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Platón en auxilio de posibles despistados, desorientados o desnortados

Recuperando a Platón en su vertiente educativa.

Los «clásicos», si más allá del lenguaje propio de su época sabemos interpretarlos adecuadamente, continúan siendo fuente permanente de inspiración y referencia porque en sus obras encontramos reflejada la problemática en la que perennemente se debate el alma humana y los arquetipos que desde siempre han acompañado y continúan acompañando nuestra condición humana.

Nos hallamos inmersos en el seno de una sociedad muy hábil en el ámbito del desarrollo tecnológico, pero bastante analfabeta en el conocimiento de lo que son los principios y los fines de la vida humana, en todo lo que puede dar un sentido y un significado humano a la existencia. M. CAVALLE, filósofa, profesional de Asesoramiento Filosófico Sapiencial (ver aquí)

«Todos los seres humanos estamos llamados a la virtud, a vivir de una forma plena, a vivir de una forma bella...» Musonio Rufo, filósofo estoico del siglo I.

La «orientación» en el medio es un valor. La orientación nos es necesaria, imprescindible para la supervivencia y para llegar a buen puerto. Indispensable para cualquier auténtico progreso. Y nos es necesaria, tanto a nivel individual como colectivo, en todos los órdenes de la vida. Más si cabe en algunos ámbitos o sectores sociales claves, como el educativo.

Nos hallamos inmersos en el seno de una sociedad muy hábil y competente en el ámbito del desarrollo tecnológico, pero bastante «analfabeta» e incompetente en el conocimiento de lo que son los principios y los fines de la vida humana, en todo lo que puede dar un sentido y un significado humano a la existencia.

En el seno de una sociedad y una cultura desarraigadas antropológica y culturalmente en sus raíces más profundas, podemos encontrar a muchos de nuestros contemporáneos, como en la intemperie, huérfanos de un verdadero anclaje en su existencia. Por eso siempre será oportuna y de agradecer una orientación en el camino.

En semejante tesitura bueno será acudir a los clásicos para que nos echen una mano en ayuda de cuantos despistados, desorientados, perdidos o desnortados ciudadanos del s. XXI se debaten en la perplejidad, no siempre con la suficiente clarividencia para aclararse sobre lo mejor de nosotros mismos y de nuestra civilización. Aunque para algunos parece que no, hay horizontes más allá del solo reclamo del bienestar material, de la política, de la economía, de la competitividad por el éxito profesional o del imperante relativismo social. En ese sentido puede resultar oportuno acudir a la sapiencia de los grandes clásicos en busca de orientación para que a través de su añorada «sabiduría» (una «sabiduría» no tanto intelectual, sino experiencial, vital), a través de su saber y conocimiento experiencial, vivencial, en el «arte de vivir», podamos adentrarnos en la «sabiduría» necesaria para el «arte de vivir en plenitud», recuperando así el norte y la orientación perdida.

Cada época tiene su forma de ver y concebir el mundo, su organización y modelo de sociedad, su estilo de vida. Hoy en nuestro tiempo da la impresión de que vivimos como deambulando sin rumbo claro, como caminando entre brumas, distraídos, dispersos, algunos quizás adormecidos, sin conciencia clara de lo esencial, tal vez anestesiados o abducidos por el deslumbre del consumismo o de la industria del ocio y el entretenimiento.  La cosmovisión clásica, la sociedad de aquella época y el mundo de Platón, son muy diferentes al nuestro. Sin embargo, hay ideas de fondo que, aunque expresadas con el lenguaje propio de la época no caducan, porque han sabido expresar la problemática, las inquietudes, las aspiraciones de los hombres de todos los tiempos y contienen los arquetipos que desde siempre han acompañado y continúan acompañando nuestra condición humana y, si sabemos interpretarlos adecuadamente, pueden continuar siendo fuente permanente de inspiración y referencia. Desde entonces han transcurrido 2400 años: ¿qué puede aportarnos al mundo de hoy un discurso, como por ejemplo el de Platón, pensado y orientado a una sociedad de hace 2400 años con una cosmovisión y una antropología tan diferente a la nuestra?

