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Laicidad y pluralismo religioso en una sociedad democrática

Cada vez son más frecuentes entre nosotros episodios de intolerancia en relación con las creencias religiosas. El Estado debe ser “laico”, pero la sociedad no lo es. Por respeto a la conciencia de los ciudadanos, el Estado debe ser garante del pluralismo religioso.

Se suspenden las misas en una capilla de la Universidad de Barcelona, después de que grupos de estudiantes anticatólicos impidieran en varias ocasiones su celebración, mediante coacciones a los asistentes y actos irreverentes. La autoridad universitaria barcelonesa proclama que «hará todo lo posible para preservar el ejercicio de la libertad religiosa y el derecho a la libre expresión». Pero el «derecho a la libre expresión» no ampara que un grupo de estudiantes entre en una capilla, mientras se celebra misa, a comer bocadillos o hablar por teléfono móvil; ni tampoco que se impida la asistencia a un lugar de culto, o que se coaccione a los asistentes. Impedir, perturbar o interrumpir la celebración de una ceremonia religiosa con violencia, amenaza o tumulto no es ejercicio de la libertad de expresión, sino conducta lesiva tipificada en el Código Penal. (diario ABC, artículo de Juan M. de Prada , 15/01/2011) .

La arremetida laicista se desató el 10 de noviembre del pasado año —tres días después de la visita del Papa a Barcelona— cuando un grupo de estudiantes  intentó boicotear una de las misas que se celebran en la citada Facultad.  Desde que empezaron los actos de intolerancia contra los católicos, las ceremonias religiosas se han oficiado bajo protección —agentes contratados por la universidad velan para que no haya altercados—. El conflicto provocado por estudiantes laicista se recrudeció un par de semanas antes de la llegada de las vacaciones de Navidad: el pasado día 15 de diciembre se llegó a una situación límite cuando unos cuarenta estudiantes irrumpieron en el recinto con móviles y bocadillos e impidieron que se oficiara la misa.

Se trata de un episodio más de intolerancia que junto a otros se producen periódicamente en el seno de la sociedad española en relación con los sentimientos y creencias religiosas de muchos de los ciudadanos de este país, expresión de una actitud laicista beligerante radical estimulada tradicionalmente por cierta izquierda que ha ido inoculado en determinados sectores de la juventud ciertos prejuicios ideológicos que no se corresponden con los tiempos actuales y con los valores de una sociedad democrática y que en nada favorecen la sana convivencia.

Ello nos brinda la oportunidad para tratar de cuestiones como el pluralismo ideológico y religioso, conceptos como aconfesionalidad y  neutralidad del Estado, laicidad y laicismo,… y nos ofrece la posibilidad de afrontar de forma positiva la comprensión de la laicidad del Estado, el pluralismo reinante en la sociedad y el respeto a él debido en el seno de una sociedad democrática.

Al hilo, pues, de la actualidad reciente y a fin de contribuir a ofrecer elementos para una mejor comprensión de la cuestión, presentamos una síntesis de algunos artículos de diversos autores y otro al respecto de L. Boff.

La multidimensionalidad del ser humano

Partamos de una realidad: la multidimensionalidad del ser humano no es una opinión, es un hecho. Es decir, el ser humano está constituido y se expresa en una  multitud de dimensiones. Y envolviendo e impeliendo esa diversidad de dimensiones que nos constituyen se encuentra la dimensión espiritual o trascendente. Y son muchos los individuos quienes en distintos grados y formas son conscientes, cultivan y expresan en público y en privado esa dimensión de capital importancia para ellos: su dimensión espiritual o religiosa.

La Constitución española en su artículo 16 afirma:

1. Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la Ley.

3. Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones.

Estado laico, pero sociedad plural

En toda sociedad democrática existe un pluralismo ideológico y religioso. En su seno cada individuo tiene sus propias creencias, religiosas o no, y sin intentar imponerlas a nadie puede expresarlas libremente tanto en el espacio público como en el ámbito privado con la única limitación del respeto a las leyes vigentes. El Estado debe ser “laico”, pero no la sociedad.  El Estado debe ser laico, pero la sociedad no es laica. Laico es un Estado que no es confesional. En un Estado laico ninguna confesión tendrá carácter estatal. El Estado no puede dedicarse a difundir una fe concreta. Laico es el Estado que no impone ninguna religión, pero las respeta todas.

