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HACIA UN NUEVO HUMANISMO

La formación adecuada a la configuración de un nuevo humanismo (I)

¿Cuál es el ideal que tenemos en la vida, hacia dónde orientamos la vida, cuál es la meta?

Una persona sin ideal es como un barco sin timón en medio de una tormenta.

Hoy se tiende a pensar que el ser humano es como una elipse, que tiene dos centros: el yo y el tú; yo necesito de ti y tú necesitas de mí.

Por Alfonso López Quintás(*)

En muchos libros de ética -incluso en libros de texto escolar- se habla de muchos temas: libertad, solidaridad, tolerancia, amor etc. etc.; temas que son importantes, pero no se habla nada del ideal de la vida. Sin embargo, algunos pedagogos te dicen: lo más importante de la vida es la meta que quieres conseguir. Y esto parece lógico, vamos a verlo.

El gran científico y humanista Albert Einstein dijo, poco antes de morir, esta dramática frase: "La fuerza desencadenada del átomo lo ha transformado todo, menos nuestra forma de pensar. Por eso caminamos hacia una catástrofe sin igual". ¿Y cuál es la forma de pensar, la mentalidad que debiéramos haber cambiado para evitar esa catástrofe?

Miren, cada día me convenzo más de que en el momento actual de la humanidad tenemos que ponernos a pensar seriamente, despacio, ¿cuál es nuestra manera de pensar, cuál es el ideal que tenemos en la vida, hacia dónde orientamos la vida, cuál es la meta?

Durante cuatro siglos, desde que comenzó la gran ciencia moderna (pongamos siglo XVI, para entendernos) hasta principios del siglo XX, cuál fue el ideal -el ideal de vida, la meta- que impulsó a todos aquellos que crearon la gran ciencia, la gran técnica? El ideal estaba expresado en el llamado "mito del eterno progreso": se pensaba que un poco de conocimiento científico producía un poco de conocimiento técnico; el poco conocimiento técnico producía un poco de dominio de la realidad, de creación de artefactos, de bienestar y -así se pensaba- un poco de conocimiento científico daba, por tanto, un poco de felicidad. Elevándose a la enésima potencia esa progresión, se pensaba que un conocimiento científico muy elevado daría lugar a una medida correlativa de técnica, dominio de la realidad, de bienestar y de felicidad. Pues bien, a comienzos del siglo XX, año 1914, cuando el conocimiento científico era asombroso, no llegamos a una felicidad humana sino al desastre colectivo: 1914-1918, millones de jóvenes inocentes tuvieron que perder la vida en las terribles trincheras por un error de sus antepasados.

¿Cuál es el error? ¿Que la ciencia produce técnica y bienestar? ¡No! ¿Dónde está entonces el error? En pensar que automáticamente la ciencia y la técnica producen felicidad. La cuestión es: ciencia y técnica producen bienestar, sí, pero para quién? Para mí, para mi pueblo. Entonces se trata de un egoísmo, individual o colectivo -que es igual: hay un egoísmo colectivo, que es lo mismo de peligroso. Se olvidaron de pensar que la técnica y la ciencia, si las destinamos egoístamente a nuestro bienestar no conducen a la felicidad, como se ha visto trágicamente en el año 1914.

Miren, a partir de 1918, en esa prodigiosa década del 20 al 30 (ustedes saben que la filosofía progresa por décadas...), donde nacen multitud de caminos -filosóficos, fenomenológicos, dialógicos etc.- hay muchos autores, grandes pensadores -un Guardini, un Buber, un Heidegger, un Jaspers...- que escriben para decir prácticamente una idea fundamental: ¡hay que cambiar!
Hay que cambiar: hay que cambiar el ideal
Cambiar el ideal. Miren, ¿una sociedad, una persona puede vivir sin ideal? Sí, pero está como un barco sin timón en medio de una tormenta. Un individuo, una sociedad sin ideal, realmente está perdido.

A partir del año 1918, el ideal de la Edad Moderna se hundió totalmente. Este gran pedagogo, este gran pensador, que fue profesor mío en München, Romano Guardini, me dijo personalmente en una ocasión: "No sabe usted cómo encontré yo a la juventud alemana en los años 30, cuando vine a München a dirigir el Movimiento de Juventud alemán. Esta juventud, de por sí tan vital, tan enérgica, como es la juventud alemana, no tenía más ideal en la vida que encerrarse en las cervecerías, espesar el aire con el humo de tabaco, embriagarse de cerveza y jugar a las cartas". No tenían ideal tras cuatro siglos trabajando por la ciencia y por la técnica para ser más felices... y al final tenemos la hecatombe. El ideal hizo quiebra. De ahí que esos autores decían siempre: ¡hay que cambiar el ideal!