En el enfoque actual de nuestra educación hay algo que no funciona. La revolución educativa es todavía una asignatura pendiente entre nosotros. No podemos continuar siendo rehenes de la dictadura del utilitarismo. A veces nos enfarzamos con debates sobre aspectos educativos periféricos (deberes?, reválidas?, religión? españolizar?, más idiomas, más matemáticas, menos humanidades...) orillando las cuestiones más nucleares. Operamos faltos de una concepción integral del ser humano. Lo decía Chesterton: la raíz de los males del mundo es una concepción errónea sobre lo que es el hombre. Nuestras leyes educativas y muchos de nuestros profesionales operan con una concepción sesgada, parcial, incompleta del ser humano. Evitaríamos muchas discusiones estériles si todos operásemos con una concepción más completa de lo que es el ser humano y en función de una formación integral del mismo. En la formación y selección del profesorado hay todavía mucho que mejorar. La misma conceptualización de «educación» no está nada clara en muchos profesionales de la educación. Nuestro sistema educativo está al servicio, aunque sea sutilmente, del sistema productivo y está orientado prioritariamente a “producir” el mejor capital humano posible, el más competitivo, pero al servicio de los más perversos intereses de la globalización y del sistema económico. Mientras el mundo educativo reclama más recursos, existe una falta de consenso en cuanto a la orientación y las metas que debe perseguir una buena educación. Mientras tanto, la principal y casi “total” y única preocupación del “Estado”, a tenor de lo que se puede apreciar en los debates parlamentarios, se ciñe a gestionar de la mejor manera posible el bienestar material de los ciudadanos y asegurar unas mínimas condiciones materiales de vida y poco más. Se nos llena la boca apelando a la necesidad de “innovación” metodológica o de medios en el ámbito educativo, pero obviamos el necesario, urgente y prioritario debate sobre metas y fines educativos. La modernidad ha atrofiado ciertas competencias antropológicas básicas de fondo y permanecemos tan tranquilos...

Los «clásicos», por su parte, focalizaban su preocupación en nobles y envidiables ideales individuales y colectivos. Se preocupan e interrogan por el sentido último de la existencia humana. Su ideal es construir una sociedad “justa” donde el ciudadano pueda ser “feliz”. Se preguntan por la forma más adecuada de construir esa sociedad ideal. La sociedad ideal será aquella que se guíe por la “razón” y en la que triunfe la “virtud”, en especial la justicia. En la cosmovisión platónica existen dos mundos, el de los objetos sensibles (mundo sensible) y el mundo verdadero, el mundo de las ideas (mundo inteligible). El acceso a este último es el que proporciona un conocimiento verdadero, y del único del que nos podemos fiar. La idea de Bien debe guiar al Estado y al individuo. Una de las grandes preocupaciones de Platón: la formación de los gobernantes, de los dirigentes políticos, formar ciudadanos con la mirada profunda que necesita el hombre de Estado para conducir la sociedad real hacia la sociedad ideal. Ese prototipo está representado en Platón por la figura del «filósofo», es decir aquél que ha llegado a descubrir lo que en verdad es importante en la vida: qué es lo justo, lo injusto, qué es el bien y el mal. El individuo platónico no nace, sino que se hace. Para Platón el supremo bien del hombre es alcanzar la verdadera felicidad.  El hombre debe ser formado en la «virtud», en el dominio de sí. Para Platón la educación consiste en orientar la inteligencia hacia el verdadero objeto de conocimiento que es la comprensión de la idea de Bien. Lo que propone el pensamiento platónico es formar seres humanos libres, con una verdadera capacidad para elegir, para diferenciar lo secundario de lo principal, dotándoles de una "sabiduría práctica" cuyo fin es alcanzar el bien común y la felicidad (o "bienestar" ) de cada uno de los individuos de la comunidad. La propuesta de Platón supone una invitación a elevar a lo más alto lo mejor y más noble de cada uno.

