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En pos de una mejor comprensión del lenguaje bíblico

Se trata de evitar la confusión entre lo histórico, lo legendario y lo mítico.

  • El cristiano actual no termina de comprender los textos de su tradición dado que el universo mental al que pertenece es muy distinto al actual.
  • Los avances en materia bíblica permiten, en efecto, un acercamiento nuevo a los textos sagrados del cristianismo.
  • Los responsables de las iglesias a menudo no asumen a fondo la distinción entre fe y creencias.
  • Lo verdaderamente importante de dichos relatos bíblicos es la experiencia que vivieron los testigos.

Se trata de ver la verdad en dimensiones mucho mayores que la verdad literal de los textos, de comprender cómo el lenguaje del mito y la poesía terminó por convertirse en el lenguaje empleado por quienes trataban de describir el encuentro entre lo divino y lo humano que creían haber experimentado.

Nos encontramos formando parte de una cultura moderna en la que la tradición cristiana continúa manteniendo un importante peso. Las fechas en las que nos encontramos son propicias para reflexionar sobre cuestiones relacionadas con algunas de nuestras creencias tradicionales, haciendo una relectura crítica sobre las mismas. A ello contribuye el pensamiento de J. S. Spong (1931) obispo ya jubilado, de la Diócesis episcopaliana de Newark (New Jersey). Spong refiriéndose a sí mismo escribe: “Serví a la Iglesia cristiana durante 45 años como diácono, presbítero y obispo. Hoy sigo sirviendo a esa Iglesia de diversas formas, después de mi jubilación oficial. Creo que Dios es real y que vivo profunda y significativamente relacionado a esa Realidad divina.”

Las recientes investigaciones sobre el judaísmo de la época de Jesús, han hecho importantes aportaciones al conocimiento del Jesús histórico. Y aplicadas al estudio de la literatura cristiana primitiva han contribuido a cuestionar algunas de las tradiciones más arraigadas en el cristianismo. Sobre el origen, evolución, formas expresivas empleadas y significado de esas tradiciones existen muy diversas perspectivas e interpretaciones, ya procedan del ámbito estrictamente eclesial o del ámbito del llamado pluralismo religioso. El campo de estudio continúa abierto. Ninguna investigación está definitivamente concluída y cerrada. "Los evangelios, por ejemplo, no son ni pretenden ser una biografía de Jesús; son más bien libros para la catequesis de la comunidad, que intentan despertar y profundizar la fe en Cristo, invitar a su seguimiento y guiar a una vida según el estilo de Jesús. No se interesan tanto de qué hizo Jesús cuanto de quién es ese Jesús que hizo tal o cual cosa. Escritos en una generación de testigos de la vida de Jesús, dan por conocido el dato histórico, y cuando hablan de él lo hacen a la luz del creyente, que ve en Jesús no sólo al hombre (historia), sino al Cristo resucitado, a Jesucristo (fe). Los evangelios son el resultado final de un largo proceso de composición y redacción... Los relatos del nacimiento están guiados mucho más por el propósito teológico-midrásico que por una exacta información histórica" (A. Piñero).

El esfuerzo de Spong, desde hace sesenta años, ha sido, en gran parte, que los conocimientos académicos actuales acerca del A. T. y del Nuevo Testamento llegasen a la gente de a pie. En sus trabajos, dirigidos a las personas interesadas por las cuestiones hondamente humanas y por las diversas tradiciones en cuyo origen está Jesús de Nazaret, lo fundamental es dejar claro que la gente del mundo actual no tiene que dejar de ser de su tiempo ni sufrir una especie de «lobotomía intelectual» —antes al contrario— para acceder a estas cuestiones y a la inteligencia del cristianismo. Se trata de evitar la confusión entre lo histórico, lo lengendario y lo mítico. De la presentación que hace A. CARRASCOSA al texto de Spong  ”Pero ¿qué ocurrió realmente?” ( http://www.servicioskoinonia.org/relat/376.htm), en el que el autor se pregunta por lo sucedido realmente en la Resurrección de Jesús de Nazaret, entresacamos algunas ideas generales aplicables a la situación actual en la que se encuentra una gran parte de creyentes cristianos y también algunas reflexiones del mismo SPONG contenidos en su obra “Jesús, hijo de mujer”, a propósito, por ejemplo, de las narraciones sobre la navidad. Spong se esfuerza por combatir un modo de interpretación bíblica ciertamente extendido en muchos ambientes, pero hoy superado felizmente en la ciencia bíblica: la interpretación literal de los textos. Apenas contamos con documentos históricamente fiables que nos informen sobre el nacimiento de Jesús. Sólo los evangelistas Mateo y Lucas hablan de él en dos textos conocidos como "relatos de la infancia". La opinión de los expertos más importantes del mundo es que los relatos del nacimiento de Jesús –con excepción de unos pocos datos– no contienen elementos históricos. Se trata de dos textos pertenecientes a un género literario peculiar, el de los relatos de nacimiento e infancia de los grandes héroes, a través del cual, más allá de la literalidad del texto, se nos quiere transmitir la verdad profunda sobre quién era realmente ese tal Jesús de Nazaret.

