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Experiencias humanas típicas (y II)

E. FROMM nos indicaba en qué consiste (ver aquí) el «problema fundamental de la existencia humana» cuando señalaba:

«El nacimiento no es un acto; es un proceso. El fin de la vida es nacer plenamente, aunque la mayoría de nosotros muere antes de haber nacido así. Vivir es nacer a cada instante.

Algunos nacen muertos: siguen viviendo fisiológicamente si bien, mentalmente, su aspiración es volver al seno materno, a la tierra, a la oscuridad, a la muerte. Otros muchos van un poco más lejos por el camino de la vida. No obstante, no pueden romper el cordón umbilical del todo, permanecen simbióticamente ligados a… Nunca surgen plenamente como ellos mismos, nunca nacen plenamente».

¿Crecer humanamente? ¿En qué dirección crecer humanamente?, ¿hacia dónde encaminarnos?, ¿cuáles son los horizontes hacia los que tender a fin de desarrollarnos más plenamente y progresar verdaderamente en «humanidad»?

La «humanización» es un proceso a la vez «filogenético y «ontogenético». Está claro que la «humanización», como especie e individualmente, no es algo que ya esté completado y acabado. Es un proceso largo, es una dirección hacia la que apuntar, una meta a la que tender, un horizonte hacia el que caminar. Su consecución requiere de nuestra parte voluntad, esfuerzo, vigor, energía. E. Fromm nos indica en el texto que presentamos a continuación algunas de las cualidades singulares que nos caracterizan como seres humanos. Son características, singulares al menos en grado, que los humanos vamos desarrollando a lo largo de nuestro proceso evolutivo. Son un conjunto de cualidades y actitudes que ofrecen un “sentido” y una dirección a nuestro desarrollo humano (un desarrollo humano más pleno), haciéndonos progresivamente más plenamente humanos.

Teniendo presentes dichas indicaciones ¿por qué no convertir la vida de cada uno de nosotros en una trayectoria personal, una tendencia, una tensión existencial hacia el desarrollo de esas cualidades tan exclusivas y típicamente humanas? Eso supondría un crecimiento cualitativo extraordinario: sería crecer y progresar verdaderamente en «humanidad».

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La libertad es una característica de ser plenamente humano.

El amor, la ternura, la razón, el interés, la integridad y la identidad, son todos hijos de la libertad.

La trascendencia: El anhelo de vivir "más allá de la supervivencia" es la creación del hombre a través de su historia, su alternativa frente a la desesperación y el fracaso.


La ternura, el amor y la compasión son sentimientos exquisitos generalmente reconocidos como tales. Pero ahora deseo hablar de algunas "experiencias humanas típicas" a las que no se identifica tan claramente como sentimientos, sino con mayor frecuencia como actitudes. Se diferencian principalmente de las experiencias discutidas hasta aquí por el hecho de que no expresan la misma relación directa con otra persona, sino que constituyen más bien experiencias que se dan dentro de cada uno y que sólo secundariamente se refieren a otras personas.

La primera que voy a describir, perteneciente a este segundo grupo, es el interés. La palabra "interés" ha perdido hoy día la mayor parte de su significado. Decir "Estoy interesado" en esto o en aquello casi equivale a decir "No tengo ningún sentimiento en particular hacia eso, pero no me es del todo indiferente." Constituye una de esas palabras difusas que encubren su ausencia de vigor y que son lo bastante vagas para abarcar casi todo desde tener interés en una cierta operación comercial hasta tener interés en una chica. Pero este deterioro del significado de las palabras, tan generalizado, no puede disuadirnos de que las usemos en su significación original y más profunda, lo cual quiere decir devolverles su propia dignidad. "Interés" viene del latín interesse, o sea, "ser entre". Si estoy interesado, debo trascender mi yo, debo estar abierto al mundo y saltar dentro de él. El interés se funda en la disposición a la acción. Es aquella actitud relativamente constante que nos permite, en todo momento, captar intelectualmente, así como emocional y sensiblemente, el mundo exterior. Quien está interesado se vuelve interesante, porque el interés posee una cualidad contagiosa que despierta el interés en aquellos que no pueden interesarse sin ayuda. El significado de interés se vuelve todavía más claro cuando pensamos en el fenómeno contrario: la curiosidad. El curioso es básicamente pasivo. Quiere que lo nutran de conocimientos y sensaciones, pero jamás puede tener bastante, puesto que la cantidad de la información está sustituyendo a la profunda cualidad del conocimiento. Por su naturaleza misma, la curiosidad es insaciable, nunca responde realmente a la pregunta de quién es la otra persona.

