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Ser veraces

Somos seres en evolución, llamados a crecer, desplegarnos, progresar humanamente, evolucionar, en camino hacia la plenitud... Nuestra persona está en continuo proceso de despliegue, transformación, perfeccionamiento... También la «conciencia humana» individual y colectiva tiene un camino a recorrer, un trecho a transitar, un horizonte hacia la madurez... una senda que, situándonos en la gran cadena evolutiva del ser, contribuye a ayudar a los hombres y mujeres en su proceso de liberación y progresiva humanización, en camino hacia una más plena unión con el Absoluto (divinización).

La sabiduría es una invitación a la autoconfianza.

Algunas indicaciones que nos conducen hacia la auto-confianza: ser auténticos y veraces con nosotros mismos.


Mónica CAVALLÉ, filósofa y asesora sapiencial, directora Escuela de Filosofía Sapiencial

La obediencia a nuestro Ser, a nuestra íntima voz, no es algo abstracto, ni meras palabras biensonantes; comporta, por el contrario, un compromiso muy concreto y exigente en nuestra vida cotidiana. Este compromiso sólo es posible desde la confianza en uno mismo. No es fácil abandonar las «ventajas» que obtenemos por ser acomodaticios o poco veraces, pero tampoco es difícil cuando se confía. A su vez, sólo al ir tomando activamente decisiones que nos conduzcan hacia nosotros mismos, aumentará dicha confianza. Llegará un momento en que este compromiso no irá acompañado de la más mínima sensación de renuncia, porque el fruto es gozoso, y porque se ha aprendido que la Vida es infinitamente más sabia, imaginativa, creativa y satisfactoria que el mejor de nuestros planes.

La confianza en Sí mismo era, originariamente, el lema común a la filosofía y a la religión. La auto-confianza de quien conoce su Identidad real es sinónimo de humildad verdadera. La confianza del aspirante a la sabiduría no es por ello, en ningún caso, arrogante o agresiva. El fanático o el dogmático evaden la profunda inseguridad que los caracteriza aferrándose a unos contenidos, a unas ideas. El sabio no defiende a pies juntillas ninguna teoría. En primer lugar, porque no cree que la realidad sea traducible a fórmulas o ideas. Es consciente de que el corazón de toda cosa es inaprensible. Su confianza es de una naturaleza muy distinta. Proviene de saber que habla desde el único lugar desde el que sus palabras pueden tener valor: desde sí mismo, y desde su nivel de comprensión aquí y ahora. No pretende poseer la verdad, ni cree que ésta se pueda poseer; sencillamente, dice lo que dice con veracidad; y ahí radica su fuerza y la autoridad de sus palabras. Se expresa sin presunción, pero también sin timidez. Viene a decir: «... hoy, aquí y ahora, tras el curso de mi experiencia vital, veo honestamente esto, y sólo en esto me he de apoyar para caminar sobre seguro. Incluso si supiera que mis palabras de mañana van a ser diferentes a las de hoy, eso no me haría callar ahora, pues sólo me sustento en mi experiencia directa. La verdad no se puede tener de prestado; no reside en ciertos contenidos, sino en la propia veracidad. Esta veracidad me pone en contacto con el corazón del presente y con lo que me es más íntimo. Y esto último —lo que me es más íntimo— es el mejor don que puedo hacer: lo que más posibilidades tiene de alentar la veracidad de los demás». La sabiduría nos enseña que nuestro principal deber es la fidelidad a nosotros mismos. Que no existe valor superior al del individuo que confía en sí mismo, reconociendo la hondura sagrada del Yo. Escuchar esa Voz requiere una decisión, la de escucharla por encima de todo, por encima de las voces que nos gritan de continuo — nuestros deseos superficiales, el «sentido demasiado común», lo que «se supone» que tenemos que hacer y pensar, lo que nos han dicho quienes buscan erigirse ante nosotros en criterio de autoridad.

Veracidad

La sabiduría sostiene que habitualmente «soñamos»; que nuestro pensamiento ordinario suele habitar en una realidad que ha creado a su medida, de tal modo que, más que verdadero pensamiento, es un mecanismo de auto-justificación vital. Por ello, es preciso «despertar» a una nueva visión. Es posible — afirma la sabiduría — el logro de una visión no con­dicionada. Esta visión arraiga en aquella dimensión de nosotros que no está puesta al servicio de los intereses conscientes o inconscientes del yo superficial.

