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La morada cósmica del hombre. Ideas e investigaciones sobre el lugar de la tierra en el universo

COSMOGONÍAS ANTIGUAS (I)

La realidad global para el ser humano simepre ha representado un misterio, un misterio difícil de explicar. Pero desde siempre el espíritu humano ha intentado dar sentido a cuanto vive y a todo lo que le rodea. Las preguntas sobre la realidad ahí están.

Los seres humanos han tratado de responder a ellas desde que empezaron a razonar: así lo atestiguan las distintas cosmogonías, mitos y leyendas sobre el origen del mundo y del Universo que todos los pueblos primitivos elaboraron.

Situémonos por unos momentos imaginativamente en tiempos de las primeras civilizaciones y preguntémonos: ¿Cuál debía ser su grado de consciencia y conocimiento de sí mismos y de la realidad? ¿Qué debían pensar nuestros antepasados, cómo debían ver el mundo, cuál debía ser su comprensión de la realidad, cuál la cosmovisión de aquellas primeras civilizaciones, de qué forma la expresaban…?

Somos resultado de un largo proceso evolutivo biológico, ideológico, cultural, civilizatorio... Hasta llegar al nivel de consciencia actual el homo sapiens ha tenido que recorrer un largo y laborioso proceso de toma de «consciencia» de sí mismo y del mundo que le rodea…, desde los primeros estadios evolutivos en los que el ser humano apenas si despegaba de su «inconsciencia» hasta la consolidación del grado de «consciencia» y conocimientos actuales. La consciencia es la principal fuente de todo nuestro conocimiento. Y el conocimiento de la realidad, el cauce para que el ser humano pudiera llegar a ser progresivamente más plenamente «humano». El progreso en el grado de consciencia y conocimiento de la realidad pudo haber abierto el camino hacia un nuevo tipo de concepciones y creaciones humanas que difícilmente hubieran sido posibles sin ella y que repercutió en los más diversos ámbitos de la vida humana: consciencia, autoconocimiento, religión, organización política y social, arte, ciencia, tecnología... (ver aquí)

Desde siempre el espíritu humano ha buscado dar sentido a cuanto vive y a todo lo que le rodea. Las preguntas sobre la realidad ahí están. Y ante esas preguntas ha intentado hallar respuestas. Los seres humanos han tratado de responderlas desde que empezaron a razonar: así lo atestiguan las distintas cosmogonías, mitos y leyendas sobre el origen del mundo y del Universo que todos los pueblos primitivos elaboraron. El mito, la religión, la filosofía o la ciencia son creaciones humanas que pretenden responder a la pregunta por el sentido de la realidad. Cosmogonías, cosmologías, cosmovisiones son intentos de interpretación y explicación de todo cuanto existe, que cada cultura ha ido gestando y que han ido transformándose y evolucionando a lo largo del tiempo, desde las cosmogonías más ancestrales y primitivas hasta las complejas teorías cosmológicas más recientes.

En la antigüedad los mitos fueron leyendas o relatos que se transmitieron por generaciones para ofrecer respuestas sobre el origen del universo y del hombre, relacionándolos con dioses y mensajeros que actuaban a nombre de éstos. A diferencia de la ciencia que explica los hechos sujetos al rigor de conocimiento racional, exacto y verificable, los mitos ofrecieron a las distintas culturas una visión integradora del mundo, al facilitar la comprensión de los fenómenos que le parecían extraños a una determinada colectividad, al tiempo que proporcionaban la seguridad psicológica necesaria para la construcción de su identidad. En los mitos, los dioses suelen representar las fuerzas elementales de la naturaleza de los cuales se derivan los fenómenos naturales que condicionaron sus vidas.