En un estado laico los ciudadanos religiosos no tienen porque renunciar a expresar sus convicciones religiosas. Lo único que se les exige es que no pretendan imponer su visión a todos los demás. El Estado debe ser neutral respecto a las creencias, pero no puede imponer "la neutralidad” en el seno de la sociedad. Esa imparcialidad que debe mostrar el Estado no debe significar desconocer el valor espiritual y ético de cada una de las confesiones religiosas. Por respeto a la conciencia de los ciudadanos, el Estado debe ser garante del pluralismo religioso.

Laicidad no se confunde con laicismo. Éste configura una actitud que busca erradicar las religiones de la sociedad para dar espacio solamente a valores seculares y racionales. Este comportamiento es beligerante con lo religioso y no respeta a las personas religiosas. La laicidad sana obliga a todos a ejercer la razón comunicativa, a superar los dogmatismos en favor de una convivencia pacífica, y a buscar puntos de convergencia comunes ante los conflictos. La laicidad eleva a todos los ciudadanos, religiosos o no, a un mismo nivel de dignidad. Esta igualdad no invalida los particularismos propios de cada religión, solo exige de cada una de ellas el reconocimiento de esta misma igualdad a las otras religiones

El laicismo beligerante y radical, llevado por obsoletos prejuicios ideológicos que no se corresponden con los tiempos presentes, lejos de apostar por una valoración positiva de las religiones en la vida democrática, muestra una actitud de intolerancia, tratando de proscribir los principios religiosos de la esfera democrática pública.

La separación de funciones entre la Iglesia y el Estado

Atendiendo al principio de laicidad, hay que separar las funciones de la Iglesia y las del Estado, siguiendo la prescripción de Cristo, de dar “al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” . Las realidades terrenas gozan, pues, de una autonomía efectiva respecto de la esfera eclesiástica: toda intervención de la Iglesia en este campo sería una injerencia indebida, como institución no es su campo. El hecho de que el ordenamiento político y social goce de autonomía con respecto a las religiones o a los eclesiásticos no significa que la acción política sea independiente de todo orden moral.

Laicidad significa que los imperativos religiosos no tienen un carácter obligatorio —legal— en el ordenamiento jurídico del Estado y que éste asume la pluralidad de creencias (o increencias). La laicidad así entendida, no sólo es asumible, sino deseable. La auténtica laicidad respeta que cada ciudadano manifieste públicamente las propias convicciones, estén o no inspiradas en creencias religiosas, con tal de que no se hallen en contraste con el orden moral o interfieran en el orden público.

Otra cosa diferente es el intento de pretender recluir el fenómeno religioso a un supuesto «ámbito privado», sin que pueda tener repercusión pública -en la cultura, en la enseñanza, en las costumbres-. Nadie puede negar a la Iglesia ni a los cristianos, como integrantes de la sociedad, la defensa de los grandes valores pre-políticos que dan sentido a la vida de la persona y salvaguardan su dignidad. Pues estos valores antes de ser cristianos son humanos.

Nadie puede imponerle a un ciudadano que sus creencias (religiosas o de otro tipo) sean estrictamente privadas. La privacidad es un derecho que va de dentro a fuera; lo contrario, es imposición.

En este sentido la laicidad -cuando se convierte en laicismo- sí es rechazable y su improcedencia parte de un error básico que consiste en la confusión de lo público (lo social, lo civil) con lo estatal -legal-. Que las creencias no tengan valor estatal no quiere decir que no puedan o no deban tener proyección pública. Los que, por ejemplo, niegan que la Iglesia tenga presencia en la enseñanza, olvidan que la educación no es un función estatal -aunque sea el Estado quien la administre- sino social. Nuestras leyes apuestan por una educación integral y además de argumentos de tipo cultural, el cultivo y desarrollo de la dimensión espiritual constituye, para aquellos que lo deseen, parte esencial de la formación integral de la persona. En este preciso lugar reside el nudo gordiano del conflicto -que a veces reverdece y a veces se apaga, pero que nunca desaparece del todo- entre Iglesia y Estado. El Estado confesional es un Estado beligerante; el Estado aconfesional es no beligerante, y el Estado laico es neutral. Una laicidad bien entendida sería el difícil, casi imposible, punto de equilibrio.

