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EL LARGO CAMINO HACIA LA MODERNIDAD  

Frente a la Edad Media, que habitualmente suele identificarse como una Edad Oscura, de atraso, aislamiento y oscurantismo, la Edad Moderna fue el periodo en que triunfaron los valores de la modernidad (el progreso, la comunicación, la razón). El tránsito de la Edad Media a la época Moderna no se produjo bruscamente, sino mediante una transición. En la Edad Moderna la inercia del pasado y el ritmo de los cambios fueron lentos, propios de los fenómenos de larga duración. Los principales fenómenos históricos asociados a la Modernidad (capitalismo, humanismo, estados nacionales, etc.) venían preparándose desde mucho antes, aunque fue en el paso de los siglos XV a XVI en donde confluyeron para crear una etapa histórica nueva. El espíritu de la Edad Moderna buscaría su referente en un pasado anterior, la Edad Antigua identificada como Época Clásica.

El Renacimiento

Dos de los factores que más contribuyeron al ocaso de la mentalidad medieval y al tránsito hacia una nueva época fueron el Humanismo y el Renacimiento, movimientos que se desarrollaron en Europa entre los siglos XIV y XVI. El Humanismo contribuyó a la revalorización individual y colectiva de todo lo humano. Su objetivo era el enaltecimiento de la dignidad humana. El Humanismo  que se vivió en Europa en los siglos XIV y XV representó un proceso innovador, inspirado en la antigüedad clásica y en la consolidación de la importancia del Hombre en la organización de la realidad histórica y natural. El Renacimiento consistió en un amplio movimiento de revitalización cultural que se produjo en Europa Occidental durante los siglos XV y XVI, fruto de la difusión de las ideas del humanismo que determinaron una nueva concepción del hombre y del mundo. Este movimiento cultural simboliza la reactivación del conocimiento y el progreso tras siglos de predominio de la mentalidad dogmática de la Iglesia en la Europa medieval. El Renacimiento planteó una nueva forma de ver el mundo y al ser humano, el interés por las artes, la política y las ciencias, cambiando el teocentrismo medieval, por el antropocentrismo renacentista.

Sin embargo, las estructuras sociales cambiaron muy lentamente. En el seno de la sociedad de la época perviven unas capas privilegiadas que basan su riqueza no en el trabajo sino en la renta. El predominio social del clero y la nobleza no es discutido seriamente durante la mayor parte de la Edad Moderna, y los valores tradicionales (el honor y la fama de los nobles y la pobreza, obediencia y castidad de los votos monásticos) son los que se imponen como ideología dominante, que justifica la persistencia de una sociedad estamental. El nuevo actor social que aparece y al que pueden asociarse los nuevos valores ideológicos (el individualismo, el trabajo, el mercado, el progreso ...) es la burguesía. En medio de este clima, en el transcurso del tiempo, se va abriendo paso una visión más idealista de la  vida y la posibilidad de realización de una sociedad perfecta, pero no en un paraíso escatológico como se pensaba en la Edad Media, sino realmente en la Tierra.

El s. XVII

El Renacimiento del siglo XVI abrió las puertas para que en los 100 años que corrieron de 1600 a 1700 la sociedad pudiese zafarse del viejo molde que implantaba métodos rígidos de comportamiento y actuación especialmente impuestos por la Iglesia. El siglo XVII es de un gran esplendor, debido a que este tiempo permite desligarse de las viejas ataduras provenientes de la Edad Media.

En el arte, como expresión de la manera de entender el mundo en una época determinada, también se refleja esta situación. El arte más representativo de la Edad Moderna quizá no fue el arte renacentista sino su continuación y antítesis: el Barroco, que se extendió a lo largo del siglo XVII y XVIII. La rotura de esos viejos moldes permitió liberarse de la rigidez de las estructuras tradicionales e imprimir nuevos aires en el campo de las artes.

El barroco que se presenta en diferentes manifestaciones artísticas permite arraigar en la sociedad de la época un nuevo estilo de vida, por el que se acepta vivir bajo situaciones en constante cambio. Este estilo se caracterizaba por ser visualmente recargado, y alejado de la simplicidad y armonía propias del Renacimiento. El Barroco pudo surgir como reacción a la crisis de la confianza humanista y renacentista en el ser humano, lo que explica su potente carácter religioso, así como el abandono de la simplicidad clásica para intentar expresar la grandeza del infinito, y la predilección por motivos grotescos o «feos», realistas, opuesta a la búsqueda de la belleza ideal renacentista. Este movimiento permitió rescatar las formas celestiales por medio de la ornamentación, y el paso de lo estático a lo dinámico. Se ha hablado también de una cultura barroca en la que se valoraba más la apariencia que la esencia, la escenografía que la solidez.

