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LA LIBERTAD «POSTMODERNA»

En unos momentos en los que entre nosotros se reivindica «libertad», bueno será reflexionar sobre la misma.

Libertad sí, peró ¿qué tipo de «libertad»; y sobretodo «para qué»?

En España por parte de algunos en estos últimos tiempos se reivindica «libertad», libertades cívicas pero sobretodo libertad individual. ¿Pero qué tipo de «libertad» es la que se pretende y sobretodo «para qué» se quiere esa libertad? Bueno será pues que reflexionemos un poco sobre la cuestión.

Hay muchos modos de entender la “libertad”. Cada uno empleamos esa palabra a nuestro modo. Sin embargo, ni todas las maneras de entenderla ni todas las formas de ejercerla son igualmente afortunadas.

Hay gente que pide libertad absoluta, sin atender a límites. Lo que es lo mismo que optar por el libertinaje. Una libertad así, resulta evidentemente peligrosa. La libertad está vinculada a la conciencia, a la capacidad de elegir, pero también a la responsabilidad. Libertad procede de líber, la persona no sometida, es decir, la persona capaz de asumir responsabilidades. Tenemos derecho a ejercer nuestra libertad mientras no vulneremos la de los demás.

Algunos autores han distinguido entre tres tipos diferentes de“libertad”: la libertad-de, la libertad-para y la libertad de sí mismo. La mejor libertad es aquélla que está orientada al servicio de la auténtica liberación de uno mismo, de su dignidad, del bien común, de un mundo más humano.

Libertad

Palabra derivada del latín libertatem. Capacidad humana que se expresa en la competencia para autodeterminarse. La facultad del ser humano que le permite decidir llevar a cabo o no una determinada obra o acción. La libertad permite al hombre decidir si quiere hacer algo o no, pero también le responsabiliza de sus actos; si pretendemos ejercerla al margen de todo límite y toda responsabilidad caemos en el libertinaje.

La libertad o capacidad de autodeterminación permite a los seres humanos actuar como deseen. En este sentido, suele ser denominada libertad individual. La libertad de las personas acaba donde empieza la libertad del resto de individuos de la comunidad. Todos somos libres de hacer lo que queramos siempre y cuando no dañe o afecte a otras personas.

La libertad «postmoderna»

De la libertad-de… a la libertad-para

Es el sentido más simple y obvio de “libertad”, al que se suele llamar libertad-de. Yo me siento libre cuando estoy exento de constricciones u obstáculos que me impiden hacer lo que deseo realizar. Es lo que los clásicos llamaban libertas a coactione, estamos libres de coacción, es decir, que a veces no actuamos por coacción, por alguna imposición exterior, sino por propia decisión, por un principio activo que se encuentra en nosotros mismos.

Por eso, se le suele llamar libertad de decisión, libertad de arbitrio o, sencillamente, libre arbitrio. Se trata de una libertad innata y de índole psicológica. Innata porque se nace con ella: nadie puede no ser libre. Estamos forzados a elegir.

A diario nos toca analizar las situaciones, deliberar acerca de las posibilidades de acción y hacer bascular nuestra decisión sobre una de las opciones. La libertad tiene un carácter reflexivo: en un momento concreto corto el curso de las deliberaciones y me comprometo con una de las posibilidades.  Toda decisión comporta asimismo la correspondiente responsabilidad por la decisión tomada.

Pero a menudo sucede que esta libertad-de se convierte en puro individualismo. Como estoy libre de, soy “como Juan Palomo: yo me lo guiso y yo me lo como”. Yo sólo soy responsable de mis propios actos; los que ocurren fuera de mi me tiene, literalmente, “sin cuidado”. La “libertad de” conlleva una indiferencia individualista ante todo lo que ocurre fuera de mi. Es una libertad negativa, consistente exclusivamente en estar libre de obstáculos externos para hacer lo que yo quiero.

Algún autor a esta “libertad de...” la ha calificado de “libertad negativa”el ser humano a diferencia de los animales tiene la capacidad de elegir. Tenemos conciencia de que podemos elegir y de que podemos elegir esto o aquello. Es lo que se conoce como libertad de arbitrio o libertad de elección; es ésta la acepción más común de la palabra libertad. Choice es la palabra inglesa que hoy se utiliza más para designar la libertad de elección. 