Un punto de vista crítico, no demasiado ortodoxo

Spong no escribe para el especialista bíblico sino para el cristiano que no termina de comprender los textos de su tradición dado que el universo mental al que pertenece es muy distinto. Spong sabe que, en las distintas iglesias y a diferentes ritmos, los teólogos llevan siglo y medio respondiendo al reto de examinar las creencias, de diferenciar éstas de la fe y de dar a la fe un lenguaje inteligible en el universo mental actual. Los avances en materia bíblica permiten, en efecto, un acercamiento nuevo a los textos sagrados del cristianismo. Sin embargo, esta manera nueva de interpretar la Biblia apenas llega a los cristianos de base de las distintas confesiones. Acostumbrados como están los fieles a sostener sus creencias sobre la base del literalismo bíblico y dogmático que hasta ahora se les ha inculcado con ahínco, ¿dónde iría a parar su fe si esta base literal se desmoronase?

Ante este temor, los responsables de las iglesias, que no asumen a fondo la distinción entre fe y creencias, prefieren mantener lo que a Spong le parece una “doble verdad”: una verdad para los “especialistas”, teólogos, exegetas y gente informada, que asume, en mayor o menor medida, las exigencias del conocimiento crítico, y otra verdad para el “pueblo” al que se pretende mantener al margen, en un infantilismo impropio tanto de su madurez en otros terrenos como de la mentalidad de nuestra época.

En los relatos de la navidad lo verdaderamente importante es la experiencia que hay detrás y que vivieron los testigos de la vida real del profeta de Nazaret.

En los relatos de la navidad, por ejemplo, lo verdaderamente importante de dichos relatos es la experiencia que hay detrás y que vivieron los testigos de la vida real del profeta de Nazaret. Esta experiencia fue evolucionando en su expresión, oralmente primero y por escrito después, hasta llegar a las narraciones de que disponemos. Como creyentes, no nos interesan tanto los detalles narrativos cuanto la experiencia original de los testigos. Para la mejor comprensión de los textos bíblicos, el punto de partida del análisis es el de la moderna crítica bíblica: distinguir, en todo texto, entre el mensaje y la forma de expresarlo, entre la experiencia y la manera de contarla. Para nuestra mentalidad, educada en la ciencia y en la crítica, tal distinción es esencial. Los textos bíblicos intentan transmitir experiencias de fe sirviéndose de los modos y costumbres literarios de la época. Para una mentalidad premoderna, la forma es parte esencial del mensaje: por ejemplo, en los relatos de la Creación del Génesis, algunos elementos que pertenecen a la forma narrativa (secuencia temporal de seis días, orden en la creación de las diferentes creaturas, etc.) son tan esenciales como el poder creador de Dios, que es, propiamente, el mensaje.

Con la llegada de la razón crítica y del progreso científico en todos los órdenes, muchos datos bíblicos ya no admiten una lectura literal, ni ser considerados como hechos históricos. Conservan, eso sí, la belleza de lo arcaico, del mito en cuanto historia. De este modo, no para negar el contenido de la fe sino para destacarlo, tenemos que distinguir entre la experiencia que se pretende transmitir y los medios de hacerlo; y, en muchos casos, está claro que los medios son unos relatos míticos (y por tanto, sin verdad histórica), lo cual no impide que su contenido sea verdadero en otro nivel: antropológico, filosófico, creyente.

