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El camino de los sabios (I)

Concedamos la palabra a los antiguos maestros en el arte de la vida para que nos indiquen caminos y pautas para la acción.

Sintetizamos el “prólogo” de una de las obras de Walter RISO: «El camino de los sabios». Walter Riso es un investigador reconocido internacionalmente por sus escritos en el campo teórico de la psicología cognitiva, que ha dedicado sus energías a estudiar el comportamiento humano y a acompañar a sus pacientes a través de la experiencia clínica…. El libro de Walter RISO ofrece a los lectores compañía en la trayectoria a recorrer que supone para cada uno la propia existencia.

Miguel Ángel RUIZ GARCÍA, Filósofo

Este prólogo es como una continuación en la conversación a la que Walter Riso nos invita. Mi interés consiste en narrar el efecto, tanto intelectual como estético, que me ha producido la experiencia de la lectura. Intelectual porque el libro remueve los esquemas, los prejuicios y las ideas con los que en la vida corriente uno acostumbra a interpretar y a valorar la propia existencia y la de los demás; y estético porque el libro asume como centro de reflexión dimensiones de la vida afectiva y emocional a las que con frecuencia no prestamos la atención que es debida.

En el recorrido que he hecho por cada una de sus líneas me han sobrevenido inquietudes, preguntas y recuerdos, unas veces relacionados con el modo como los pensadores en la Antigüedad afrontaron las tensiones propias del tiempo en que vivieron; otras veces estas reflexiones limpiaban mi mirada para orientarme en la complejidad propia de esta hora de la historia que nos ha correspondido vivir. «El camino de los sabios» tiene la virtud de mostrarnos que en un diálogo vivo con los filósofos antiguos podemos alcanzar y diseñar perspectivas sobre nosotros mismos, a pesar de la distancia que existe entre el mundo histórico en el que tuvieron lugar sus vidas y sus ideas y el mundo histórico en el que nosotros vivimos y deseamos seguir viviendo las nuestras. Tanto ayer como hoy, se trata de encontrar los medios y las razones que permitan que la vida humana no sólo sea «vida», sino «vida buena».

Entre las preguntas que el libro me ha suscitado destaco las siguientes: ¿qué pueden decir y enseñar los antiguos filósofos griegos y romanos a individuos que vivimos en sociedades cuyas dinámicas están condicionadas, entre otras cosas, por la cultura del consumo, la inseguridad afectiva, el miedo a no ser reconocidos y a ser excluidos, la incertidumbre frente al futuro, la precariedad laboral, la velocidad de nuestras rutinas, la maleabilidad de nuestras creencias y, en general, el carácter accidental y efímero de nuestras experiencias y acciones? ¿Puede una palabra que viene de tiempos remotos resonar y hacerse efectiva en el presente? ¿Cómo construir nuestros proyectos de vida en esta sociedad? ¿Cómo afrontar las preocupaciones, las ansiedades, los miedos, las frustraciones que a diario afloran en nuestras vidas, en nuestro trato afectivo con los demás y en nuestro deseo de vivir una vida decente, tranquila y equilibrada? ¿Cómo lograr y mantener activa una relación positiva con nosotros mismos? ¿Por qué, a pesar de los logros de la ciencia, la tecnología, los avances en la comunicación y los conocimientos sobre el ser humano, vivimos tan expuestos a la angustia, a la sensación de fracaso y de frustración y, sobre todo, por qué se ha vuelto tan complejo hacerse a una forma de vida en la que predomine el equilibrio entre las presiones sociales y nuestras capacidades?

En el libro «El camino de los sabios», Walter Riso postula orientaciones para afrontar los desafíos personales que nuestra época nos plantea. No es un libro de recetas ni de técnicas sino de orientaciones que invitan a pensar nuestra relación con el presente y a actuar en él. Aunque no son escasas las propuestas que actualmente se ofrecen en el mercado de la felicidad para que las personas encuentren soluciones individuales a problemas que son producidos socialmente, el horizonte que estas páginas propone se apuntala en una convicción y en una acertada decisión: conceder la palabra a los antiguos maestros en el arte de la vida para que nos indiquen caminos y pautas para la acción.