La libertad negativa consiste en estar libre de obstáculos externos para hacer lo que uno quiere… Es la libertad de no estar atados a nada, de no respetar o transgredir las normas vigentes, de desvincularse de las normas que rigen una sociedad,  el liberarnos de toda norma ética… aquélla puede desarrollarse a partir del rechazo de cualquier absoluto… con las consecuencias sociales que de tal actitud pueden derivar.

Aparentemente libres de todas las ataduras externas, pero sometidos de hecho sin embargo -como gente narcotizada, irreflexiva y sumisa- al poder de la presión ambiental, estructural o mentalidad dominante. Este es hoy el concepto dominante de libertad: el de libertad negativa. Es decir, libertad para estar libres de cualquier tipo de constricciones y vinculaciones.

Ese concepto de “libertad” surge de un error antropológico: la idea de que la libertad se ejerce realmente a través del ejercicio espontáneo, según el antojo de cada cual, sin atender a bienes, virtudes ni normas. El resultado de esa forma de enetender  la “libertad” es la ligereza, la frivolidad, la libertad entendida como choice, como si se tratara de elegir entre distintos productos en cualquier supermercado, a exclusivo gusto da cada uno, sin atender a límite externo alguno y exentos de cualquier tipo de responsabilidad ante nosotros mismos o ante terceros por nuestras elecciones.

Eliminados los obstáculos y todo tipo de restricciuones externos, sólo me resta seguir mis sentimientos, mis emociones inmediatas, para realizarme plenamente. Desaparece el respeto a toda norma. Tal ligereza es propia de individuos sin principios ni valores, y nos encaminaría a la desintegración social y el desmoronamineto de la convivencia, basada en la responsabilidad personal y en el reconocimiento y respeto a la libertad del otro.

Este tipo de “libertad” es el patrón sobre el que se diseñan las variantes de la libertad contemporánea y, especialmente, de la libertad en sentido postmoderno. Esa es una concepción negativa de la libertad que debe su éxito a su simplicidad conceptual y a su aparente conexión con la vivencia cotidiana de la libertad. La concepción individualista del liberalismo moderno sólo exige un requisito: que no haya obstáculos externos. De lo demás, por así decirlo, ya me encargo yo, precisamente porque se postula que soy libre, que sé lo que quiero y, por lo tanto, que –en ausencia de impedimentos exteriores- puedo hacer precisamente aquello que responde a mis apetencias inmediatas. Por otra parte, esta versión tan simple y obvia, parece corresponderse exactamente con mi vivencia diaria de la libertad. ¿Cuándo me siento libre? Cuando ninguna dificultad externa me impida hacer lo que yo deseo. Nadie es mejor juez que yo para discernir lo que me agrada y conviene. El ejercicio de la libertad no admite jueces externos, porque nadie es capaz de saber lo que yo siento y, mucho menos, de sentir lo que ahora yo mismo deseo.

Según esta concepción negativa de la libertad, el gran obstáculo para el uso efectivo de mi libertad viene dado por el ejercicio que de su propia libertad hacen los demás. Resto de ese convencimiento es la máxima que ha llegado hasta nosotros: “tu libertad termina donde comienza la de los demás”. De manera espontánea, en el ideal “estado de naturaleza”, cada uno barre para su propia casa y quiere el máximo de libertad a costa de la libertad ajena. Es la guerra de todos contra todos.

Ahora bien, lo que pasa con esta libertad negativa es que resulta realmente inviable. No se puede vivir una libertad-de en sentido negativo y, por lo tanto, cerrado, porque el ejercicio efectivo de mi libertad requiere su inserción en una comunidad de ciudadanos, en la que sea posible aprender a ser libres, a base de enseñanzas y correcciones, de cumplimiento de las leyes, de participación en las empresas comunes y de aprendizaje del oficio de la ciudadanía. Si se acepta -aunque sólo a título de “experimento conceptual”- el “estado de naturaleza”, entonces es imposible dar el salto a una comunidad política que conlleva inevitablemente un pacto social, el comprender que no vivimos solos y que mi libertad termina donde empieza la libertad del otro.

Reducir la libertad a la libertad de elección entre más o menos ofertas, es trivializar la libertad humana. El tener la posibilidad de elegir hace al ser humano responsable de sus elecciones. Sin embargo,¿Está la raíz de la libertad en esta posibilidad de elegir? La raíz de la auténtica libertad no está tanto en la posibilidad de elección (en la existencia de alternativas) como en la autoposesión.

No hay otro camino que la responsabilización de cada ciudadano para buscar la verdad y ejercitar su libertad personal encaminándola a la perfección de la persona y al servicio del bien común.

