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A vueltas con Dios

Cuando ciertas polémicas mediáticas dan pie a sinceros testimonios de espiritualidad, religiosidad y fe…

Para muchos seres humanos el horizonte de una realidad última, a quien en nuestra cultura llamamos Dios, anida en lo más íntimo de su corazón y cae dentro de la razonabilidad general en la que se mueve el pensamiento moderno abierto a la búsqueda del sentido y orientación de cuanto existe y es, por tanto, una realidad compatible, y perfectamente asumible, con la mentalidad ilustrada del ciudadano del s. XXI.  Su aceptación implica un ejerci­cio consciente de la razón precisamente en su capacidad de formular preguntas sobre el sentido de la realidad. Frente al escepticismo de los que privan a la razón de su capacidad no ya de responder, sino incluso de preguntar, resalta el testimonio de quienes caminan esperanzados, puesta su mirada en el horizonte del encuentro con esa realidad última a quien llamamos Dios.

José Luis Servera

Digo a vueltas con Dios porque al leer últimamente algunos artículos que han aparecido en los periódicos sobre el último libro de Stephen Hawking The Grand Design se nos puede haber planteado, de nuevo, la pregunta ¿pero no estaremos realmente engañados los que seguimos creyendo en Dios?

Con mis palabras no pretendo hacer una disertación sobre Dios, sino únicamente, como un creyente más, hablando desde el corazón e interioridad, exponer las resonancias que se han puesto en movimiento en mi interior con motivo de estas lecturas, por si pueden ayudar a alguien en este largo camino de la búsqueda de Dios.

En el artículo del Mundo del 6 de setiembre escrito por J. A. Herrero con motivo del libro de Hawking The Grand Design se dice: “Hawking no afirma que Dios no exista, sino que no es necesario ya postular su existencia para comprender el origen del Universo, que es algo muy diferente”. Lo más novedoso del libro es afirmar “que a la vista de las últimas teorías de la física, ya no hace falta creer en Dios para explicar la existencia del Universo”. Sin embargo, Hawking no da argumentos de peso para apoyar su afirmación de que todo ha surgido de la nada por generación espontánea. “Esta postura representa a la ciencia convertida en instrumento de fe, fe en la religión del ateísmo militante. Su libro no ofrece nuevos hallazgos científicos sino un posicionamiento, una instrumentalización de su prestigio como científico para promover sus convicciones personales” como afirma J. A. Herrero.

Desde otro ángulo, el astrofísico y teólogo David Wilkinson afirma que : “El Dios en el que creen los cristianos es un Dios íntimamente involucrado, en todo momento de la historia del Universo y no sólo en sus comienzos”.

Francisco Ayala, doctor en genética y evolución por la Universidad de Columbia y profesor de la Universidad de California, afirma en un artículo del Mundo del 11 de setiembre del 2010 : “Yo creo que la ciencia y la religión son dos ventanas para mirar el mundo, pero cada una permite ver cosas distintas. La ciencia trata de explicar el origen de las galaxias y del Universo, como es el caso de Hawking, y de la vida, como es el mío. La religión trata de la relación del ser humano con el Creador, el sentido de la vida, la moral etc. Salvo cuando se traspasa el límite, como en este caso, no hay contradicción entre ambas, si se respetan”. Está claro que lo religioso nunca se puede oponer a lo científicamente demostrado.

Si añadimos a todo esto que muchos científicos actuales piensan que no sólo ha existido un “big bang”, sino que el estudiado es el último, y que existieron probablemente otros anteriores, de modo que a consecuencia de ello, se nos escapa el poder rehacer la Historia del Universo desde el primer segundo como se pretendía hasta ahora. Todo ello nos lleva a un mar sin fondo conocido, donde la búsqueda de la razón se pierde irremisiblemente.

De todo lo cual se deduce que si seguimos la imagen del profesor Ayala de las dos ventanas que existen para contemplar e intentar interpretar el Universo, ninguna ventana puede excluir a la otra, siendo la posible opción ateísta el lado oscuro de la opción teísta, y esta la parte oscura de la ateísta. En la correcta lectura de la realidad no se puede excluir ninguna de las dos opciones, las dos son actos de fe porque suponen un salto y por lo tanto lo correcto es que exista un verdadero respeto de cada opción por la otra. Ni unos son unos malvados ni los otros unos subnormales como con frecuencia cada grupo tilda a los otros.

