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JESÚS Y LAS MUJERES

La relación que Jesús mantuvo con las mujeres ha sido siempre objeto de discusión. Son muchos los investigadores que señalan la especial consideración que siempre mostró hacia ellas en general y, en particular, hacia las marginadas, enfermas y pecadoras. ¿Qué pensaba Jesús de la mujer? ¿Qué papel ocuparon las mujeres en su vida y, sobre todo, en su movimiento?

Narran los sabios que todo buen judío, al despertarse por la mañana, agradecía a su dios no ser pagano, mujer o esclavo. ¿Cuál era entonces el papel femenino en los tiempos de Jesús? Las vírgenes eran presas codiciadas para el matrimonio, y las casadas mandaban como dueñas del hogar y maestras de sus hijos, a resguardo de la visión ajena y al amparo de unas leyes realizadas por los hombres.

En su trato con la mujer, fue un revolucionario. Dentro del contexto palestino, las actitudes de Jesús hacia las mujeres se consideran radicalmente inclusivas. Las figuras femeninas que se encontró en su vida, mujeres enfermas, extranjeras, adúlteras, se aproximaron y recibieron de él palabras de respeto y aliento. “Jesús fue un rabino relativamente anómalo. Las mujeres no sólo estaban presentes, sino que eran discípulas” (A. Piñero). Hasta la llegada de Jesús, la religión era cosa de hombres. Así como el resto de la vida pública. Él, en cambio, no sólo se rodea de mujeres, sino que interactúa con ellas de una forma absolutamente original y contraria a los usos y costumbres de la época. Se trataba de una sociedad totalmente patriarcal, en la cual las mujeres pasaban de la autoridad –casi propiedad- del padre a la del marido o, a falta de éste, a la del hermano varón o a la del hijo mayor. La viudez sin protector era sinónimo de desgracia y miseria. Y la mujer podía ser inmediatamente repudiada en caso de esterilidad (de la cual era responsabilizada) o adulterio.

En los Evangelios surge claramente la imagen de un Jesús protector y defensor de todas las mujeres; un hombre que, en reiteradas ocasiones, se pone a contracorriente de su tiempo y enfrenta los prejuicios de su época, desafió al legalismo de su tiempo. Jesús no consideraba inferiores a las mujeres, no rehuía su compañía ni su conversación, sin importar su condición. En muchas ocasiones, hizo a la mujer depositaria de su mensaje, que era realmente universal, para todo el género humano. Las convirtió en interlocutoras y les permitió seguirlo. Las defendió, las consoló, las distinguió con su perdón y misericordia, pero también las reprendió con cariño como cuando, a las mujeres que lloraban mientras lo seguían en su camino hacia la cruz, les dijo: "Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino por vosotras mismas y por vuestros hijos", advirtiéndoles que vendrían tiempos duros. A continuación, presentamos unos extractos de algunos artículos que abordan la cuestión.

La condición de la mujer en Palestina

La finalidad de estas páginas es muy clara: demostrar que Jesús consideraba a la mujer exactamente igual al hombre en dignidad y que, al actuar así, atentaba deliberadamente contra los criterios y costumbres sociales entonces en uso. La actitud de Jesús, por tanto, supone una ruptura por el hecho de tratar a las mujeres fundamentalmente como personas humanas y no como "seres inferiores", ciudadanos de segunda categoría. Su mensaje de libertad y absoluta igualdad para los llamados al reino de Dios no hace ninguna discriminación.

Como punto de partida es sumamente iluminador analizar la condición de la mujer en tiempos de Jesús y en su medio ambiente. Desde el punto de vista religioso -a pesar de las heroínas mencionadas en el AT- se la tenía como un ser inferior que no podía dedicarse al estudio de la escritura: "Antes sean quemadas las palabras de la Torá que confiadas a una mujer" ... "el que enseña la Torá a la propia hija es como si le enseñara lascivia". Son palabras de un rabino del siglo primero y no necesitan comentario. En lo que se refiere a la oración, las obligaciones de la mujer no sólo adolecían de poca seriedad, sino que el Talmud llega a decir: "Maldito sea el hombre cuya mujer e hijos dan gracias por él". Y el colmo de esta mentalidad aparece en la triple acción de gracias de la plegaria cotidiana de los hebreos: bendito sea Dios porque no me ha creado gentil,... porque no me ha creado mujer,... porque no me ha creado ignorante (cfr. Ga 3, 28: réplica cristiana a esta plegaria rabínica).