Esta distinción entre una realidad, su experiencia y la expresión de dicha experiencia, formulada de muy diversas maneras, independientes de lo que consideramos hoy veracidad histórica, ha conducido a los especialistas bíblicos, durante el último siglo, a un trabajo de desmitologización de los textos con el fin de llegar al mensaje original.  Fiel a una larga tradición en este sentido, Spong insiste en que los textos del Antiguo y del Nuevo Testamento son unos mitos, aunque específicos. Los mitos no son todos iguales; no es lo mismo uno griego que otro nórdico, uno caldeo que otro judío. Por tanto, para poder llevar a cabo este trabajo de distinción, es comprensible que tengamos que conocer muy bien las particularidades de los escritores bíblicos, su forma de componer sus mitos. Aquí es donde Spong acude a una explicación clave en su obra: el midrásh. Para nuestro autor, el método midráshico constituye la forma principal de la Escritura sagrada. ¿En qué consiste este método? En resumen, es una manera de interpretar todo lo que ocurre en el presente conectándolo con un momento del pasado considerado sagrado. Esta conexión establecida por el midrásh no es sólo temática sino también formal. El autor midráshico, al narrar el presente siguiendo el esquema de otras historias similares del pasado, conocidas de antemano por el lector, conecta el acontecimiento presente con aquél, y así favorece su comprensión y su inclusión en la cosmovisión religiosa judía.

Como bien señala Spong, el midrásh es mucho más que un mero recurso al pasado para interpretar el presente. Presupone una concepción del tiempo y de la verdad diferentes de las de la mentalidad moderna y occidental. En el universo mental israelita donde se forja la literatura midráshica, se entiende que Dios salva a su pueblo en una acción permanente y sostenida a lo largo de la historia. Tal como decíamos, para poder comprender cómo se actualiza esta salvación de Dios en un determinado hecho se recurre a otros hechos del pasado y se narra el hecho presente de un modo similar a como se presentaron los hechos antiguos. Para la comprensión midráshica, la realidad no es, en sentido estricto, una sucesión de hechos salvadores en el tiempo sino una misma salvación que se actualiza en distintos momentos de la historia; momentos que se pueden reconocer como salvíficos en la medida en que se atienen a unas claves conocidas por el lector. Un midrásh nos ayuda a comprender que una experiencia presente es salvadora (y por tanto verdadera) al conectarla con los símbolos y experiencias con las que se expresó en el pasado dicha salvación.

Afrontar las implicaciones de las Escrituras

«Fue concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen María.» Esta frase se encuentra en el corazón de los credos históricos de la Iglesia católica. Lo mismo que todas las afirmaciones teológicas, los credos rebosan de palabras simbólicas y significados distorsionados por el tiempo. La frases de los credos siempre miran hacia atrás, a sus orígenes, así como hacia adelante, más allá de sus límites. Por detrás de las palabras siempre existe una experiencia que exige una explicación racional. Más allá de las palabras siempre hay un ámbito de verdad que nunca puede reducirse realmente a palabras. Hasta la palabra más importante, Dios, fundamental en toda tradición religiosa, no es en último término más que un símbolo, extraído de una experiencia indicativa de una verdad que debe hallarse más allá de todas las definiciones que se le han dado a lo largo del tiempo. Probablemente sea inevitable que las mentes comunes de los hombres y las mujeres se tomen siempre al pie de la letra los símbolos de su herencia religiosa. Estos símbolos muy literalizados tendrán que morir inevitablemente con el paso del tiempo. La única forma de mantener siempre vivos esos símbolos consiste en abrirlos periódicamente para poder llenarlos con nuevos significados. Ningún símbolo puede permanecer indefinidamente como una verdad infalible.

Hasta la misma palabra Dios no es en último término más que un «símbolo», símbolo que intenta expresar la verdad profunda de una vivencia que hace referencia a la experiencia del ser humano con esa realidad última en la que todo encuentra su fundamento.

