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Pensando que pensamos poco

«Reflexionar sobre las cosas ayuda a vivirlas mejor».

Elogio del bien pensar: Escapar a la superficialidad y banalidad. El papel de la filosofía.

La superficialidad es uno de los componentes básicos de la cultura contemporánea. Pararse a pensar está considerado por muchos como cosa casi de mal gusto.

No plantearse nada, vivir como irracionales, como medio vegetando es, como mínimo, superficial. Es como condenarse a vivir en el vacío.

Es necesario despertar a una sociedad que está anestesiada y hacerla pensar. Sí, es necesario que piense, que trascienda la nube de banalidad que pesa sobre el imaginario colectivo (F. Torralba, escritor y filósofo).

Un cúmulo de gente, una colosal aglomeración. Una cita concertada a través de las modernas redes sociales. Una macrofiesta, un macrofestival, un macrobotellón... Una masa informe, pululando y deambulando no se sabe muy bien hacia dónde, con qué rumbo. El paisanaje juvenil vive el presente, apenas le interesa el futuro. Mejor no pensar en él, ya llegará. Los negros nubarrones que sobre él se ciernen convienen sortearlos adecuadamente. Hay que evadirse como sea. Evadirse, no pensar demasiado, esa es la cuestión.

Por otra parte, en un mundo plural y complejo como el actual muchos conciudadanos han perdido el norte y como consecuencia su desorientación es evidente. A ello contribuye, sin duda, cierta prensa y ciertos medios de comunicación cuyos profesionales lejos de procurar ser fieles a su responsabilidad social, su misión informadora y orientadora, se dedican a entretener y distraer al personal. cuando no a enmarañar y emponzoñar el panorama con sus enfoques zafios, parciales y sesgados, en vez de ayudar a la opinión pública a centrar las grandes cuestiones y debates y no irse interesadamente por las ramas. Recuérdense algunos botones de nuestra, a título de ejemplo: en su momento los intentos por descentrar y descarriar el debate sobre la ley del aborto, la denuncia social de la violencia de género pero no otro tipo de violencias socialmente aceptadas, el apoyo interesado o la acusación en tromba de ciertas formaciones políticas a un  juez estrella en apuros o a ciertos responsables políticos a quienes en un momento dado se les pudo calentar la lengua, el tupido velo sobre los efectos perversos de ciertas políticas gubernamentales orientadas a la “educación” de las jóvenes generaciones… En ello esos medios y sus profesionales tienen una gran responsabilidad.

Se piensa?, se siente?, se reflexiona? Se piensa mucho o poco? Cuál es el tiempo que dedicamos a pensar, reflexionar, profundizar sobre lo que ocurre en nosotros mismos o a nuestro alrededor? “Reflexionar sobre las cosas ayuda a vivirlas mejor”. Eh aquí una sencilla y sabia sentencia que encierra una gran verdad. La capacitad de «pensar», «razonar», «reflexionar» es, sin duda, una de las características que más nos distingue a los seres humanos. Es también una de las competencias capitales a desarrollar desde el ámbito educativo, en el poco considerado camino hacia la excelencia.

EL PAPEL DE LA FILOSOFÍA

La superficialidad es uno de los componentes básicos de la cultura contemporánea. Pararse a pensar está considerado casi siempre como cosa de mal gusto y la filosofía suele ser menospreciada por ininteligible o irrelevante.

Pararse a pensar, hacernos las preguntas fundamentales sobre el mundo, sobre qué es el hombre y sobre cada uno de nosotros — qué significa nuestra propia existencia— es algo apasionante. Y no plantearse nada, vivir como irracionales es, como mínimo, superficial, por decirlo de modo suave: es condenarse a vivir en el vacio.

Lo decía el maestro de filósofos Julián Marías: "Yo creo que la única manera de entender, la única manera de ser persona es pensar. Y el que se haga muy poco, el que esté muy abandonado el pensamiento, porque eso es cierto, es la causa de una etapa de crisis.”

Es cierto que se piensa muy poco. Tenemos que evitar por todos los medios vivir en la superficialidad y hay que estar prevenidos porque es muy fácil quedar anestesiado si uno está inhalando continuamente gases narcóticos. Así dice el articulista: "La atención compulsiva a los medios de entretenimiento visuales y auditivos narcotiza tan eficazmente el espíritu humano que hace superfluo el pensamiento y evita que se preste atención a los problemas acuciantes que afectan hoy en día a la humanidad.

