituidos los seres humanos y de los distintos planos o niveles de existencia en los que nos movemos: el primer plano es el propio del cuerpo físico, construido a partir de células, moléculas y átomos. Es el más denso y cristalizado de todos los cuerpos. Nuestro cuerpo físico nos permite expresarnos en el mundo material. Alrededor del curpo físico tenemos un cuerpo etérico, aunque a menudo se ve como separado, en realidad es una plantilla o matriz para el cuerpo físico. Está constituido por el plano astral-emocional es un reino espiritual más allá de nuestro mundo físico. Está compuesto por energías y vibraciones invisibles para aquéllos que no pueden ver más allá de lo físico. En ese plano astral seguimos siendo lo que hemos sido en este plano humano, con la misma edad, enociones, sentimientos, personalidad, creencias... El plano astral es un plano de la realidad formado por pensamientos, sentimientos, emociones, sin enfermedad, el mismo apego a las cosas... mantenemos todos todas nuestras características hasta que las podemos ir dejando atrás para seguir elevarnos al plano espiritual. Está constituido por diversos subplanos, y nuestra conciencia, tras nuestra muerte física, va a uno u otro de esos subplanos en función del nivel evolutivo de nuestra conciencia, dependiendo de la vibración que yo he acumulado en mi vida física. Todos lo experimentamos, ya sea de forma inconsciente durante el sueño o de manera consciente al aprender la proyección astral. Además también tenemos otros «cuerpos»: cuerpo mental, espiritual, energético... El físico y el astral, funcionan de forma similar. Ambos lugares comparten un espacio determinado, pero a diferentes frecuencias (vibraciones). Esto significa que sólo puedes ver el espacio físico, aunque el espacio astral también está a tu alrededor, pero de una manera que te resulta invisible. Las investigaciones realizadas con personas que estaban clínicamente muertas y regresaron a la vida física (ECM) fueron de las primeras en arrojar luz sobre la inmortalidad del alma. Así, nuestra conciencia no-local o supraconciencia (Alma) (en su marcha evolutiva siguiendo la gran cadena evolutiva del Ser) y según la frecuencia vibratoria alcanzada en esta vida terrenal transita entre esos distintos planos, viviendo experiencias que a veces parecen más reales que incluso las experimentadas en esta realidad física. Esos distintos planos de existencia representan un mundo real pero invisible para la gran mayoría de personas (a mediumnidad es la cualidad por la que algunas personas tienen la capacidad de ver o conectar con esos otros planos de realidad). Estos planos nos invitan a explorar más allá de lo tangible y a considerar que la realidad perceptible es relativa y que existen otros planos que son un misterio para nosotros. ¿Quién sabe qué misterios nos aguardan en esos otros planos más allá de lo físico?

¿De dónde venimos y hacia dónde vamos, cuál es nuestro destino? Los humanos tenemos una dimensión física, mental, emocional, energética... pero sobretodo somos Conciencia/Alma/Espíritu. Por una parte, somos cuerpo físico, formamos parte del Universo, somos universo. Todo somos uno, todos procedemos del Todo. Somos «polvo de estrellas» (polvo eres y en polvo te convertirás). Estamos unidos, hermanados con todo el Universo. Por otra parte, procedemos de la Eneregía primera, de la Inteligencia creadora. Procedemos de un primer Origen y a Él estamos destinados. En el orige hay una Inteligencia primera, una Conciencia cuántica universal, una Conciencia primera, una realidad última que denominamos Dios. Y nosotros estamos configurados a imagen y semejanza de ese nuestro Origen, nos asemejamos a nuestro Origen y participamos de las caracterísitcas y cualidades de ese Orígen. Recordemos que desde el nuevo paradigma «post-materialista» y las indagaciones de la «ciencia de la conciencia» se viene afirmando algo "revolucionario": que cada uno de nosotros más que un cuerpo físico que tiene alma, espíritu, conciencia… en realidad somos «seres espirituales» encarnados en un cuerpo físico. Ello implica que nuestra realidad esencial, nuestra esencia, nuestra identidad más esencial, nuestra Conciencia no-local, nuestro espíritu, nuestra esencia divina, nuestra Alma es eterna, para ella el tiempo no existe, en ella no hay pasado ni futuro, todo está en el presente (el eterno presente del Alma), y la Eternidad no es sino la ausencia de pasado y de futuro. Además es holística respecto la Energía primera, a la Conciencia cuántica universal, a la Inteligencia primera o al Diseñador inteligente. Eso indica que participamos de las propiedades de nuestro Origen, de nuestro «Creador». Por otra parte, el Universo podemos concebirlo como un «holograma», un Todo completo conformado por múltiples partes, cada una de llas con las mismas caracterísitcas que el Todo. En el que cada una de las partes que constituyen el holograma total, cada una de las conciencias particulares o individuales, tiene las propiedades del Todo del cual forma parte, de esa Esencia última que todo y a todos nos sostiene. Esto quiere decir que esta conciencia no-local nuestra, es holística con respecto a la conciencia primera, tiene sus mismas propiedades, en la medida que a los humanos nos corresponde. Es decir, es Omnipresente, Omnisciente y Omnipotente. Las ECM (Experiencias Cercanas a la Muerte) y experiencias concomitantes van apuntando a que nuestra Conciencia no-local, nuestra Alma, nuestro Espíritu, siguiendo la gran cadena evolutiva del Ser va evolucionando, va purificándose y ascendiendo de plano o nivel en función de su frecuencia vibratoria. En este modelo se puede imaginar que el Universo multidimensional vaya aumentando progresivamente su frecuencia de dimensión a dimensión, hasta llegar a la última, que es el Absoluto. En este nivel la frecuencia vibratoria es infinitamente rápida, y por tanto el tiempo es cero y puede contener toda la información del Universo. El Absoluto incluye todo, incluso las frecuencias más bajas de manifestación. Como las dimensiones por debajo del Absoluto reducen su frecuencia vibratoria, es de suponer que también falta algo de información en ellas, y que existe alguna sensación del transcurrir del tiempo. Por lo tanto, hasta que no se consigue la unificación total, característica de la última dimensión, podría ser lógico suponer que existen conciencias individualizadas en todas esas otras dimensiones. Esto implica la probabilidad de que existan seres no físicos experimentando en ellas. Las distintas culturas han llamado a estos seres de maneras variadas: Ángeles, Maestros ascendidos, seres de luz, etc. Desde esta concepción del Universo, su existencia se da como algo más que probable, y se entiende que hay diferentes jerarquías de seres no físicos ascendiendo por las distintas dimensiones, hasta fundirse con el Absoluto, la Divinidad. De hecho, y siempre según este modelo, ése es el “futuro” de las experiencias de las almas humanas cuando hayan completado la toma de información, o aprendizaje, en el reino humano. Todo esto curiosamente concuerda con las grandes intuiciones de la sabiduría perenne sobre la gran cadena evolutiva del Ser (ver aquí) y con las más recientes evidencias que nos va des-velando la «ciencia de la conciencia».

