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Reflexionar («filosofar»): una práctica útil y no sólo para ociosos

Pensar, reflexionar, meditar, discurrir, razonar, profundizar, filosofar, considerar, especular, cavilar….

Nuestra sociedad es muy hábil en el ámbito de los medios, en el despliegue tecnológico, pero bastante analfabeta en lo que son los principios y los fines de la vida humana, en todo lo que puede dar un sentido y un significado humano a la existencia. (M. CAVALLE, filósofa)

  • Atrapados por lo urgente, desatendemos lo esencial. A menudo nos encontramos atrapados por lo urgente, mientras lo esencial se desatiende y lo importante se disipa.
  • «Reflexionar»: pensar y considerar un asunto con atención y detenimiento para estudiarlo, comprenderlo bien, formarse una opinión sobre ello o tomar una decisión. Pensar o considerar detenidamente una cosa, buscando causas, implicaciones, consecuencias.
  • La gente suele identificar «Filosofía» con filosofía académica. Sin embargo, la «filosofía» es una necesidad humana básica. Algo de lo que no se puede prescindir. Para vivir más plenamente necesitamos «filosofar».

La actitud «filosófica», una dimensión constitutiva del ser humano. La «actitud filosófica» es uno de los aspectos que nos constiruyen, una dimensión de lo humano. Sin esa dimensión, sin esa actitud, sin pensar, reflexionar, meditar, discurrir, razonar, profundizar, filosofar, considerar, especular, cavilar…, sin «filosofía» ni somos seres humanos plenos y libres, ni podemos llegar a ser ciudadanos verdaderamente autónomos…

Cada época tiene sus afanes, y la nuestra no se queda a la zaga. El predominio del utilitarismo y del paradigma científico-técnico y el abandono del cultivo de lo más genuinamente humano son rasgos propios de nuestro tiempo. Y el sistema educativo no es sino un reflejo más de esta situación: la promoción en el currículo formativo de nuestros jóvenes de esta tipología de materias en detrimento de las ciencias sociales y las humanidades es un clásico. ¿Cómo repercute ese sesgo en la formación de nuestros jóvenes conciudadanos? A menudo algunas de estas materias se han calificado como algo “inútil” frente a otras disciplinas que se consideran “a priori” más provechosas y productivas para el futuro laboral de nuestros jóvenes. Y ello como consecuencia de una concepción reduccionista del ser humano, como si sólo esa dimensión contara en su formación, obviando la necesidad de una educación lo más completa e integral posible. Pero como todo, nada es eterno, y afortunadamente también esto es posible someterlo a revisión crítica.

Algunas luces se han encendido en la enseñanza tras unos años de aridez en formación humanística. El reciente pase por algunas televisiones de la serie Merlí en la que se practica la reflexión filosófica desde la vida y para la vida, el anuncio del gobierno de restaurar la asignatura de filosofía en el currículo formativo de nuestros jóvenes dándole la importancia que se merece y la reciente celebración del día de la Filosofía proclamado por la Unesco a escala mundial, junto con el incansable trabajo de algunas asociaciones, algo habrán contribuido para corregir el negativo sesgo que supone para una verdadera formación la devaluación del ámbito de las humanidades.

El Día Mundial de la Filosofía (World Philosophy Day) se celebra todos los años el tercer Jueves de Noviembre. El fin último que persigue este día es fomentar el pensamiento crítico e independiente. Fue instituido por la Organización de la Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) en el año 2002 como resultado de la necesidad de la humanidad de reflexionar sobre los acontecimientos actuales y hacer frente a los desafíos que se nos plantean. La existencia misma de la UNESCO, su misión, sus ideales de cultura de paz, está ligada a la búsqueda universal del espíritu filosófico. El Día de la Filosofía aspira a profundizar la reflexión libre y a generar reconocimiento e impulsar esta disciplina, así como su enseñanza. En España, este año, hay motivo para festejarlo de un modo especial, pues hace apenas un mes que la comisión de Educación del Congreso de los Diputados acordó, por unanimidad, dar luz verde a la reposición de la Historia de la Filosofía de 2º de Bachillerato como asignatura obligatoria en todo el territorio nacional, y solicitar además la implantación de un curso, común a todos, de Ética en 4º de ESO, aparte del mantenimiento de la Filosofía de 1º de Bachillerato ya vigente. Más aún, cabe esperar que la reactivación de la presencia de la Filosofía en el sistema educativo -si se lleva a la práctica de un modo adecuado- beneficiará al país en general coadyuvando a la formación de ciudadanos más conscientes, reflexivos, autónomos y responsables, al extender la cultura filosófica, la ética y el estudio de la evolución histórica del pensamiento a todos los sectores sociales. Para la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), la filosofía proporciona las bases conceptuales de los principios y valores de los que depende la paz mundial: la democracia, los derechos humanos, la justicia y la igualdad. Además, la filosofía ayuda a consolidar los auténticos fundamentos de la coexistencia pacífica y la tolerancia.

