titulo de la web

La provechosa utilidad de la inutilidad

Un rampante y obsesivo «utilitarismo» invade la mentalidad de nuestra época.

La mentalidad consumista de raíz capitalista está obsesionada por la productividad, con los resultados, con el producto resultante, con la eficacia, así como por la eficiencia de cualquier actividad que se practique. Ese desasosiego obsesivo por la eficacia y los resultados impregna nuestra mentalidad, a menudo inconscientemente, y afecta a otros muchos ámbitos y facetas de nuestra vida. Un rampante y obsesivo «utilitarismo» invade la mentalidad de nuestra época.

M. Cavallé, filósofa y autora del texto que a continuación presentamos, con ocasión de una reflexión sobre la utilidad o inutilidad de ciertos contenidos educativos o formativos, hace referencia a la «utilidad» o «in-utilidad» de la Filosofía (La filosofía, entendida en sentido amplio, como aquella actividad por la que el hombre busca de forma lúcida y reflexiva comprender la realidad y orientarse en ella). ¿En nuestra educación es útil o inútil una asignatura como la filosofía? Y en cierto sentido podríamos trasladar esa misma reflexión y aplicar también ambos conceptos a otros muchos campos y ámbitos de la vida: el cultivo de las humanidades, el conocimiento de uno mismo, el conocimiento de los demás, la antropología o profundización en el conocimiento de la naturaleza del ser humano, la educación o formación de nuestros conciudadanos, el cuidado y cultivo de lo más genuinamente humano, aquello que sobrepasa con mucho el nivel material de las necesidades humanas… el amor, la estética, el arte, la interioridad… cada uno de esos aspectos o ámbitos podemos considerarlos «útiles» o in-útiles? ¿Sólo las cosas prácticas tienen utilidad? ¿El contemplar las musarañas tiene alguna utilidad? ¿Y la contemplación del firmamento? ¿Qué entendemos por «utilidad» o «in-utilidad»? ¿De qué utilidad pretendemos hablar aquí?

A veces relacionamos «utilidad» con «progreso». En tal circunstancia deberíamos plantearnos también qué entendemos por «progreso». Nuestra idea de progreso está en función de la cosmovisión y la concepción antropológica que tengamos. Si lo entendemos en sentido amplio no sólo como progreso material, sino como progreso antropológico, como progreso propiamente “humano”, la utilidad o inutilidad de un pensamiento, una acción o un proyecto deberíamos contemplarlas en función de si contribuyen o no a ese progreso verdaderamente humano, histórico, en la perspectiva de avanzar hacia una vida de mayor calidad y orientada hacia una mayor plenitud humana. Conviene no quedar cegados por cierta idea de progreso, ya que no todo lo posible, no todo lo técnicamente realizable es antropológicamente conveniente. (Cabe recordar que el concepto de «progreso» –humano- con el que suele operar históricamente la izquierda es absolutamente angosto, estrecho, raquítico, como consecuencia en gran parte del materialismo, nihilismo utilitarismo y relativismo cultural de los que son herederos). Hay que sobreponerse a esa pobre, angosta y raquítica concepción antropológica y a esa cosmovisión materialista simplista con las que se maneja el sistema y también una gran parte de la izquierda, incluidos algunos movimientos sociales, y proyectarse hacia metas y fines de la vida humana y de la historia más amplios y preclaros.

La autora del texto que a continuación presentamos nos ayuda a diferenciar el concepto de utilidad del de inutilidad y también entre "utilidad intrínseca" y "extrínseca". En síntesis: «útil» es aquello que puede servir para algo o produce un resultado provechoso. Podemos distinguir también entre utilidad intrínseca y extrínseca. Utilidad extrínseca: cuando una cosa es útil en función de algo exterior o de los resultados utilitarios que proporciona. Lo instrumentalmente útil es lo utilitario. La utilidad, que denominaremos «no instrumental» o «intrínseca»: aquello que es útil en sí misino, es decir, aquello que tiene valor en sí mismo, por sí mismo, aquello cuyo valor no viene determinado por su subordinación a ningún fin externo a sí mismo.

M. CAVALLÉ, filósofa. Profesional de Asesoramiento Filosófico Sapiencial

¿Qué significa «utilidad»? Veamos lo estrecha y banal que ha llegado a ser nuestra concepción de la «utilidad». «Útil» es aquello que puede servir o aprovechar en alguna línea, lo que produce un resultado provechoso. Ahora bien, conviene distinguir entre dos tipos de utilidad que denominaremos, respectivamente, utilidad instrumental o extrínseca y utilidad no-instrumental o intrínseca.

