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Una Inteligencia cósmica única

Propósito: Tomar conciencia sobre cuál es nuestra relación con la totalidad de cuanto existe, de que cada uno de nosotros formamos parte de algo más grande en el que todo y todos estamos interrelacionados.

Todas las grandes tradiciones sapienciales han hablado de un Principio único, esencia y sustento último de cuanto es, e Inteligencia rectora del cosmos.

La Inteligencia y la Conciencia no son una manifestación particular dentro del cosmos cuya «sede» sea el hombre, sino el entramado y la sustancia misma del universo.

La vida humana tiene como propósito fundamental el desarrollo de la conciencia, el reconocimiento de esa ley universal, esa voluntad divina, que rige el Universo (B. Meneses, maestra zen)

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Estamos habituados a captar, ver, percibir la Realidad de una determinada manera. Nuestra estructura mental y los condicionantes de la cosmovisión en la que estamos inmersos nos encarrilan hacia una determinada manera de ver y percibir la Realidad. El problema del ser humano es que está demasiado pegado a lo que percibe. Creemos que lo que vemos, oímos o tocamos es la realidad, sin darnos cuenta de que esa visión es demasiado limitada y a veces incluso falsa. Los sentidos nos engañan. A los sentidos se les escapan muchas cosas. La realidad invisible es inmensamente más grande que la que los sentidos son capaces de captar. Sin embargo, entre oriente y occidente seguramente podríamos hallar ciertas sutiles diferencias en nuestra forma de afrontar y percibir todo cuanto existe: podríamos decir que en general, mientras la estructura mental occidental habitual suele ser más analítica, racional, lógica, conceptual…, el pensamiento oriental acostumbra a ser más abarcante, envolvente, universal, intuitivo, global, holístico. Así lo reflejan las grandes tradiciones del pensamiento en cada una de esas grandes áreas geográficas.

Vamos a intentar realizar un pequeño ejercicio de aproximación a la Realidad no muy habitual para la manera de pensar de los occidentales, de la mano de las grandes tradiciones sapienciales de todos los tiempos, de sus intuiciones y percepciones centrales, de su experiencia y sus concepciones ancestrales, de su lenguaje y locuciones. Puede sernos útil para relativizar y tomar conciencia de la precariedad de nuestras concepciones presentes, pasadas o futuras. Muchos sabios, pensadores y estudiosos de todos los tiempos nos han advertido sobre la provisionalidad de nuestras concepciones y teorías actuales. Una nuestra: toda la novedosa información que sobre el origen y desarrollo del Universo nos aporta el más avanzado e ingenieso explorador cósmico, JamesWeb. Así, nos podemos plantear: ¿cuál es nuestra percepción, nuestra actitud actual, nuestra posición, ante la Realidad global?

Sólo el conocimiento profundo de uno mismo, arraigado en el conocimiento de nuestro lugar en el cosmos, puede ser fuente de plenitud y de verdadera y permanente transformación. (M. Cavallé)

Vamos a adentrarnos en una nueva manera de ver, una perspectiva diferente a la habitual, de captar y percibir la Realidad, de contemplar nuestro mundo, de contemplarnos a nosotros mismos y al Universo entero. Y lo vamos a hacer sirviéndonos de algunas intuiciones centrales de la sabiduría imperecedera, perenne, viendo como ciertas intuiciones ancestrales, presentes en algunas culturas, nos aportan una nueva visión de la Realidad y continúan siendo relevantes para nosotros aquí y ahora. Acudiremos a ciertas percepciones que nos ofrecen algunos de los más grandes sabios de todos los tiempos y emplearemos algunos términos propios de esa sabiduría en la medida en que son símbolos de experiencias e intuiciones universales. La sabiduría perenne no pretende proporcionar meras explicaciones teóricas sobre la Realidad sino, ante todo, indicaciones prácticas orientadas a que saboreemos el sentido profundo de la vida a través de nuestra propia experiencia.

En contra de nuestra creencia habitual esa sabiduría ancestral nos advierte que lo que hemos tomado por «Realidad» no es más que un sueño, y no es la forma real del Ser, sino algo ilusorio. Que de la Realidad de cuanto existe sólo percibimos el mundo de las formas, de las apariencias, de los fenómenos… y que hemos de trascender esa visión superficial y epidérmica para intentar penetrar y percibir el fondo último, la esencia última de la Realidad, percatarse de aquello que todo lo informa y sostiene, aquello que la sabiduría perenne en diversas culturas ha denominado con distintos nombres: Tao, Logos, Esencia, Realidad última, Absoluto, Dios…

Los ojos con los que ves no te muestran la realidad que miras, te muestra la realidad tal como tú la ves.