Las cosmogonías que aquí presentamos reflejan un estadio concreto en ese largo proceso histórico de conocimiento y racionalización de la realidad en el que la huanidad estamos inmersos. En las explicaciones míticas aparecidas en las primeras civilizaciones están presentes preguntas que se plantea todo ser humano, tales como: ¿cuál es el origen y fin del universo? ¿Qué lugar ocupa nuestro planeta en él?, qué papel desempeñamos los seres humanos, cuál es nuestro destino, etc. Las primeras narraciones mitológicas tenían como objetivo hacer inteligible el mundo desconocido al que se enfrentaba el hombre. Se buscaron explicaciones para hacer inteligibles los a menudo incomprensibles fenómenos naturales y comportamientos humanos, atribuyendo en ocasiones su existencia a la influencia de fuerzas extrañas o a la voluntad arbitraria de los dioses. Estas explicaciones también constituyeron una visión o interpretación acerca del origen y estructura del universo.

En concreto, las «cosmogonías» son relatos sobre el origen del cosmos y su posterior evolución. Intentan explicar el origen del mundo, del Universo, la naturaleza misma de las cosas tanto materiales como inmateriales. Son narraciones sobre el comienzo del cosmos y su posterior desarrollo. Narraciones míticas que pretenden dar una explicación, una respuesta al origen del universo y de sus fenómenos, así como del origen de la propia humanidad y de sus condicionantes. Cada cultura ha creado sus propias explicaciones cosmogónicas. Esos mitos cosmogónicos ofrecieron a las distintas culturas una visión integradora del mundo, facilitando la comprensión de los fenómenos y contribuyendo a la construcción de la identidad y cohesión del grupo. Las cosmogonías pretenden desvelar otra dimensión de la realidad, ayudando a construir activamente la percepción del universo (espacio) y del origen de dioses, hombres y elementos naturales. A su vez, permiten apreciar la necesidad que tiene el ser humano de concebir un cierto orden físico y metafísico que permita conjurar el caos y la incertidumbre. A continuación presentamos un texto que nos ayuda a conprender esas primeras concepciones de la realidad en diversas culturas antiguas y la relatividad histórica de cada una de esas creaciones humanas, en la perspectiva del laborioso proceso de racionalización siempre inacabado en el que se encuentra inmersa la humanidad desde sus orígenes.

Autor: MARCO ARTURO MORENO CORRAL

La observación del cielo ha sido un fenómeno universal, por lo que todas las grandes civilizaciones del pasado crearon complejas explicaciones sobre el Universo y los distintos eventos que en él ocurren. La mayoría del conocimiento así generado se ha perdido para el hombre occidental, pues al ser nuestra cultura heredera directa del saber griego, sólo estamos familiarizados con los logros de esa civilización, así como con el conocimiento astronómico surgido entre los sumerios, pues los griegos tomaron gran parte de esa información, la hicieron suya, y la trasmitieron al mundo occidental.

En el presente capítulo se hace una síntesis de los principales logros que en el terreno astronómico consiguieron algunas de las grandes civilizaciones de la antigüedad, incluyendo a las dos más representativas (o quizás debamos decir más estudiadas) que hubo en lo que hoy es el territorio mexicano. Siguiendo la temática principal de este libro, se hace énfasis en las ideas y modelos que esos pueblos tuvieron sobre la forma del Universo, así como el lugar que en él creían ocupar.

LOS SUMERIOS

Cualquier texto de historia antigua nos dará información amplia sobre los pueblos que hace unos 6.000 años vivieron en la enorme llanura asiática comprendida entre los ríos Tigris y Éufrates, así que no abundaremos en los detalles, únicamente señalaremos que los sumerios, nombre genérico con el que se designa a las diferentes tribus que a lo largo de varios milenios ocuparon esa zona de nuestro planeta, crearon una cultura muy avanzada, siendo los introductores de muchos conceptos que en la actualidad siguen teniendo vigencia.