La mujer estaba, ni más ni menos, a la altura de los niños y de los esclavos. Tanto en el templo como en la sinagoga había una estricta separación entre hombres y mujeres, naturalmente en detrimento de éstas.

La inferioridad "religiosa" de la mujer trascendía, por supuesto, al ambiente social público y privado: "Un rabino consideraba indigno y del mayor descrédito hablar en público con una mujer" (P. Ketter). Los "Proverbios de los Padres" contienen, entre otras, esta recomendación: "No hables mucho con una mujer". Y la razón de ello no es poner en guardia contra unas relaciones demasiado libres entre los dos sexos. El verdadero motivo de que el rabino no deba hablar por la calle ni siquiera con la propia esposa, con la hija o con la hermana, no es otro que la arrogancia masculina. Además, y salvo en rarísimos casos, la mujer no podía comparecer como testigo en el tribunal.

En el matrimonio, la función de la mujer consistía, prevalentemente, en la procreación y crianza de los hijos. Todas las mujeres, por lo demás, estaban bajo la tutela de un varón (el padre o el marido y, en caso de enviudar, el hermano del muerto). La poligamia - lícita entre los hebreos en tiempos de Jesús, aunque probablemente poco practicada nunca se entendía en el sentido de tener más de un marido- Y mientras el hombre obtenía el divorcio con suma facilidad, a las mujeres no les era permitido. Las máximas rabínicas, en fin, son altamente elocuentes: "Cuando nace un varón, todos están contentos; cuando nace una niña, todos están tristes", "...en las mujeres resaltan cuatro cualidades: son glotonas, chismosas, perezosas y celosas", etc. En resumen: la condición de la mujer en Palestina era ¡verdaderamente anémica!

Fuente: LEONARD SWIDLER: Jesús y la dignidad de la mujer

1. Jesús y las mujeres

Las mujeres en el mundo gentil

En los tiempos de Jesús todas las culturas eran patriarcales. Las mujeres estaban subordinadas primero a sus padres, y luego a sus maridos. No obstante, su condición socioeconómica variaba significativamente de acuerdo con el grado de derechos civiles y de herencia asignados a ellas por cada una de las culturas mediterráneas.

Grecia y Macedonia. En el año 340 A.C., Demóstenes escribió: "Mantengan amantes para obtener placer, concubinas para el cuidado diario de sus personas, esposas para darles hijos legítimos y ser fieles guardianes de sus hogares". Las mujeres de Macedonia tenían mejor suerte. Construían templos, fundaban ciudades, entablaban combates con ejércitos y defendían fortalezas. Podían actuar como regentes y cogobernantes. Los hombres admiraban a sus esposas e incluso nombraban ciudades en su honor.

Egipto y Roma. Las mujeres egipcias tenían los mismos derechos jurídicos que los hombres. Podían comprar, vender, pedir y prestar dinero. Podían también presentar ante el gobierno solicitudes de apoyo o de ayuda, iniciar el divorcio y pagar impuestos. La hija mayor podía convertirse en la heredera legítima. En Roma, la autoridad del padre era primordial. Las jóvenes romanas eran "vendidas" en su nombre y puestas en las manos de su futuro esposo. Tanto las hijas como los hijos eran educados, los muchachos hasta los 17 años, las jóvenes hasta los 13 años, edad en que presumiblemente debían casarse. Las mujeres romanas no podían conducir negocios en su propio nombre, pero podían obtener la ayuda de un amigo o pariente masculino quien podía actuar como su agente. Las mujeres tenían derechos hereditarios y también el derecho a divorciarse. Las mujeres romanas no podían votar o desempeñar cargos públicos. Sin embargo, las matronas romanas tenían poder e influencia porque eran de facto las cabezas de sus hogares y las administradoras de sus negocios mientras sus maridos peleaban con las legiones del Cesar.