Todos de alguna manera reflexionamos y “filosofamos” a lo largo y ancho de nuestra vida, seamos o no conscientes de ello. Todos nos preguntamos, nos interrogamos, indagamos, queremos saber sobre cuestiones que nos interesan, nos preocupan o nos inquietan. No debemos dejarnos asustar por una concepción obsoleta y reduccionista de «filosofía» practicada en determinados ámbitos académicos y alejada de los problemas reales de los ciudadanos. La filosofía nos enseña a reflexionar sobre la reflexión misma, a cuestionar continuamente verdades ya establecidas, a verificar hipótesis y a encontrar conclusiones. Durante siglos, en todas las culturas, la filosofía ha dado a luz conceptos, ideas y análisis que han sentado las bases del pensamiento crítico, independiente y creativo.

La situación

«Hace un cierto tiempo tuvo lugar en España una importante polémica desencadenada por las decisiones gubernamentales que buscaban reducir al mínimo la asignatura de filosofía en los planes de estudio. Esta decisión no era más que una entre las muchas que veían en las asignaturas de humanidades disciplinas prescindibles en una sociedad en la que crecientemente se requieren, se valoran y se remuneran, por encima de todo, los conocimientos técnicos especializados. Puesto que pertenezco al gremio de los filósofos, tuve ocasión de atestiguar el escándalo que entre mis compañeros produjo, con toda lógica, esa decisión. Pero hubo algo que me llamó la atención: el que pocos filósofos, además de indignarse justamente por el despotismo creciente de los valores estrictamente pragmáticos que está provocando la anemia espiritual de nuestra sociedad, se preguntaran en qué medida ha contribuido a este estado de cosas la misma filosofía. En otras palabras, pocos filósofos se preguntaban:

¿Por qué la filosofía ha llegado a ser considerada por la mayoría como algo abiertamente inútil? ¿Por qué ya no se acude a los filósofos ante los grandes retos y problemas de nuestro tiempo?

¿Por qué el estudiante de secundaria que aprende la asignatura suele afirmar que de poco le ha servido ese vertiginoso paseo por las reflexiones de los grandes filósofos (sistemas de pensamiento que se suceden e invalidan entre sí y en los que tan sólo con dificultad puede ver alguna conexión consigo mismo y con sus inquietudes más íntimas)? ¿Por qué tantas personas piensan que la filosofía es un reino inaccesible, lingüísticamente hermético e inabordable, del que sospechan que pocas cosas relevantes pueden obtener?...

En esa decisión no sólo se podía ver una señal de los tiempos y del pragmatismo asfixiante que los caracteriza; también un síntoma del estado de salud de la filosofía». (M. CAVALLÉ, La sabiduría recobrada)