El estudio de esa rica cultura se ha facilitado porque los arqueólogos han encontrado en las ruinas de sus principales ciudades numerosas tablillas hechas de barro cocido en las que, con caracteres cuneiformes ya descifrados por los especialistas, quedaron registradas las actividades preponderantes de su vida. En la etapa temprana de su civilización el universo sumerio fue poblado por dioses y diosas engendrados por el caos, personificado en Tiamat, la diosa madre, y por Apsu, el dios padre identificado con el océano, y de cuya unión surgieron el hombre y los animales. En una lucha entre Marduk (Júpiter) y las deidades protectoras de Tiamat, éste las aniquiló, incluyéndola a ella. Después partió el cadáver divino en dos: levantando una parte formó el Cielo, mientras que la otra la puso a sus pies y surgió entonces la Tierra. Esta ingenua visión del cosmos se fue complicando al aumentar los conocimientos matemáticos y astronómicos de esos pueblos.

Para los caldeos, herederos culturales de los pueblos sumerios, el Universo era una región completamente cerrada. En su concepción la Tierra se encontraba al centro, flotando completamente inmóvil sobre un gran mar. Siendo esencialmente plana, estaba formada por inmensas llanuras. En su parte central se elevaba una enorme montaña. Conteniendo al mar sobre el que flotaba la Tierra y rodeándolo totalmente había una muralla alta e impenetrable. Ese gran mar era un espacio vedado a los hombres, por lo que se le llamó aguas de la muerte. Se afirmaba que una persona se perdería para siempre si se aventuraba a navegarlo. Se requería un permiso especial para hacerlo, y éste sólo era otorgado por los dioses en muy pocas ocasiones, tal como lo relata la Epopeya de Gilgamesh.

El cielo estaba formado por una gran bóveda semiesférica que descanzaba sobre la ya mencionada muralla. Fue diseñado y construido por Marduk, quien la hizo de un metal duro y pulido que reflejaba la luz del Sol durante el día. Al llegar la noche, el cielo tomaba un color azul oscuro porque se convertía en un telón que servía de fondo a la representación que hacían los dioses, identificados con los planetas, la Luna y las estrellas. Es en esta cultura donde surge la idea de un cosmos con forma hemisférica, concepción que será retomada por muy diversos conglomerados humanos en diferentes épocas y lugares.

Para explicar la sucesión del día y la noche supusieron que la mitad de aquella muralla era sólida, mientras que la otra era hueca y tenía dos aberturas opuestas. En la mañana la que se encontraba al este era abierta y Shamesh, el dios solar, salía a través de ella conduciendo una gran carroza tirada por dos magníficos onagros. El disco solar visto por los hombres era una de las brillantes ruedas doradas de ese carruaje. Con vertiginosa velocidad Shamesh arriaba a los onagros cruzando el cielo a lo largo de una trayectoria circular bien definida. Cuando empezaba a atardecer, Shamesh disminuía su ímpetu y lentamente iniciaba el descenso, entrando por la puerta oeste de la gran muralla. Al crepúsculo esa puerta era cerrada, llegando así la oscuridad. Toda la noche la carroza se desplazaba dentro de una inmensa caverna para emerger de ella a la mañana siguiente, cuando era abierta nuevamente la puerta del Este, dando así lugar a otro día.

Unos 4.000 años atrás los sacerdotes sumerios hicieron mapas celestes, y dividieron el cielo en constelaciones. También formaron los primeros catálogos estelares y registraron los movimientos planetarios. Construyeron calendarios y pudieron predecir los eclipses de Luna. Se han encontrado diversas tablillas de barro cocido en las que fueron trazados tres círculos concéntricos, divididos en 12 partes por igual número de rayos. En cada una de las 36 secciones así obtenidas se encuentra el nombre de un agrupamiento particular de estrellas o constelación, acompañado por una serie de números simples cuyo significado aún no ha sido descifrado. Hasta donde se ha podido establecer, éstos son los primeros mapas celestes hechos con fines prácticos y no como mera representación del cielo.