Platón concebía la «sabiduría» no tanto como acumulación de conocimientos intelectuales, sino la que se deriva de la experiencia acumulada en el «arte de vivir», resultado de haber experimentado a fondo la densidad de la vida. Platón la considera como la virtud superior, paralela a la clase superior dentro de la Ciudad ideal y a la parte más elevada del alma en la división tripartita de ésta. Lo que en verdad es importante en la vida es descubrir qué es lo justo, lo injusto, qué es el bien y el mal, y eso no debe dejarse en manos de cualquiera, sólo el “filósofo”, (es decir, el amante de la «sofía», aquél que ha llegado a descubrir lo que de verdad es importante en la vida) está preparado para responder adecuadamente a tales retos y por tanto preparado para dirigir el destino de la polis y la vida social. El ideal antiguo de «sabio», no es solamente el hombre que sabe, sino el hombre de experiencia en el «arte de vivir». El verdadero «sabio» es el que posee todas las condiciones necesarias para pronunciar juicios reflexivos y maduros, sustraídos tanto a la pasión como a la precipitación. Por eso el sabio es llamado también el hombre prudente, el juicioso por excelencia. El único hombre capaz de vencer por el conocimiento del bien las celadas, las trampas, que el mal opone a la existencia.

En el contexto de la cosmovisión propia de Platón, veamos qué nos puede aportar, en unos tiempos de pensamiento débil, a los a menudo desorientados y confusos ciudadanos del s. XXI. una aproximación a algunas de sus ideas educativas. La cosmovisión platónica tomada alegóricamente, es decir, como representación simbólica de ideas por medio de otras figuras literarias nos puede sugerir hoy algunas pistas para la reflexión: que el utilitarismo no es el único enfoque educativo posible, que hay distintos niveles de afrontar la existencia, en qué grado es acertado o no el actual enfoque educativo, que las necesidades humanas no se agotan en el mero plano material, que hay horizontes más allá de la satisfacción de esas necesidades materiales, que el modelo de felicidad que nos propone la modernidad basado en las apariencias, el éxito, el reconocimiento social o el consumismo es falaz, nos permite replantearnos también la más o menos acertada pertinencia de nuestros actuales fines educativos, que más allá del éxito «profesional» se encuentra el todavía más importante triunfo en la realización «personal», el tipo de saberes necesarios para asegurar ese ineludible triunfo personal, etc.

 

Contexto histórico

Platón nació en el seno de una familia de la nobleza ateniense, allá por el año 427 a.C. y muere en el 348 a. C. Por su origen aristocrático, se vinculó con la vida política de Atenas desde su más temprana edad. Desde muy joven quiso intervenir en los asuntos públicos. Pero tras la injusta condena de su maestro Sócrates, acaecida durante un gobierno democrático escribe: “Entonces me comenzó todo a dar vueltas con vértigo de náuseas, y llegué a la convicción de que todas las actuales constituciones de los pueblos son malas. Y me vi impelido a cultivar la auténtica filosofía, pues a ella hacía yo el honor de creer la fuente del saber para todo, maestra de lo que es bueno y justo tanto en la vida pública como en la vida privada. Nunca se verá la humanidad libre de los males que la aquejan, así pensaba yo, mientras no se hagan cargo de los negocios públicos los representantes de la verdadera y auténtica filosofía, o al menos mientras los investidos del poder público, llevados de un impulso divino, no se decidan a ocuparse seriamente en la verdadera filosofía”.

Para Platón la «buena» educación ayuda a desarrollar de manera «virtuosa» lo mejor y más noble de cada uno.

Platón expone su concepción educativa en el libro La República y en Las Leyes. Hoy damos al término “educación” un significado muy laxo. Sin embargo, en los textos de Platón el término “educación” tiene un significado diferente al que predomina hoy en día. Quien transita la verdadera educación se ve obligado a superar el sentido común, la forma media de ver las cosas, para descubrir lo que hay detrás. La verdadera educación implica la adopción de una óptica "nueva" que se adquiere cuando uno se aleja de lo cotidiano o, mejor aún, cuando comienza a mirar lo cotidiano con ojos diferentes. La concepción platónica de la educación es opuesta a la de los sofistas. Para Platón la «buena» educación ayuda a desarrollar de manera «virtuosa» lo mejor y más alto de cada uno. La educación auténtica no es aquella que prepara para alcanzar el poder y el éxito en la sociedad en sentido utilitarista, sino la que conduce a la verdad y al bien y nos orienta hacia la posesión armónica de nosotros mismo, en pos de la verdadera «felicidad».

Antes de ocuparnos de la concepción platónica de la «educación», repasaremos brevemente los conceptos centrales de la antropología del filósofo ateniense, ya que sólo desde ella adquieren sentido sus ideas pedagógicas. Sabiendo qué es el hombre, cuál es su condición y cuál su destino, sabremos cómo se lo debe educar para que alcance su máxima realización.

