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Un Gobierno contra el Hombre

A las puertas de unas nuevas elecciones es saludable que los ciudadanos hagamos un balance de la acción política realizada y la orientación que encierran los proyectos desarrollados. Tal proceder forma parte del ejercicio de una ciudadanía activa y de la responsabilidad social de cada uno de los ciudadanos.

Las actuales son elecciones municipales y autonómicas y aunque el gobierno se empeñe en desvincularlas de cualquier balance de la política general todos sabemos que es también en estos niveles donde se implementa y desarrolla el proyecto general de país a desplegar.

Somos fruto de nosotros mismos pero también de nuestro entorno familiar y social, del ambiente educativo en el que hemos crecido, de nuestras circunstancias.

En este país hay en marcha un proyecto, desapercibido por una gran mayoría de ciudadanos, mediante el cual se está moldeando a la sociedad en el discurso de lo políticamente correcto —es decir, el utilitarismo, el hedonismo, la ideología de género, el sectarismo, el laicismo excluyente, etc.—, realizado a través de la educación, del control de los medios de comunicación social, de la propaganda, la manipulación del lenguaje, la tergiversación de la realidad, la compra de voluntades mediante la subvención o de la acción directa contra aquellos colectivos o ciudadanos particulares que no le son dóciles al poder.

Mucho se habla de política, de economía, de terrorismo... apenas prestamos atención, sin embargo, a la situación del individuo en sí. En cada uno de los distintos planos económico, social, educativo, político, cultural… en nuestro entorno existen sobradas muestras para que cada uno pueda hacer su propio balance del proyecto socialista desarrollado en las dos últimas legislaturas. De ello tenemos abundante información en los medios de comunicación. El plano ideológico, sin embargo, resulta mucho más etéreo. A éste apenas le prestamos atención. Es menos perceptible para el común de los ciudadanos, pero no por ello menos impactante socialmente. Para percibirlo con claridad el ciudadano debe agudizar su mirada. No es el que nos da de comer ciertamente, ni tampoco el más atractivo, pero es uno de los que más nos conforma, aquél mediante el cual se alimenta nuestro espíritu, se rearma o se corroe la moral de un pueblo, aquél mediante el cual se merma, deteriora o amplía nuestra moral individual y colectiva. 

Y no es solamente la crisis económica la que nos tiene acogotados, es la moral colectiva de mayores y jóvenes la que contemplo desvencijada, abatida, esperando que campee el temporal. Es más, podemos observar a nuestro alrededor como a medida que ha ido avanzando la legislatura socialista las ilusiones originarias depositadas en ese proyecto se han ido diluyendo, se han ido esfumando, generándose un clima cansino, cada vez más irrespirable y fatigosamente soportable. Un clima nada edificante, huérfano de referentes sólidos, trufado por la corrupción y el despilfarro en ciertos niveles de la administración, mientras observamos como al ciudadano de a pié se le obliga a estrecharse el cinturón en ocasiones más allá incluso de sus posibilidades.  

Dos legislaturas han sido suficientes para percatarnos de la deriva del socialismo español
. A poco que apliquemos la mirada podremos apreciar claramente a dónde pretende llevarnos, qué tipo de sociedad tiene en cartera para este país. Y no repara en medios, su sombra es alargada y la metodología empleada va desde la manipulación institucional al servicio de espurios intereses partidistas hasta el engendro de cachorros juveniles, protagonistas cada vez más de algaradas con repercusión mediática, resultados primerizos de su proyecto de ingeniería social y de su orientación educativa. Los viejos ideales de defensa del más débil, de igualdad de oportunidad, de honradez centenaria se han ido diluyendo, y en la práctica hasta traicionando, siendo sustituidos por ocurrencias más o menos originales o propuestas revestidas de zafia modernidad, repletas de prejuicios ideológicos, carentes de sólido fundamento antropológico, que nada tienen de verdadero progresismo y sí mucho de interés cortoplacista en atraerse para sí el apoyo de ciertos sectores sociales y  un puñado de votos para mantenerse en el poder. Sus técnicas prestidigitadoras y de marketing político a la hora de vender su “mercancía” a las puertas de unas nuevas elecciones están ya en marcha y todavía pueden engatusar a algunos ciudadanos, por eso deberíamos estar atentos y no dejarnos engañar una vez más.