Si este análisis es correcto, entonces, y a pesar del furor que demuestran tradicionalmente las gentes religiosas contra aquellos que insisten en abrir los símbolos, persiste el hecho de que, en realidad, los «defensores de la fe» del pasado sólo pueden ser quienes hayan cobrado conciencia de que los símbolos siempre tienen que estar cambiando. Sólo esas personas pueden asegurar la transmisión en el tiempo de la verdad que existe siempre más allá de los símbolos. Los verdaderos enemigos de un sistema de fe no son quienes hacen doblar la rodilla a la tradición, sino quienes la congelan, los cuales, al no ser capaces de cambiar y crecer, transforman los símbolos en momias y hacen imposible que quienes viven en un mundo cambiante permanezcan con integridad en el seno de ese hogar de fe. La Iglesia institucional necesita reconocer que por cada fundamentalista literalizante o tradicionalista hay siempre el contrapunto de quien prefiere alejarse de la vida de la Iglesia una vez que el mensaje literalizado se ha hecho demasiado increíble como para abrazarlo. Los que se han dado de baja se convierten entonces en miembros de la asociación de ex alumnos de la Iglesia y aceptan la ciudadanía del mundo secular. No se puede defender la fe del pasado a menos que esa fe esté abierta al cambio, al crecimiento y a la aceptación de nuevo significado. Los literalistas de la vida religiosa no logran comprender que los símbolos literalizados son símbolos condenados. Lo mismo sucede con el sistema de fe cuyos seguidores han intentado retener su verdad dentro de las formas establecidas del pasado.

Esta batalla lleva librándose en el seno de la Iglesia cristiana desde hace dos mil años. Los símbolos de nuestra historia de fe siempre se han literalizado. El tiempo continúa su marcha y el conocimiento se expande, hasta que los símbolos literalizados empiezan a resquebrajarse. Antes de que se haya completado la grieta, los defensores eclesiásticos del dogma luchan vigorosa, e incluso maliciosamente, por conservar la autoridad de su versión sin vida de la verdad. Mientras ese grupo disponga del poder social y político para hacerlo así, seguirá excomulgando, impondrá retractaciones, iniciará juicios por herejía, destituirá y hasta quemará en la hoguera a todos aquellos que busquen la nueva verdad o incluso las nuevas versiones de la vieja verdad. En esa lucha habrá víctimas. Sólo hay que recordar a Galileo, a Copérnico, o al reverendo William M. Brown, el obispo episcopaliano de Arkansas, que fue destituido en los primeros años de este siglo por creer en la evolución.

Resulta a un tiempo divertido y triste observar cómo los líderes eclesiásticos actuales se mueven cautelosamente alrededor de la pregunta de cómo comprender la afirmación eclesiástica tradicional de que la Biblia es la Palabra de Dios, pues en el fondo de sus corazones saben muy bien que esa afirmación ya no es sostenible de ninguna forma literal. La legitimidad de la esclavitud, el estatus de objeto de la mujer, el concepto de la Tierra plana, la comprensión de la epilepsia como posesión por el demonio, todo ello afirmado en la Biblia, son ideas que, simplemente, no se aceptan en el siglo XX. Lo que sucede es que la mayoría de los líderes religiosos no tienen la honestidad para decirlo públicamente. En consecuencia, lo que exponen no es más que retórica que utiliza las palabras tradicionales.

Sólo aquellos a quienes los tradicionalistas consideran equivocadamente como liberales llevan consigo las semillas de renovación y de vida futura para las tradiciones religiosas del pasado. Un término algo más apropiado que «liberal» sería el de «abiertos» o «realistas». Se trata de quienes ya saben que, en último término, el corazón no puede rendir culto a lo que ha rechazado la mente. Ellos saben lo que los fundamentalistas no parecen saber: que la literalización es una garantía de muerte. También parecen saber lo que no saben los secularistas: que abandonar los símbolos históricos es como abandonar la puerta a través de la cual nuestros antepasados en la fe encontraron el significado de acuerdo con el cual vivieron. Debemos tomarnos esos símbolos muy en serio, pero no podemos hacerlo al pie de la letra.

El desarrollo de la tradición sobre la natividad (siguiendo las reflexiones de J. S. SPONG)

Las historias que se desarrollaron alrededor del nacimiento de Jesús han cautivado la imaginación del Público. Las escenas del nacimiento de Jesús han sido fuertemente remachadas en nuestras mentes conscientes e inconscientes. En la vida de la Iglesia, hace ya mucho tiempo que la Navidad ha sobrepasado a la Pascua como fiesta favorita. En la celebración de la Navidad encuentran expresión la promesa de paz, el anhelo por estar juntos, el intercambio de regalos y la fiesta familiar por excelencia, describiéndonos al Dios que se acerca a nosotros con la humildad de un niño desamparado. Esas narraciones constituyen una parte atesorada del folklore de nuestra civilización. Se hallan tan atiborradas de detalles legendarios que la historicidad se desmorona cuando se las sitúa bajo el microscopio de la erudición moderna. Una tradición tan querida colisiona con la racionalidad cuando los ciudadanos de este siglo leen las historias bíblicas de la Navidad, tomadas como historia literal, con unas mentes configuradas por la ciencia y la imagen que se tiene del mundo en el siglo XX. Actualmente ningún erudito reconocido del Nuevo Testamento, ya sea católico o protestante, defendería con seriedad la historicidad de esas narraciones.