Las mujeres en el judaísmo palestino

Las mujeres hebreas de Palestina estaban entre las más pobres del mundo en la época de Jesús. Esto era probablemente porque no tenían derechos hereditarios y no podían divorciarse ni aún por el más sólido de los motivos. Los hombres hebreos podían divorciarse de sus mujeres. Las mujeres hebreas, sin embargo, no estaban autorizadas a pedir el divorcio a sus maridos. En una cultura en la cual la mujer no sobrevivía a menos que fueran parte de un hogar patriarcal, el divorcio podía tener consecuencias desastrosas. A la luz de esta observación, la proscripción del divorcio establecida por Jesús es significativamente protectora de las mujeres. La resurrección del hijo de la viuda de Naím es otro ejemplo de la compasión de Jesús por la pobreza de las mujeres atrapadas en el patriarcado.

Los derechos de propiedad de una mujer hebrea eran prácticamente inexistentes. En forma teórica, ella podía heredar la tierra, pero en la práctica, los herederos varones tenían precedencia. Aun si ella lograba heredar la propiedad, su esposo tenía el derecho a uso y usufructo. La principal esfera de las mujeres era el hogar, donde la hospitalidad era su tarea especial.

Un niño era considerado judío solamente si la madre era judía. La mayoría de las niñas judías eran prometidas en matrimonio por sus padres a una edad muy temprana. Las mujeres judías se consideraban impuras durante su menstruación. Si inadvertidamente tocaban a un hombre durante sus reglas, estaban obligadas a someterse a un ritual de purificación que duraba una semana antes poder volver a orar en el Templo. En el evangelio de Marcos, la mujer que padecía una hemorragia desde doce años atrás era sin duda alguna una marginada social. Observamos que Jesús no se preocupa en absoluto acerca del ritual de impureza cuando la cura, después de que ella con valentía lo tocara a pesar del tabú existente. (Marcos:25)

Las mujeres del judaísmo primitivo proclamaban y profetizaban, pero en la época de Cristo no podían leer la Torá en la Sinagoga debido a su periódico "estado de impureza". El tema de si una mujer debía ser educada en la Torá (la Ley judía) era ampliamente debatido. Como regla general, solo las esposas de los Rabinos recibían esta educación. De acuerdo con la legislación judía, las mujeres no podían ser testigos ni podían enseñar las leyes. Las mujeres no tenían roles religiosos o de liderazgo en el judaísmo del primer siglo. En un país gobernado por una élite religiosa, esto significaba que ellas eran invisibles y no tenían poder alguno.

Las mujeres en los Evangelios

Es decir, eran invisibles y no tenían poder alguno para casi nadie, excepto para Jesús, quien tal como demuestran los Evangelios, tenía un afecto especial por aquellos rebajados por otros. Su comportamiento hacia las mujeres, aun cuando se lo observa a través del cristal androcéntrico de los textos Evangélicos, es digno de destacarse. Jesús acogió a las mujeres entre sus discípulos más allegados: "Después de esto, iba por los pueblos y las aldeas predicando el Reino de Dios. Le acompañaban los Doce y algunas mujeres María Magdalena, Juana, mujer de Cusa, administrador de Herodes, y Susana y algunas otras, las cuales le asistían con sus bienes."(Lucas 8:1-5). Las mujeres no eran mencionadas en los textos antiguos a menos que tuvieran prominencia social. La implicación clara de este texto es que las mujeres de dinero patrocinaron la misión en Galilea.

Jesús dio la bienvenida a las discípulas femeninas en su entorno para que escucharan sus enseñanzas sobre Dios junto con los discípulos masculinos. Esto era verdaderamente inusual, ya que las mujeres normalmente no podían dirigirse a los hombres en público, y mucho menos andar por los caminos con ellos.

