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EN BUSCA DE LA «VERDAD» DEL SER HUMANO

A la búsqueda de la verdad «antropológica», de lo que somos como «seres humanos»

E. Fromm (1900 -1980) en una de sus conocidas obras “La revolución de la esperanza” después de examinar la situación del hombre actual en medio de la sociedad tecnológica, iniciaba su capítulo IV titulado ¿Qué significa ser Hombre?, bajo el epígrafe “La naturaleza humana y sus diversas manifestaciones” con el siguiente planteamiento: Después de haber estudiado la situación actual del hombre en la sociedad tecnológica, nuestro próximo paso es examinar el problema de lo que puede hacerse para humanizar dicha sociedad tecnológica y empezaba planteándose en primer lugar qué significa ser Hombre.

Hoy ya no basta progresar sólo desde el punto de vista tecnológico y económico. Se ha afirmado que el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad. Se requiere una forma diferente de comprender el ser humano: considerar al ser humano como tal, con todas sus facetas; no bajo puros criterios economicístas o utilitaristas. El ser humano posee una dimensión más profunda que un simple bienestar material.

En qué consiste ser «hombre», qué significa ser «humano»?

La pregunta. E. Fromm, destacado psicólogo social, psicoanalista y humanista alemán, en su obra “La revolución de la esperanza” afirmaba que debemos preguntarnos en qué consiste ser «hombre», esto es, cuál es el elemento humano que tenemos que considerar como factor esencial.

El hombre ha sido seducido fácilmente —y aún lo es, afirma Fromm— a aceptar una forma particular de ser «hombre» como su esencia. En la medida en que esto ocurre, el hombre define su humanidad en función de la sociedad con la que se identifica. Sin embargo, aunque esa ha sido la regla, ha habido excepciones. Siempre han existido hombres que vieron más allá de las dimensiones de su propia sociedad —y aun cuando puedan haber sido tachados de necios o de criminales en su tiempo, constituyen la lista de los grandes hombres por lo que concierne al registro de la historia humana— y que trajeron a la luz algo que puede calificarse de universalmente humano y que no se identifica con lo que una sociedad particular supone que es la naturaleza humana. Siempre ha habido hombres que fueron lo bastante audaces e imaginativos para ver más allá de las fronteras de su propia existencia social.

Muchas respuestas se han dado a la pregunta anterior pero ninguna hace justicia a la pregunta ¿qué significa ser «hombre», sobre lo que significa ser «humano»?. Cualquier intento de ofrecer una respuesta se topará inmediatamente con la objeción de que tal respuesta, en el mejor caso, no es más que especulación metafísica, acaso poética, pero de todos modos la expresión de preferencias subjetivas antes que una aseveración sobre alguna realidad efectivamente averiguable ¿Qué conocimiento podemos obtener para responder a la pregunta sobre qué significa ser «humano»?

Las respuestas. La respuesta no puede seguir la pauta que a menudo han tomado otras respuestas: que el hombre es bueno o es malo, que es amoroso o destructivo, crédulo o independiente, etc. Evidentemente, el hombre puede ser todo esto del mismo modo que puede ser bien entonado o sordo al tono, sensible a la pintura o ciego al color, un santo o un bribón. Todas estas cualidades y muchas otras son diferentes posibilidades de ser hombre. En efecto, todas están dentro de cada uno de nosotros.

Percatarse plenamente de la propia humanidad -continúa Fromm- significa percatarse de que, como dijo Terencio, "Horno sum; humani nil a me alienum puto" (Hombre soy, y nada humano me es ajeno); de que cada quien lleva dentro de sí a toda la humanidad —al santo como al criminal—; de que, como Goethe lo expresó, no hay crimen del cual cada uno no se pueda imaginar ser el autor. Todas estas manifestaciones de lo humano no son la respuesta a lo que significa ser hombre, sino responden solamente a la pregunta: ¿qué tan diferentes podemos ser y, sin embargo, ser hombres? Si queremos saber qué significa ser hombre, debemos estar preparados para encontrar respuestas no en función de las diversas posibilidades humanas, sino en función de las condiciones mismas de la existencia humana, de la cual surgen todas esas posibilidades como posibles alternativas. Dichas condiciones pueden ser reconocidas como resultado no de la especulación metafísica, sino del examen de los datos de la antropología, la historia, la psicología del niño y la psicopatología individual y social.

A la búsqueda de la verdadera realidad: el despertar de la conciencia  

El hombre, en la medida en que abandona su animalidad, -continúa afirmando Fromm- se interesa en relacionarse con la realidad y en ser consciente de ella. El hombre es más fuerte cuanto más plenamente toca o se relaciona con la realidad. Pero mientras su realidad, en esencia, no es más que la ficción creada por su sociedad para manipular más provechosamente a los hombres y a las cosas, es débil como hombre. Cualquier cambio en los patrones sociales hace que se cierna sobre él una viva inseguridad e, incluso, la locura, porque toda su relación con la realidad está viciada por la realidad ficticia que se le presenta como verdadera. Cuanto más logre captar la realidad por sí mismo y no sólo como un dato que la sociedad le proporciona, tanto más seguro se sentirá porque dependerá mucho menos del consenso y, por tanto, se verá tanto menos amenazado por el cambio social.

El hombre como «humano» tiende a ensanchar su conocimiento de la realidad, y esto significa acercarse a la verdad, una aproximación cada vez mayor, lo que significa disminuir la ficción y la ilusión.