No vemos las cosas tal y como son, las vemos tal y como somos nosotros.

Somos uno con el cosmos, con todo lo que existe, tengamos consciencia o no de ello.

Nuestra percepción y nuestro pensamiento son un producto del cosmos, y no algo que tenga lugar al margen de él.

El universo es un organismo en desarrollo. Nosotros formamos parte de él. Nuestra finalidad como seres humanos es aportarle la conciencia que le falta.

1. Ascendiendo a un nuevo nivel de consciencia

La humanidad a lo largo de su historia ha atravesado por momentos que han supuesto un gran impacto en los procesos de evolución cultural. En torno al siglo V antes de Cristo, por ejemplo, se produjo en áreas geográficas diversas de nuestro planeta un fenómeno verdaderamente universal, transcultural y hasta pudiera decirse global, un proceso de «espiritualización» con respecto a la situación precedente que supuso un gran salto cualitativo en el nivel de conciencia alcanzado por la humanidad. Un período que históricamente se ha conceptualizado como un «tiempo-eje» o «era axial» de la cual emanan las grandes aspiraciones y horizontes espirituales del ser humano. Es decir, entre los años 800 y 200 antes de nuestra era, tuvo lugar, tanto en Occidente como en Oriente, un profundo proceso o fermento espiritual, en virtud del cual el hombre vivió por primera vez la situación límite de enfrentarse a fondo y reflexivamente consigo mismo y con el destino, preguntándose por el sentido profundo del mundo y de la vida. En esta época se constituyen las categorías fundamentales con las cuales todavía pensamos, y se inician las religiones mundiales de las cuales todavía hoy nos nutrimos los seres humanos.

Actualmente, tras siglos de geocentrismo y antropocentrismo, estamos asistiendo nuevamente al surgimiento de una nueva conciencia planetaria sobre la Realidad y sobre nuestra posición en relación con ella. Las grandes visiones y concepciones de la Realidad y del mundo evolucionan y se transforman y hoy, frente a una concepción «plana» de la Realidad, resurgen intuiciones ancestrales que una sabiduría imperecedera ha sido capaz de conservar y legar hasta nuestros días. El «mundo chato» es una concepción que ha predominado entre nosotros en los últimos siglos según la cual el único mundo real es el mundo sensorial, empírico y material, un mundo en el que no existen dimensiones superiores ni dimensiones más profundas […] ni tampoco, por cierto, estadios superiores de evolución de la conciencia. Desde este punto de vista, lo único que realmente existe es lo que podemos percibir con nuestros sentidos o asir con nuestras manos, un mundo despojado de cualquier tipo de energía ascendente, un mundo ajeno a toda trascendencia. Y, de hecho, los descendentes consideran que cualquier tipo de ascenso o de trascendencia es, en el mejor de los casos, un error, y un mal, en el peor de ellos.

Si queremos salir del espejismo geocéntrico y antropocentrista en el que todavía estamos instalados, debemos de estar dispuestos a superar dicha concepción y ser capaces de contemplar la evolución global de la Realidad desde parámetros más universales y holísticos. Algunas intuiciones de grandes sabios de todos los tiempos pueden ayudarnos en tal tarea. Existe una sabiduría universal que coincide en afirmar que lo Real, lo que existe, es mucho más amplio que lo que «aparece» ante nuestros ojos, lo que es percibido por nuestros sentidos, que más allá de las «apariencias» hay un principio, un sustrato genérico, para todas las cosas. Que más allá de las «formas» y de la realidad fenoménica hay un sustrato común que informa la Realidad entera. Y que el ser humano no es una isla al margen de su entorno planetario y cósmico, que no vive aislado, al margen de esa Realidad, sino que está formando parte indivisible de ella. Que la Realidad es vigorosa, dinámica, no pasiva, apática y estática. Que todo está sometido a un proceso de evolución, transformación y cambio. La Realidad entera está experimentando un cambio constante, una transformación continua, nada es, nada permanece, todo cambia, todo se halla en un proceso de permanente transformación. También el ser humano participa de esa dinámica transformadora. El ser humano también se encuentra sometido a ese proceso evolutivo, de transformación constante, de cambio continuo. Diferentes tradiciones sapienciales coinciden en señalar que el ser humano tiene como tarea crecer, desplegarse, llegar a ser lo que en su interior en esencia ya es y que para llegar a esa plenitud ha de pasar por una serie de etapas de crecimiento interior.  