El proyecto socialista, más allá de envoltorios más o menos seductores, en estos últimos años nos ha empezado a mostrar su verdadero rostro. Nos ha desvelado qué tipo de sangre lleva en sus venas, hacia dónde pretende conducirnos colectivamente. La banalización y desprotección del bien primordial en cualquier comunidad humana: la vida humana en sus primeros estadios de desarrollo, el proyecto de ingeniería social desplegado, el creciente intervencionismo del Estado en la regulación de la vida privada de los ciudadanos hasta niveles asfixiantes, la institucionalización de la delación en las relaciones individuales (Ley del tabaco, la inminente ley de Trato…), el sectarismo y el sesgo marcadamente ideológico de sus intervenciones, la ocultación, la falsedad y la mentira como forma de comunicación con la ciudadanía… son algunos botones de nuestra que no conviene olvidar.

La mediocridad de sus equipos, la endeblez de unas propuestas más o menos llamativas que postulan una modernidad en cuyo centro no existe un proyecto coherente y sólido de servicio a la persona sino, la imposición mediante técnicas de ingeniería social al conjunto de la sociedad de planteamientos sectarios, la irrelevancia social y la falta de credibilidad de unos líderes que no son referentes de nada, algunos con una larga lengua viperina y anclados más en respirar por la herida y a descalificar al adversario que en realizar propuestas sensatas y coherentes, al servicio del bien común.

En páginas anteriores hemos visto en qué consiste eso de la abolición del hombre (ver aquí). El proyecto antropológicamente no es sano. Lo hemos visto ya a través de algunas de sus webs orientadas a la formación de la juventud y del modelo de desarrollo personal que proponen. Contiene material corrosivo que inoculado en el cuerpo social puede llegar a producir graves desgarros en su interior. El proyecto ideológico que lleva a cabo el Gobierno no es otro que el adoctrinamiento de la sociedad para transformarla de acuerdo a postulados gestados hace ya años en conferencias internacionales, algunas bajo el patrocinio de las Naciones Unidas. En esas conferencias se adoptaron una serie de acuerdos propuestos por el feminismo más radical y que se condensan en la “ideología de género”. Aunque aún es bastante desconocida por el conjunto de la sociedad, esa ideología la ha hecho visible el Gobierno laicista de Zapatero con sus leyes de ingeniería social que son el núcleo de su proyecto adoctrinador de la sociedad.

Lo dejó meridianamente claro una gran conocedora de la vida interna del partido  y una de las históricas fundadoras del socialismo catalán, Mercedes Aroz, quien finalmente ante la incompatibilidad de sus principios con los del partido optó por abandonar sus filas: El socialismo tiene valores positivos en el ámbito de la justicia social, pero se basa en una concepción materialista del ser humano, y la persona y su dignidad no están en el centro del proyecto; lo están una serie de valores colectivos, está la ideología. Por ello, cuando el socialismo pone en juego en la acción política y legislativa su sistema de valores sobre dicha concepción del ser humano, la incompatibilidad del cristianismo con esta ideología se manifiesta con toda claridad, y hace imposible la colaboración con su proyecto.

A continuación presentamos un artículo titulado "Un Gobierno contra el Hombre" para que ustedes mismos saquen sus propias conclusiones y cuya tesis podríamos sintetizar así: Frente a la impresión de que no hay en el mundo ningún programa político en el que no se ponga siempre en primer plano al hombre…. La respuesta que, desde hace un tiempo, podemos dar los españoles es que tal programa político existe y que las consecuencias son devastadoras. Efectivamente, el Gobierno de Rodríguez Zapatero ha desarrollado una siniestra «anticruzada» que está deshaciendo los logros de civilización alcanzados hasta despojar al hombre de su dignidad y valor incondicional.

Un Gobierno contra el Hombre

José Mª Martí Sánchez, Doctor en Derecho

(…) La política es para el hombre. «El bien del hombre —digamos de la persona en la comunidad— […] como factor fundamental del bien común debe constituir el criterio esencial de todos los programas, sistemas, regímenes». Nos podemos preguntar, en una hipótesis improbable, si alguien puede dar la espalda a este humanismo. Se ha sentenciado: «Nutrimos la profunda convicción de que no hay en el mundo ningún programa en el que, incluso sobre la plataforma de ideologías opuestas acerca de la concepción del mundo, no se ponga siempre en primer plano al hombre».

La respuesta, apegada a los hechos, que, desde hace un tiempo, podemos dar los españoles es que tal programa político existe y que las consecuencias son devastadoras. Efectivamente, el Gobierno de Rodríguez Zapatero ha emprendido una siniestra «anticruzada» que está deshaciendo los logros de civilización hasta despojar al hombre de su dignidad y valor incondicional.