Los caldeos miraron el firmamento pensando que los cuerpos celestes habían sido puestos ahí por los dioses para el beneficio humano, y que el propósito de su presencia era dar indicaciones sobre la fortuna de individuos y naciones. Las estrellas y los planetas fueron vistos como portadores de misteriosas influencias que los hombres podrían leer adecuadamente estudiando su desplazamiento. Por esa razón los llamaron interpretes de los dioses. Esta concepción convirtió a los caldeos en verdaderos observadores del movimiento de los cuerpos celestes, comportamiento que los diferenció de otras culturas antiguas, pues no sólo se dedicaron a ver e interpretar, sino que fueron capaces de medir. Esa actitud dio origen a la pseudociencia conocida como astrología; sin embargo, del estudio de los movimientos planetarios hechos por los caldeos surgió también la ciencia de la astronomía.

Al estudiar la bóveda celeste los astrónomos caldeos construyeron tablas planetarias donde anotaron cuidadosamente las estaciones y retrogradaciones, ya que esos datos eran elementos básicos para determinar el curso de los planetas por la bóveda celeste. Gracias a ese tipo de estudios fueron capaces de diferenciarlos de las llamadas estrellas fijas. Como el estudio del movimiento requiere del manejo del espacio y del tiempo, tan notables observadores inventaron la medición de esos conceptos e introdujeron el año dividido en meses, días, horas, minutos y segundos. Asimismo, dividieron la semana en siete días, cada uno de ellos asociado a un cuerpo celeste: el Sol (domingo), la Luna (lunes), Marte (martes), Mercurio (miércoles), Júpiter (jueves), Venus (viernes) y Saturno (sábado). Además, como consecuencia de su determinación del año solar de 360 días (más cinco de ajuste), dividieron angularmente el círculo en 360 grados, introduciendo también la división del grado en 60 minutos de arco (') y éste a su vez en 60 segundos de arco(").

Ese tipo de mediciones permitieron que los caldeos pudieran determinar las estaciones y retrogradaciones de los planetas, así como calcular su salida y ocaso. También calcularon las fechas en que algunas constelaciones aparecían o desaparecían por puntos notables del horizonte. Igualmente pudieron conocer con antelación el acercamiento de cada planeta a las estrellas más brillantes localizadas dentro de una franja del cielo única y bien determinada, zona en la que advirtieron los movimientos del Sol y la Luna. Por estas peculiaridades, los griegos llamaron eclíptica al plano central de esa banda. Fueron ellos también quienes bautizaron a la mencionada franja como el zodiaco.

Los caldeos dividieron esa región en 12 zonas diferentes, e identificaron a cada una de ellas con un grupo particular de estrellas. En esos agrupamientos o constelaciones delineados por los astros más brillantes de cada región creyeron ver figuras relacionadas con sus ideas mitológicas. Según tablillas con escritura cuneiforme localizadas en el valle del Éufrates, y cuya antigüedad se remonta hasta el año 600 a.C, los nombres de esos grupos estelares fueron el Carnero (o mensajero), el Toro del cielo (o toro que va adelante), los Grandes gemelos, el Trabajador del lecho del río, el León, la Anunciadora de la lluvia, el Creado a la vida en el cielo, el Escorpión del cielo, la Cabeza de fuego alada, el Pez-cabra, la Urna y el Sedal de pesca con el pez prendido.

De esa división arbitraria del camino aparente que sigue el Sol en la bóveda celeste provienen los 12 signos del zodiaco que hemos heredado, y que en la actualidad son: Aries (el carnero), Taurus (el toro), Géminis (los gemelos), Cáncer (el cangrejo), Leo (el león), Virgo (la virgen), Libra (la balanza), Escorpio (el escorpión), Sagitario (el flechador), Capricornio (la cabra), Acuario (el aguador) y Piscis (los peces). Siguiendo una tradición milenaria, los astrónomos han continuado utilizando esos nombres para las constelaciones eclípticas, de igual manera que han conservado los nombres de los días de la semana y la división sexagesimal de grados, horas, minutos y segundos.

Mucho se ha escrito sobre los conocimientos astronómicos logrados por los habitantes de Mesopotamia, pero para los propósitos de este libro pensamos que lo mencionado es suficiente, por lo que no abundaremos más sobre otros notables logros científicos de aquella importante civilización.

