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La Educación: del utilitarismo al cultivo del alma

Hoy la Educación necesita superar el estadio puramente tecnológico, para adentrarse con ímpetu en el estadio teleológico (finalidades últimas de la Educación).

La Educación consiste en el cuidado del alma, el cultivo del espíritu: una especie de polaridad del alma que oriente al que se está formando en un sentido definido no sólo durante la infancia sino para toda su vida.

La educación debe ser eficaz. Pero esa eficacia debe perseguir no sólo el rendimiento académico, sino también la plenitud humana.

Estoy intentando persuadiros [...], oh jóvenes y ancianos: no debéis tener cuidado de vuestros cuerpos, ni de las riquezas, ni de ninguna otra cosa con mayor empeño que de vuestra alma, de modo que se vuelva buena lo más posible, insistiendo en que la virtud no nace de las riquezas, sino que de la misma virtud nacen las riquezas y todos los demás bienes para los hombres, sea en lo privado o en lo público.

PLATÓN, Apología de Sócrates

Nos encontramos en medio de una mentalidad utilitarista y mercantilista y una cultura científico-técnica que lo impregna todo, en medio de una sociedad compulsiva, primaria, poco reflexiva, agitada, acelerada, inquieta, apresurada, volátil... ávida de aplicar sus más conspicuos logros a los más inusitados ámbitos de lo humano… tambén al ámbito educativo-formativo.

Al «sistema» le interesa formar sobretodo gente «útil», aunque quizás no tanto «pensante». La educación tradicionalmente, en lugar de dedicarse a formar personas que sean capaces de responsabilizarse en sus quehaceres, de perseguir el trabajo bien hecho, de formar en valores, de comprometerse y solidarizarse con los demás, de dar primacía al «ser» sobre el «tener», se ha dedicado prioritariamente a formar profesionales, profesionales aptos para ocupar lugares relevantes socialmente, obtener beneficios materiales, conseguir reconocimiento externo y para objetivos similares... a desarrollar capacidades que potencian fundamentalmente las destrezas técnicas y los valores egocéntricos pero que hipertrofian, por falta del necesario cultivo, las dimensiones más propiamente humanas. Es necesario minimizar las «humanidades» para dar mayor espacio a lo útil, a lo práctico, a lo que de verdad hoy importa, se dice. Se priorizan los objetivos educativos  en función sobretodo de la utilidad práctica de las materias, olvidándose de aquello que aparentemente in-últil, es absolutamente necesario para orientarnos hacia una vida más digna y plena.

El verdadero «progreso», requiere de una buena Educación. Hoy la Educación necesita superar el estadio puramente tecnológico, para adentrarse con ímpetu en el estadio teleológico (finalidades últimas de la Educación). Debemos superar el reduccionismo actual de la Educación, una Educación utilitarista, epidérmica, superficial, periférica (no nuclear ni esencial) y no sólo enseñar a «hacer», sino también a «ser». Una buena Educación requiere de una idea clara acerca de la finalidad de la vida, además de una idea nítida del tipo de «ser humano» que hay que alumbrar, que hay que forjar. El «ser humano» no sólo es trabajo, empleo, profesión, economía, «capital» humano; ni tampoco solamente: estudiante, ciudadano, cibernauta, productor o consumidor; es también un ser inserto en un proceso de desarrollo «personal», que hunde sus raíces más profundas en una estructura y unas relaciones familiares sanas, base del equilibrio personal y fundamento de cohesión social. La educación debe ser eficaz. Pero esa eficacia debe perseguir no sólo el rendimiento intelectual, sino también la plenitud humana.

Como decía de manera excelente Durkheim, el objeto de la educación no es darle al alumno cada vez mayor cantidad de conocimientos sino constituir en él un estado interior y profundo, una especie de polaridad del alma que lo oriente en un sentido definido no sólo durante la infancia sino para toda su vida. Esto significa indicar que «aprender a vivir» necesita no sólo de conocimientos sino de la transformación, en el propio estado mental, del conocimiento adquirido en «sapiencia» y la incorporación de esta «sapiencia» a la vida. ( E. MORIN)