Jaime Nubiola es profesor de Filosofía y es autor de un artículo sobre un tema orillado por la cultura posmoderna: El papel de la Filosofía.

EL PAPEL DE LA FILOSOFÍA

Por Jaime Nubiola

“Enseño a mis alumnos detalles de un inmenso paisaje que ellos posiblemente nunca podrán recorrer”. Así describía su propio trabajo Ludwig Wittgenstein, el filósofo vienés considerado por muchos como el pensador más profundo del siglo XX. Así veo yo también mis clases o los artículos en los que, siguiendo la tradición socrática, intento estimular la creatividad personal de quienes me escuchan o trato de invitar -¡de urgir!- a mis lectores a pensar por su cuenta y riesgo. Como enfatizó Hannah Arendt, el mayor peligro que se cierne sobre nuestras vidas es a fin de cuentas la banalidad. La superficialidad es -me parece a mí- uno de los componentes básicos de la cultura contemporánea. Pararse a pensar está considerado casi siempre como cosa de mal gusto y la filosofía suele ser menospreciada por ininteligible o irrelevante. En nuestra sociedad, el “soma” de Un mundo feliz -que disipaba todas las preocupaciones y las melancolías- forma ya parte de la dieta habitual de jóvenes y adultos.

La atención compulsiva a los medios de entretenimiento visuales y auditivos narcotiza tan eficazmente el espíritu humano que hace superfluo el pensamiento y evita que se preste atención a los problemas acuciantes que afectan hoy en día a la humanidad. Sólo unos pocos, casi siempre en los márgenes de la sociedad, mantienen la antorcha serena del pensamiento en medio de la algarabía mediática; se escuchan unos a otros e intentan avalar con sus vidas la primacía de la creatividad personal sobre el aletargante consumismo colectivo. Son los artistas, los profesores de filosofía, los místicos y todos aquellos a quienes importa más el ser que el tener, aquellos que valoran más el querer y el ser queridos que el medrar en la escala social.

La filosofía nunca ha estado de moda. Ya el primero de los filósofos, Sócrates fue obligado por sus conciudadanos a darse muerte por irritar a los poderosos de Atenas y perturbar a la juventud con sus enseñanzas. Hoy tampoco se valora la filosofía, pero el que la Unesco haya establecido el tercer jueves de noviembre de cada año como el “Día internacional de la filosofía” hace posible que al menos una vez al año la filosofía como institución sea noticia y pueda asomarse a las páginas de la prensa. Algunos piensan que la filosofía ha perdido el contacto con la gente, porque se ha convertido en una sofisticada tarea científica del todo ininteligible para el ciudadano corriente.

Hay, sin duda, algo de esto: todos los saberes en los dos últimos siglos han vivido un desarrollo formidable gracias, al menos en parte, a su especialización. Sin embargo, vale la pena recordar que la filosofía no es -no puede ser- un mero ejercicio académico, sino que es más bien un instrumento para la progresiva reconstrucción crítica y razonable de la práctica diaria personal y comunitaria.

El rigor de la especialización debe estar compensado siempre por la relevancia humana de la búsqueda y el perfeccionamiento personal. La pretensión de verdad no se conforma con la contemplación; aspira siempre a mejorar la vida de los seres humanos. Una filosofía que se aparte de los genuinos problemas humanos -tal como ha hecho buena parte de la filosofía moderna- es un lujo que a estas alturas del siglo XXI no podemos permitirnos.

John Dewey escribió en Reconstruction in Philosophy que “la filosofía se recupera a sí misma cuando deja de ser un recurso para ocuparse de los problemas de los filósofos y se convierte en un método, cultivado por filósofos, para ocuparse de los problemas de los hombres”. Con Hilary Putnam -quizá el mayor filósofo vivo en la actualidad- afirma “que los problemas de los filósofos y los problemas de los hombres y las mujeres reales están conectados y que es parte de la tarea de una filosofía responsable lograr esa conexión”. Este y no otro es para mí el papel de la filosofía.

Artículo publicado en el Diario de Navarra (19-XI-2010)

Ver también: Viaje indiscreto al interior de la mente.


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