COSMOGONÍAS DE OTROS PUEBLOS DE ASIA

La visión egipcia

Los egipcios, constructores de gigantescas pirámides, bellos templos y magníficas esculturas fueron un pueblo que durante su largo periodo de desarrollo cultural no mostró mayor interés en las especulaciones filosóficas, teniendo más bien una fuerte disposición hacia lo práctico. Contemporáneos de los diversos grupos que vivieron en Mesopotamia, tuvieron una actitud diferente hacia la astronomía, usándola sobre todo como base de su medida del tiempo, lo que les permitió desarrollar un calendario civil que, si no fue muy complejo astronómicamente, sí fue el más avanzado de los utilizados en la antigüedad.

Tal actitud muy probablemente se debió a que los sacerdotes centraron su atención en el más allá, haciendo del culto a los muertos una verdadera religión. Aunque los egipcios no formularon teorías acerca del Sol y la Luna, ni tuvieron ideas específicas sobre el movimiento de los planetas, se sabe que tuvieron sus propias constelaciones formadas por grupos conspicuos de estrellas brillantes. Sin embargo los registros fueron muy vagos y se han perdido. En la actualidad solamente se sabe que, con las estrellas del hemisferio norte, la única constelación que formaron fue la del Arado, ahora llamada Osa Mayor.

Egipto es un país que desde sus orígenes se formó y desarrolló a lo largo del río Nilo, que corre paralelo a la costa del Mar Rojo. Esa clara forma de rectángulo fue muy probablemente la causa de la teoría de que el mundo era alargado, como una caja rectangular. En sus representaciones más primitivas del cosmos ya aparece esa forma. Así, en el papiro funeral de la princesa Nesitanebtenhu, sacerdotisa de Amón-Ra que vivió unos 1 000 años a.C., así como en algunas paredes de tumbas y templos, han sido encontradas representaciones simbólicas de un universo alargado (figura). En el mencionado papiro, el cielo es el cuerpo de la diosa Nut, quien adoptando una incómoda posición en la que se apoya solamente con pies y manos cubre con su alargado cuerpo a Shibu, la Tierra, representada abajo de Nut reposando sobre su costado izquierdo, mientras que el dios del aire Shu está entre ambos, ayudando a sostener a Nut en su difícil pose. Hay otras variantes de esta representación. En algunas se mira el cuerpo de Nut cubierto de estrellas, y sobre él se desplazan el Sol y la Luna en dos pequeños botes.

papiro
Figura: Sección de un papiro egipcio que muestra una de las variadas representaciones de la diosa Nut como la bóveda celeste.

Figura: Sección de un papiro egipcio que muestra una de las variadas representaciones de la diosa Nut como la bóveda celeste. Sin embargo, esta representación del Universo resultó tan elemental para una civilización tan avanzada, incluso desde el punto de vista de una cosmogonía religiosa, que posteriormente la modificaron. Fue así que consideraron que el mundo tenía forma de caja rectangular, con un eje mayor orientado de norte a sur, mientras que el menor quedaba en dirección este-oeste. Pensaron que la Tierra era el fondo plano de la caja, y que en ella alternaban las tierras y los mares. Egipto se encontraba al centro de ese plano, mientras que en la parte superior de la caja estaba el cielo, formado por una superficie metálica plana sostenida por cuatro grandes montañas localizadas en los extremos de la caja. Finalmente, y ante la evidencia observacional, no pudieron negar lo que indicaban sus sentidos sobre la forma del cielo, por lo que terminaron por aceptar que éste era en realidad una superficie convexa en donde había un gran número de agujeros de los que colgaban las estrellas suspendidas por cables. Para los egipcios de aquella época los astros eran fuegos alimentados por emanaciones que se formaban y subían desde la Tierra, y que no eran visibles durante el día porque solamente se encendían por la noche. Las cuatro montañas que sostenían el cielo se unían entre sí en su parte más baja, formando una pared rocosa que rodeaba al mundo. Al Sol, encarnación del dios Ra, se le representaba por un disco de fuego que se desplazaba por el firmamento flotando en una barca.