La Educación consiste en el cuidado del «alma», es decir, el cultivo del espíritu, el desarrollo de las más altas virtualidades del espíritu humano, la formación más perfecta y completa posible. La preparación para la profesión es muy importante, pero más aún lo es la preparación para la vida. Podemos fracasar en nuestra tarea profesional, pero no podemos permitirnos el lujo de fracasar como seres humanos.  Y esta preparación implica el cuidado del alma, las dimensiones más nobles del ser humano. Al hablar de "cuerpo" y "alma" utilizamos un lenguaje figurado, tomado de Platón, para explicar la realidad tan compleja y rica de la naturaleza humana. Aquí «alma» debería entenderse no como una polaridad dualística (cuerpo-alma) o entidad inmaterial o metafísica, diferente a la del cuerpo, con vida propia, al estilo platónico al intentar explicar la naturaleza humana… sino como el principio vital, el aliento vital, lo anímico, el ánimo, el espíritu que nos impulsa, que nos anima, que nos mueve, el espíritu que nos impele, es decir lo más alto y lo más noble del ser humano, la fuerza que nos impulsa a ir más allá… por eso se dice que la Educación es la experiencia de la grandeza, que el olvido del alma (es decir, el descuido en el cultivo del espíritu, de la parte más noble del espíritu humano) es la destrucción de la educación, la educación queda entonces "desvirtuada", "prostituida" "desalmada" y una educación desalmada sólo puede conducir a una sociedad desalmada, es decir, una sociedad despojada de... sin lo mejor de ella misma.

A continuación recuperamos un sugerente artículo de Ignacio Sánchez Cámara titulado «El olvido del alma»

Por Ignacio Sánchez Cámara, catedrático de filosofía del derecho

«La preparación para la profesión es muy importante, pero más aún lo es la preparación para la vida. Y esta preparación consiste en el cuidado del alma. El olvido del alma es la destrucción de la educación. Una educación desalmada sólo puede conducir a una sociedad desalmada.

 

Una sociedad que olvida o prescinde del alma es una sociedad desalmada. El centro de la vida de una sociedad es la educación. Una sociedad vale, en gran medida, lo que vale su hombre medio, es decir, su educación.

La educación, al menos desde Platón, consiste en el cuidado del alma. Aquí reside también el ser de Europa, según, entre otros, el filósofo polaco Jan Patôcka. Todo debate sobre la educación es estéril si se omite la referencia al alma y su cuidado.

Ningún problema técnico es relevante –desde la financiación a la calidad, desde la polémica entre la escuela pública o la privada…– si se omite la referencia al alma. Por cierto, en realidad toda educación es pública. Por cierto, lo que es público o privado es la titularidad de los centros.

La etimología nos orienta sobre la pista correcta. Educar es conducir, llevar, forjar... No hay educación sin finalidad, sin teleología, sin la representación de un ideal hacia el que se debe encauzar el camino del alma. Pero no se trata de forzar. Ni siquiera de formularla dogmáticamente. Bien decía Ortega y Gasset que quien pretenda enseñarnos una verdad, que no nos la diga, sino que nos muestre el camino para alcanzarla por nosotros mismos. La verdad nunca es cuestión de fuerza.

La Educación es la experiencia de la grandeza. Si se niega la posibilidad de la experiencia de la grandeza, se niega la Educación.

En su bello libro La infancia y el filósofo, Jorge Úbeda encuentra en la obra de Platón motivos para pensar de un modo nuevo la finitud y la temporalidad humanas. Y lo hace a través de una personal y pertinente interpretación de los dos diálogos en los que aparecen niños: Lisis y  Cármides. La educación platónica consiste en el cuidado del alma. Y el alma es razón que desea y es también amor. La clave se encuentra en ese incesante deseo de amar y ser amado. Si se niega el alma, se niega la condición de la posibilidad de la educación.

La filosofía, según Platón, aspira al conocimiento de lo verdadero. Pero esto no es posible a través de los sentidos. Lo sensible es siempre opinable. Sólo el alma puede captar lo verdadero, pero para ello necesita abandonar la dirección y guía de los sentidos. La verdad es asunto del alma. Por eso la filosofía consiste en la purificación del cuerpo para alcanzar el pensamiento puro. Pero la separación del alma y el cuerpo es la muerte. En este sentido, la filosofía no puede ser sino tendencia hacia la muerte. La filosofía consiste para Platón también en una asimilación a lo divino, en proceso de perfeccionamiento que nos acerque a la Divinidad. Entonces, toda verdadera educación es religiosa. Y todo pedagogo que niegue el alma o es un ignorante o un impostor.