El interés tiene muchos objetos —personas, plantas, animales, ideas, estructuras sociales— y depende en cierta medida del temperamento y del carácter específico de la persona, así como de la índole de su interés. Sin embargo, los objetos son secundarios. El interés es una actitud que todo lo penetra y una forma de relacionarse con el mundo. Podría definirse en un sentido muy amplio como la inclinación de la persona viva hacia todo lo vivo y lo que crece. Aun cuando este círculo de interés pareciera pequeño en un individuo, si el interés es genuino, no habrá ninguna dificultad en despertarle el interés por otros campos, simplemente porque es un individuo interesado.

Otra "experiencia humana típica" que vamos a analizar aquí es la responsabilidad. Una vez más, "responsabilidad" ha perdido su significado original y se la emplea comúnmente como una palabra sinónima de deber. Pero deber es un concepto que pertenece al terreno de la ilibertad, mientras que responsabilidad es un concepto perteneciente al de la libertad.

Esta diferencia entre deber y responsabilidad corresponde a la distinción entre conciencia autoritaria. y conciencia humanista. La conciencia autoritaria consiste esencialmente en la disposición a seguir las órdenes de las autoridades a las que se está sometido. Es la obediencia glorificada. La conciencia humanista es la disposición a escuchar la voz de la humanidad personificada en cada uno de nosotros. No depende de las órdenes dadas por nadie más.

Otros dos tipos de "experiencias humanas típicas" resultan difíciles de clasificar como sentimientos, afectos o actitudes. Estoy hablando de la experiencia de identidad y de la experiencia de integridad.

El problema de la identidad. En la sociedad industrial se transforma a los hombres en cosas, y las cosas no tienen identidad. Al hablar de identidad, sin embargo, hablamos de una cualidad que no pertenece a las cosas sino únicamente al hombre. ¿Qué es la identidad en un sentido humano? La identidad es la experiencia que le permite a un individuo decir legítimamente "yo": "yo" como un centro activo organizador de la estructura de todas mis actividades actuales o potenciales. Esta experiencia de "yo" existe únicamente bajo una situación de actividad espontánea, pero no bajo una actitud pasiva y de semivigilia, una situación en la que la gente está suficientemente despierta para atender sus ocupaciones, pero no lo bastante como para sentir un "yo" como el centro activo que está dentro de cada uno.

Muchos individuos confunden fácilmente la identidad del yo con la identidad de "yo" o de sí mismo. La diferencia es fundamental e inequívoca. La experiencia del yo y de la identidad del yo se basan en el concepto de "tener". Yo me tengo a "mí" como tengo todas las demás cosas de que este "mí" es dueño. La identidad de "yo" o de sí mismo se refiere, en cambio, a la categoría de "ser" y no a la de tener. Yo soy "yo" solamente en la medida en que estoy vivo, interesado, relacionado, activo, y en que he logrado una integración entre mi apariencia —para los demás o para mí mismo, o para ambos a la vez— y el núcleo de mi personalidad. La crisis de identidad de nuestro tiempo se basa esencialmente en la enajenación y la reificación cada vez mayores, y únicamente se resolverá en la medida en que el hombre regrese a la vida, vuelva nuevamente a ser activo. No existe ningún expediente psicológico que pueda apresurar la solución de la crisis de identidad, excepto la transformación fundamental del hombre enajenado en un hombre vivo.

El creciente relieve del yo en detrimento del sí mismo, del tener en contra del ser, encuentra una deslumbrante expresión en el desarrollo de nuestro lenguaje. Todas las categorías del proceso de ser son transformadas en categorías de tener. El yo, estático e inmóvil, se relaciona con el mundo teniendo objetos, mientras que el sí mismo se relaciona con el mundo a través del proceso de participación. El hombre moderno tiene todo: automóvil, casa, un trabajo, "chicos", un matrimonio, problemas, dificultades, satisfacciones. Y como si todo esto fuera poco, tiene también su psicoanalista. Pero él no es nada.