De acuerdo con los más antiguos mitos egipcios, la Vía Láctea había sido hecha por Isis, quien la construyó regando una gran cantidad de trigo en el firmamento. Posteriormente fue considerada como el Nilo Celeste, el río sagrado que cruzaba el país de los muertos. La diferencia de altura que el Sol alcanza sobre el horizonte entre el verano y el invierno fue explicada por los egipcios haciendo una analogía con lo que le sucede al río Nilo en esas dos temporadas. Sostenían que cada verano el río celeste se desbordaba, de igual manera que su contraparte terrestre, ocasionando que la barca de Ra abandonara su lecho y quedara más próxima a Egipto.

Todo ese esquema del mundo nada tenía que ver con teorías acerca del Sol y la Luna, ni contenía ninguna idea específica sobre el movimiento planetario. La falta de interés de los sacerdotes egipcios por la naturaleza física del Universo se explica puesto que en su concepción religiosa no eran fundamentales los pronósticos astrológicos. Por esto no especularon respecto a la posible naturaleza de los planetas y se concentraron en el mundo espiritual. Así se marcó la diferencia entre la astronomía y las concepciones cosmogónicas manejadas por sumerios y egipcios.

El cosmos hindú

Para los pensadores de la antigua India la astronomía fue más que una disciplina observacional o una filosofía sobre la creación y destrucción del cosmos. En las ruinas de las ciudades habitadas por los pueblos indostánicos no se han encontrado vestigios de observatorios astronómicos, ni hay indicación clara de que los hindúes hayan elaborado catálogos estelares como los de otras civilizaciones de la antigüedad. El estudio de los movimientos planetarios tampoco parece haber despertado mayormente su interés. Todo indica que la observación de las estrellas fue hecha por los astrónomos hindúes únicamente con el propósito de tener puntos a los cuales referir sus estudios de los movimientos del Sol y de la Luna, lo que les permitió determinar en forma práctica un calendario lunar de 12 meses de 29.5 días cada uno. La discrepancia entre éste y el año solar (365 días) lo solucionaron intercalando un mes extra cada 30 lunaciones.

En cuanto a su concepción del cosmos se conocen dos interpretaciones originadas probablemente en tiempos muy diferentes y por sectas religiosas distintas. La más conocida y quizá la más antigua, es aquella en que se consideró que Brahma, por un acto de pensamiento, dividió el huevo primigenio en dos y formó con una mitad el Cielo y con la otra la Tierra. En ese esquema el Universo era una entidad cerrada, contenida por los anillos de Sheshu, la cobra negra, animal sagrado para ese pueblo. En el fondo de todo había un mar de leche rodeado completamente por parte del cuerpo de esa serpiente. En el lácteo océano nadaba una enorme tortuga, sobre cuyo caparazón se apoyaban cuatro elefantes, cada uno localizado hacia un punto cardinal. A su vez, estos animales sostenían sobre sus lomos a la Tierra, formada por un disco simétrico donde, con una pendiente primero suave y después brusca, se formaba una gran montaña central. En la parte alta de ésta había un gigantesco fuego que al girar en torno a ella ocasionaba el día y la noche. La misma cobra que rodeaba y contenía al mar de leche, formaba con la parte superior de su cuerpo otro anillo que contenía a la bóveda celeste.