El cuidado del alma sólo lo puede hacer uno mismo, pero no lo puede hacer solo. Para Platón la amistad deviene condición del propio cuidado del alma. Según Jorge Úbeda, al concebir la razón como deseo, Platón se encuentra con Emmanuel Levinas. Y no cabe sino compartir su afirmación: «A pesar de todo, la noción de alma me sigue pareciendo plenamente inspiradora y patentemente más descriptiva que la mente, el Yo, el Sujeto o el Dasein de los modernos y contemporáneos».

Decía, con verdad, Swift que la educación es la experiencia de la grandeza. De ahí que sus principales enemigos sean el relativismo, el igualitarismo y la politización. Ellos entrañan la destrucción de la educación. Si se niega la posibilidad de la experiencia de la grandeza, se niega la educación. Si se entroniza la mediocridad de la mano de un igualitarismo mal entendido, se destruye la educación. Si el poder asume su control, se destruye la educación. La politización es un grave mal que la convierte de fin en instrumento. Además, la política entraña el imperio del hombre común.

Es muy probable que el éxito educativo de Finlandia (al menos el relativo a los resultados tangibles) se deba a la valoración de la función social del profesor. Y no creo, desde luego, que se deba a la convicción finlandesa de que la educación consista en el cuidado del alma. Pero, al menos, se valora su función. ¿Qué no haría una sociedad convencida de que la educación consiste nada menos que en eso, en el cuidado del alma?

La crisis actual de la educación no es tanto un problema de medios como de fines. Para “educar”: una idea acerca de la finalidad de la vida requiere una idea clara del hombre que hay que forjar.

Si no me equivoco, todo esto arroja alguna claridad sobre la crisis actual de la educación, generalmente reconocida. Pero lo que nos falta es, con frecuencia, el diagnóstico certero. No es tanto un problema de medios como de fines. Educar consiste en proponer un camino, acompañar, conducir. Eso significa que requiere una idea clara del hombre que hay que forjar. En suma, una idea acerca de la finalidad de la vida. Sin esto, sólo podrá consistir en acarrear técnicas y saberes más o menos prácticos. Pero lo más importante en la educación es siempre algo intensamente inútil. Precisamente porque no es un medio para obtener nada, sino un fin en sí.

La educación es la verdadera política. Platón distinguía entre la política socrática, entendida como pedagogía social, como educación del ciudadano, y la política sofística, que sólo busca halagar a los ciudadanos para obtener el poder. Las sociedades no pueden vivir sin minorías ejemplares que ejerzan la autoridad espiritual. Y estas minorías sólo pueden surgir a través de la educación. Pero resulta extremadamente difícil el imperio de la verdadera política. Para Platón la política democrática se asemeja a la situación de un médico y un pastelero juzgados por un tribunal de niños.

La etapa fundamental es la infancia. Después todo está ya ganado o perdido. Quizá no sea cierto que la infancia sea siempre una edad de oro. Nietzsche decía que debíamos poner en nuestras vidas la seriedad que pone el niño en sus juegos. Lo que da una superioridad al niño sobre el adulto es su manera de manejar el tiempo. El niño juega entregado al instante. Y, como Wittgenstein afirmó, vive eternamente quien vive el presente. La eternidad es el tiempo de la infancia. Sólo se libera del pasado quien vive en el presente. Sólo deja de temer al futuro quien vive en el presente. Pero la infancia también es conciencia de limitación y finitud. El hombre es un ser radicalmente menesteroso y dependiente. Entonces resulta extremadamente paradójico, más aún erróneo, considerar que el ideal y la plenitud humana consistan en bastarse a sí mismo. Ningún hombre se basta a sí mismo. Tampoco debería olvidar esto la educación.

La preparación para la profesión es muy importante, pero más aún lo es la preparación para la vida. Y esta preparación consiste en el cuidado del alma. El olvido del alma es la destrucción de la educación. Una educación desalmada sólo puede conducir a una sociedad desalmada.

 

Ver también: «Mundo educativo», ¿quo vadis?


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