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NATURALEZA HUMANA Y «CULTURA»

No siempre la formación recibida por muchos ciudadanos respecto al conocimiento del ser humano y su valoración positiva ha sido la más adecuada. Y más cuanto más adulto es uno y por tanto más atrás en el tiempo queda su período formativo. Entre el gran público se aprecia un cierto déficit de formación antropológica. Ello trae como consecuencia la infravaloración y el menosprecio que a veces se produce en nuestro entorno de todo aquello que hace referencia a lo “humano”. Fruto de ello son algunos de los episodios, acontecimientos y planteamientos que se producen entre nosotros respecto a cuestiones antropológicas tanto en la esfera privada como en la vida pública.

Se trata de profundizar en el conocimiento de nosotros mismos y del papel que juega en nuestra existencia la dimensión «cultural». En la perspectiva de conocernos cada vez mejor como humanos y por tanto de formarnos una imagen cada vez más ajustada de nosotros mismos, de lo que somos, de lo que hemos llegado a ser, de nuestra naturaleza como especie. La «cultura humana» una meta, una aspiración, un nuevo horizonte existencial para nuestra especie. Un nuevo «escenario» para la vida humana.

Somos animales sí, pero animales «humanos»: es decir, animales «culturales». Lo que nos define específicamente y nos diferencia con el resto de especies es nuestra capacidad «cultural», nuestra competencia como especie para crear «cultura». Pero, ¿qué es la «cultura»?¿Qué se entiende por «cultura humana»? Se trata de descubrir el sentido antropobiológico de esa capacidad específicamente humana e intentar comprender el irrenunciable valor que esa competencia supone para todo ser humano, al tiempo que estimular a dotarnos y armarnos de tan imprescindible «bagaje» para la trayectoria personal y vital de cada uno.

Quienes entre nosotros hoy, desde las instancias del poder o no, tratan de inducir a una transformación de la mentalidad colectiva en una determinada dirección con la finalidad de difundir entre el gran público posiciones ideológicas muy en boga en la época moderna pero escasamente fundadas en la verdad misma de la naturaleza humana, a propósito de cuestiones especialmente sensibles que hacen referencia a determinados ámbitos de la vida personal y colectiva, difundiendo ideologías contrarias al más elemental sentido común y poco fundamentadas en la verdad misma que encierra la naturaleza humana, rayando la burda manipulación ideológica de la ciudadanía, debieran conocer que el ser humano es como es y ninguna ideología, ningún proceso de transformación ideológica coyuntural, ni presente, ni pasada, ni futura, podrá cambiar la realidad de esa naturaleza humana, una esencia que no es producto cultural, como hoy se atreverían a afirmar algunos, sino una realidad filogenéticamente fuertemente anclada en la propia naturaleza humana y largamente forjada: nuestra natural manera de ser, nuestra natural forma de estar constituidos, nuestra particular forma de percibir, sentir y amar.

En definitiva, un estímulo para quienes como consecuencia de un déficit en la formación recibida no han descubierto todavía el sentido y significado de una dimensión antropológica, la «cultura», más allá del sentido mayoritariamente difundido entre el gran público o para quienes simplemente la entienden como un lujo cultural y también como antídoto para aquéllos que todavía, ante lo que ocurre en su entorno, lavándose las manos, miran para otro lado, se desentienden y evaden y no toman partido hasta mancharse.

La génesis de la «naturaleza humana»

Los humanos tenemos una manera específica y propia de ser, de percibir, de sentir, de afrontar la realidad, de estar en el mundo. Filogenéticamente nuestra naturaleza humana se ha forjado a lo largo de un prolongado proceso. Se trata de una aventura muy compleja, en la que de forma integrada y progresiva han intervenido diversos planos: el biológico, mental y cultural. Esa construcción se produce en el transcurso de un dilatado período de tiempo, dando como resultado finalmente lo que ahora somos los humanos, constituyéndonos en medio de la naturaleza como unos seres originales, específicos, como seres «humanos». La cuestión central a descubrir y comprender es en qué consiste realmente ser «humano». Otra cuestión que podríamos plantearnos es si en perspectiva filogenética ese prolongado y complejo proceso de conformación de nuestra naturaleza está ya concluido, definitivamente cerrado, o continua todavía abierto, en un proceso continuo y dinámico de constitución.

En este dilatado y complejo proceso el cerebro, la actividad mental, juega un papel fundamental. En nuestro cerebro hay determinadas áreas o regiones que nos ayudan en una tarea que nos es específica: la asignación de sentido a la realidad. Se trata de lo que los neurobiólogos denominan “operador existencial”; es decir, una función cerebral gracias a la cual nuestra mente nos informa que lo que percibimos es real y asigna sentido, significado, a la existencia o realidad, a la información procesada por el cerebro.

En busca del sentido a una realidad aparentemente sin sentido

Los humanos reflexionan, se interrogan, se preguntan ante la realidad que tienen enfrente… intentan encontrar una interpretación, un significado aunque sea parcial a cada aspecto de esa compleja realidad y a cada uno de los acontecimientos que en ella se producen, y a toda ella de forma global… vamos en busca de sentido, es el hombre en busca de significado, el ser humano en busca de sentido.