Uno de los dilemas de nuestros días

¿«Acción» vs. «Reflexión»? Atrapados por lo urgente, desatendemos lo esencial. En un mundo tan acelerado como el nuestro a menudo nos encontramos atrapados por lo urgente, mientras lo esencial se desatiende y lo importante se disipa.  Un dilema en el que parecen estar enmarañados una gran parte de nuestros contemporáneos. Pasamos la mayor parte de nuestras vidas atareados en nuestros quehaceres cotidianos y apenas nos queda tiempo para dedicarlo a plantearnos cuestiones y a reflexionar sobre asuntos no menos esenciales (sin embargo, en ello nos va encontrar el sentido de todo cuanto hacemos y vivimos), aunque a veces no formen parte de nuestro interés inmediato. Volcados en el trabajo, en los estudios o en el ocio, no solemos pararnos a reflexionar sobre cuestiones que escapan a nuestro interés directo… Pensamiento débil, superficialidad, inmediatez, emotividad frente a racionalidad, incapacidad de tomar una cierta distancia ante los acontecimientos… son actitudes que caracterizan nuestro tiempo. El gran drama del hombre moderno es que rodeado, abrumado y saturado de tanta información, ha quedado como aturdido, perplejo y desorientado, ha perdido la orientación de su vida, le cuesta reconocer de dónde viene, y ya no sabe muy bien dónde está y a menudo hacia dónde va… ¿Acción o reflexión? ¿Hiperactivismo o sosiego, calma, tranquilidad? Quizás la solución adecuada no sea tanto optar por uno u otro sino saberlos combinar adecuadamente en cada momento. ¿por qué no dedicar tiempo a la contemplación y examen de lo que acontece a nuestro alrededor, a la práctica de la reflexión, al intercambio de pareceres, al diálogo sereno...? Hoy practicar la reflexión con un buen espíritu crítico, por encima de prisas, dispersiones y trivialidades es crucial para no deambular desorientado, perdido, a la deriva.

En una sociedad posmoderna como la actual, tan globalizada, tan diversa y plural, tan “líquida”, instalada en una especie de pensamiento más emotivo que reflexivo, sometida a continuos intentos de manipulación por parte de los dirigentes políticos y grandes corporaciones con marcados intereses mercantilistas, una sociedad en tantos aspectos adocenada, últimamente abonada a la posverdad, y arrastrada más por la emocionalidad compulsiva que por la racionalidad serena, el criterio ponderado, justo y mesurado… ¿qué papel juega o debería jugar una asignatura como la filosofía en la formación de nuestros jóvenes y por ende los filósofos en medio de la sociedad actual? A pesar de aferrarnos cada vez con mayor fuerza a determinadas seguridades, por muchos motivos nuestra fragilidad y vulnerabilidad van en aumento, pero si además, por falta de una formación adecuada, con una mente en determinados aspectos medio atrofiada, poco dada a la reflexión crítica de cuanto acontece, también nos convierten en vulnerables intelectualmente, la cosa se agrava doblemente.

La práctica de la «reflexión»

La facultad de «reflexionar» es uno de los rasgos característicos del ser humano. La reflexión es una actividad de índole mental, es el proceso que permite pensar detenidamente en algo con la finalidad de sacar conclusiones. La reflexión es un proceso del pensamiento en el que se analizan, interpretan, aclaran y relacionan ideas a fin de alcanzar alguna conclusión. La reflexión es considerada como uno de los actos más trascendentales y originales que haya realizado el ser humano; ya que solo el hombre tiene la capacidad de razonamiento, haciendo posible el poder indagar acerca de todo lo que lo rodea y sobre sí mismo. La reflexión tiene una clara conexión con la capacidad de comprender el mundo. La reflexión impulsa también a las personas a pensar sobre lo que hicieron anteriormente y si dicha acción generó un impacto positivo o negativo en sus vidas o en la vida de los demás. La reflexión permite pensar con detenimiento las cosas; pensarlas para sacar conclusiones y mejorar lo que se es o lo que se hace. La reflexión nos debe ayudar a entender lo que hacemos (a verlo en perspectiva). De ahí que suele exigir momentos de descentramiento de uno mismo para convertir lo que somos, lo que pensamos y lo que hacemos en objeto de nuestro propio análisis y valoración. Al reflexionar se crea conocimiento, es decir, se puede obtener una visión completa de las circunstancias perceptibles, pudiendo encontrar algunos patrones que se den cuenta de irregularidades.

La reflexión genera un bucle de retroalimentación que nos permite aprender y progresar. Se trata de usar la experiencia para convertirla en un recurso para el propio crecimiento. Por eso la reflexión no solamente acaba mejorando lo que hacemos, sino lo que somos; supone un crecimiento de la autoconciencia y de la sensibilidad por la propia experiencia y sus consecuencias.  Y si nuestra reflexión es capaz de abrir el foco para incluir en la perspectiva analítica no solo nuestra persona o nuestro círculo más próximo sino un espacio más amplio que incluya el contexto en el que vivimos y las personas a las que afectan nuestras acciones, la reflexión puede convertir nuestra práctica en praxis, en fuerza de transformación de la realidad en la que vivimos. Ésa es una de las consecuencias más ricas y potentes de la reflexión.