Por su parte, Pierre Teilhard de Chardin, un jesuita francés que desarrolló ideas interesantes sobre la evolución de la conciencia y la relación entre la ciencia y la religión utiliza los términos de Alfa y Omega para evocar el principio y el fin de la evolución de la conciencia. Teilhard de Chardin en su concepción cósmica acuñó el término “Punto Omega” para describir el punto más alto de la evolución de la conciencia. Lo consideraba el fin último de la misma. Según él, el planeta está en un proceso transformador, evolucionando desde la biosfera hacia la noosfera. El Punto Omega es un foco iluminador del destino humano, una unificación y unión cósmica personalizante. Expresa la evolución hacia estados superiores de conciencia. La evolución da lugar a formas superiores de conciencia, hacia mayor complejidad, conciencia y personalidad. En su visión cósmica coloca a Cristo en el centro de la historia cósmica. Cristo es tanto el Alfa como el Omega. En resumen, el Punto Omega representa un destino evolutivo hacia una mayor conciencia y personalidad, y su significado trasciende tanto la ciencia como la religión. La Creación y toda la existencia posterior es una progresión hacia abajo y hacia fuera desde la fuente primordial, en un proceso primero descendente y después ascendente. El camino de ascenso desde “los muchos” hasta “el uno”, es el camino de la sabiduría, que consiste en ver que detrás de todas las formas y la diversidad de los fenómenos descansa “el uno”. El camino de descenso es el camino de la compasión, porque todas las formas de vida provienen del uno y, en consecuencia, deben ser tratadas con el mismo respeto. La corriente ascendente o trascendental de la sabiduría (eros), debe ser armonizada por la corriente descendente o inmanente de la compasión (ágape). La unidad de eros con ágape constituye el sustrato de toda auténtica sabiduría. Nuestra Alma en su proceso de evolución/maduración tiene que ir realizando una serie de aprendizajes. Aprender o comprender consiste en aumentar la propia frecuencia vibratoria. Si las personas quieren aumentar su capacidad para almacenar más información de la Verdad, deben incrementar su frecuencia vibratoria. El crecimiento de la vibración hay que conseguirlo a través del incremento del nivel de consciencia, que es su causa. Un mayor nivel de consciencia vendrá siempre acompañado por una mayor vibración, como efecto inseparable. Somos originarios de la Energía primera y regresamos a nuestro origen, a la Fuente de todo. A lo largo de su vida, el ser humano cambia casi todos los átomos que componen su cuerpo. Éstos estuvieron antes en otros lugares, pero mientras permanece la estructura de información, “yo sigo siendo yo”. La energía sutil y la información que subyace a toda la “materia” en el Universo, no desaparecerá cuando las partículas originarias vuelvan a la Fuente. Con la muerte devolvemos nuestro cuerpo físico al Cosmos (nuestros átomos se vuelven nuevamente polvo de estrellas) y nuestro Espíritu regresa a la Luz, su Fuente, su Hogar de procedencia. Cuando finalmente se llega a la cumbre, los tres cuerpos, físico, emocional y mental, serán expresión directa de la perfección, belleza, plenitud de esa Mente o Inteligencia cósmica universal, Inteligencia Creadora, esa Conciència cuàntica universal... serán expresión de todas las cualidades de esa Realidad última, Fundamento y Fuente de todo, que en nuestra cultura denominamos Dios, es decir serán «divinas», y alcanzaremos nuestra plenitud en el seno de la Vida de Dios. Que así sea.

Elaboración a partir de materiales diversos

Ver también:

La muerte no es el final

La resurrección de Jesús de Nazaret en el contexto de la cultura hebrea 

La resurrección de Jesús de Nazaret: eje central del cristianismo 

Resurrección de Jesús: Testimonio neotestamentario 

Génesis de la fe en la Resurrección de Jesús 

La Resurrección de Jesús: implicaciones para nuestra existència 


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