La inclusión radical de las mujeres realizada por Jesús también queda ilustrada por la historia de Marta y María. María asume su lugar a los pies de Jesús, el lugar ocupado tradicionalmente por los varones dedicados a los estudios rabínicos. Marta, (tal como sucede aun actualmente entre las mujeres cuando se desafían las leyes del patriarcado), protesta. Pero Jesús elogia la sed de conocimientos de Dios expresada por Marta: "María ha escogido la parte mejor, y nadie se la quitará." (Lucas 10:38-42)

En todos los Evangelios, vemos que Jesús desafía los preceptos patriarcales profundamente establecidos, que sólo las mujeres llevan la carga del pecado sexual; que las mujeres Cananeas y Samaritanas deben ser rechazadas y repudiadas; y que los hijos pródigos deben ser desheredados. En cambio, los hombres son desafiados a aceptar su propia complicidad en el adulterio; la mujer samaritana se convierte en misionera consiguiendo que todo su pueblo crea en Jesús; el amor incontenible de la mujer cananea por su hija logra ampliar los propios horizontes de Jesús con respecto a los destinatarios de la Buena Nueva, y el hijo díscolo y caprichoso es acogido calurosamente en su hogar con una gran fiesta celebrada por un padre pródigo.

La similitud de la llamada al apostolado de las mujeres junto con sus hermanos varones se destaca aún más en los relatos de la Resurrección, porque la proclamación de este hecho se basa fundamentalmente en el testimonio de las mujeres. Los cuatro Evangelios muestran a María Magdalena, Juana, María la madre de Santiago y José, Salomé y las otras mujeres discípulas que acompañaron a Jesús hasta su muerte; ungieron y enterraron su cuerpo; vieron la tumba vacía; y finalmente experimentaron su presencia ya resucitado. El hecho de que el mensaje de la resurrección fuera entregado primero a las mujeres es considerado por los estudiosos bíblicos como la prueba más rotunda de la historicidad de los relatos de la resurrección. Si estos textos hubieran sido creados por los discípulos masculinos con su extraordinario fervor, nunca hubieran incluido los testimonios de las mujeres en una sociedad en la que eran rechazadas como testigos jurídicos. Al principio, los apóstoles no creyeron en su mensaje.

Fuente: Jesús y Las Mujeres ( https://www.futurechurch.org/jesus-y-las-mujeres )

2. ¿Era normal que tantas mujeres rodearan a Jesús?

La actitud y las enseñanzas de Jesús otorgaban a la mujer una dignidad que contrastaba con las costumbres del momento. Aunque hay diferencias entre las clases altas y las populares, lo común es que la mujer no tuviera un lugar en la vida pública. Su ámbito era el hogar donde está sometida al marido.

Donde se percibe la diferencia más notable con el varón es, sin embargo, en el plano religioso: la mujer está sometida a las prohibiciones de la Ley, pero está liberada de los preceptos (ir a las peregrinaciones a Jerusalén, recitar diariamente la Shemá, etc.). No estaba obligada a estudiar la Ley y las escuelas se reservaban para los muchachos. De la misma manera, en la sinagoga las mujeres estaban con los niños, separadas de los varones con un enrejado. No participaban en el banquete pascual ni eran contadas entre los que pronuncian la bendición después de la comida.

Frente a esto, en los evangelios, descubrimos muchos ejemplos de una actitud de Jesús abierta: además de las muchas curaciones de mujeres que realiza, en su predicación propone a menudo ejemplos de mujeres como la que barre la casa hasta encontrar la dracma perdida (Lc 15,8), la viuda perseverante en la oración (Lc 18,3), o la viuda pobre y generosa (Lc 21,2). Corrigió la interpretación del divorcio (Lc 16,18) y admitió mujeres en su seguimiento.

En este contexto hay que entender Lc 8,2-3 (cfr Mt 27,55-56; Mc 15,40-41): Jesús “pasaba por ciudades y aldeas predicando y anunciando el evangelio del Reino de Dios. Le acompañaban los doce y algunas mujeres que habían sido libradas de espíritus malignos y de enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; y Juana, mujer de Cusa, administrador de Herodes; y Susana, y otras muchas que les asistían con sus bienes”. Hay un grupo de mujeres que acompañan a Jesús y a los Apóstoles en la predicación del Reino y que desempeñan una labor de diaconía, de servicio.