Lo utilitario (cuando algo es medio para obtener un fin)

Algo es útil de manera instrumental cuando es sólo un medio para lograr un fin, cuando no posee valor en sí, sino en razón de los resultados prácticos que posibilita y a los que se subordina. Un mapa, por ejemplo, es útil, pues nos puede ayudar a orientarnos en un territorio que desconocemos. La utilidad del mapa no es intrínseca el objeto «mapa» no es útil en sí mismo — sino extrínseca: es útil exclusivamente en función de algo exterior y de los resultados utilitarios que proporciona, pues de poco sirve un mapa que no remite a algún lugar o que está tan mal elaborado que no nos permite ubicarnos en él. Una herramienta también es algo extrínsecamente útil. Un martillo no es útil en tanto que tal martillo, sino asociado a un contexto externo que lo dota de finalidad, por ejemplo: un cuadro que queremos colgar, unos clavos y una pared. A su vez, actividades como orientarnos consultando un mapa o martillear son instrumentalmente útiles pues su sentido y finalidad no reside en ellas mismas sino en que nos permiten, respectivamente, llegar a un determinado lugar o que un bello cuadro cuelgue en nuestra habitación.

Lo que es instrumentalmente útil es prescindible, canjeable por algo que cumpla la misma función. Puedo prescindir del martillo y utilizar en su lugar una piedra. Puedo prescindir de un mapa y orientarme con una brújula o contemplando las estrellas y el curso del sol. Lo instrumentalmente útil es lo utilitario.

La utilidad superior (cuando el medio es ya el fin)

Ordinariamente, calificamos de «útil», sin más, a lo instrumentalmente útil. Pero hay otro tipo de utilidad, que denominaremos «no instrumental» o «intrínseca». Esta última es propia de aquellas cosas, actividades o estados que son en sí misinos útiles, es decir, que no obtienen su sentido, valor y utilidad del hecho de subordinarse a un fin distinto de dichas cosas, actividades o estados. En lo intrínsecamente útil el medio es ya el fin y, por eso, lo que es útil de este modo no es prescindible ni canjeable. Por ejemplo: jugar, conocer, comprender (no hablamos de adquirir conocimientos técnicos o con miras exclusivamente utilitarias), amar, crear, contemplar la belleza del mundo... son actividades y estados que poseen esta forma superior de utilidad. En lo intrínsecamente útil el medio es ya el fin. Por ejemplo: jugar, conocer, comprender, amar, crear, contemplar la belleza del mundo... son actividades y estados que poseen esta forma superior de utilidad.

Dada nuestra tendencia a identificar lo «útil» con lo «utilitario», tendemos a pensar que el término «útil» no es adecuado para calificar este tipo de actividades. Pero ¿merecen, acaso, ser calificadas de inútiles?

Pongamos un ejemplo de actividad inútil. Nos cuenta la mitología griega que Sísifo, fundador de Corinto, recibió un terrible castigo al descender al Hades tras su muerte. Fue condenado a arrastrar sin descanso una inmensa roca, empujándola con todo su cuerpo y con ímprobo esfuerzo, hasta la cima de una montaña. Una vez allí, la piedra escaparía de sus manos y rodaría al valle, y él tendría que descender de nuevo para recomenzar su terrible tarea; y así... por toda la eternidad. Aunque el mito no comenta nada al respecto, seguramente Sísifo preguntó, tras escuchar su condena, acerca del propósito de todo aquello. Y probablemente sólo obtuvo una respuesta: debía hacerlo «porque sí». Lo terrible del castigo no radicaba en el tremendo esfuerzo que se exigía a Sísifo, sino en la arbitrariedad e inutilidad del mismo; fue esta inutilidad la que le sumió en la locura y en la desesperación.

Esta actividad abiertamente inútil nada tiene que ver con las actividades que hemos caracterizado como intrínsecamente útiles. No cabe decir de todas ellas que son «inútiles», simplemente porque tienen en común el carecer de una finalidad utilitaria. Si preguntamos al niño que en la playa construye y deshace castillos de arena, por qué lo hace, probablemente conteste «porque sí». Este «porque sí» no es análogo al del ejemplo anterior. El «porque sí» del niño es la expresión de que su actividad no tiene más meta que sí misma; de que, en ella, el medio, el proceso, es ya el fin. Y allí donde el medio y el fin se identifican tiene lugar la vivencia de una profunda sensación de plenitud y de sentido. La actividad de Sísifo no tenía una utilidad extrínseca, pero tampoco intrínseca, pues no pudo experimentar el proceso como algo valioso en sí mismo; de aquí su sensación de absurdo y futilidad.

