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Encrucijada cultural y civilizatoria

Guerra « civil » occidental / cambio de época*

El mundo occidental, Estados Unidos y Europa, vive un conflicto de civilizaciones. Es un conflicto interno, entre nosotros mismos. En su interior se libra una verdadera “guerra” civil sobre todo de tipo cultural e ideológica.

La “guerra civil” interna

Francisco J. Contreras, Catedrático de Filosofía del Derecho Universidad de Sevilla

Samuel P. Huntington puso de moda hace 13 años la idea del choque de civilizaciones: lejos de converger hacia un “fin de la Historia” ecuménico y post-identitario, las diversas civilizaciones (islámica, china, hindú, etc.) están, más bien, afirmándose en sus respectivas identidades y hechos diferenciales, lo cual augura relaciones conflictivas entre ellas, y de todas ellas con Occidente. La teoría ganó rápidamente adeptos –de manera comprensible- tras el 11 de septiembre de 2001.

Sin embargo, es mucho menos conocida una variante de la teoría anterior,  que  me  gustaría  traer  aquí  a  colación:  la  idea  de  la  “guerra  civil  occidental” (entiéndase “guerra” en el sentido débil que le atribuyó Martín Alonso: escisión cultural interna).

“Nuestro mundo [occidental] […] está en guerra consigo mismo. Una casa dividida, como se dijo hace dos mil años, no puede durar. Esta es una sociedad en transición, donde la vida se relativiza [aborto, eutanasia …] y la cultura judeo-cristiana es desterrada de la plaza pública. […] Pero la utopía poscontemporánea occidental –el secularismo extremo- que la sustituye está llamada a ser tan efímera, una o dos generaciones, como para no alcanzar siquiera la categoría de anécdota” (ALONSO, M., Doce de septiembre: La guerra civil occidental, Gota a Gota, Madrid, 2006, p. 142). ALONSO entiende que la hegemonía creciente de la cultura progresista-secularista supone, en realidad, un lento suicidio civilizacional de Occidente. Esa guerra civil librada internamente en el seno de nuestra sociedad occidental conlleva también unas consecuencias en nuestras relaciones con otras civilizaciones. La “guerra civilizacional” interna incide en la externa también de esta forma: en la medida en que los “progresistas” van imprimiendo a Occidente una identidad cada vez más materialista y atea, aumenta la intensidad del choque cultural con las civilizaciones no occidentales, que siguen siendo profundamente religiosas.

El choque de civilizaciones intraoccidental opondría –como ha señalado Robert P. George- a los “conservadores” que todavía se identifican con la tradición cultural y moral judeo-cristiana (incluso si algunos de ellos no comparten la fe) con los “progresistas” que consideran dicha tradición periclitada y se adhieren más bien a la Weltanschauung (relativista, hedonista, liberacionista, post-religiosa) característica de la “izquierda postmoderna” o “izquierda sesentayochista”.

La cosmovisión progresista ejerce una evidente hegemonía en los medios de comunicación, en las universidades,  en  el  cine  y  la  literatura,  en  las  escuelas,  hasta  el  punto  de  merecer  la calificación de “cultura dominante". Los ámbitos en los que se produce ese choque o enfrentamiento civilizatorio subterráneo son diversos: en la mentalidad colectiva, en nuestra concepción de la realidad, en los comportamientos públicos, en nuestra conducta individual, en nuestra forma de vivir nuestras relaciones familiares, en nuestra forma de enfocar nuestras relaciones interpersonales…

La contracultura liberacionista de los 60 ha pasado a convertirse en la ortodoxia, en la doctrina oficial del establishment bienpensante y políticamente correcto. Pero esa contracultura devenida en cultura oficial se ve contestada (cada vez más enérgica y articuladamente, al menos en EEUU) por una “cultura disidente” de signo conservador (“revolución conservadora”, “contra-contracultura”, etc.). Ser conservador - defender la vida del no nacido, la familia tradicional y la religión, cuestionar la permisividad sexual, etc.- es hoy día la expresión máxima de la transgresión y la heterodoxia.