Fuente: 50 preguntas sobre Jesucristo y la Iglesia. 31. ¿Era normal que tantas mujeres rodearan a Jesús?

3. J. M. CASTILLO: Jesús y las mujeres

La situación social de la mujer en el pueblo y en la cultura en que nació y vivió el mismo Jesús.

Afortunadamente, contamos con abundante documentación histórica sobre este asunto. Uno de los mejores estudiosos del tema, el profesor Joachim Jeremias, se fija, más que en teorías, en hechos muy concretos. Por ejemplo: Cuando la mujer judía de Jerusalén salía de casa, llevaba la cara cubierta con un tocado que comprendía dos velos sobre la cabeza, una diadema sobre la frente con cintas colgantes hasta la barbilla y una malla de cordones y nudos; de este modo no se podían reconocer los rasgos de su cara (Billerbeck III, 427-434).

Es más, la mujer que salía sin llevar la cabeza cubierta, es decir, sin el tocado que velaba el rostro, ofendía hasta tal punto las buenas costumbres, que su marido tenía el derecho, incluso el deber, de despedirla, sin estar obligado a pagarle la suma estipulada, en caso de divorcio, en el contrato matrimonial (Kat. VII, 7).

Pero había algo peor. El sabio judío Filón de Alejandría nos informa de que “mercados, consejos, tribunales, procesiones festivas, reuniones de grandes multitudes de hombres, en una palabra: toda la vida pública, con sus discusiones y sus negocios, tanto en la paz como en la guerra, está hecha para los hombres. A las mujeres les conviene quedarse en casa y vivir retiradas” (J. Jeremias, Jerusalén en tiempos de Jesús, 372).

Y conste que lo más duro era el derecho matrimonial. Hasta la edad de doce años y medio una hija no tenía derecho a rechazar el matrimonio decidido por su padre, que podía incluso casarla con un deforme. Más aún, el padre podía incluso vender a su hija como esclava (Ex 21, 7).

Pues bien, así las cosas, los evangelios nos informan de que Jesús, en cuanto empezó su actividad pública, lo primero que hizo fue reunir un buen grupo de discípulos, que “le seguían” por caminos y pueblos. Lo notable es que era un grupo mixto, de hombre y mujer, como explica (con sus nombres y origen familiar) el evangelio de Lucas (8, 1-3). Una lista paralela a las demás listas de discípulos (Lc 6, 12-16; Hech 1, 13; Mc 3, 13-19; Mt 10, 1-4) (F. Bovon). Y conste que las mujeres, que enumera Lucas (con sus nombres, algunas de ellas), eran lo mismo personas de la mejor sociedad (B. Witherington), que mujeres de las que Jesús había tenido que expulsar “siete demonios” (Lc 8, 2).

Además, en una sociedad sin la justa libertad, Jesús creó, para él y para quienes le acompañaban, su propia libertad. De ahí que se dejó perfumar y besar por mujeres (Mc 14, 3-9; Mt 26, 6-13; Jn 12, 3), en algún caso personas de la peor fama (Lc 7, 38).

La llamativa confianza, que Jesús tuvo con una samaritana poco ejemplar (Jn 4, 4-30), con Marta y María (Lc 10, 38-41), con la Magdalena (Lc 8, 2; Jn 20, 11-18), el hecho de que, cuando los discípulos le habían abandonado en la pasión (Mc 14, 30), quienes iban junto a él llorando eran un grupo de mujeres (Lc 23, 27). Además, se nos recuerda que hasta el mismo momento de la muerte, en el Calvario estuvieron un buen grupo de mujeres (Mc 15, 40-41). Y en los relatos de apariciones del Resucitado, las mujeres tuvieron la más destacada preferencia (Mc 16, 1-8; Mt 28, 1-10; Lc 24, 1-12; Jn 20, 11-18).