La sabiduría perenne también nos ayuda a percatarnos que los seres humanos estamos dormidos, que vivimos instalados en una especie de sueño, que estamos habituados a captar tan sólo algunos aspectos de la Realidad, que percibimos tan sólo la superficie, la epidermis de esa Realidad, y que no somos capaces, se nos ha atrofiado, la capacidad de penetrar hasta el fondo último, la base común, esencial, de la Realidad, aquello que todo lo informa y sostiene. Distintas enseñanzas sapienciales comparten la afirmación de que la realidad fenoménica es similar a un sueño cuando no se la mira con la suficiente profundidad. Cuando soñamos, creemos que los personajes del sueño y las cosas y situaciones que aparecen en él tienen consistencia, sustancialidad y autonomía. Al despertar, advertimos que todo ello era solo la expresión de la conciencia de un durmiente. Análogamente, el mundo del devenir es ilusorio, aparece como un sueño en su apariencia autónoma y separada. Deja de ser un sueño, despertamos a la realidad, cuando advertimos que esos fenómenos son el reflejo o el rostro visible de una única realidad básica subyacente. Esta metáfora del sueño y del despertar nos habla del carácter ilusorio del mundo del devenir cuando su naturaleza profunda aún no ha sido desvelada, es decir, cuando se percibe aparte del Ser.

«La Filosofía Perenne se ocupa principalmente de la Realidad una, divina, inherente al múltiple mundo de las cosas, vidas y mentes. Pero la naturaleza de esta Realidad es tal que no puede ser directa e inmediatamente aprehendida sino por aquellos que han decidido cumplir ciertas condiciones haciéndose amantes, puros de corazón y pobres de espíritu.» (A. Huxley:  La Filosofía Perenne). De la Realidad, de cuanto existe, sólo vemos el mundo de las formas, las apariencias, los fenómenos… hay que trascender esa visión superficial y epidérmica para intentar penetrar y percibir el fondo último, la esencia última de la Realidad, percatarse de aquello que todo lo informa y sostiene, aquello que la sabiduría perenne en diversas culturas y en diversos tiempos ha denominado con distintos nombres: Tao, Logos, Esencia, Realidad última, Absoluto, Dios… Como sostenía Heráclito, la impermanencia del mundo fenoménico es la expresión visible de esa Razón común que solo se revela al despierto, a quien mira con profundidad el devenir de las cosas. «Cuando se escucha, no a mí, sino al Logos, es sabio convenir en que todo es Uno.» (Heráclito).

2. Todo somos uno: unidad, integración e interdependencia

  1. Explícitamente, en el nivel de la realidad accesible a nuestra mente ordinaria, cada cosa, cada fenómeno, cada acontecimiento, cada uno de nosotros, somos singulares, diferentes. Sin embargo, implícitamente, en nuestra esencia, compartimos un fondo común, estamos unidos, somos interdependientes, constituimos parte del todo, somos uno. No hay un mundo de objetos o sujetos aislados, independientes unos de otros, no estamos ni somos individuos aislados, no somos una isla, sino que estamos interconectados, somos interdependientes, el mundo en el que vivimos no es una colección de objetos, sino una comunidad de sujetos aislados, en él todo está integrado, formamos parte de una red de procesos que interactúan incesantemente.
  2. En el reconocimiento de esta Unidad, integración e interdependencia que late en las diferencias radica, según la sabiduría, la culminación del conocimiento y la llave de la liberación. Descubrir esa Totalidad esencial que nos sostiene, superar la ilusión óptica que nos hace creer que nuestra vida es sustancialmente otra que la de los demás, que el «yo» es esencialmente diferente del «tú», que nuestra inteligencia particular es distinta de la inteligencia que advertimos en la naturaleza, es el comienzo de la verdadera vida y la puerta de la plenitud. Descubrir, pues, que somos uno con la totalidad de la Vida, es sabernos básicamente plenos, «totales».
  3. Todas las grandes tradiciones sapienciales han hablado de un Principio único, esencia y sustento último de cuanto es, de una Inteligencia rectora del conjunto del cosmos y de cuanto en él existe.
  4. La sabiduría perenne ha intentado percibir y percatarse de ese fondo último subyacente a toda la Realidad, la esencia última de esa Realidad, aquello que todo lo informa y sostiene, y que en diversas culturas se le ha denominado con distintos nombres: Tao, Logos, Esencia, Realidad última, Absoluto, Dios…
  5. Ese fondo último, esa naturaleza íntima de la Realidad (Tao, Logos, Esencia, Realidad última, Absoluto, Dios…) todo lo informa, todo lo penetra, en todo está presente…
  6. Uno de los términos empleados para expresar ese principio subyacente a toda la Realidad es la palabra china «Tao». Es ésta una noción intraducible, aunque habitualmente se haga equivaler a Naturaleza, Camino, Vía o Sentido. El Tao es el Camino o Vía por el que procede el universo; la Naturaleza íntima de todo lo que es; el Sentido, la Fuente y el Curso de la Vida.
  7. El Tao todo lo penetra. La sabiduría perenne no sostiene que el Tao sea algo que está oculto «detrás» del mundo del devenir, como si el Tao y el mundo fueran dos realidades diferentes. Afirma, por el contrario, que el cosmos es sólo la manifestación exterior y cambiante del Tao, su rostro visible, su apariencia. El mundo no es una realidad sustancial. Hay una única realidad: el Tao.
  8. Todo es expresión del Tao, de la Inteligencia global. La Inteligencia única es el entramado mismo de las cosas.