El proceso de alcanzar una consciencia cada vez mayor no es más que el proceso de despertarse, de abrir los ojos y ver lo que se halla enfrente de nosotros. Ser consciente quiere decir suprimir las ilusiones y al mismo tiempo, en la medida en que esto se cumple, un proceso de liberación. No puede negarse el hecho de que la historia del hombre es una historia del crecimiento de la consciencia, consciencia que se refiere tanto a los hechos de la naturaleza exterior a él como a su propia naturaleza.

Mientras que todavía hay cosas que sus ojos no pueden ver, su razón crítica en muchos aspectos ha descubierto un sinnúmero de cosas sobre la naturaleza del universo y la del hombre. Aún se encuentra en el principio de este proceso de descubrimiento, y la cuestión decisiva es si el poder destructor que su saber actual le ha dado, le permitirá continuar ampliando este saber hasta un grado que hoy resulta inimaginable, o si acabará destruyéndose a sí mismo antes de que pueda construir un cuadro de la realidad cada vez más completo sobre los actuales fundamentos.

Para que este desarrollo ocurra, se necesita una condición: que las contradicciones y las irracionalidades sociales que a lo largo de la mayor parte de la historia del hombre le han impuesto una "falsa consciencia" desaparezcan o, al menos, se reduzcan a tal grado que la apología del orden social existente no paralice la capacidad del hombre para pensar críticamente.

He aquí, pues, la cuestión central que en el fondo se debate hoy entre nosotros: la cuestión de la Verdad, de la realidad, de la verdad del ser humano. Conocer la realidad existente y las alternativas para mejorarla ayuda a transformar la realidad, y cada mejora suya ayuda a clarificar el pensamiento. Hoy día, cuando el razonamiento científico ha alcanzado una cima, la transformación de la sociedad en una sociedad sana permitiría al hombre medio utilizar su razón con la misma objetividad a que nos tienen acostumbrados los científicos. Que quede claro que esto no es cosa de inteligencia superior, sino de que desaparezca la irracionalidad de la vida social (una irracionalidad que necesariamente acarrea la confusión de la mente).

Superando la «interpretación reduccionista» del ser humano

El conocimiento científico del ser humano como fundamento para el descubrimiento de la «ley natural». Existe en algunos un prejuicio cientificista positivista que reduce el conocimiento humano exclusivamente al conocimiento científico puramente empírico, excluyendo por tanto todo conocimiento que quiera ir más allá de lo fenoménico apariencial. Si depuramos a la ciencia de dicho prejuicio, la ciencia sí puede ser un interlocutor cualificado para la búsqueda propuesta, pues su conocimiento es objetivo y aunque sea de manera acotada y parcial puede alcanzar la verdad que se encuentra en la propia realidad.

En consecuencia, para tener una visión integral del hombre y de la verdad en él encerrada es necesario conocer tanto su dimensión corporal como espiritual conforme a las posibilidades que nos brinda el avance del conocimiento humano en tanto esté ordenado a la verdad y fundado en la realidad. Para eso es imprescindible por un lado un auténtico diálogo con las ciencias que estudian el cuerpo humano (la biología, la medicina, la genética, etc.), sin perder de vista que el cuerpo humano no es un simple objeto, que no es solamente materia, sino algo más y que como tal (como cuerpo) solamente puede ser considerado en su unión sustancial con su principio vital que lo constituye como algo más que simple cuerpo. En otras palabras, no es una mera yuxtaposición de células, es el hombre mismo, un organismo cuyo sujeto es la persona humana. Es así que las inclinaciones naturales biológicas y corporales comunes con otros seres naturales, en el hombre adquieren una dimensión nueva, humanizada, regidas por un orden racional, propio y específico humano, por el cual el ser humano puede conocer su «naturaleza» y regirse conforme a la «ley» que de ella se desprende.

Por otro lado también es necesario un diálogo serio y profundo con las ciencias humanas (psicología, sociología, política, economía, derecho) para ver la relación y aplicación de los principios de la ley natural a las realidades y situaciones actuales. De la misma manera, la ética y el derecho, para poder emitir su juicio y fijar los justos límites a la investigación científica y al desarrollo tecnológico, tienen que conocer los hechos sobre los que van a juzgar, apoyarse en conocimientos científicos objetivos y serios que le permitan conocer la realidad física, química, biológica, etc., a fin de poder discernir que es lo que se puede permitir y que no. Caso contrario, su juicio también estaría infundado por ignorancia supina de la verdad científica.

En suma: lo que es técnicamente posible no es, por esa sola razón, moralmente (y jurídicamente) admisible. La reflexión racional (basada en conocimiento científico seguro) sobre la vida y el ser o naturaleza del hombre, en última instancia sobre y desde su ley natural es indispensable para formular un juicio moral y jurídico acerca de las intervenciones científicas y técnicas que involucran al propio hombre.

Hoy en día es importante recuperar el sentido común y volver nuestra mirada hacia los imperativos de la ley natural como expresión de las tendencias naturales positivas que anidan en el interior del propio corazón humano. La expresión de las exigencias de la ley natural es inseparable del esfuerzo de toda la comunidad humana para superar las tendencias egoístas y desarrollar una aproximación global con la «ecología de los valores», sin la cual, la vida humana corre el peligro de perder la propia integridad y el propio sentido de responsabilidad por el bien de todos.

Elaboración propia, a partir de materiales diversos


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