Es sabido que los niños que no dedican en su infancia mucho tiempo al juego no maduran adecuadamente. El juego les es tan útil e imprescindible como el alimento. El niño al que se inculca una mentalidad instrumental impropia de su edad — porque la pobreza del entorno le ha forzado al trabajo duro, porque unos padres ambiciosos pretenden hacer de él un superdotado y le someten a un aprendizaje estresante cuya meta es la obtención de resultados en el futuro, o por contagio de un entorno excesivamente serio que no valora ni respeta su tendencia espontánea al juego— no crece adecuadamente. El niño educado para ser un superdotado, si a lo largo de su desarrollo no tiene una sana reacción de rebeldía, probablemente llegue a ser un mediocre instruido, rígido, de personalidad incolora, carente de genuina creatividad. El pequeño que juega no lo hace para crecer y madurar; juega «porque sí». Pero dicho juego, precisamente porque en él el medio y el fin son indisociables, es el espacio en el que tiene lugar su óptimo crecimiento y desarrollo. Más aún, también las actividades orientadas a su formación y educación sólo pueden ser plenamente eficaces si son vivenciadas por él como un juego, como placenteras y llenas de sentido en sí mismas, y no como algo arduo y aburrido que, según oye, le será de provecho en el futuro(1).

(1) Esta consideración aporta nuevas luces sobre cuál debería ser la naturaleza de la educación y de la formación: «El hombre alimenta su inteligencia por medio de los órganos de los sentidos y aparentemente de ideas de otros hombres, y con estos elementos forma el contenido mental propio. Pero el hecho de que a pesar de exponer a algunos hombres ideas razonables, no se convenzan, quiere decir que, mientras no haya en aquel hombre las sensaciones fundamentales de la idea, ésta no se dará a la conciencia. Es, pues, la sensación lo primordial. La sensación es el alimento intelectual, con el cual la mente forma juicios e ideas merced al mecanismo de elaboración del entendimiento. He aquí cómo se producen en los niños indigestiones e intoxicaciones mentales, al pretender darles ideas hechas en lugar de sensaciones. Esto es como si pretendiésemos alimentar nuestro organismo con carne humana, por aquello de que es el alimento más parecido a aquello que hay que nutrir [...]. [Los niños adquieren las sensaciones básicas que llegan a formar la idea que se trata de sugerirl con juegos, modelados, música, danza, gimnasia, excursiones, etc. Todo esto forma con el tiempo las más grandes y fundamentales ideas. Lo contrario es llenar a la mente de conocimientos sin asimilar (erudición) (...]. Análogamente, el espíritu no se alimenta de "moral hecha" sino de "sensaciones que sugieren moral". El espíritu se alimenta de cariño, de fraternidad, de amistades, de la contemplación de la naturaleza, de sensaciones musicales (que son vibraciones espirituales expresadas en el campo de los sonidos). Todo lo que no sea esto —el único camino para que la moral sea consciente— es llegar a la intoxicación de nuestra psiquis, ocasionada por el cúmulo de preceptos morales, que, como ocurre con el estado artrítico en el plano físico y con el estado erudito en el plano mental, constituye un estado patológico que se llama "fanatismo", que supone la captación de una moral expuesta por otro, pero no sentida por el sujeto». Eduardo Alfonso, La religión de la naturaleza, pp. 33-35. 3. Disertaciones por Amano.

Extracto a partir de M. CAVALLÉ: La sabiduría recobrada. La filosofía como terapia.


Per a «construir» junts...
Són temps per a «construir» junts...
Tu també tens la teva tasca...
Les teves mans també són necessàries...

Si comparteixes els valors que aquí defenem...
Difon aquest lloc !!!
Contribuiràs a divulgar-los...
Para «construir» juntos...
Son tiempos para «construir» juntos...
Tú también tienes tu tarea...
Tus manos también son necesarias...

Si compartes los valores que aquí defendemos...
Difunde este sitio !!!
Contribuirás a divulgarlos...