El dominio del paradigma progresista tiene lugar, no tanto en el terreno de los hechos, como en el del imaginario social y las ideas públicamente aceptables. No es tanto que ya nadie se case, tenga hijos, vaya a misa u observe una actitud sexual morigerada, como que los que viven con arreglo a valores tradicionales lo hacen de manera casi vergonzante, con complejo de inferioridad cultural, sin ser capaces –en muchos casos- de defender articuladamente los principios que subyacen a esa forma de vida … Muchas personas en la sociedad actual llevan una vida objetivamente “tradicional” (son esposos fieles, amantes padres de familia, etc.), pero no tienen un discurso conservador: se adhieren a las teorías (progresistas) dominantes: afirman que “cualquier conducta sexual entre adultos libremente consintientes” es admisible, que las parejas de hecho o las homosexuales deben recibir el mismo tratamiento legal que las casadas, etc. Se da un curioso y revelador divorcio entre la praxis (conservadora) y la teoría (progresista)

La “guerra civilizatoria” interna incide en la externa

El conflicto de civilizaciones … atraviesa a Occidente mismo, partiéndolo en dos (por cierto, este choque de civilizaciones interior influye en alguna medida en el clash of civilizations   exterior:   la   creciente   agresividad   de   los   fundamentalistas   islámicos   hacia Occidente se debe al hecho de que intuyen esa división o debilidad; difícilmente se hubieran atrevido contra un Occidente creyente en sí mismo, sólidamente aferrado a unos valores claros; se atreven, en cambio, contra un Occidente que perciben como dividido, decadente, autonegador). Quien no se respeta a sí mismo no inspira respeto.

Resulta muy interesante la observación de Mark Steyn: “Este choque de civilizaciones opone a dos extremos: de un lado, una sociedad que tiene todo lo que supuestamente se necesita para ganar una guerra: riqueza, ejércitos, industria, tecnología…; del otro, un mundo que no tiene otra cosa que pura ideología y abundancia de creyentes. […] El objetivamente más débil puede ganar, si se enfrenta a un derrotista. Una buena parte de la civilización occidental, conscientemente o no, transmite la impresión de estar deseando rendirse a alguien, a quien sea. Comprensiblemente, los yihadistas se preguntan: “eh, ¡¿por qué no a nosotros?!”.

La “guerra civilizatoria” interna incide en la externa también de esta forma: en la medida en que los “progresistas” van imprimiendo a Occidente una identidad cada vez más materialista y atea, aumenta la intensidad del choque cultural con las civilizaciones no occidentales, que siguen siendo profundamente religiosas. Los integristas islámicos, por ejemplo, odian a Occidente no tanto porque es cristiano como porque es postcristiano
(…)La  autoimagen  occidental  sufre  así  una  cura  de  humildad:  de modelo normal para el futuro de todas las demás culturas, pasa a convertirse en un caso especial”[11].. La única excepción es Europa, donde la descristianización prosigue imparable (no así EEUU, donde las tasas de práctica religiosa son casi las mismas que hace 50 años). Europa es una anomalía en el panorama espiritual mundial: “Echad una mirada al mundo, y la excepción no es, desde luego, la Norteamérica actual [religiosa], sino la Europa [secularizada] que surgió tras la Segunda Guerra Mundial”. Benedicto XVI lo ha formulado agudamente: “Si se llega a un enfrentamiento de culturas, no será por un choque entre grandes religiones […], sino por el conflicto entre esa emancipación radical del hombre [eliminación de referencias trascendentes] y las grandes culturas históricas”.

