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Psicología de nuestras relaciones con los demás

Los momentos de mayor felicidad son siempre expresión de una relación lograda.

En todo ser humano, hombre o mujer, las relaciones personales, desde sus primeros contactos infantiles, van dejando una huella que define su propia personalidad. Es imposible escribir la historia de una vida, feliz o atormentada, sin encontrar en ella toda una serie de búsquedas o repulsas que no son, en definitiva, sino la apertura a los demás o su rechazo.

1. ¿Quiénes son los otros?

Los otros son todos aquellos que encontramos en nuestro camino, a muchos de los cuales jamás conoceremos, si no es de un modo superficial. Cuando vamos al trabajo nos encontramos con otros a los que tal vez después de un tiempo, vamos a saludar sin saber nada más de su yo personal. En un viaje, también vamos a encontrar a otros, que quizá se apean del tren antes que nosotros y con los que tal vez hemos tenido una conversación intrascendente; en unas vacaciones conocemos gente, les tratamos pero las más de las veces vamos a olvidarlos pronto. Hoy en día probablemente tenemos ocasión de conocer más gente, de relacionarnos más, realizar más encuentros, y esto puede servirnos para conocernos mejor y tener experiencias interesantes.

Los más próximos. No podemos dejar a un lado a los más próximos a nosotros, nuestra familia, nuestros amigos, compañeros de trabajo, un círculo más reducido y a la vez más cercano a nosotros, con los que se multiplican las ocasiones de conocernos más, sencillamente porque en el trato frecuente puede irse desvelando gran parte de nuestro mundo interior. Este encuentro con los demás es siempre, en mayor o menor profundidad, un ponerse frente a frente dos personalidades, cada una de ellas con sus sentimientos, emociones y tendencias, con su modo de pensar y su modo propio de querer, con sus planes, con sus ilusiones o sus fracasos, con sus problemas de índole diversa resueltos o no.

Inclinación hacia los otros. Conocer a los otros íntimamente es dar cumplimiento a una de las tendencias más fuertes en nuestro yo. Tenemos como seres sociales una inclinación a conocer a los otros, esa inclinación afectiva fuerte que experimentamos todos de llegar al fondo de esos otros, a los que nos sentimos atraídos de un modo más intenso.

Y no puede interpretarse esto como mera curiosidad por esa intimidad siempre atrayente de los demás. Cuando somos admitidos a entrar en ese santuario de su yo con un respeto casi religioso, porque esperan de nosotros un bien o porque esperamos los dos realizarnos más plenamente, podemos descubrir esa corriente, esa inclinación, esa necesidad no utilitaria, sino desinteresada de quienes quieren encontrarse en profundidad. A esto le llamamos simpatía, que es comunicación afectiva con otro. Pero si hablando de nuestro yo íntimo personal, veíamos diversas actitudes sea de miedo o de impotencia para conocerse uno mismo, también y mucho más cuando se trata de conocer a los otros observamos esas mismas y otras actitudes por parte de quienes realizan el encuentro.

Hay quienes celosos de su intimidad cierran totalmente las puertas y ventanas de su yo, como en el caso, y eso es sólo un ejemplo, de muchos adolescentes que están estrenando a su edad la libertad de la que tienen miedo de verse despojados.

En esa tendencia a conocer a los demás correspondida por el otro, descubrimos también como dos pueden llegar a una profundidad interior, a una comunión, que es unión de corazones y almas, a una fecundidad en el sufrir juntos, a una total donación del más elevado de esos espíritus, que es lo que entendemos por amistad.

2. La relación con el otro

Los momentos de mayor felicidad que podemos experimentar son siempre la expresión de una relación lograda.

El encuentro con el otro me hace ser distinto, aunque no me dé cuenta de ello. El otro, es por tanto, aquel que no es yo, que entra, de la forma que sea, en el campo de mi experiencia, y que de una manera inexorable me modifica, aun cuando no me dé cuenta de ello.

Cuestión de “distancia”

La relación con el otro, la verdadera, la que no deja de solicitarnos a lo largo del tiempo -e incluso más allá- es en cierta forma "intolerable". La relación con el otro es precisamente el ámbito de la angustia.