Cuando en el siglo VI a.C. se originó el jainismo, religión fundada por Vardhamana Mahavira en contra del ritual introducido en los textos sagrados llamados Vedas, una de las ideas rechazadas fue la del dios creador. Como consecuencia, los seguidores de esta nueva religión introdujeron el concepto de dualidad cósmica para dar una explicación satisfactoria del Universo. Sostenían que la Tierra estaba formada por una serie de anillos concéntricos, alternándose tierras y mares. El círculo interior denominado Jambudvipa estaba dividido en cuatro partes iguales, teniendo a la montaña sagrada Meru en su centro. La India se localizaba en el sector más al sur. El Sol, la Luna y las estrellas describían trayectorias circulares alrededor de esa montaña, moviéndose en forma paralela a la Tierra. De acuerdo con este modelo, el Sol, al girar en torno a Meru debería iluminar en forma sucesiva cada cuadrante, pero ya que el día duraba 12 horas, el Sol podría iluminar solamente dos de éstos cada 24. Para resolver esta incongruencia introdujeron dos soles, dos lunas y dos conjuntos de estrellas. Éste fue su principio de dualidad cósmica.

Evidentemente ese modelo no tenía ninguna relación con el mundo físico, y era resultado de una mera interpretación filosófica. Sin embargo para los pensadores hindúes cumplía los requerimientos impuestos por su visión religiosa, pues no era entonces necesario confrontarlo con lo observado, situación que se dio prácticamente en todas las culturas antiguas, e incluso durante gran parte de la Edad Media europea.

La Vía Láctea fue considerada por los antiguos habitantes de la India como el camino que tuvo que seguir Arimán para llegar a sentarse en su trono celeste.

Con las particularidades propias impuestas por el medio en que se desarrolló la cultura hindú, sus explicaciones sobre los objetos cósmicos no difieren mayormente de los que elaboraron egipcios y caldeos. Sin embargo, en el aspecto conceptual introdujeron un idea nueva: la regeneración y destrucción cíclica del Universo. Para resolver la contradicción filosófica surgida, por un lado, de admitir que aquél era eterno, y por el otro la de observar la temporabilidad de sus partes, recurrieron a la hipótesis de la periodicidad de todos los acontecimientos. "La evolución, enseñaron los hindúes, se cumple en periodos cuya ilimitada y cíclica repetición asegura al Universo su duración eterna." Como se verá más adelante, la idea de un resurgimiento cíclico a nivel de todo el cosmos ha aparecido en diferentes modelos cosmológicos, tanto antiguos como contemporáneos, y en la actualidad es una de las hipótesis de mayor peso en las explicaciones que sobre el origen de nuestro universo manejan muchos científicos contemporáneos.

El universo de los chinos

Aunque la civilización china tiene gran antigüedad, sólo se tiene información segura sobre su desarrollo histórico a partir del inicio de la dinastía Shang, la cual consolidó su poder hacia el año 1500 a.C.

Los diversos registros dejados por los astrónomos chinos muestran que fueron buenos observadores. Sus catálogos de cometas, eclipses y otros eventos astronómicos confirman que tuvieron un bien organizado grupo de observadores que de manera sistemática y meticulosa realizaron un trabajo muy valioso, tanto, que en la actualidad sigue dando frutos. Utilizando el mismo sistema de coordenadas que ahora manejan los astrónomos para localizar los objetos celestes, pero que fue desarrollado en Occidente sólo hasta el siglo XVII, los chinos determinaron más de 2.000 años atrás las posiciones aparentes de las estrellas de mayor brillo del firmamento. En efecto, alrededor del año 350 a.C. Shih Shen construyó un mapa estelar donde catalogó más de 800 estrellas.

Seguramente en gran medida por su ubicación geográfica, estos observadores orientales no pusieron mayor atención en el estudio de las estrellas de la eclíptica, sino que desarrollaron su sistema de referencia celeste en torno a las constelaciones circumpolares. Alrededor del año 1400 a.C., los chinos ya habían determinado la duración del año solar, estimándola en 365.25 días, mientras que la lunación la fijaron en 29.5 días. La exactitud de estos valores es notable y viene a confirmar la excelencia de los astrónomos chinos.