Lagunas en la formación de nuestros conciudadanos

En un paradigma educativo de carácter científico-técnico la promoción en el currículo formativo de esta tipología de materias en detrimento de las ciencias sociales y las humanidades es un clásico. La aprobación de la LOMCE relegó la Filosofía y asignaturas concomitantes a un segundo plano ¿En qué medida este cambio en el programa educativo pudiera afectar al desarrollo crítico y al debilitamiento de la capacidad de razonar, argumentar, confrontar, de los futuros ciudadanos? La relegación de ciertos contenidos en el currículo formativo de nuestros jóvenes puede suponer que algunos estudiantes finalicen la educación obligatoria sin conocer los fundamentos que estructuran nuestro pensamiento actual. ¿Se puede vivir hoy sin conocer, por ejemplo, los fundamentos básicos que estructuran el pensamiento occidental?

Reflexionar, preguntarse, cuestionar, indagar… Distraídos como estamos por un activismo desenfrenado, el consumismo, el ocio o el entretenimiento, quizás en ocasiones nos pasan desapercibidos asuntos y cuestiones importantes como consecuencia de la falta de hábito en la reflexión y de no plantearse preguntas e interrogarse sobre algunos de los retos importantes que nos interpelan hoy en día. No siempre estamos habituados a pensar y a reflexionar críticamente sobre cuestiones como, por ejemplo, las consecuencias del cambio climático, el desarrollo económico desbocado, las desigualdades sociales, el embate de ciertas ideologías modernas, el transhumanismo, la experimentación con seres humanos, la muerte, la eutanasia, …

El reduccionismo de lo humano y la mercantilización de la mayoría de su mundo, la desvinculación del mundo natural y la progresiva artificialización de la vida humana resulta una aberración antropológica. La Educación ha de potenciar en el alumno la capacidad de interrogarse, de hacerse preguntas, de plantearse posibles escenarios, dotarle de herramientas que le permitan practicar el juicio crítico ante los retos que nos acechan. A una filosofía que siga próxima a los valores de igualdad y emancipación no le faltan tareas, en este tiempo tan difícil que vivimos y en un mundo plural en continua trasformación y cambio.

Reclamamos una filosofía «para la vida»

La «filosofía» ha sido considerada hasta hoy como actividad meramente marginal, como actividad social simplemente prescindible, como algo propio para «ociosos», pero no apta para industriosos, una actividad no propia, por inútil, para una sociedad regida en su seno por los valores del pragmatismo y del «neg-ocio» ... La supuesta «esterilidad» o «inutilidad» de la filosofía es el principal argumento que esgrimen sus detractores y lo que les ha llevado a considerarla un saber culturalmente perfectamente prescindible. Así anda nuestra sociedad, así andan nuestros dirigentes políticos y de rebote así nos luce el pelo a todos los demás… Hemos de cultivar actividades y actitudes que nos permiten ser en plenitud. Frente al predominio de los valores pragmáticos, pensamiento crítico.

El individuo que no tiene ningún barniz de filosofía, va por la vida prisionero de los prejuicios que derivan del sentido común, de las creencias habituales en su tiempo y en su país, y de las que se han desarrollado en su espíritu sin la cooperación ni el consentimiento deliberado de su razón. La filosofía, aunque incapaz de decirnos con certeza cuál es la verdadera respuesta a las dudas que suscita, es capaz de sugerir diversas posibilidades que amplían nuestros pensamientos y nos liberan de la tiranía de la costumbre.

Son muchos los padres, profesores, filósofos, y asociaciones que reclaman incluir de nuevo una asignatura como la filosofía en los planes de estudio ya que se considera que resulta fundamental en la formación de nuestros jóvenes,  aunque a menudo haya sido tachada de “inútil” frente a otras disciplinas que se consideran “a priori” más provechosas y productivas ante un futuro laboral. Los expertos consideran que su aprendizaje enseña a plantearse preguntas, cuestionar realidades, a razonar y a pensar de forma crítica ante una realidad que se antoja cada vez más compleja. Frente a este arrinconamiento de la Filosofía en las aulas, Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía Política en la Universidad de Valencia, opina que desde distintos colectivos se está trabajando para impulsar la enseñanza de esta materia en aras de una mejor formación de nuestros jóvenes.