3. La inteligencia única:  un océano único de Inteligencia

  1. Una sola cosa es sabia: conocer la Razón por la cual todas las cosas son gobernadas.
  2. Todas las grandes tradiciones sapienciales han hablado de ese Principio único, esencia y sustento último de cuanto es, e Inteligencia rectora del cosmos.
  3. Existe una inteligencia suprema, mente universal, o energía divina o poder suprema o fuente o Dios que ordena el Universo, que es infinita y todo poderosa, que está en todo y en todos, que todo lo sabe y con la que estamos en permanente comunicación.
  4. La inteligencia es común a todas las cosas [...]. Común a todos es la Inteligencia.
  5. Esa inteligencia siempre está redefiniendo la Realidad en función del flujo de energía, positiva o negativa, que recibe de nosotros y de todo lo demás.
  6. El ser humano participa de forma especial de esa inteligencia única. [...] lo que es racional no es el hombre, sino que sólo el Ser, que lo abarca todo, es inteligente. (Heráclito)
  7. Se trataría de vislumbrar qué quiere expresar la sabiduría cuando afirma que hay una única Vida, una única Inteligencia, una única Voluntad, un único Yo, que se manifiesta en todo y a través de todo, también en lo que tendemos a concebir como nuestro pensamiento particular y nuestra voluntad independiente y autónoma.
  8. Todo está vivo. Todo es Mente. Todo es la expresión inequívoca de esa Inteligencia.
  9. El Tao es Inteligencia y Vida. Es Logos o Razón, afirmaba la Grecia antigua. Es Mente viviente, sostiene la enseñanza hermética. Es Conciencia, nos dice el pensamiento de la India.
  10. Tanto el mundo natural como el mundo humano son manifestación del Tao.
  11. Hay una única Inteligencia —nos enseña la sabiduría—, de la cual nuestra inteligencia particular es expresión. El Tao, el Logos, no es una energía o fuerza ciega, es Vida y es Inteligencia. En otras palabras, no hay nada inconsciente o muerto. Todo está vivo; todo es inteligente.
  12. La Inteligencia o Conciencia única se manifiesta en los reinos no humanos —en el mundo animal, vegetal y mineral— de una forma inferior, jerárquicamente, al modo en que se manifiesta en el ser humano, pues sólo el hombre es auto-consciente.  Es esta diferencia jerárquica la que nos lleva a calificar al mundo natural — muy en particular, al mundo vegetal y mineral— de no-inteligente o de inconsciente. Pero en realidad, la Inteligencia y la Conciencia no son una manifestación particular dentro del cosmos cuya «sede» sea el hombre, sino el entramado y la sustancia misma del universo. No son un producto tardío de la evolución del cosmos — aunque sí lo sean la inteligencia y auto-conciencia.
  13. Común a todos es la inteligencia. (Heráclito). Hay una inteligencia común a todos los individuos humanos. Cada hombre es una entrada a esa inteligencia y a cuanto en ella existe. (R. W. Emerson)
  14. La sabiduría nos enseña que el ser humano no es algo aislado de la totalidad de la vida, sino el lugar donde el cosmos puede tomar plena conciencia de sí. Por eso, es responsable del cuidado de la tierra, de la naturaleza.
  15. Pero, como lamenta Heráclito: [... ] aun siendo el Logos general a todos, la mayoría vive como si tuviera una inteligencia propia particular.
  16. Ese Yo universal que todo lo informa y todo lo rige es mucho más amplio que lo que ordinariamente entendemos por yo.
  17. Ese Yo es la Vida que anima todo lo que vive, desde la brizna de hierba más insignificante hasta la estrella más conspicua. Es la Inteligencia que hace que todo sea lo que es y llegue a ser lo que está destinado a ser.