La enumeración de sus iniciativas así lo revela.

El Presidente del Gobierno se ha opuesto a la vida en dos frentes: el de la promoción del aborto, lesionando la dimensión maternal de la mujer, y el de su connivencia con el terrorismo. No sólo con la negociación del «Proceso de paz», sino también con el desprecio por las víctimas: nombramiento de Peces-Barba, como Alto Comisionado, despreocupación por esclarecer el 11 de Marzo, ausencia en funerales y actos en su memoria, como el reciente Congreso internacional celebrado en Salamanca, etc.

El Gobierno se ha significado por aniquilar lo específico de la condición humana: su conciencia para poder vivir en la verdad. ¿No radica aquí la clave de su aversión a la Iglesia católica?, ¿no refleja con ello una sed desmedida de poder, sin restricciones ni cortapisas?

¿Cómo, sin arrinconar la conciencia, se hubiera consentido su ataque contra los inocentes? Por esto, en la descomposición de la conciencia, el Gobierno ha sido implacable. Sobre todo le obsesiona desvirtuar la formación de los más pequeños, suprimiendo su defensa natural: la familia. En lugar de la labor de los padres, introduce contenidos inmorales en los planes de estudio del calado de Educación para la ciudadanía o la educación sexual, o ideológicos y parciales, como el revisionismo de la memoria histórica (labor anticipada por el nacionalismo). Asimismo, el hecho religioso ha sido marginado en la escuela (supresión de sus signos y reducción de sus horarios).

El segundo asalto va contra las instituciones del Estado de Derecho y la sociedad que sustenta su nivel moral.

¿No causa degradación que unos militares, o sus mandos, se presten a la retirada del lema de la Academia General Básica de Suboficiales del Ejército: «A España servir hasta morir», en el cuartel de Tálar (Lérida); o, en un salto cualitativo, que unos policías, o sus mandos, suministren información, para que los miembros de ETA, asesinos de sus compañeros, queden impunes? ¿No es este mismo deterioro el que se provoca obligando a los jueces a que tramiten «matrimonios homosexuales» y las correspondientes adopciones, o propiciando que los farmacéuticos dispensen a menores, sin receta ni prospecto informativo, la denominada píldora del día después? ¿No lesionará la conciencia profesional de los médicos una ley, como la de la salud sexual y reproductiva y de interrupción —rectius terminación— voluntaria del embarazo, que no sólo deja indefensa la vida humana, al menos durante las primeras catorce semanas, sino que pretende de ellos que ejecuten cualquier atentado contra la misma? Previamente el Gobierno había preparado el terreno forzando a los profesores a que, sacrificando su conciencia personal y profesional, impartiesen Educación para la ciudadanía, por encima del criterio de los padres.

Pero sobre todo, ¿no han mostrado los dirigentes ausencia total de escrúpulos al imponer, manu militari, a sus parlamentarios el apoyo incondicional a leyes inicuas y opuestas a la dignidad humana? Convirtiéndolos en esclavos morales, ¿en qué queda su autoestima y autoridad moral?

A gran escala, se está moldeando a la sociedad en el discurso de lo políticamente correcto —la ideología de género, el laicismo excluyente, etc.—, a través del control de los medios de comunicación social, de la subvención, o de la acción directa de los poderes públicos.

La nueva moral —esa que llaman «ética común»— que inocula Educación para la ciudadanía, es implacable e inhumana. (…) El relativismo que confunde el «instinto del interés», el cultivo del egoísmo, con la libertad y que presume de contentar a todos, nos descubre su rostro hosco y atroz. Es un ídolo sangriento que exige sacrificios de víctimas humanas. Éstas, para no incomodar o despertar alguna conciencia, serán convenientemente ocultadas. Es la tarea de quienes manipulan el lenguaje, trituran a los embriones, o disponen que las víctimas del terrorismo sean enterradas en la clandestinidad.

Los colaboradores de un poder así concebido, quienes se le someten, pagan un alto precio por el confort de estar bajo su amparo. Se degradan y fomentan la desesperanza, en la medida en que nutren un proceso de destrucción.

Como decían los versos de T.S. Eliot: «¿Dónde está la vida que hemos perdido viviendo? ¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en el conocimiento? ¿Dónde está el conocimiento que hemos perdido en la información?», o afinando más: ¿quién va a devolver a la persona la dignidad perdida, quien va a llenar de sentido una sociedad expoliada? (…)

Fuente: Análisis digital


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