Yo opto, como puede optar un ateo por lo contrario, por la opción teísta. No tanto como consecuencia de unos análisis racionales, aunque como es lógico no los excluyo, sino por haber sido “tocado” desde dentro, por el profundo sentido de las cosas y por el vislumbre de un ser mayor que nosotros, es decir, por un tipo de vivencia de la vida y desde la vida que no sólo me ha hecho posible creer sino que hasta me ha hecho sentir que no podría vivir sin creer. No por miedo a una realidad sin sentido, sino por ser ya algo en mí más íntimo que el mi mismo. Es el toque interior del que hablan los místicos y que algunos lo han sentido como una fuerza avasalladora, pero que aún sin existir este alto potencial en todos nosotros, podemos afirmar que de alguna manera todo creyente lo ha sentido y sigue sintiéndolo si todavía es creyente, es su vivencia de la trascendencia. Es la ventana del contemplar más que del analizar, del sentirse cogido desde dentro más que intentar coger lo de fuera. Posibilidad abierta a todo hombre pero que en parte depende de cómo se ha vivido y se sigue viviendo. No se trata del que se apunta a una doctrina sino del que ha sido cogido desde dentro por una vivencia, que no excluye la realidad sino que incluye una síntesis de toda la realidad vivida.

Ahora bien, cuando uno llega a abrirse a esta realidad-vivencia interior, que muy bien conoce e intuye pero que a la vez no sabe nada de ella, entonces busca referentes humanos que le ayuden a comprenderse y a comprenderla. En este aspecto podríamos citar a toda la mística, la cultura de la vivencia espiritual que se encuentra en toda la historia de la humanidad, sobre todo en las grandes culturas, con una gran coincidencia de contenidos, vivencias y expresiones. Recordemos el budismo, la mística sufí y la cristiana. Todas ellas testimonios profundos y coincidentes de un espíritu humano que saca sus riquezas del interior y que en dicha interioridad encuentra su fuerza y el sentido de su vida reconociéndola como Algo-Alguien que le viene de fuera pero que lo perciben como lo más íntimo de sí mismos.

En esta profundización en nosotros mismos y en la lectura y comprensión de la “Realidad” que nos rodea, Jesús de Nazaret es uno de los hombres que ha llegado a lo más profundo, no por haber sido un escogido especial, sino por haber sido plenamente fiel a la vocación que ha sido llamada toda persona humana, a la fidelidad a ese Alguien que está en todas partes y que habita de una manera especial en lo más profundo de nosotros mismos. Precisamente, gracias a esta fidelidad, ese Alguien que constantemente se quiere abrir a todo hombre, se abrió en Jesús con la máxima profundidad, convirtiéndose Jesús de Nazaret en el gran revelador de lo que es y significa el Padre para nosotros y en el camino que nos indica cómo se va al Padre. Para mí, este referente humano que todos buscamos, es dentro de los muchos posibles existentes, Jesús de Nazaret. Desde él me atrevo a llamar a esta Realidad interior que me invade y lo invade todo Padre y desde él creo que dicho Padre ha hecho al hombre-mujer a su imagen y semejanza. Que cuanto existe, lo ha hecho por amor al hombre y que el destino de todo hombre es la vida, no la muerte, y volver al Padre. Si todos hemos sido hechos a imagen del Padre y estamos llamados a convivir, lo único que tiene sentido es abrirse a los demás como el mismo Jesús se abrió. Ser servidores de los demás, solidarios y compartirlo todo como hermanos para poder responder a nuestra vocación de hijos y con dignidad volver a la casa del Padre.

Si el mundo, la tierra o el universo es nuestro entorno desde donde debemos realizar nuestra misión, debemos ser respetuosos con nuestro entorno respetándolo y haciendo posible que los que vengan detrás de nosotros también puedan usarlo dignamente y con alegría. Nuestra vocación es que todos vayamos avanzando durante nuestra vida en una contemplación amorosa de la realidad que vivimos y que nos ayudemos unos a otros a cumplir nuestra misión de solidaridad y respeto no sólo a los demás hermanos sino también a la realidad circundante que hace posible la vida y su desarrollo.

Todo esto parece poesía con la que está cayendo… sin embargo es el horizonte hacia donde nos llama nuestra fe a través de Jesús de Nazaret.

Fuente: http://www.redescristianas.net/2010/10/01/a-vueltas-con-diosjose-luis-servera/


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