El ideal del dominio tiene que ser cambiado por el ideal de la solidaridad: lo que debe importar no es que yo te domine a ti; no que esta nación domine a la otra, sino que sea solidaria con ella. El ideal de la prepotencia soberbia tiene que ser cambiado por el ideal de la sencillez. El ideal del tener, tiene que ser cambiado por el ideal del ser. El ideal que consiste en dominar a los demás, en ser más que los demás tiene que cambiarse en un ideal de servicio. Esto era lo que se nos proponía. Cuando por ejemplo Heidegger dice que hay que pasar de la vida inauténtica a la vida auténtica, y lo mismo Jaspers o Marcel, que propone pasar del problema al misterio: en el fondo lo que están diciendo es que hay que cambiar el ideal. Porque -como veremos después- del ideal depende todo: según sea el ideal, así es tu sistema de valoración. Cambiado el ideal, se cambia todo. Ahora, ¿se cambió el ideal? Algunas personas, sí; algunos grupos, sí; pero la sociedad en bloque no; los dirigentes, no. Y vino la Segunda Guerra Mundial. Todo el periodo de entreguerras se dedicó a preparar la venganza: llegó el año 1939 y Europa se cubrió de ruinas.

Recuerdo que yo cuando era joven fui a Alemania -yo tenía 23 años, a los cinco años de terminar la Segunda Guerra Mundial-, llegué por ferrocarril a Colonia y allí me encontré, delante de la estación, con la gran mole de la famosa catedral -una imagen que yo tenía en la retina desde niño de ver en los libros: la gran catedral gótica- como una gran dama vestida de luto: había sido castigada por las bombas y a su alrededor, totalmente ruinas (incluso las famosas iglesias románicas que rodean la catedral: todas en la tierra). Miren, yo iba desde mi residencia hasta la universidad campo a través en vez de ir por las calles -no había calles, no había casas- y los niños discutían si alguna vez había habido allí casas: cinco colinas se crearon con los escombros; las llenaron de tierra y ahora son parques y los jóvenes pasean por allí sin saber que debajo están las casas y, muchas veces, los cadáveres de sus mayores.

Yo pensaba para mí: ¿cómo es posible que la gran Europa, que ha creado tanta ciencia, tanto arte, tanta cultura, se haya destruido a sí misma con ese frenesí demoledor, con esa furia? Y encontré la contestación en un gran antropólogo vienés, que era un maestro de escuela primaria, Ferdinand Ebner, que en 1921 publicó una obra genial La palabra y las realidades espirituales, que inspiró a la mejor antropología filosófica del siglo XX: grandes autores como Theodor Haecker, Romano Guardini, Karl Rahner y tantos otros han ido a beber a Ebner. Pues Ebner en 1921 ya había dicho: "¡Cuidado! Porque Europa creó una gran cultura, pero muchas veces la cultura no es más que soñar con el espíritu y no vivir vida espiritual". Este pensamiento es muy importante: Europa creó mucha música, mucha literatura, mucha arquitectura -fantástica... ¿Pero siempre ese arte es vida espiritual o es soñar con el espíritu? Hay una diferencia. Ebner añade: si comprendiéramos bien esa idea, se haría una revolución en toda Europa, que daría lugar a una cultura humana, por tanto a un hombre nuevo y por tanto una época nueva, una época postmoderna. Llevamos desde el año 18 diciendo que se acabó la Edad Moderna, que había sido tan grande -no lo olvidemos- y que ha producido para Europa y para todo el mundo beneficios fantásticos: en ciencia, en técnica, adelantos en la Medicina... eso hay que reconocerlo y hay que asumirlo. Ahora Ebner nos dice: no todo lo que se consideró cultura era cultura del espíritu; era soñar con el espíritu. Y él dijo: yo no soy el que voy a hacer esa revolución (él era un hombre enfermo, no tenía fuerza, era un maestro de escuela de pueblo); vendrá alguien que la haga (posiblemente sean ustedes...).