La libertad-para

La libertad-para es por excelencia la que podemos calificar de libertad positiva. Las mujeres y los hombres de la modernidad no nos sentimos libres simplemente porque el Estado nos respete un minúsculo recinto de autonomía en el ámbito privado. Como en la polis, en la civitas y en las repúblicas italianas renacentistas el ciudadano libre se considera miembro de pleno derecho de una comunidad política. Cuando los ciudadanos actúan concertadamente, su libertad es poder. Tal es la esencia de la democracia: el convencimiento de que la fuente del poder político es la libertad concertada de los ciudadanos. Libertad que abarca previamente la autónoma iniciativa en los restantes ámbitos de la vida social, cultural y económica.

Pero en “la idea europea de libertad”, en la moderna concepción de la libertad-para o libertad positiva hay un elemento de signo antropológico, desde el cual es posible descubrir las causas profundas por las que la libertad negativa es del todo inviable. Se trata de la exigencia de auto-realización: “llega a ser el que eres”. Sin embargo, el ideal romántico y post-romántico de la auto-identificación me impulsa a ser “yo mismo”, único, auténtico, irrepetible, original. Tengo que descubrir yo sólo aquello para lo que estoy llamado. Y es precisamente en este momento cuando mejor se detectan las insuficiencias de la libertad negativa. Porque...

... desde la versión reductiva de la libertad-de se da por supuesto que, una vez eliminados los obstáculos externos, sólo me resta seguir mis sentimientos, mis emociones inmediatas, para realizarme plenamente.

Pero, a poco que se piense, se comprueba que las cosas no son así. Porque tales sentimientos hegemónicos pueden ser engañosos y, de hecho, a veces lo son. No pocas veces prometen lo que no pueden dar. Hay ejemplos de ello: los del alcohólico, el drogadicto, el fumador empedernido, el vanidoso patológico o el play boy actúan por pulsiones que prácticamente les obligan a comportarse de una manera autodestructiva, a pesar de no tener obstáculos externos para dejar de comportarse racionalmente; o quizá precisamente por no tenerlos, en una sociedad que confunde la libertad con el permisivismo.

A un nivel superficial, se puede decir que una persona de este tipo “hace lo que quiere”; pero eso que, aquí y ahora, quiere -impulsada por un placer o un dolor casi irresistibles- no es precisamente lo que ella misma “quisiera querer”. De manera que el individuo se ve dominado por la debilidad que proviene del descontrol del apetito sensitivo, de la falta de autodominio corporal y mental.

Al proceder de esta manera no estás desplegando tu propio ser: lo estás vaciando, lo estás hiriendo, no te estás ganando, te estás perdiendo.

En cualquier caso, hay siempre como un reducto invulnerable de la propia personalidad -al cual se llama a veces conciencia- que de cuando en cuando deja oír su tenue voz y nos advierte: “No es eso, no es eso”.

Hacia la verdadera libertad 

Hacia la verdadera libertad a través de la conquista de uno mismo o la libertad como liberación de sí mismo. 

La dialéctica del placer lleva al sometimiento, a la sumisión. Por el contrario, la conquista de la propia identidad y el despliegue de su auto-realización sólo se pueden conseguir por medio de “convicciones fuertes”. Para ser libre en sentido moderno, no basta con carecer de obstáculos externos. Hay que estar también libre de los internos. Y, para conseguir esto último y más decisivo, se necesita cultivar un fondo estable de convicciones fuertes, a las que se recurra en caso de conflictos éticos personales. Es más, en una sociedad tan compleja y variable como la nuestra, los horizontes vitales están siempre cambiando y aparecen conflictos nuevos de continuo.

Para dirimir tales conflictos, se precisa una estructura de sólidas convicciones. Así las cosas, decir que lo que de hecho hago es siempre seguir lo que me gusta, resulta una tesis trivial y equívoca. Porque lo que se llama “gusto” corresponde a una emoción inmediata, que poco tiene que ver con el gusto y si quizás con el sometimineto, la servitud, la sumisión a determinadas inercias, tendencias, o mentalidad dominante en una determinana coyuntura.