Podemos decir que la angustia es proporcional a la distancia real que nos une con el otro, al menos con el otro con quien estamos en relación. No hay que estar ni demasiado lejos ni demasiado cerca. Y eso no sólo en el plano de la presencia física, sino más bien y sobre todo en el plano de lo que se llama el "pensamiento" o el "corazón". Si estoy demasiado lejos del otro, ello puede constituir una carencia excesiva, una frustración, es decir, la privación sentida como tal de algo mío que debería ser. Tal es el sentimiento que se experimenta cuando nos damos cuenta de que un amigo en el que pensábamos, nos ha "olvidado". Pero si estamos demasiado cerca, entonces corre el peligro de que desaparezca esa distancia mínima que hace que uno se sienta claramente uno mismo frente al otro, y plenamente uno mismo por dos razones: porque está allí y porque el "vacio" que nos distingue persiste en su firmeza.

La relación con el prójimo, que nos constituye en la existencia precisamente como sujeto consciente, no es siempre totalmente adecuada, plenamente satisfactoria y definitivamente establecida "a la distancia conveniente".

Soledad en medio de la multitud

Otro aspecto no menos misterioso es el contraste sorprendente entre la multitud y la soledad. Cuando sentados en la terraza de un café vemos pasar a la gente, podemos llegar a formularnos una pregunta verdaderamente difícil: cada uno de esos seres es como yo, alguien para alguien, y se encuentra en su vida con seres que son alguien para él: mujer, marido, hijos, padres, amigos. Sin embargo, allí están, como ahogados unos por otros, separados de sus relaciones vividas por la multitud misma con la que están obligados a confundirse para incorporarse a ellos o para servirles. La trama múltiple de las relaciones humanas, a partir de un umbral de densidad de población que pronto se alcanza, tiende a neutralizarse en una especie de torbellino casi desesperado. Eso es lo que expresaba muy bien la escena final de una película  en la que aparecían un hombre y una mujer que trataban de encontrarse de nuevo y que se veían definitivamente separados por la multitud alegre que venía de una fiesta. En esa red enorme de la multitud es donde uno se siente a veces el más solo, bien sea para llorar o para "fortalecerse".

Pero al contrario, la ausencia completa de todo ser humano resulta insoportable, salvo en el caso de personalidades muy excepcionales. Un dibujo que vi hace tiempo me parece que expresa mejor este sentimiento que amplias explicaciones: se trataba de un hombre que estaba completamente solo en un magnífico paisaje montañoso, y al pie del mismo había una leyenda que decía: "sería mucho más hermoso si tuviera alguien a quien podérselo decir".

Momentos de felicidad

Continuamente estamos viviendo estas relaciones con el prójimo, y constituyen de tal forma nuestra misma existencia, múltiple, contrastada y creciente, que jamás reflexionamos sobre ellas. Sin embargo eso pudiera tal vez ayudarnos a mejorar esas relaciones y por tanto a ser más felices. Pues en resumidas cuentas, ¿a qué tiende toda nuestra actividad sino buscar la felicidad? Toda moral está orientada en último término a eso, aunque la felicidad adopte un lugar muy distinto según la visión del mundo que la condiciona.

El mayor mérito de la antropología moderna es precisamente situar la felicidad en el plano del mayor éxito en la relación con el otro, en la infinita diversidad de ese otro múltiple. Si "el infierno son los demás", según expresión de Sartre, la presencia de los demás en una relación recíproca es asimismo la experiencia misma de la alegría, por pequeña que sea. Los momentos de felicidad que podemos experimentar son siempre la expresión de una relación lograda, cualquiera que sea su nivel...

... en la que el otro y yo hemos llegado a situarnos en una "consideración" recíproca, en una especie de libre aceptación de nuestras "densidades" respectivas; en la que cada uno se siente más uno mismo por la propia relación con el otro, y de la que cada uno sale en cierta manera confirmado positivamente en la conciencia de ser, y de ser uno mismo.

A partir de Marc ORAISON: Psicología de nuestras relaciones con los demás.


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