Las narraciones de la natividad de Jesús ni siquiera forman una parte original de la primera proclamación cristiana conocida, denominada kerigma. Es en los evangelios de Mateo y Lucas, (redactados ya en las últimas décadas del S. I d.C. ) donde encontrarnos las únicas narraciones de la natividad. Si las analizamos con cierto detenimiento vemos que esas narraciones se convierten en introducciones en miniatura a temas más importantes, que se desarrollarán en los últimos capítulos de ambos evangelistas. También sirven para revelar la comprensión única que tuvieron Mateo y Lucas del Jesús adulto. Las historias de la natividad abordan el tema de los orígenes de aquel cuyos discípulos llegaron a considerar como el Mesías y el Salvador, convicción reforzada tras lo vivido en la Pascua. Ahí tenemos la narración del origen del que había sido reconocido como Mesías y proclamado como el Señor en la exaltación de la Pascua. Esta narrativa también serviría muy bien a la Iglesia cuando trató de proteger la reputación de María de los insultos de quienes sugerían que Jesús era de nacimiento infame. Pero fue, antes que nada, un ejercicio en el midrash cristiano, una interpretación basada en textos que habían sido familiares en el pasado. Nunca tuvo la intención de que fuese una biografía.

Las narraciones de la natividad de Jesús, nunca tuvieron la intención de que fuesen una radiografía histórica de lo ocurrido.

Intentan expresar, más bien, los orígenes de aquel cuyos discípulos llegaron a considerar como el Mesías y el Salvador definitivo, con las palabras terrenales y los conceptos propios de los seres humanos del primer siglo de la era cristiana.

Con el tiempo, la narración sobre la natividad correrá la misma suerte que la de Adán y Eva o la historia de la ascensión cósmica, reconocidas claramente como elementos mitológicos en nuestra tradición de fe, cuyo propósito no era describir literalmente un acontecimiento, sino captar las dimensiones trascendentes de Dios con las palabras terrenales y los conceptos propios de los seres humanos del primer siglo de la era cristiana. Se trata más bien de forzarnos a ver la verdad en dimensiones mucho mayores que la verdad literal, de comprender cómo el lenguaje del mito y la poesía terminó por convertirse en el lenguaje empleado por quienes trataban de describir el encuentro entre lo divino y lo humano que creían haber experimentado.

¿Es cierto lo que en ellas se relata? Si esa pregunta se refiere a la veracidad histórica literal de esta narrativa, la contestación es, desde luego, negativa. En realidad, espero haber dejado claro que la pregunta ni siquiera está bien planteada. No hubo nacimiento virginal biológicamente literal, ni superación milagrosa de la esterilidad en el nacimiento de Juan el Bautista, ni ángel Gabriel que se le apareciera a Zacarías o a María, ni Zacarías se quedó sordomudo, ni coros angélicos que poblaran los cielos para anunciar el nacimiento de Jesús a los pastores de las montañas, ni viaje a Belén, ni presentación o purificación en Jerusalén, ni historia del templo durante la infancia de Jesús. De hecho, y con toda probabilidad, Jesús nació en Nazaret de una forma muy normal, como hijo de María y de José. o bien fue un hijo ilegítimo que José justificó al reconocerlo como hijo propio. Lo único que puede afirmarse con seguridad es que los ecos del estatus de ilegitimidad parecen ser mucho más fuertes en el texto que la sugerencia de que Jesús era el hijo que José había, engendrado en María. Pero si al preguntar «¿es cierto?», se hace con la intención de investigar en el significado de la vida de Jesús que acepta símbolos, mitos e imaginación romántica, que rompen la limitación de las palabras humanas cuando se las emplea para extraer sentido racional del misterio de lo divino, entonces la respuesta es afirmativa. Sí, estas narrativas captan la verdad a los ojos de la fe; una verdad que la simple prosa no puede captar ni transmitir. La verdad tocó los corazones de los hombres y las mujeres de cada generación, y lo hizo con el poder de su propia comprensión interna.