Jorge Riechmann,  profesor titular de filosofía moral de la Universidad Autónoma de Madrid, afirma que esta materia está conectada directamente con los intereses e inquietudes de la sociedad, pero diferencia dos formas de concebir la filosofía.  Una filosofía especulativa, actividad altamente tecnificada y especializada, a menudo restringida a comunidades académicas minúsculas.  Y otra clase de filosofía, una filosofía para la vida, que parte de la idea de que todas y todos somos de alguna manera filósofos. En el sentido de llegar a despertar, vivir con los ojos abiertos, de tener desarrollada la capacidad de examinar nuestra propia vida. Porque la filosofía se ocupa de tres grandes preguntas, como enseñaba Kant: qué puedo conocer, cómo debo obrar y qué me cabe esperar, a las que a veces incluía, qué es el ser humano. Unas cuestiones que nos inquietan permanentemente y que no podemos fácilmente obviar. Esta clase de filosofía mundana y existencial sí que conecta con los intereses de la gente. La existencia, el conocimiento, la realidad, la moral, así como la verdad, forman parte de nuestro día a día y son conflictos que estudia la filosofía para ayudarnos a encontrar la sabiduría necesaria para el arte de vivir, conocerla y, por tanto, valorarla. Además, nos forma en el arte del razonamiento y la argumentación, y nos faculta para adquirir una visión más crítica de la realidad.

Adela Cortina, difusora infatigable de la importancia de la Filosofía para la vida y en la formación del ciudadano corriente, considera “apasionante reflexionar sobre el sentido de la vida y de la muerte, sobre los misterios del universo, sobre cómo lograr una vida feliz y construir sociedades justas. Preguntarse por los rasgos de una democracia lo más auténtica posible, adentrarse en la cuestión de qué nos hace verdaderamente humanos y qué sería un mundo transhumano, etc…”. “Para ella la filosofía bien hecha interesa a la ciudadanía ya que trata de sus problemas más profundos, de cuestiones en que nos va la vida, personal y compartida”. Cortina considera que frente a la “posverdad”, la filosofía tiene que denunciar que esa posverdad sencillamente es mentira y fomentar el afán por lo verdadero, la actitud lúcida de quien critica la información que recibe, y ofrecer criterios para poder contrastar una realidad a menudo cambiante y diversa.

La necesidad de la Filosofía y por ende de los filósofos, aún es más acuciante para la actual sociedad posmoderna, globalizada, “líquida” y mercantilizada. Ante este complejo panorama, los filósofos frente a la tendencia generalizada al pensamiento débil pueden aportar algo de racionalidad y un poco más de argumentación. En la Antigüedad grecorromana los filósofos que fundaron escuelas filosóficas no estaban tanto preocupados por desarrollar sistemas interpretativos teóricos de la realidad, sino en proponer modos y estilos de vida. Practicaban una filosofía para la vida y orientada a la sabiduría o al arte de vivir.

«Nos estamos olvidando lo que era el lema de la filosofía antigua, ‘Conócete a ti mismo’ Entra a fondo en tu interioridad y conoce tu verdadero ser. Reflexiona, piensa por ti mismo, ten capacidad crítica, ten ideas propias, ten una mirada crítica y profunda sobre la realidad. No te quedes en la superficie de las cosas». (Mónica CAVALLÉ)

El animal no se pregunta qué es lo que más le conviene, su instinto ya lo sabe. El ser humano, en cambio, para saber a qué atenerse necesita tomar distancia respecto a sí mismo y a su vida. Para su adecuado desenvolvimiento necesita preguntarse qué es lo que en cada circunstancia más le conviene humanamente. Su instinto no se lo dicta imperativamente. La guía de nuestro desenvolvimiento no es el instinto infalible del animal, sino la reflexión. El ser humano necesita, pues, reflexionar, filosofar para vivir adecuadamente. Una vida orientada prioritariamente hacia los bienes utilitarios, es asfixiante humanamente. Si una persona no se plantea las preguntas fundamentales de la vida y solamente vive al día, no reflexiona, no discurre, no razona, no cavila, no «filosofa»... en lo más profundo de su ser no habrá llegado a encontrarse a sí mismo; no se habrá convertido en verdaderamente «humano».

Elaboración propia a partir de materiales diversos

Ver también:

L'ANTHROPOS, UN ÉSSER A DESCOBRIR / FILOSOFIA PER A LA VIDA


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