Elaboración propia, a partir de diversos artículos


El Estado laico y pluralista y las Iglesias

Veamos como se refiere a estas cuestiones L. Boff en un artículo titulado “El Estado laico y pluralista y las Iglesias”, publicado hace unos meses con ocasión de la última campaña electoral en Brasil.

Como toque de atención para quienes no son demasiado conscientes de ello, el autor nos alerta de la existencia en el seno de algunas sociedades de una especie de «religión laica» subyacente, hegemonizada por la cultura del capital y montada sobre el culto al progreso ilimitado, la tecnificación de toda vida y el hedonismo que ejerce también su propia presión e influencia en la mentalidad colectiva. En ésta prevalecen valores materiales cuestionables como el individualismo, la exaltación de la propiedad privada, la laxitud de las costumbres y la magnificación del erotismo.

L. Boff, Noviembre 2010

La descriminalización del aborto y la unión civil de homosexuales, temas suscitados en la campaña electoral, dan la oportunidad de hacer una reflexión sobre la laicidad del Estado brasilero, expresión de la madurez de nuestra democracia.

Laico es un Estado que no es confesional; lo son, como ocurre todavía en varios países, los que establecen una religión, la mayoritaria, como oficial. Laico es el Estado que no impone ninguna religión, pero las respeta todas, manteniéndose imparcial ante cada una de ellas. Esa imparcialidad no significa desconocer el valor espiritual y ético de una confesión religiosa. Pero por respeto a la conciencia, el Estado es garante del pluralismo religioso.

Debido a esta imparcialidad al Estado laico no le es permitido imponer, en materias controvertidas de ética, comportamientos derivados de dictámenes o dogmas de una religión, aunque sea dominante. Al entrar en el campo político y al asumir cargos en el aparato de Estado, no se pide a los ciudadanos religiosos que renuncien a sus convicciones religiosas. Lo único que se les exige es que no pretendan imponer su visión a todos los demás ni traducir en leyes generales sus propios puntos de vista particulares. La laicidad obliga a todos a ejercer la razón comunicativa, a superar los dogmatismos en favor de una convivencia pacífica, y a buscar puntos de convergencia comunes ante los conflictos. En este sentido, la laicidad es un principio de la organización jurídica y social del Estado moderno.

Subyacente a la laicidad hay una filosofía humanística, base de la democracia sin fin: el respeto incondicional al ser humano y el valor de la conciencia individual, independiente de sus condicionamientos. Se trata de una creencia, no en Dios, como en las religiones, que mejor podríamos llamar fe, sino de una creencia en el ser humano en sí mismo, como valor. Esta creencia se expresa mediante el reconocimiento del pluralismo y la convivencia entre todos.

No será fácil. Quien está convencido de la verdad de su posición, estará tentado a divulgarla y ganar adeptos para ella. Pero le está vedado usar medios masivos para hacerla valer a los otros. Esto sería proselitismo y fundamentalismo.

Laicidad no se confunde con laicismo. Este configura una actitud que busca erradicar las religiones de la sociedad, como ocurrió con el socialismo de versión soviética, por cualquier motivo que se aduzca, para dar espacio solamente a valores seculares y racionales. Este comportamiento es opuesto al religioso y no respeta a las personas religiosas. (…)

La laicidad eleva a todos los ciudadanos religiosos a un mismo nivel de dignidad. Esta igualdad no invalida los particularismos propios de cada religión, solo exige de ella el reconocimiento de esta misma igualdad a las otras religiones.

Pero no hay solo la laicidad jurídica. Hay también una laicidad cultural y política que, entre nosotros, generalmente no es respetada. La mayoría de las sociedades actuales laicas están hegemonizadas por la cultura del capital. En ésta prevalecen valores materiales cuestionables como el individualismo, la exaltación de la propiedad privada, la laxitud de las costumbres y la magnificación del erotismo. Se utilizan los medios de comunicación de masas, en su mayor parte propiedad privada de algunas familias poderosas, que imponen su visión de las cosas.

Tal práctica atenta contra el estatuto laico de la sociedad. Esta debe mantener distancia y someter a crítica los «nuevos dioses». Estos son ídolos de una «religión laica» montada sobre el culto al progreso ilimitado, la tecnificación de toda vida y el hedonismo, sabiéndose que este culto es política y ecológicamente falso porque implica la explotación continuada de la naturaleza ya degradada y la exclusión social de mucha gente. Incluso así, no se invalida la laicidad como valor social.

Fuente: Redes cristianas


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