Ebner entonces me dió una pista para entender por qué Europa siendo tan grande en cultura se destruyó a sí misma. Porque muchas veces la cultura se entiende de una manera que va desligada de la creación de vínculos personales: una persona puede ser un gran poeta, puede ser un gran músico y ser cruel con los demás ¿esta persona es culta? Me costaría reconocerlo. En una ocasión, habíamos actuado en un congreso sobre arte una persona, que es un gran poeta, muy buen crítico de arte, un hombre fino, y yo había dado una conferencia y él otra. Y por la mañana siguiente me dice: ¡vamos a ver la prensa! Y encontramos que el cronista, un periodista joven, hablaba de mi conferencia, pero de la de él, no (posiblemente porque llegó a la mía y no llegó a tiempo a la suya -¿qué sé yo?- no fue por mala voluntad: un chico joven que empezaba...). Este hombre, gran poeta, se enfadó tanto que agredió a aquel pobre periodista, le insultó, le dijo: no tenía el disgusto de conocerlo. Yo me quedé asombrado con las manos en la cabeza (me paso la vida con las manos en la cabeza...) pensando: ¿no decíamos que el arte forma las personas? En España ahora se están gastando miles de millones de dólares al año en el arte, en el deporte etc. Se dice que el deporte forma, que el arte forma... Y yo me pregunto: ¿siempre forma o hay que cumplir ciertas condiciones? Yo a la vista de lo que pasó con ese señor, me dediqué a estudiar esto porque efectivamente era un hombre muy culto, refinado, buen poeta..., pero cruel con los demás. Yo intentaba calmarlo, le agarraba por el brazo porque él quería casi pegar al periodista. Cuanto más intentaba calmarlo, más se enfurecía y casi intentaba atacarme a mí...

La auténtica cultura

La auténtica cultura, ¿en qué consiste? ¿En hacer crítica de arte? ¿En hacer poesía? Sí, pero sobre todo en cultivar a las relaciones personales: esto es lo que nos dice Ebner. La auténtica vida espiritual ¿cuándo empieza? Cuando hay una palabra dicha con amor, no con odio: una palabra dicha con odio destruye la cultura. No se da la debida importancia a esto. Un profesor, por ejemplo (vamos a hacer autocrítica), que da unas clases brillantes, que tiene muchos conocimientos, pero no crea un ambiente de diálogo en la escuela, un ambiente de encuentro, ¿realmente está fomentando la cultura o sólo fomenta la información?

Vino la Segunda Guerra Mundial, fue terrible como quedó Europa, la catástrofe física. ¿Ustedes saben cuántos jóvenes rusos murieron en el frente de batalla? ¡17 millones! Y 7 u 8 millones de alemanes, no se sabe cuantos ingleses, americanos, australianos... ¡no se sabe! Un oficial del ejército norteamericano que desembarcó en Normandía, me dijo: "Nunca se sabrá ni nunca se dirá cuantos han muerto allí, porque los que avanzábamos en la playa, avanzábamos gracias a los montones de cadáveres de los compañeros porque la playa estaba abierta y los alemanes matando, allí no se perdía una bala".

Un terrible masacre, pero la catástrofe moral fue peor. El hundimiento moral. Después de 1945 decíamos: no hay remedio, no habrá manera de vencer al odio. Esta era la cuestión. Los empeños después de 1945 para destruir el odio: tuvimos la suerte de contar con tres dirigentes: Schumann, Adenauer y De Gasperi que -vamos a decirlo porque es así- dijeron: Europa fue cristiana, el cristianismo es amor, y vamos a proponernos los europeos olvidar el odio y vivir el cristianismo. Y entonces es cuando propusieron unir Europa otra vez. Pensábamos que iba a ser imposible y no fue: ya nos hemos unido en el aspecto económico, ahora en el aspecto político, pero falta el aspecto espiritual, unirnos personalmente, yo iba a decir: querernos.