El camino de los sabios: hacia la «vida buena» a través de la «actividad filosófica»

El título señala un camino, a saber, el de los «sabios». Se les llama «sabios» por la relación inteligente que tuvieron con su propia vida y con la de sus contemporáneos. En su tiempo fueron vistos y reconocidos como maestros, dado que su sabiduría de la vida, es decir, el modo como vivían, la comunicaban y la compartían y con ella contagiaban a otros para cultivarla. También para nosotros hoy estos «sabios» son un soplo refrescante. Tal como lo sabían de manera clara los antiguos filósofos, la sabiduría no es algo dado y definitivo; hay que buscarla, y tal búsqueda exige un camino, diseñar trayectorias, establecer unas rutinas, unas prácticas, unos hábitos, unos ejercicios. Así, la invitación que el autor nos hace es un acompañamiento en el camino hacia los sabios para que también nos ejercitemos en el arte de la vida.

La sabiduría consiste en hacerse cargo de la propia existencia.

Frente a la creencia de que la «actividad filosófica» se reduce a inventar teorías sobre la naturaleza, la estructura y el funcionamiento del cosmos, Walter Riso defiende la idea originaria de la filosofía: la filosofía como modo de existencia humana, como forma de vida, como cuidado de sí mismo, como cultivo de los afectos, las pasiones y los placeres y no como actividad profesional para ganarse un salario. Los antiguos filósofos tenían varias expresiones familiares para nombrar esta preocupación por el sí mismo: a veces hablaban de philautía, que quería decir amistad y contento con uno mismo; otras veces hablaban de oikoumene, que significaba saberse orientar en el mundo habitado; asimismo era usual que emplearan el vocablo ethos para referirse al modo de habitar el lugar que nos es propio a los mortales. Todo esto nos dice que la sabiduría no consiste en especular sobre los misterios y enigmas del universo, sino, más bien, en hacerse cargo de la propia existencia.

En un diálogo intenso y apasionado con la vida y los pensamientos de Sócrates, Epicuro, Diógenes y Epicteto, Walter Riso establece unos puentes de comprensión beneficiosos para nuestra vida cotidiana compuesta por nuestras relaciones, nuestros oficios y ocupaciones, los lugares que habitamos y transitamos —solos o en compañía—, el conjunto de decisiones diarias que tomamos, las necesidades de nuestra vida biológica y afectiva, nuestros anhelos y creencias, nuestros gustos y preferencias estéticas, nuestras reacciones ante lo que ocurre en la inmediatez de las situaciones. La «vida buena» no es algo abstracto, mucho menos un privilegio de algunos individuos excepcionales y afortunados; está definida y conformada por un conjunto de bienes alcanzables y practicables.

La «buena vida» consiste en la articulación y el equilibrio de estos tres tipos de bienes: los del cuerpo, los externos y los de la mente.

En la tradición de la sabiduría antigua se distinguen tres tipos de bienes: los del cuerpo, los exteriores y los del yo o la mente. Cada uno es importante e indispensable para la vida buena. Los del cuerpo se refieren a la salud, la autoconservación y el bienestar; los exteriores se refieren a las posesiones, el honor, el reconocimiento y la estima social; los del alma o del yo están relacionados con nuestras excelencias, nuestras capacidades —cognitivas, afectivas, emocionales—, pero, sobre todo, por la manera como las usamos. No hay duda de que una buena vida consiste en la articulación y el equilibrio de estos tres tipos de bienes. Walter Riso en este diálogo con los filósofos antiguos pone como centro articulador de la buena vida los bienes referidos al mejoramiento del yo.