Metafísica y antropología del filósofo ateniense

En la cosmovisión platónica existen dos mundos, el mundo «sensible» y el mundo de las «Ideas». Para Platón las «Ideas» no son sólo realidades mentales, son realidades perfectas que existen en el cielo. Para Platón lo auténticamente real, verdadero, es lo inmutable, lo eterno, lo inmaterial, las ideas. Las Ideas son únicas, inmutables, indivisibles y eternas. Por ejemplo, la idea de “bien” (idea suprema en la concepción platónica), lo “justo” (el cumplimiento de las leyes). Las cosas terrestres apenas nos permiten imaginar su belleza y realidad. El hombre es burlado sin siquiera saberlo. Vive en el engaño, despreocupado, ignorante. Pero esa situación no es necesariamente definitiva. El hombre posee los medios para escapar de ella: la razón y la educación. El hombre mediante el uso de la razón puede alcanzar el conocimiento del mundo inteligible y contemplar la Idea de Bien. El mito de la caverna nos muestra las dificultades que encontraremos para pasar de la ignorancia al conocimiento de la idea de «Bien», que se expresa con el paso de la «oscuridad» a la «luz», hasta contemplar directamente el «sol» en el «cielo».

La educación auténtica no es aquella que prepara para alcanzar el poder y el éxito en la sociedad en sentido utilitarista, sino la que conduce a la verdad y al bien, nos orienta hacia la posesión armónica de nosotros mismo, en pos de la verdadera «felicidad».

Antropología. Concibe al hombre como una dualidad entre alma y cuerpo, la primera se encuentra prisionera en la segunda. Platón sostuvo que el hombre tiene un alma unida a un cuerpo, si bien el alma tiene el primado sobre el cuerpo. Para Platón el hombre es su alma y el cuerpo no es sino una morada transitoria. Platón consideraba el alma como la dimensión más importante del ser humano. El hombre es su propia alma. Concibe el alma como algo independiente, parte de lo divino y de lo bueno. Según Platón en el alma podemos diferenciar tres dimensiones: racional, irascible y apetitiva. Se habla de dos almas mortales: la pasional y la apetitiva. Por encima de ellas estaría el alma racional. El alma individual debe guiarse por la dimensión racional, la razón. La razón, que busca conocer lo real, lo verdadero, debe por tanto elevarse desde este mundo mudable, en el que nada es porque todo siempre está dejando de ser, hacia el mundo de las ideas, el mundo verdadero.

El cuerpo no es sino la cárcel en que el alma se ha visto encerrada. El camino del conocimiento es un camino de liberación del cuerpo, de los sentidos, de la materia. Y este camino no es otro que el de la realización del fin último del hombre. Las pasiones, de ser conducidas por la razón, pueden llevar al hombre a vivir según su condición divina, y, de ser indisciplinadas, pueden impedir al hombre su realización. Se percibe así el riesgo de una formación que descuide las pasiones, que las deje crecer, hacerse fuertes y desordenadas. Un caballo así crecido y mal educado se torna difícil de conducir y, en vez de servir a los fines de la razón, lleva al hombre a perderse en sus caminos caprichosos y carentes de destino.

La alegoría de la caverna

Platón inicia el libro séptimo de La República relatando una historia imaginaria con el fin de clarificar qué es la educación. La misma se conoce como "mito de la caverna" o "alegoría de la caverna".

Un grupo de hombres vive dentro de una «caverna». Los separa del «mundo exterior» un camino escarpado. Ellos, que nunca lo han visto, toman a las sombras reflejadas en el interior de la caverna por realidad, viviendo así en el error y el engaño. Están tan convencidos de ello que educarlos, es decir, ayudarlos a transitar el camino hacia el exterior para que contemplen el mundo real, se torna muy difícil. Si a un hombre que vive en la caverna de la ignorancia “se lo obliga a mirar la luz misma del fuego, ¿no herirá ésta sus ojos?”. El aprendizaje es doloroso. Se necesita esfuerzo para superar las opiniones cotidianas y elevarse a lo que verdaderamente es. Sin embargo, la recompensa vale el esfuerzo: “Si [quien ha salido de la caverna] recordara la antigua morada y el saber que allí se tiene, y pensara en sus compañeros de esclavitud, ¿no crees que se consideraría dichoso en el cambio y se compadecería de ellos?”