El s. XVIII

El siglo XVIII constituye una época de progreso de los conocimientos racionales y de perfeccionamiento de las técnicas de la ciencia. Fue una época de enriquecimiento que potenció a la nueva burguesía, si bien se mantuvieron los derechos tradicionales de los órdenes privilegiados dentro del sistema monárquico absolutista. Sin embargo, la historia del siglo XVIII consta de dos etapas diferenciadas: la primera supone una continuidad del Antiguo Régimen (hasta la década de 1770), y la segunda, de cambios profundos, culmina con la Revolución Estadounidense, la Revolución Francesa y Revolución Industrial en Inglaterra.

El siglo XVIII comienza con la crisis de la conciencia europea que abre paso a la Revolución científica, la Ilustración, la Crisis del Antiguo Régimen y la que propiamente puede llamarse Era de las Revoluciones, cuyo triple aspecto se categoriza como la Revolución Industrial (en el desarrollo de las fuerzas productivas, lo tecnológico y lo económico incluyendo el triunfo del capitalismo), la Revolución burguesa (en lo social, con la conversión de la burguesía en nueva clase dominante y la aparición de su nuevo antagonista: el proletariado) y la Revolución liberal (en lo político-ideológico, de la que forman parte la Revolución francesa y las revoluciones de independencia americanas). El desarrollo de esos procesos, que pueden considerarse como consecuencias lógicas de los cambios desarrollados desde finales de la Edad Media, pondrá fin a la Edad Moderna.

Se denomina Ilustración o Siglo de las luces a una corriente intelectual de pensamiento que dominó Europa  durante el siglo XVIII. Abarcó desde el Racionalismo y el Empirismo del siglo XVII hasta la Revolución Industrial del siglo XVIII, la Revolución Francesa y el Liberalismo. La ilustración y el enciclopedismo muestran su confianza en la razón y la idea de progreso, y el deseo de reorganizar la sociedad a través de ellas. Los pensadores de la Ilustración sostenían que la razón humana podía combatir la ignorancia, la superstición, la tiranía, y construir un mundo mejor. La Ilustración tuvo una gran influencia en aspectos económicos, políticos y sociales.

Los intereses de la burguesía se manifestaron en la superestructura político-ideológica por las ideas de la Ilustración, que hablaban de libertad y derechos en oposición al absolutismo y la sociedad estamental; y de libre mercado frente a las restricciones del modo de producción feudal. La ideología burguesa no se restringe a esa clase, sino que se extiende por el cuerpo social, tanto en el conjunto de la población dominada (mucho más numerosa por incluir a todos los no privilegiados), así como a elementos individuales de los estamentos privilegiados (nobleza y clero), e incluso en algunos casos al aparato mismo del poder de la monarquía absoluta, que se veía a sí misma como despotismo ilustrado. Las revoluciones burguesas incluyeron y se simultanearon con el proceso de industrialización y la transformación de la sociedad preindustrial en sociedad industrial, un cambio verdaderamente revolucionario. Ambas revoluciones, política y económica, son inseparables de la revolución social que es el proceso de dominación burguesa.

 Edad contemporánea

El paso del tiempo ha ido alejando de tal modo la época anterior de la presente que suele añadirse una cuarta edad, la Edad Contemporánea, nombre con el que se designa el periodo histórico comprendido entre la Revolución francesa y la actualidad (entre 1789 y hoy día). Ésta no sólo no se aparta de las orientaciones emprendidas en la época anterior, sino que intensifica extraordinariamente la tendencia a la modernización. En cada uno de los planos principales del devenir histórico (económico, social y político), puede cuestionarse si la Edad Contemporánea es una superación de las fuerzas rectoras de la Modernidad o sólo significa el periodo en que triunfan y alcanzan todo su potencial de desarrollo las fuerzas económicas y sociales que durante la Edad Moderna se iban gestando lentamente: el capitalismo y la burguesía; y las entidades políticas que lo hacían de forma paralela: la nación y el Estado.