Un concepto que presupone el concepto de identidad es el de integridad. La integridad significa simplemente la determinación de no violar la propia identidad de las múltiples maneras en que es posible violarla. Hoy día las principales tentaciones para tal violación de la identidad son las oportunidades de ascender en la sociedad industrial. Dado que la vida dentro de la sociedad tiende a hacer que el hombre se sienta a sí mismo de todos modos como una cosa, la experiencia de la identidad es muy rara. Al lado de la identidad como un fenómeno consciente, tal como lo hemos descrito anteriormente, existe un género de identidad que es inconsciente. Con esto quiero decir que ciertos individuos, que conscientemente se han convertido en cosas, conservan inconscientemente un sentido de su identidad precisamente porque el proceso social no ha logrado transformarlos totalmente en cosas. Tales individuos, cuando ceden a la tentación de violar su integridad, pueden tener una sensación de culpa que es inconsciente pero que les produce un sentimiento de intranquilidad, aunque, no adviertan su causa. La verdad es que mientras una persona no esté muerta por completo —en un sentido psicológico— se sentirá culpable por vivir sin integridad.

Nuestro análisis precedente de la identidad y la integridad necesita ser complementado mencionando, la vulnerabilidad. La persona que se experimenta a sí misma como un yo y cuyo sentido de identidad es el de la identidad del yo desea, naturalmente, proteger a esta cosa: a él, a su cuerpo, su memoria, sus bienes, etc., pero también a sus opiniones y sus gustos que han llegado a formar parte de su yo. Constantemente está a la defensiva frente a cualquier persona o experiencia que pueda perturbar la permanencia y solidez de su existencia momificada. En contraste, la persona que se experimenta a sí misma no como alguien que tiene sino como alguien que es se permite ser vulnerable. Nada le pertenece, sino que, por estar vivo, "es". Pero cada vez que pierde su sentido de actividad, que deja de estar concentrado, se halla en peligro de no tener nada ni de ser nadie. Y sólo puede hacer frente a este peligro manteniéndose constantemente alerta, despierto y vivo. Comparado con el hombre que tiene un yo, el cual está seguro porque tiene sin ser, el que es "yo" es vulnerable.

"Ser" versus "tener", trascender el yo: abandonar la avidez, vaciarse a fin de llenarse, empobrecerse para ser rico.

Debería ocuparme ahora de la esperanza, la fe y el coraje ya tratadas extensamente en el primer capítulo del presente libro. La presente exposición de los fenómenos que he llamado "experiencias humanas típicas" sería muy incompleta si no hiciera explícito el fenómeno que sustenta implícitamente a los conceptos que hemos examinado: la trascendencia. La palabra "trascendencia" se utiliza por lo general en un contexto religioso y se refiere al acto de trascender la dimensión humana para alcanzar la experiencia de lo divino. Esta definición de trascendencia tiene sentido en un sistema teísta. Pero desde un punto de vista no teísta puede decirse que el concepto de Dios fue el símbolo poético del acto de abandonar la prisión del yo y de alcanzar la libertad de la apertura al mundo y de la relación con él. Si se habla de trascendencia en un sentido no teológico, el concepto de Dios resulta innecesario.

No obstante, psicológicamente la realidad trascendental es la misma. La base del amor, la ternura, la compasión, el interés, la responsabilidad y la identidad es precisamente la de "ser" versus "tener", y esto significa trascender el yo. Significa dejar el propio yo, abandonar la avidez, vaciarse a fin de llenarse, empobrecerse para ser rico.

En nuestro anhelo de sobrevivir físicamente, obedecemos al impulso biológico grabado en nosotros desde el nacimiento de la materia viva y transmitido por millones de años de evolución. Pero el anhelo de vivir "más allá de la supervivencia" es la creación del hombre a través de su historia, su alternativa frente a la desesperación y el fracaso.

El amor, la ternura, la razón, el interés, la integridad y la identidad, son hijos de la libertad.

Este análisis de las "experiencias humanas típicas" culmina con el aserto de que la libertad es una característica de ser plenamente humano. En tanto trascendemos el ámbito de la supervivencia física y no nos empuja el miedo, la impotencia, el narcisismo, la dependencia, etc., trascendemos la compulsión. El amor, la ternura, la razón, el interés, la integridad y la identidad, son todos hijos de la libertad. La libertad política es condición de la libertad del hombre únicamente en la medida en que fomenta el desarrollo de lo específicamente humano.

Por ello, la libertad política en una sociedad enajenada que contribuye a deshumanizar al hombre, se convierte en ilibertad.

Fuente: E. FROMM: La revolución de la esperanza. (resumen del epígrafe:  "Experiencias humanas típicas")

Ver también:

E. FROMM: el problema fundamental de la existencia humana

VERS UNA MÉS PLENA "HUMANITZACIÓ"

UN NOU ESCENARI SEGONS E. FROMM


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