La Iglesia naciente comprendió – y lo dejó testificado en la “memoria subversiva” de Jesús – que la “humanización de Dios”, en Jesús (eso es el misterio de la Encarnación), solamente se acepta y se vive cuando el respeto y la puesta en práctica de la igualdad, en dignidad y derechos, del hombre y de la mujer, se hace, no meramente ley, no simplemente derecho, sino únicamente cuando eso es una realidad patente y palpable. Una realidad que todas las autoridades, empezando por la de la Iglesia, luchan y se aferran al empeño por conquistar la plena igualdad, respetando las diferencias inherentes a nuestra condición natural.

Fuente: José M. Castillo Jesús y las mujeres. Redes Cristianas

4. Las mujeres de Jesús de Nazaret: Discípulas y compañeras de Jesús

Lo que sí está claro en todos los textos evangélicos, canónicos y apócrifos, es que su relación con las mujeres fue uno de los aspectos más revolucionarios del profeta de Nazaret. Jesús rompe con todos los tabúes, en una sociedad en la que a la mujer se la definía como una "luna", porque sólo brillaba y lo recibía todo del "sol", que era el hombre.

"Te doy gracias, Señor, por no haberme hecho mujer", rezaban los varones todas las mañanas. Porque la mujer era un ser inferior. Por eso, iba siempre con la cabeza tapada, no podía pararse por la calle a hablar con un varón, no podía ser testigo creíble en un juicio, tampoco podía heredar y, en caso de que su marido muriese, pasaba a ser propiedad de su hermano. Y, por supuesto, cuando estaba menstruando no sólo era impura, sino que convertía en impuro todo lo que tocaba.

"Jesús rompe con todas las tradiciones culturales de su tiempo y trata a la mujer como a un igual", explica Pikaza. De hecho, las mujeres forman parte de su círculo más íntimo, de sus más estrechos colaboradores y acompañan al profeta itinerante en sus correrías apostólicas. "Varones y mujeres aparecen en su proyecto como iguales, sin prioridad de un sexo sobre el otro", sostiene el exegeta español.

Y el catedrático Antonio Piñero, en su libro 'Jesús y las mujeres' (Aguilar), sostiene que "Jesús fue un rabino relativamente anómalo en el panorama de los maestros de la Ley del siglo I, porque tuvo un ministerio activo en el que las mujeres no sólo estaban presentes, sino que eran discípulas"

De hecho, El Evangelio de Marcos dice que las mujeres "servían" a Jesús. Y explica el biblista argentino Ariel Álvarez, "si estas mujeres 'servían' a Jesús, es porque de alguna manera predicaban el Evangelio, sanaban enfermos, expulsaban demonios y realizaban las mismas funciones de los demás discípulos, no porque cumpliesen exclusivamente tareas de cocina y limpieza".

Y es que, como dice Pikaza, "Jesús no quiso sacralizar la sociedad patriarcal de su época" y "fundó un movimiento de varones y mujeres, en contra de los rabinos de su época, que no admitían a las mujeres en sus escuelas". Jesús no sólo las acoge, sino que las escucha y dialoga con ellas "como con personas libres", las respeta y las valora en igualdad con el hombre.

Más aún, Pikaza sostiene que, dentro de su movimiento, las mujeres fueron las seguidoras de Jesús más fieles y radicales. De hecho, al llegar la prueba de la Cruz, "los doce le abandonan; ellas, en cambio, permanecen fieles hasta el final".

Un Jesús, por lo tanto, profundamente inclusivo, que desafía frontalmente los preceptos patriarcales profundamente establecidos. En su trato con la mujer, Jesús fue un revolucionario, un profeta que desafió al legalismo confuso e inerte que entremezclaba la vida religiosa y social de su tiempo. Un visionario defensor de los derechos de la mujer. Todo un feminista.

Fuente: José Manuel Vidal. Las mujeres de Jesús de Nazaret

 

Ver también la SECCIÓN... JESÚS DE NAZARET


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