El logro de la verdadera «libertad» es el objetivo de toda educación personalizada. Porque lo que nos mueve es el sentimiento de lo valioso y conveniente, de lo interesante y bello, de lo bueno y favorable. La libertad humana -se lee en Ética a Nicómaco-, es deseo inteligente o inteligencia deseosa. De ahí que al bueno (bien educado) le parezca bueno lo bueno, y malo lo malo; mientras que al malo (al inculto) le parezca bueno lo malo y malo lo bueno. La propuesta de verdades para que el hombre sea libre, las únicas que hacen posible su plenitud y la recta ordenación de la sociedad, comprometería su autodeterminación. Es la paradoja del ser humano: sólo libre de sí mismo puede uno ganarse a sí mismo

El logro de la libertad de sí mismo es una hazaña existencial de envergadura, imposible de alcanzar con las propias fuerzas. Necesitamos la ayuda de los otros para lograr esa pureza de corazón que, según Kierkegaard, consiste en “amar una sola cosa”. Es esa agilidad interior que detectamos en las personas más valiosas e interesantes que conocemos: están centradas en una única finalidad, pero, a la vez, permanecen atentas a los que las rodean; no arrastran la carga de frustraciones y resentimientos, sino que viven a fondo, de manera no necesariamente pagana, el carpe diem, la libre intensidad de la hora presente. Al acercarse a la liberación de sí mismo, se rescatan y reasumen las mejores potencialidades de la libertad-de y de la libertad-para .

Porque el que no vive para sí está libre de toda traba existencial y dispuesto a lanzar su vida hacia metas que merezcan tan arduo esfuerzo.  Para lograr esta emocionante liberación de uno mismo, hay que aprender a olvidar y a recordar: "Un sabio recordar y un sabio olvidar: en eso consiste todo."

¿Libertad sin responsabilidad?

La libertad comporta responsabilidad: se reclama libertad pero se huye de la responsabilidad. El ejercicio de la libertad comporta la contrapartida de la responsabilidad. La libertad no significa que cada uno podamos hacer nuestro capricho, sino tener la posibilidad de ejercitar nuestra propia voluntad para elegir el contenido de nuestras acciones y hacernos responsables de sus consecuencias. La libertad tiene el pesado reverso de la responsabilidad. Todos reclaman libertades pero huyen de las responsabilidades. Las libertades que se invocan a cada momento se presentan como reclamación de derechos a disfrutar, pero no tanto como responsabilidades a asumir.

Entre la libertad como atributo que me constituye como persona y «las libertades» de las que se habla a menudo, no hay una verdadera identidad. Una cierta corriente de pensamiento trata de eximir de responsabilidad a muchos invocando que sus condiciones sociales o familiares, son en último término las determinantes de sus acciones. Este razonamiento cuando se amplía a la generalidad de las conductas sirve para exonerarse de responsabilidad. Si estoy en la pobreza o no he conseguido un puesto más relevante en la sociedad, o no ha funcionado mi relación matrimonial, es culpa de mis circunstancias familiares, de no tener influencias o de la mala suerte, pero pocas veces se asume la propia responsabilidad por haber utilizado mal la libertad, por ejemplo: elegimos divertirnos en lugar de formarnos adecuadamente, culpar al otro en lugar de reconocer mi quota parte de responsabilid, elegimos gozar de la sexualidad sin asumir la responsabilidad que pueda conllevar, etc.

Una sociedad libre es aquella que promueve la libertad y no determinadas «libertades». Una sociedad libre y democrática puede subsistir solamente si logra el fortalecimiento de la personalidad de los ciudadanos para que puedan ser dueños de su voluntad y de su pensamiento ejerciéndolos con libertad y responsabilidad.

Las leyes permisivas contra natura coartan la auténtica libertad, fomentan la depravación del hombre... Una libertad anárquica no es libertad. Libertad no es capricho, ni instinto, ni fuerza bruta. Una libertad no cimentada en la ley natural se destruye a sí misma, es utópica, quimérica y vaporosa, es libertinaje y anarquía.

Hay injusticias que nunca se convertirán en algo justo (como, por ejemplo, matar a un inocente, negar a un individuo o a un grupo el derecho a su dignidad o a la vida correspondiente a esa dignidad); y al contrario, hay cosas justas que nunca pueden ser injustas. Es desolador que, tras haber minado los cimientos aixiológicos de nuestra arquitectura cultural (p.e.: el respeto incondicional a la vida humana), haya quien quiera convertir lo que no es más que intemperie ética en el refugio ilusorio de una irresponsable libertad.

Toda libertad que se precie de tal tiene que inspirarse en el respeto a la ley natural, fomentar valores éticos, humanos, morales… primero en la persona, para enraizarla, y luego en la familia, ayudándole al pleno desarrollo, unión y madurez integral.

Elaboración propia a partir de recursos y materiales diversos


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