Las verdades teológicas que señala el lenguaje de las narrativas de la natividad virginal son, en mi opinión, profundas. La tradición de la natividad proclama, en primer lugar, que en el encuentro entre lo divino y lo humano la iniciativa siempre está de parte de lo divino. Para que eso sea cierto, la historia no tiene por qué literalizarse en un cuento de agresión sexual divina, realizada sobre una complaciente joven campesina judía que respondió: «Hágase en mí según tu palabra» (Lucas 1, 38). En segundo lugar, ese lenguaje dice muchas cosas con respecto a la cuestión humana surgida en la experiencia adulta del Jesús de Nazaret histórico. La integridad de su humanidad fue tan intensa, la calidad desprendida de su vida fue tan completa, el poder donador de vida fue tan total, que los hombres y mujeres se sintieron nada menos que en presencia de Dios cuando se encontraron ante él. A partir de esa experiencia surgió una afirmación de fe que indicaba la verdad de que la vida humana, por sí sola, jamás habría podido producir lo que ellos experimentaron en Jesús: Jesús era de Dios.

Esta toma de conciencia, surgió en su forma permanente en la experiencia de la Pascua. Luego, inició su inevitable peregrinaje que la llevó desde la Pascua al bautismo de Jesús, luego a la concepción y finalmente a la tradición de la preexistencia de Jesús con Dios. Todas estas narraciones son ciertas para la experiencia de los cristianos, pero ninguna de ellas puede literalizarse sin perder en ello los elementos esenciales de esa verdad. Todo eso no son más que símbolos, hermosamente románticos y nostálgicos, de la profunda verdad de que el nacimiento de Jesús de Nazaret significa muchas cosas para la vida humana. Significa que Dios pudo ser experimentado por completo en la historia humana; que todo el orden creado proclama constantemente la realidad de Dios; que las gentes de todo el mundo continúan sintiéndose atraídas hacia ese lugar donde el cielo y la tierra parecieron encontrarse, y hacia esa vida en la que lo divino y lo humano pareció fluir junto: que por la fe percibimos en la vida, el amor y el ser de Jesús, la vida, el amor y el ser de Dios; que estamos convencidos de que la vida humana, por sí sola, no podría haber creado el poder que poseyó aquel Jesús; que podemos seguir exclamando en la actualidad los antiguos gritos de éxtasis que surgieron como consecuencia de la experiencia del Cristo: ¡Jesús es el Señor! «En Cristo, Dios estaba reconciliando el mundo consigo mismo [sic]». Acepto el significado que hay detrás del símbolo, pero fue un significado que sólo pude comprender una vez destruido el literalismo del símbolo.

Al ofrecer en este libro al lector no profesional la investigación y la erudición de muchas personas que han profundizado en el tema confío en inducir una experiencia similar en mis lectores, de modo que los símbolos rotos puedan conducirnos a un nuevo significado e incluso a una nueva y alegre experiencia de Dios, haciéndoles igualmente conscientes de que los símbolos literalizados no ofrecen sino un billete sin retorno hacia la muerte del propio cristianismo.

En este universo extraño y a menudo hostil, cuando los frágiles seres humanos contemplan la vastedad del espacio, y se preguntan si están solos, el mensaje de estas narrativas surge para proclamar que más allá de la finitud se encuentra la infinitud de Dios que nos abraza, y que ese Dios se nos ha acercado en la persona de Jesús. A través de esa vida divina, los seres humanos han recibido la justificación última de su valor. El cielo y la tierra se han conjuntado en un niño nacido en Belén. No, no estamos solos. No somos un simple accidente del proceso físico y estúpido de la evolución. Somos seres especiales, receptores del amor de Dios. Nuestra humanidad ha sido juzgada como un vehículo valioso en el que puede habitar el amor de Dios. El Espíritu Santo pende sobre cada uno de nosotros para ayudarnos en el proceso del Cristo que nace en nosotros. Así, también nosotros podemos cantar gloria a Dios en las alturas, y también podemos viajar a esos lugares que se convierten en un Belén para nosotros, aquellos lugares donde se experimenta a Dios morando en medio de nosotros.

Fuentes:
A. CARRASCOSA: ”Pero ¿qué ocurrió realmente?” (http://www.servicioskoinonia.org/relat/376.htm)
John Selby SPONG: “Jesús, hijo de mujer”.



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