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El bienestar material, sucedáneo de la felicidad

La mitología del bienestar

Los tiempos traen de todo, bueno, malo, indiferente, pero con la característica común de "entrar" fácilmente en las mentes y en las conductas. Las formas culturales del racionalismo, del pragmatismo, del cientifismo, de la tecnologización de la sociedad han arraigado entre nosotros en estilos de vida, en costumbres y en modos de comportamiento que son hoy día casi generales.

Nuestras necesidades no quedan satisfechas sólo con tener asegurado el pan. El ser humano necesita y anhela mucho más. Nuestra gran tentación es hoy convertirlo todo en pan. El peligro reside en reducir cada vez más el horizonte de nuestra vida a la mera satisfacción de nuestros deseos, hacer de la obsesión por un bienestar siempre mayor o del consumismo indiscriminado y sin límites, el ideal casi único de nuestras vidas.

El hombre contemporáneo está gravemente enfermo. Frente a la ausencia del sentido que lo acompaña, el sometimiento técnico-científico del mundo, etc. la sabiduría antigua revela los métodos de «curación» del malestar actual, terapia que tal vez, nos permita curar o, al menos, aliviar el dolor y la desesperación que nos invade.

Aprender a tomar distancia (ver aquí): un ejercicio absolutamente necesario, más si cabe, en tiempos como los nuestros; tan necesario como el aire que respiramos. Imprescindible para descontaminarnos impúdicamente de tanta bazofia vacua y posibilitar otras perspectivas que propicien una confrontación con la tendencia preponderante a uniformizar conciencias y favorezcan desembarazarnos de la dictadura de lo políticamente correcto. La clase política y gobernante que satura nuestras mentes vanagloriándose y vociferando sobre su "exitosa" política, y que aspira a poco más que a asegurar un mínimo de bienestar material, debería tomar buena nota de su constreñido proyecto político. Para favorecer la necesaria toma de distancia crítica respecto a lo que vivimos, ofrecemos a continuación unos breves fragmentos de la obra: La sabiduría antigua: terapia para los males del hombre contemporáneo.

Uno de los males que afligen al hombre de hoy es la búsqueda ilimitada del bienestar material como sucedáneo de la felicidad espiritual, liquidada como un sueño del pasado, quimérico e inexistente.

La abundancia de los bienes materiales, en lugar de llenar al hombre, lo han vaciado. Ha minado y, por tanto, ha com­prometido su consistencia y su espesor moral, en ese pro­ceso en cadena en el cual se crea un consumidor en función del producto y ya no más un producto en función del consumidor.

 

¿Cómo es posible que los artículos de fe fundamentales de la psicología sean las peores bellaquerías y falsedades? “El hombre aspira a la felicidad”, por ejemplo: ¿qué cosa ha existido alguna vez de verdadero en esto? R. NIETZSCHE Nietzsche, Fragmentos póstumos

La felicidad no consiste en el ganado y ni siquiera en el oro: el alma es la morada de nuestra suerte. DEMÓCRITO

 

La mitología del bienestar

(...) Otro de los males que afligen al hombre de hoy es la búsqueda ilimitada del bienestar material como sucedáneo de la felicidad espiritual, liquidada como un sueño del pasado, quimérico e inexistente.

¿No tendremos incluso que evitar pronunciar la palabra «felicidad»? ¿No la usamos siempre más por lo bajo y tímidamente, casi avergonzándonos, como si perteneciera al léxico de las ilusiones de la juventud, esto es, a aquellas ilusiones que el maduro hombre racional ya no tiene derecho a mantener?

Entonces, la que, en un tiempo, era llamada «felicidad» del plano espiritual queda rebajada al plano material y físico: esta consistiría, exclusivamente, en la posibilidad de disfrutar de bienes materiales en el mayor número posible y en la implicación del mayor número posible de personas en tal fruición.

¿Pero es propiamente así?

A decir verdad, la ecuación felicidad = bienestar material está lejos de poder darse por descontado. Ciertamente, el hombre de hoy no quiere renunciar al bienestar; sin embargo, después de haber experimentado ampliamente lo que la mentalidad tecnológico-pragmática ha producido, se ha dado cuenta de que la misma ha traicionado sus promesas.