Las observaciones de los movimientos planetarios también se realizaron en China en forma muy cuidadosa desde fechas muy tempranas. Sin embargo, a pesar de que las realizaron durante periodos considerablemente largos, no formularon ninguna teoría planetaria. Como sucedió en otras civilizaciones, los chinos asociaron a los planetas con los componentes básicos que, según su filosofía, constituían a la naturaleza, así como con los puntos cardinales: Júpiter se asoció con la madera y el Este, Marte con el fuego y el Sur, Saturno con la tierra y el centro, Venus con el metal y el Oeste, mientras que Mercurio quedó ligado al agua y al Norte. Según sus ideas la madera, el fuego, la tierra, el metal y el agua eran los cinco elementos primarios con los que se formó el Universo.

Para los chinos la Vía Láctea fue un objeto cósmico que no requería mayor explicación. Simplemente la llamaron Tian Ho, que significa el Celeste Ho, siendo la contraparte cósmica del río Ho o Amarillo. Por su aspecto blanquecino consideraron que estaba hecha de seda. En el aspecto práctico los chinos establecieron una conexión entre la Vía Láctea y el agua de lluvia, ya que cuando en China tiene mayor esplendor ese objeto celeste, es cuando la época de lluvias alcanza su máxima intensidad.

Las concepciones filosófico-religiosas desarrolladas en China no consideraron a los objetos cósmicos como dioses que determinaran los destinos humanos, y aunque sí tuvieron astrología y un equivalente al zodiaco formado por 28 casas, en lugar de los 12 signos originados en Mesopotamia, fue diferente de la surgida en la región comprendida entre el Tigris y el Éufrates.

Los cálculos astronómicos chinos fueron más bien de tipo algebraico, ya que no contaron con una geometría teórica desarrollada como la que hubo en Grecia. Esa falta de visión favoreció que no tuvieran una imagen intuitiva de la estructura geométrica del cosmos.

La idea cosmogónica más antigua originada en China aseguraba que el Universo estaba formado por el Cielo de forma esférica, y por la Tierra, que era un cuenco con su abertura hacia abajo. Sus bordes o límites eran aristas lineales que en realidad le daban forma de un cuadrado convexo. Alrededor de ella había un gran océano en el que se hundía el firmamento. El Cielo y la Tierra se sostenían en su sitio por virtud del aire atrapado debajo de ellos. Consideraban que la bóveda celeste era de forma irregular, más elevada al sur que al norte, por lo que el Sol, que rotaba junto con ese hemisferio irregular, era visible cuando se encontraba al sur, e invisible cuando ocupaba el norte de ese cielo deformado. Aunque el Sol, la Luna y los planetas se movían junto con el firmamento, también tenían movimientos propios. Aseguraban que el Cielo se encontraba 80.000 li por encima de la Tierra, lo que con nuestras medidas equivaldría a unos 43 kilómetros.

Posteriormente, alrededor de la segunda centuria antes de nuestra era modificaron algo este modelo, asegurando que el cosmos era un esferoide de unos 2.000.000 li de diámetro, aunque en realidad era 1.000 li más corto en dirección norte-sur que en la este-oeste. Según se sabe, el astrónomo Chang Heng del siglo I afirmaba que el Universo era como un huevo cuya yema sería la Tierra, que descansaba sobre agua, mientras que el Cielo, sostenido por vapores emanados del océano, equivalía al cascarón.

En un tercer modelo se aseguraba que el Universo era infinito y que carecía de forma y sustancia, encontrándose en él únicamente la Tierra, el Sol, la Luna, los planetas y las estrellas, todos flotando libremente. En ese universo los cuerpos celestes no estaban sujetos a nada, y se movían en él por acción de fuertes vientos. Aunque sin ningún fundamento observacional, este último modelo cósmico de los chinos fue el resultado de una verdadera abstracción, lo que lo ubica en un plano diferente del de todos los otros que hasta aquí se han comentado.

Fuente: LA MORADA CÓSMICA DEL HOMBRE. IDEAS E INVESTIGACIONES SOBRE EL LUGAR DE LA TIERRA EN EL UNIVERSO http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/sites/ciencia/volumen3/ciencia3/155/htm/lamorada.htm

Ver también la sección: CONEIXEMENT DE LA REALITAT


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