Esa realidad, tanto exterior como interior, a primera vista se presenta ante nosotros como, deshilvanada, caótica, desordenada, azarosa, sin sentido… y al tiempo aparece provocativa, interrogativa y despierta en nosotros interés, curiosidad, nos interpela… Los humanos necesitamos encontrar sentido a la realidad, a cuanto existe y ocurre a nuestro alrededor: ordenando, relacionando las informaciones que percibe nuestro cerebro, estructurándolas, adjudicando significado y sentido a las cosas… Esa actividad mental actúa en nosotros como mecanismo de adaptación y supervivencia. No resistiríamos vivir en medio de una realidad caótica, sin sentido, ininteligible… Ese mecanismo cerebral nos permite interpretar la realidad y resolver los problemas de sentido que esa realidad suscita en nosotros, de manera que así minimizamos la ansiedad que genera nuestra propia existencia y la convivencia en medio de un mundo interrogativo, que nos interpela.

Una inteligencia creadora

El hombre sobreponiéndose a su naturaleza puramente animal pretende imaginar, crear para sí un mundo más «humano», un nuevo «escenario» en el que poder desarrollar y ejercer su vida. La inteligencia humana tiene pues ante todo una función creadora: construir un mundo «humano». Este gran proyecto lo llevamos a cabo a través de diversos caminos: mediante el conocimiento de la realidad, mediante el penetrante poder de la ciencia, transformando la realidad mediante la técnica y la tecnología, pero también manipulándola, modificándola y transformándola mentalmente a través de la recreación simbólica de esa realidad, por medio del lenguaje, la mitología o la literatura, el arte, la estética, la ética, la religión o la contemplación. Los lóbulos frontales serían los que capacitarían a los humanos para la creación de esa realidad simbólica que sustenta nuestro equilibrio mental. Esta capacidad es fundamental en el desarrollo humano.

En el concierto de la evolución filogenética nuestra especie ha salido airosa de esa arriesgada aventura iniciada hace ya millones de años. El balance resultante ha sido positivo: esa particular «naturaleza» largamente forjada y que nos distingue a los humanos nos ha permitido éxitos muy notables por lo que hace referencia al conocimiento de la realidad, la reflexión filosófica, la previsión del futuro, la ordenación de las relaciones sociales, el aumento del bienestar y confortabilidad para vivir, etc. la capacidad de interrogarse sobre el sentido de la existencia y sobre los orígenes y el destino de la realidad.

Tanto la «naturaleza humana» como la «cultura humana» son información, pero se diferencian por la manera como se transmiten: mientras la información natural se transmite genéticamente y está codificada en el genoma, la información cultural se transmite por aprendizaje social y está codificada en el cerebro.

Frente a etapas de mayor convulsión y turbulencia, periódicamente en determinados momentos y zonas del planeta la humanidad se ha encontrado con épocas de una gran sensibilidad cultural (parece ser que en torno al s. VaC y oscilando entre el 800 y 200 aC. en una amplia zona del planeta se produjo una de esas épocas ), en las cuales ha sido capaz de afrontar una sosegada reflexión sobre su propia orientación y destino, épocas en que colocándose en la situación límite de una sincera reflexión sobre la orientación dada a su “humanización”, y con gran lucidez, ha sabido enfrentarse reflexivamente con ella misma y el destino de su aventura, planteándose a fondo el sentido del mundo y de la vida por ella misma creados. Y esa reflexión serena, profunda y lúcida dio lugar a beneficiosos frutos de los cuales todavía hoy nos alimentamos.

Quizás el momento actual no sea el mejor reflejo de la «cima civilizatoria» alcanzado por la humanidad en determinadas áreas del planeta. La crisis actual, no solamente financiera, económica o laboral sino global, de modelos de vida, de valores, de orientación, de cultura e incluso de civilización, nos está indicando la profundidad y de la gravedad del problema en el que nos hallamos sumergidos. Nos indica también que estamos llegando a una situación límite. Nos ofrece la posibilidad de un replanteamiento profundo de muchos de los parámetros y valores sobre los que hemos montado nuestro “mundo” en las últimas centurias. ¿Será este el momento oportuno para hacer un replanteamiento a fondo de toda nuestra situación como ha sido capaz la humanidad de realizarlo en otras etapas de su historia? ¿Nuestra época tendrá la lucidez necesaria para salir “humanamente” reforzada de esta situación? De todos depende un poco. Cada uno puede contribuir algo a ello. El poder de transformación lo tenemos, la orientación de nuestra obra es lo que hay que revisar. No vayamos a desperdiciar hoy con nuestros aspavientos los fundamentos y las más altas conquistas del “edificio cultural y civilizatorio” tan larga y trabajosamente pertrechado por el conjunto de la humanidad especialmente en sus momentos cumbres. ¿Seremos capaces de crear hoy entre todos un nuevo «escenario» para la vida humana adecuado a nuestra época en el que todos y cada uno tengamos las mismas posibilidades de existir y desarrollarnos con dignidad?

Elaboración propia a partir de materiales diversos


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