El cuidado se sí

Como sabemos por la experiencia, los bienes corporales y los exteriores están expuestos al vaivén de las circunstancias: como cuando se pierden las posesiones o el empleo, o como cuando experimentamos cambios en nuestro cuerpo por efecto de la edad, la enfermedad o un accidente. También la reputación y el aprecio que alguien nos tiene pueden cambiar en el tiempo a pesar de que hagamos esfuerzos por impedirlo. Pero, en relación con los bienes del yo, se trata de una cuestión que sí depende de nuestra actividad. Y en esto se basa la insistencia de El camino de los sabios. En un mundo fluctuante como el nuestro existen factores objetivos que de un momento a otro pueden alterar dimensiones esenciales de nuestra vida. En sociedades altamente individualizadas como las nuestras es probable que no encontremos mecanismos colectivos o institucionales que salgan en nuestra ayuda. Ante el desmantelamiento de las instituciones que solían brindarle seguridad, protección y confianza al individuo, el yo ha quedado solo en el campo de batalla, abandonado a su suerte. Esto no nos debe conducir a una actitud pesimista, catastrófica o conformista. La vía que este libro propone es la del cuidado de sí mismo a través de ejercicios muy concretos que están articulados en cinco principios:

  1. La coherencia como forma de vida o la tarea de ser consecuente con uno mismo.
  2. Ocuparse de sí mismo como tarea creativa de “esculpir la propia estatua”.
  3. La tranquilidad del alma como principio de equilibrio, mesura respecto de las imprevistas alteraciones que provienen del contexto en el que vivimos.
  4. La práctica de la autosuficiencia que consiste en poner en el sitio justo los factores externos que pueden arruinar y hacer desdichada la relación con nosotros mismos.
  5. “Vivir conforme a la naturaleza”, es decir, de acuerdo con nuestra condición de seres que poseen sentidos, inteligencia e imaginación.

La primera parte de la obra está estructurada según cinco principios que no han pasado de moda. Como lo indica la palabra, un principio es un comienzo, algo que impulsa el inicio de algo, en este caso, el inicio del camino de la vida buena. La segunda parte muestra la manera en que esos principios fueron la base de la vida y el pensamiento de los citados filósofos. En todo el texto el autor acude a ejemplos, de ayer y de hoy, para mostrarnos que tal vida buena fue realizada en aquella época y cómo puede ser cultivada hoy. Para cada uno de estos principios se proponen criterios, pautas, indicaciones que no tendrían sentido si el lector no pone en juego su propia experiencia vital, es decir, si él mismo no acoge la invitación de hacer su camino.

Los «sabios» de la antigüedad como referentes de vida

El mensaje que sirve de hilo conductor a estas páginas nos dice que podemos aprovechar la memoria viva de estos filósofos, así como sus ejemplos de vida que cristalizaron en textos, para apropiarnos de manera sana de nuestra cotidianidad, de modo que no sean factores externos los que decidan sobre nuestras vidas. Este libro se ha preocupado por traducir, actualizar, recrear y hacer familiar la «actividad filosófica»  para la vida cotidiana. Para el autor, la actividad filosófica consiste en la sana costumbre de hacer preguntas y conservarlas activas el tiempo que sea, así no haya respuestas. Ya que en nuestro tiempo el arte de hacernos preguntas ha caído en desuso, recuperar esta antigua virtud es una cuestión definitiva para reorganizar nuestras creencias, imaginarios y representaciones de nosotros mismos. Este libro rejuvenece las preguntas que ellos se hicieron para que nosotros fijemos la mirada en lo que puede hacer que nuestra vida sea agradable, buena y bella. El autor considera que en una relación renovada con la filosofía antigua se adquieren perspectivas y horizontes que nos permiten afrontar los dilemas de la existencia en la actualidad. Existen dos caminos para abrir las puertas de la “buena vida”: la «filosofía» y la «psicología». En la introducción al libro W. Riso deja claramente expresada esta relación práctica entre filosofía y psicología.

MIGUEL ÁNGEL RUIZ GARCÍA, Filósofo
Profesor de la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas de la Universidad Nacional de Colombia, Medellín

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