El hombre que ha realizado el proceso, que se ha educado, sufre y se confunde al enfrentarse con el mundo superficial y sensible al que está habituado; sus ojos quedan “como cegados por las tinieblas al llegar bruscamente desde la luz del sol”. Pero, a pesar de ello, el «filósofo», el amante de la verdadera «sabiduría», es decir aquél que ha llegado a descubrir lo que en verdad es importante, qué es lo justo, lo injusto, qué es el bien y el mal,  debe volver a la caverna para iluminar a quienes aun viven en la oscuridad. La educación es vocación para quien ha sido educado, es una llamada que exige renuncia y que no se acepta buscando placer u honor sino soportando las molestias en pos de la superación social de la ignorancia.

La educación es entonces el proceso que permite al hombre tomar conciencia de la existencia de otra realidad, más plena, a la que está llamado, de la que procede y hacia la que se dirige. El hombre educado comprende que esta vida no es sino un paso, un eslabón de una cadena de reencarnaciones que deben aprovecharse para dejar lo sensible en pos de lo inteligible, haciendo el mérito necesario para superar esta condición corporal de modo definitivo.

La Educación en la concepción platónica

La educación permite al hombre tomar conciencia de la existencia de otra realidad, más plena, a la que está llamado, de la que procede y hacia la que se dirige.

En Platón Estado - polis justa - Educación están muy interrelacionados. Platón otorga muchísima importancia a la organización del Estado, pero la clave está en que debe hacerse partiendo de «individuos». Para Platón el Estado ideal se fundamenta en la justicia. Un estado justo es el que viene impuesto por la Idea del Bien. La idea de Bien debe guiar al Estado y al individuo. En la concepción platónica la «educación» juega un papel central en la vida del Estado. Las raíces de la teoría de la educación platónica deben buscarse en la metafísica y la antropología del filósofo ateniense. De ella depende la «virtud» de los ciudadanos y de ésta el «orden» y la «justicia» del mismo. Platón empieza reconociendo que lo malo de los Estados existentes es que la educación ha sido equivocada. Platón comprendió que la educación del hombre, y en especial del gobernante, es el único camino para llegar a conformar una sociedad justa. Esa madurez exigible a la clase dirigente se conseguía tras 50 largos años de intensa preparación y estaba reservada al «filósofo»: sólo quien vive en el diálogo directo con lo inteligible, quien se eleva de lo mudable y sensible a lo inmutable y eterno, posee la mirada profunda que necesita el hombre de Estado para conducir la sociedad real hacia la sociedad ideal. Los ciudadanos serán felices si son gobernados por la persona más «sabia» y «justa». Sólo la persona bien instruida sabrá anteponer el bien de la razón, el bien del alma al del cuerpo. Todo un gran contraste con nuestro tiempo.

El saber de lo más importante —qué es lo justo, qué es lo injusto; qué es el bien, qué es el mal— no debe dejarse en manos de cualquiera: sólo el «filósofo» podrá responder adecuadamente a tan fundamentales preguntas. El “mito de la caverna” lo expresa muy bien: los que consiguen escapar de ella y contemplar el sol (la Verdad, la Justicia y el Bien) deben “volver a la caverna” para guiar a los que allí continúan.

El hombre que ha alcanzado este grado superior de educación es el único capaz de organizar la vida social de modo tal que la ciudad sea justa y sus miembros dichosos. La educación no se refugia en las academias, tiene vocación y fin políticos. La educación es la llave que permite arribar a una sociedad en la que las virtudes caractericen a los hombres y al Estado.