Para filosofar, el mero pensamiento no es suficiente. La razón es un instrumento que puede ponerse al servicio de cualquier cosa y que, de hecho, suele ponerse al servicio del yo superficial. Desde el ego, el raciocinio nunca es neutro. Todo, hasta lo más insensato y dañino (la historia nos da numerosísimas pruebas de ello), puede ser jus­tificado por la razón. El pensamiento puede justificarlo todo; percibe siempre aquello que quiere percibir. Por eso, necesita arraigar más allá de sí mismo, sostenerse en la visión. Sólo esta última puede ponernos en contacto con lo real pues es, de hecho, la mirada misma de lo real.

Vivir conscientemente

Tener la firme decisión de «ver», estar radicalmente interesados en la «visión» de las cosas tal y como son, abandonar los mecanismos de auto-justificación que prote­gen a nuestro yo superficial, equivale a ser veraces. Comprometernos con nuestro «despertar» es comprometernos con nuestra veracidad.

Ser veraces, vivir verdaderamente, equivale a «vivir conscientemente», atentamente; es abrir los ojos a la realidad y comprometernos con que ésta sea nuestra prioridad por encima de todo; es respetar profundamente los hechos, «lo que es», «lo que hay», nos guste o no nos guste, tanto si agrada a nuestro ego como si no.

Este compromiso no es algo abstracto. Su campo de acción por excelencia ha de ser nuestra vida cotidiana: Somos veraces, por ejemplo:

  • Cuando no evadimos la mirada ante lo que nos puede revelar que nos hemos equivocado.
  • Cuando tenemos la valentía de contemplar directamente los hechos, aunque sean dolorosos.
  • Si nos alegramos con lo que nos revela algún límite de nuestro pensamiento, de nuestro modo de ser o de actuar, porque ello nos da la posibilidad de comprenderlo y superarlo.
  • Si no buscamos en el exterior la causa exclusiva de nuestros estados internos, ni culpamos a los demás y a las circunstancias por nuestro malestar o frustración.
  • Somos veraces al no correr una cortina de humo, de inconsciencia, ante los asuntos que tenemos pendientes, y al no utilizar el desorden y la dispersión como un medio para evadir nuestra atención de lo fundamental.
  • Cuando no evitamos la confrontación y el reto. Si profundizamos en una cuestión, aunque sospechemos que ello nos llevará a cuestionar lo que hemos pensado y defendido con anterioridad, o si escuchamos al que más inteligentemente cuestiona nuestras ideas o nuestro comportamiento, porque es el que más nos puede enseñar...

Ser veraz, vivir conscientemente, es poder decir: —¿Me desagrada' —¿Por qué? —No estoy a su altura... ¿Ha respondido así alguna vez un hombre? (E Nietzsche)

Vivir inconscientemente

Vivir inconscientemente es, por ejemplo:

  • Eludir los problemas que tienen las personas que queremos y en las que nos apoyamos, porque ello nos podría desestabilizar.
  • Evitar ver las limitaciones de un compañero o de una relación íntima para que pueda ser realidad la historia de amor que nuestro yo-ideal quiere vivir.
  • Desear que una situación sea de una determinada manera, y eludir por ello verla tal y como es.
  • Decir que las uvas están verdes porque no podemos alcanzarlas.
  • Ser evasivos frente a una situación que nos incomoda o nos duele, aunque la vida nos esté exigiendo enfrentarla para poder pasar ya una determinada página de nuestra experiencia.
  • Tapar nuestra ignorancia con imprecisión y vaguedad.
  • Decir que alguien no respeta nuestras convicciones, porque cuestiona algo que no estamos dispuestos a cuestionar.
  • No reconocer que, si nos apegamos tan visceralmente a unas ideas, a unas creencias, y nos molesta tanto que las cuestionen, es porque las utilizamos como un instrumento para exorcizar nuestra inseguridad...

Vivir conscientemente es vivir atentamente, estar siempre «des­piertos», totalmente presentes.

Fuente: Mónica CAVALLÉ: «La sabiduría recobrada. La filosofía como terapia» Veracidad (Síntesis)

Ver también:

La gran cadena del ser: de bestias a dioses

Sección: VALORS A L'ALÇA


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