A partir de: F..J.  CONTRERAS: CRISTIANISMO, RAZÓN PÚBLICA Y “GUERRA CULTURAL”

Encrucijada «cultural»

Nuestras concepciones del mundo y de las cosas están condicionadas por las «transmisiones culturales» que hemos heredado de las generaciones pasadas, que de alguna manera siguen perviviendo en nosotros y continuamos alimentándonos de ellas. Hoy sin embargo nos encontramos, a menudo sin ser demasiado conscientes de ello, en una encrucijada «cultural», quizás en un «cambio de época», que somete a revisión crítica cuanto encuentra a su paso, incluso nuestras tradicionales concepciones del mundo y de las cosas.

Concepción de la realidad y búsqueda de sentido

La «realidad» está ahí, independientemente de la concepción o interpretación que en cada época hagamos de ella. Y formando parte de ella el hombre, un ser que no se contenta con sobrevivir, sino que es un ser en busca de sentido a todo cuento existe. En el ser humano existe un fuerte impulso que le lleva a preguntarse por el sentido de las cosas, de esa «realidad» en medio de la que se encuentra immerso, y quie le impele a descubrir la «verdad» que en ella se encierra.

Los avatares de la historia del conocimiento humano reflejan los esfuerzos de la humanidad por escrutar esa realidad. Grandes han sido los desvelos de la mente humana por penetrar en su interior, descubrir sus secretos y así desvelar el sentido último de esa «realidad». 

Nacemos con un cerebro preparado para darle sentido al mundo, aunque a veces sea a través de explicaciones que van más allá de lo racional y de lo natural. La conciencia reflexiva es algo específico de nuestra especie. Es lo que nos hace verdaderamente “humanos” y nos lleva a plantearnos cuestiones como: qué entendemos por «realidad»  y cómo podemos llegar a conocerla? Cuál es el principio o la causa de esa realidad, qué es el ser humano, cómo  fue creado, cómo se obtuvo el fuego, qué hay después de la muerte, de dónde proviene el mal en el mundo,… son algunas de las preguntas nucleares a responder.

Según Sócrates una vida sin examen, sin reflexión, no merece ser vivida por un hombre. En nuestro interior late la necesidad de expandir nuestra conciencia y comprender cuanto existe: ampliar nuestra comprensión del mundo, de esa realidad última, principio de todas las cosas, que en nuestra cultura llamamos Dios, de la vida, de nosotros mismos, de nuestras acciones: quién soy, de dónde vengo, dónde me encuentro, a dónde me encamino, el sentido del dolor, el sufrimiento del inocente, naturaleza y límites de la libertad, visión y alcance del amor, la discriminación entre lo bueno y lo malo, entre lo que se ha de hacer, lo que es lícito...

Cuáles son las interpretaciones de la realidad existente que se han sucedido a lo largo de la historia? Cómo se la ha concebido y cómo se la ha expresado? Algunos de los «lenguajes» empleados por el ser humano para expresar y explicar esa realidad han sido la mitología, la religión, la racionalidad, la lógica, el pensamiento científico, el arte, el lenguaje literario… En muchas civilizaciones las grandes tradiciones religiosas han vehiculado esa interpretación del cosmos, del mundo y nosotros mismos como especie. Más modernamente en el mundo occidental la razón y la ciencia han desbancado a la interpretación religiosa. En nuestro entorno cultural los modelos o paradigmas interpretativos de esa realidad han ido sucediéndose a lo largo de la historia. Bajo cada uno de ellos subyace el predominio de la «razón clásica» o la «razón moderna», toda una forma de entender al ser humano en su existencia real: en todas sus dimensiones, en sus opciones concretas de valores y fines, en su responsabilidad por la historia y en su relación con la trascendencia.

La ciencia no lo explica todo

Hoy, en un mundo dominado por el positivismo y el cientifismo, no es fácil aceptar las limitaciones del propio conocimiento científico. Sin embargo, el conocimiento científico o experimental no es el único modo de conocer. Hay realidades que se escapan al conocimiento experimental. La ciencia no lo explica todo.

Elaboración propia, a partir de materiales diversos


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