La «virtud»

El fin supremo de la existencia es la virtud. «Virtud», podría decirse, es aquello que hace que cada cosa sea lo que es. La areté o virtud consiste en el perfeccionamiento de lo mejor de uno mismo, es una forma de perseguir la excelencia humana. La virtud es sinónimo de conocimiento, de discernimiento de lo que es bueno, adecuado para nosotros, es el hábito que nos encamina hacia el Bien. El intelecto, la razón, órgano del conocimiento, es el factor dominante en el hombre. Nuestra estructura humana nos conduce de forma natural hacia el bien, hacia aquello que es bueno para nosotros; es la ignorancia, nuestra propia ignorancia, la que nos desvía de tan noble objetivo. Vivir conforme a la «virtud» significa, pues, que la razón, la actividad racional, es la que dirige y regula todos los actos del Hombre, toda la conducta humana; en esto consiste la vida virtuosa. La virtud es esa fuerza, potencia, poder, capacidad, para buscar el bien, la propia plenitud humana, su propia perfección en todos los terrenos. Un hombre es excelente cuando lo mejor de sí mismo, es decir, su razón, domina y refrena las otras dos partes de su espíritu, es decir, sus deseos de reconocimiento y de placeres corporales. Los hombres dominados por las partes bajas de su alma, ya sea por deseos inmoderados (irracionales) de placeres físicos o de reconocimiento social impiden el correcto desarrollo de su alma racional, y no pueden ser, por tanto, virtuosos. Platón pensaba que estos hombres en su tiempo constituían la inmensa mayoría. El hombre debe ser formado en la virtud, en el dominio de sí. La virtud es el camino para alcanzar el bien.  

El hombre educado es aquél que, comprendiendo que el mundo sensible es sólo una imagen confusa del realmente real, se eleva de lo sensible, mudable y material a lo eterno y al hacerlo descubre que está llamado a vivir en trato directo con lo divino. 

Platón busca mediante la educación liberar al alma respecto del cuerpo. No se trata de memorizar discursos o artimañas retóricas para triunfar en las discusiones, como hacían los sofistas. Para Platón la educación consiste en orientar la inteligencia hacia el verdadero objeto de conocimiento que es la comprensión de la idea de Bien. Para despertar la inteligencia es necesario desarrollar las virtudes y controlar los deseos irracionales. Cuando la razón domina y gobierna al hombre, el caballo concupiscible se torna templado, el irascible fuerte, la razón actúa con prudencia y el hombre adquiere en sí mismo el valor de la justicia. El individuo bien educado es, pues, aquel que ha tomado posesión de sí mismo y se ha armonizado. La educación es una conquista de la propia conciencia.

Para Platón el supremo bien del hombre es alcanzar la verdadera «felicidad». Y esta consiste en el desarrollo de su auténtica personalidad como ser racional y moral, el recto cultivo de su alma racional. La felicidad debe alcanzarse mediante la práctica de la «virtud». Y esto sólo puede lograrse mediante la educación.  La educación es necesaria, pero la auténtica educación es la que conduce a la verdad y al bien. La concepción platónica de la educación es opuesta a la de los sofistas. Según estos, la educación consistía en impartir a los alumnos ciertos conocimientos necesarios par alcanzar el poder y el éxito en la sociedad, es decir que el conocimiento tenía para ellos un valor utilitarista. Platón, por su parte, entiende la «Educación» como un auténtico arte de conducir el alma hacia la verdad. Para Platón la misión del educador es dirigir las preguntas, establecer un diálogo con el alumno de manera que haga posible el descubrimiento de la verdad. El método consiste en llevar al interlocutor al descubrimiento de la verdad por sí mismo. Sólo cuando el alma haya alcanzado el conocimiento de los auténticos valores éticos y políticos podrá conseguir la virtud (areté).

Para Platón ser es ser lo que se es.  La única realidad que responde a las exigencias del ser así definido son las ideas. Las ideas platónicas no se encuentran en los objetos del mundo sensible sino fuera de ellos, en un mundo ideal, arquetípico; existen con independencia del hombre que las piensa. Y la educación consiste precisamente en aprender a remontarse desde este mundo mudable, enclavado entre el ser y el no ser por el devenir, hasta el mundo inmutable en el que el ser se contempla en su plenitud, hasta las ideas eternas.

Según Platón, el hombre educado es aquél que, comprendiendo que el mundo sensible es sólo una imagen confusa del realmente real, se eleva de lo sensible, mudable y material a lo eterno, inmutable, inteligible e inmaterial, a las ideas; y al hacerlo descubre que está llamado a vivir como un dios, en trato directo con lo eterno. La propuesta de Platón supone una invitación a elevar a lo más alto lo mejor y más noble de cada uno.

Elaboración propia, a partir de materiales y recursos diversos 


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