  18. El hombre, a diferencia de otras manifestaciones de la vida — mineral, animal, vegetal...—, no se limita a ser una expresión de la Razón única. Tiene la capacidad, además, de ser conscientemente uno con Ella. Puede saberse partícipe en la danza de la Vida. Pero no puede disociarse de Ésta, aunque así lo crea.
  19. El hombre desgajado de la Inteligencia cósmica cree que necesita de un sinfín de normas y convenciones con las que disciplinar y medir su ser y su obrar, y que, si no lo hiciera así, el resultado sería el caos y el desorden. No advierte que la desconfianza básica que tiene en sí mismo, consecuencia directa de su creerse separado del Tao, es la causa última y exclusiva de todo desorden.
  20. Solemos percibir el medio físico como un campo neutro e inerte, carente de significado intrínseco, que podemos explotar y manipular sin límite para lograr nuestros fines. Creemos, con frecuencia, que el universo es una suerte de gran máquina regida por fuerzas ciegas; que nuestra interioridad es un reducto de inteligencia, de emociones y pensamientos elevados, en medio de un mundo insensible y lerdo. Olvidamos, de este modo, que la Vida, el Amor y la Inteligencia únicas son la íntima realidad de toda cosa. La civilización occidental moderna y contemporánea es un triste ejemplo de este olvido.
  21. No solemos actuar en el medio fluyendo y colaborando a favor de su propia inteligencia intrínseca, bailando su misma danza. Somos a menudo tan tontamente arrogantes como una luciérnaga que creyera iluminar el cosmos. O como expresa con ironía Chuang Tzu, somos tan ridículos como Confucio, que pretendía pintar el plumaje de las aves para corregir a la naturaleza, como si hubiera algo que corregir u objetar a la Inteligencia única.
  22. Ésa habría de ser nuestra actitud ante el mundo natural. Y ésta ha de ser también — afirma la filosofía sapiencial— nuestra actitud ante el mundo humano. Pues ambos son reflejo y manifestación por igual de la Inteligencia única del Tao.
  23. Cada cosa tiene su propia virtud; ésta es la fuerza y la inteligencia del Tao tal y como se manifiesta en cada realidad.
  24. Nuestra mente es un centro focal de la Inteligencia única. Nuestro cuerpo es una célula del cuerpo total del cosmos. Aquello que dice «yo» cuando decimos «yo», es el único «Yo», pues el sentido de ser, de presencia lúcida, de identidad, que nos permite exclamarlo, es el Ser, la Conciencia y la Identidad única del Tao.
  25. La semilla tiene en sí la inteligencia que le dicta su desarrollo. Imaginemos a una semilla que fuera autoconsciente, es decir, partícipe de la inteligencia que rige su crecimiento, colaboradora con la idea que le permite ser lo que es y llegar a ser lo que está destinada a ser.
  26. La inteligencia que habla en lo más íntimo, es la Razón única que lodo lo gobierna.
  27. El ser humano puede ser conscientemente co-creador, colaborador con la Inteligencia que le permite ser lo que es. Esta Inteligencia es su más íntimo Yo y, por ello, no es una fuerza o una voz que le enajene; es la voz de su verdad íntima, de su propia realidad.
  28. Ser libre es ser lo que se es, y también —como nos señala Epicteto— aprender a querer todas y cada una de las cosas tal y como son. Pues todo es expresión de la Inteligencia u Orden único.
  29. Sólo este «sí», este acto de confianza en la Inteligencia de la Vida, nos permite superar la parcialidad y la miopía de nuestra mirada individual, nos permite dejar de erigir nuestra perspectiva y criterios de apreciación particulares en eje del mundo.

Elaboración a partir de M. CAVALLÉ: La sabiduría recobrada + otros


Ver también:

El antropocentrismo que nos domina

Entre el sueño y la Realidad (continuar soñando o despertar)

EIXAMPLANT LA NOSTRA CONSCIÈNCIA CÒSMICA


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