En los años finales del siglo XVIII y los primeros del siglo XIX se derrumba el Antiguo Régimen de una forma que fue percibida por los contemporáneos como una aceleración del ritmo temporal de la historia, que trajo cambios trascendentales conseguidos tras vencer de forma violenta la oposición de las fuerzas interesadas en mantener el pasado: todos ellos requisitos para poder hablar de La Era de la Revolución. Suele hablarse de tres planos en el mismo proceso revolucionario: el económico, caracterizado por el triunfo del capitalismo industrial que supera la fase mercantilista y acaba con el predominio del sector primario (Revolución Industrial); el social, caracterizado por el triunfo de la burguesía y su concepto de sociedad de clases basada en el mérito y la ética del trabajo, frente a la sociedad estamental dominada por los privilegiados desde el nacimiento (Revolución burguesa); y el político e ideológico, por el que se sustituyen las monarquías absolutas por sistemas representativos, con constituciones, parlamentos y división de poderes, justificados por la ideología liberal (Revolución liberal).

Durante este periodo la humanidad ha experimentado una transición demográfica, concluida para las sociedades más avanzadas (el llamado primer mundo) y aún en curso para la mayor parte (los países subdesarrollados y los recientemente industrializados), que ha llevado su crecimiento más allá de los límites que le imponía históricamente la naturaleza, consiguiendo la generalización del consumo de todo tipo de productos, servicios y recursos naturales que han elevado para una gran parte de los seres humanos su nivel de vida de una forma antes insospechada, pero que han agudizado las desigualdades sociales y espaciales y dejan planteando para el futuro próximo graves incertidumbres medioambientales.

Los acontecimientos de esta época se han visto marcados por transformaciones aceleradas en la economía, la sociedad y la tecnología que han merecido el nombre de Revolución Industrial, al tiempo que se desmoronaba la sociedad preindustrial y se construía una sociedad de clases presidida por una burguesía que contempló el declive de sus antagonistas tradicionales: los privilegiados y el nacimiento y desarrollo de uno nuevo: el movimiento obrero, en nombre del cual se plantearon distintas alternativas al capitalismo. La ciencia y la cultura entran en un periodo de extraordinario desarrollo y fecundidad; mientras que el arte y la literatura, liberados por el romanticismo de las sujeciones académicas y abiertos a un público y un mercado cada vez más amplios; se han visto sometidos al impacto de los nuevos medios de comunicación de masas, escritos y audiovisuales, lo que les provocó una verdadera crisis de identidad que comienza con el impresionismo y las vanguardias y aún no se ha superado.

Si se define la Modernidad como el desarrollo de una cosmovisión con rasgos bien característicos (antropocentrismo -confianza en el ser humano por sobre lo divino-, idea de progreso social, énfasis en la libertad individual, valoración del conocimiento y la investigación científicas, etcétera), entonces es claro que la Edad Contemporánea es una continuación de todos estos conceptos, que surgieron en Europa Occidental a finales del siglo XV y comienzos del XVI con el Humanismo, el Renacimiento y la Reforma Protestante; y se acentuaron durante la denominada crisis de la conciencia europea de finales del siglo XVII, que incluyó la Revolución Científica y preludió a la Ilustración. Las revoluciones de finales del XVIII y comienzos del XIX pueden entenderse como la culminación lógica y exacerbación de esta cosmovisión respecto del período precedente. A partir de entonces, la confianza en el ser humano y en el progreso científico se manifestó en una ideología muy característica: el positivismo, que encontró su reflejo político en el liberalismo y en el secularismo, y religioso en el agnosticismo; llevado a su extremo, permitió el desarrollo del darwinismo social. A su vez, la doctrina de los derechos humanos, desarrollada con elementos anteriores, se plasmó para dar forma a la democracia contemporánea, que a partir del siglo XIX se fue extendiendo con distintas vicisitudes hasta llegar a ser el ideal más universalmente aceptado de forma de gobierno en la actualidad, con notables excepciones.

Desde la imprenta de Gutemberg hasta los medios de comunicación de masas, si un objeto puede simbolizar la Edad Moderna, es la terrible potencia transformadora de un trozo de papel con un mensaje escrito. No obstante, incluso bien entrada la Edad Contemporánea, en la mayor parte del mundo la capacidad de descifrar su significado seguía estando reservado a las capas sociales superiores, más numerosas que en la Edad Media, pero que condenaban a los menos favorecidos a la ignorancia de la cultura escrita y a las limitaciones de la cultura tradicional oral.

Elaboració a partir de materials diversos

 

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