Hasta hace poco se decía: cómo puede un francés perder el odio contra los alemanes o viceversa? O un inglés contra un francés? Y todos ellos contra los italianos? Pues ahora estamos viendo que es posible con un nuevo humanismo. Y tantos autores nos han dicho: hace falta un nuevo hombre, el hombre que prefiera el amor al odio. El hombre que se pregunte todas las mañanas: ¿A qué te sientes llamado? ¿A destruir o a construir? ¿A amar o a odiar? Yo cada vez me convenzo más (esto parece muy sencillo pero es muy serio): cada mañana debemos preguntarnos: "¿A qué me siento llamado?". Ahí viene la vocación; vocación viene de vocare, llamar. Pues miren, para que no sea todo negativo ni mucho menos: nos parecía imposible en Europa, pero ahora ya estamos sintiendo que somos hermanos -ingleses y españoles, que siempre estaban en lucha, nos vamos uniendo y vemos que los ingleses son estupendos (y ahora vienen millones de ingleses a España) y ellos van viendo que no somos tan malos...

Pero fijense ustedes, en Europa tenemos la idea de que Europa no podrá cerrarse en sí, tendrá que abrirse con amor a otros continentes. Y se está hablando muy seriamente de la unión de Europa con África -que la tenemos al lado- e incluso con Hispanoamérica. No podemos estar cerrados. Queremos tener mucha fuerza ¿para qué? Para poder competir con Norteamérica y con los grandes de Oriente, y esto es necesario porque tiene que haber un equilibrio, pero el ideal es de dominio: el ideal es ser más que Japón, más que Estados Unidos. Y muchas personas van por ahí, pero otras no: el ideal ideal quiere un equilibrio de fuerzas para ser solidarios. Por ejemplo, los africanos están intentando venir a Europa; claro, en Europa hay un nivel de vida superior al de ellos. Y los pobres vienen en barcas... como sea... y muchos naufragan. Y hay un movimiento fantástico en España que dice: ¡no puede ser esto! No pueden estas gentes que vienen con buena voluntad a buscar un trabajo, no pueden morirse en el mar. El gobierno español hace contratos -con países de Norte de África y también con países de Hispanoamérica para aceptar inmigrantes en España, legal; porque hoy hay muchos ilegal, que tienen muchas dificultades.

De la cultura del "poder" a la cultura del "servicio"

Abrirse y crear unidad: ¡esto es un buen futuro! Todo el mundo piensa esto y tenemos que trabajar por conseguirlo. Cuando en el año 1962 le concedieron a Romano Guardini -este gran pedagogo y pensador italiano-alemán- el premio al mejor humanista europeo fue a Bruselas a recibirlo y pronunció una conferencia preciosa -está traducida al castellano: Europa, realidad y tarea. Al terminar la conferencia dijo: "Europa creó durante siglos una magnífica cultura del poder; ahora tiene la tarea de crear una cultura del servicio" -bien los 180 grados: del poder al servicio- y añadió: "Que no tenga miedo ningún europeo a esta palabra servicio: porque este tipo de servicio no envilece, no rebaja; eleva, dignifica a uno y a otro: al que presta el servicio y al que acepta ese servicio: nos pone en actitud de solidaridad".

Este es el camino. En filosofía, en antropología, se está subrayando mucho una idea: los hombres -ustedes y yo- no somos como una circunferencia, con el centro en el "yo", del cual equidistan todos los puntos, todo sirviendo al yo: esto es una idea egoísta del ser humano. Hoy se tiende a pensar que al ser humano hay que representarlo como una elipse: que tiene dos centros: el yo y el tú, que tienen un dinamismo reversible en los dos sentidos: yo necesito de ti y tu necesitas de mí. Esta idea -y el pensamiento biológico lo ha subrayado mucho- es importantísima: Ebner, Buber, Guardini, Levinas, Nedoncelle y muchos otros autores la han destacado mucho...

Ahora bien, qué es lo que tendremos que hacer nosotros ahora para que esta orientación que está hoy, podríamos decir, iniciándose de una manera bastante fuerte en muchos países, esta orientación hacia la unidad, no hacia la lucha; ¿qué tendremos que hacer nosotros, sobretodo ustedes, los jóvenes -que tienen toda la vida por adelante, la energía y el talento-, qué tendremos que hacer? A mi modo de ver, tenemos que fundamentar bien todo esto. Y hacerles ver -a los dirigentes, a los políticos, a los directores de periódicos, a los dirigentes culturales y económicos- el ser humano, que es -como dice la mejor ciencia actual- un ser de encuentro. Y sobre esa teoría del hombre hablaremos en la segunda parte.

Adaptació a partir d'una conferència pronunciada pel Dr. López Quintás, catedràtic emèrit de filosofia de la Univ. Complutense de Madrid




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