Tenemos a nuestra disposición, por obra de la técnica, una cantidad y una variedad de bienes materiales que la humanidad no sólo no tuvo jamás en el pasado, sino que no imaginó que podría obtener ni siquiera en los sueños más osados. Y, con todo, nos sentimos más que nunca insatisfechos.

¿Qué sucedió, en realidad?

Sucedió que la abundancia de los bienes materiales, en lugar de llenar al hombre, lo han vaciado. Ha minado y, por tanto, ha comprometido su consistencia y su espesor moral.

Morin acuñó a este propósito la fórmula: «malestar o mal de la civilización». El gran desarrollo prometido por la tecnología ha atomizado a los individuos, ha hecho perder las antiguas solidaridades que unían a los hombres y no sólo no ha producido otras nuevas, sino que, en realidad, las ha sustituido por pseudo-solidaridades burocrático-administrativas, escuálidamente anónimas.

Leemos esta bella página suya1: «La ciudad de las mil luces, que ofrece variedad y libertad, se convierte, además, en ciudad tentacular, cuyos vínculos - como la rutina cama/oficina/autobús- sofocan la existencia, y en la que el estrés acumulado agota los nervios. La vida democrática retrocede. Cuanto más adquieren los problemas una dimensión técnica, tanto más huyen de la competencia de los ciudadanos a favor de los expertos. Cuanto más se convierten los problemas de la civilización en problemas políticos, tanto menos están los políticos en condiciones de integrarlos en su lenguaje y en sus programas. El hombre productor está subordinado al hombre consumidor, este, a su vez, al producto vendido en el mercado, y este último a fuerzas libidinosas cada vez menos controladas, en el marco de ese proceso en cadena en el cual se crea un consumidor en función del producto y ya no más un producto en función del consumidor. Una agitación superficial se adueña de los individuos mientras tratan de huir de los vínculos esclavizantes del trabajo. El consumo desordenado se convierte en hiperconsumo bulímico, que se alterna con las curas hechas con privaciones: la obsesión dietética y la obsesión de la línea multiplican los temores narcisistas y los caprichos alimentarios, mantienen vivo el costoso culto de las vitaminas y de los oligoelementos. Entre los ricos, el consumo se vuelve histérico, maníaco del standing, de la autenticidad, de la belleza, del color puro, de la salud. Estos visitan las vidrieras, los grandes negocios, los mercados de las pulgas. La manía de los juguetes se convierte en manía de la bagatela».

Sin embargo, la manía de la bagatela tiene su precio: la transformación del trabajo de medio a fin. Un siglo antes de Morin, Friedrich Nietzsche había comprendido el mecanismo perverso que lleva a este tipo de histeria: «Hay que trabajar, si no por ser justo, al menos por desesperación, puesto que, considerándolo bien, trabajar es menos aburrido que divertirse». El efecto de todas estas cosas se llama «mal de la civilización».

Su naturaleza ambigua es descrita del siguiente modo en las páginas de Tierra-patria, de Edgar Morin y Anne Brigitte Kern:

«Es dificilísimo reconocer la verdadera naturaleza del mal de la civilización, a causa de todas sus ambivalencias, de su complejidad. Debemos ver los subsuelos minados, las cavernas, los abismos subterráneos, junto al deseo de vivir y a la lucha sorda e inconsciente contra el mal. Debemos ver el conjunto de deshumanización y de rehumanización. Debemos ver las satisfacciones, las alegrías, los placeres, las felicidades, pero también las insatisfacciones, los sufrimientos, las frustraciones, las angustias, las infelicidades del mundo desarrollado, que son diferentes, pero no menos reales, de las del mundo subdesarrollado. Lo que lucha vitalmente contra las fuerzas mortales de esas civilizaciones también forma parte de esta civilización. Las neurosis provocadas por esta no son solamente un efecto del mal: son también un compromiso más o menos doloroso con el mal, para no ser devorados. ¿Las reacciones ante el mal son insuficientes? ¿Se ampliará el mal? De todos modos, la nuestra ya no puede ser considerada como una civilización que haya alcanzado un umbral de estabilidad. Después de haber liberado increíbles fuerzas creativas y de haber desencadenado increíbles fuerzas destructivas, ¿se encamina nuestra civilización hacia su autodestrucción o hacia su metamorfosis?».

(1) E. Morin y A. Kern: Tierra-patria.

Fuente: G. REALE; La sabiduría antigua: terapia para los males del hombre contemporáneo.


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