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Dios entre los pucheros de los hombres

El progreso y los avances mejoran el conocimiento del universo: ¿son compatibles ciencia y fe?

Pretendemos meter a Dios entre los pucheros de los hombres y no nos cabe en la cabeza.

La Realidad está ahí. En medio de ella se encuentra el ser humano esforzándose por interpretarla y comprenderla. Cuál es el origen de todo cuanto existe? La mente humana es limitada, no es capaz de aprehender toda la realidad. La pura razón no alcanza a explicárselo todo. No tenemos una respuesta racional que explique la totalidad de esa realidad. Se postula una entidad a quien llamamos “Dios” como el origen de todo. La ciencia en cuanto tal, no puede demostrar la existencia de Dios, pero tampoco su inexistencia. Se abre así el camino a la creencia o a la increencia. 

El científico Stephen Hawking ha concluido recientemente que la idea de Dios no es necesaria para comprender el origen del universo y que la ley de la gravedad y las matemáticas lo explican todo. El catedrático emérito de Cambridge se reafirma en una idea que lleva años defendiendo: Dios no es necesario para explicar el origen del Universo. Como recordaba recientemente Jorge Wagensberg, profesor de Teoría de los Procesos Irreversibles en la Universidad de Barcelona, «la no necesidad de Dios es una hipótesis, ¡no una tesis!». O sea, se trata de una conjetura, nada que esté probado.

La Realidad está ahí. ¿Cuál es el origen de todo cuanto existe?

La mente humana es limitada, no es capaz de aprehender toda la realidad.

La ciencia en cuanto tal, no puede demostrar la existencia de Dios, pero tampoco su inexistencia.

Puede que las preguntas por el origen, causa y razones del mundo estén fuera de nuestro alcance, como lo está comprender el cinismo para una piedra.

La ciencia y la religión son dos ventanas para mirar el mundo, pero cada una permite ver cosas distintas.

La experiencia más bella que podemos tener es la de lo misterioso.

Saber que existe algo impenetrable, algo que se manifiesta en la razón más profunda y la belleza más resplandeciente hasta tal extremo que nuestra razón sólo puede acceder toscamente, este saber y este sentimiento constituyen la verdadera religiosidad.

La religión es una fuente de conocimiento de la realidad en todas sus dimensiones.

El hecho religioso significa la posibilidad directa, personal, intransferible en muchos casos, de la experiencia de Dios, de la percepción de un ser inefable pero al que podemos llegar por una vía y vida interior.

Metiendo a Dios entre los pucheros de los humanos

La Realidad está ahí y es la que es. En medio de ella se encuentra un animal singular, el animal humano, esforzándose por vislumbrar, penetrar, comprender e interpretar esa realidad y su propia existencia. El Cosmos ha sido un misterio para el ser humano y el hombre ha sido, es y seguirá siendo un enigma para sí mismo. Hay distintas maneras de abordarla, distintas maneras de acercarse a ella. A lo largo de la historia el ser humano ha utilizado diversos métodos para escudriñar y penetrar en el misterio de esa realidad: el mito, la religión, la filosofía, la ciencia… El paradigma científico no es el único utilizado por el ser humano para desvelar su misterio.

Los seres humanos somos conscientes de la naturaleza limitada de nuestro intelecto. Nuestra mente piensa el mundo en términos de causas y efectos y bajo unas coordenadas espacio-temporales. En ellos estamos atrapados. Puede que las preguntas por el origen, causa y razones del mundo estén fuera de nuestro alcance, como lo está comprender el cinismo para una piedra. La ciencia y la religión son dos ventanas para mirar el mundo, pero cada una permite ver cosas distintas. La ciencia trata de explicar el origen de las galaxias y del Universo y de la vida. La religión trata de la relación del ser humano con el Creador, el sentido de la vida, la moral, etc. (Antonio Robles).

Reflexionar sobre el origen del Universo, definir la existencia del hombre, su lugar en el Cosmos y su destino son tareas que en cierta manera parecen concernir tanto a la ciencia como a la filosofía. A lo largo de la historia, la filosofía y las ciencias parece que unas veces tienden a divergir y otras a converger y en ambos casos ahondan en el misterio del Cosmos y del hombre como “ser”. El ser humano no es perfecto y es conocedor de sus limitaciones. De alguna manera las religiones, la filosofía con la lógica de sus razonamientos y la ciencia, no pocas veces, por ser productos del cerebro humano, pueden ser portadoras de errores que dejan a su creador inmerso en el vacío más absoluto. Así pues las divergencias y convergencias observadas a lo largo de la historia entre las ciencias y la filosofía, parecen desembocar en un mismo sentido. Sin embargo, tanto la ciencia con sus métodos estrictamente objetivos, como la filosofía con sus razonamientos profundos y perfectamente válidos, no pueden aportarnos por sí solas un exhaustivo conocimiento de la Realidad total.

La ciencia no necesita a Dios para hacer su trabajo, cierto, por lo mismo que al hombre no le basta la ciencia para ser feliz. Ahora que estamos en la era de las grandes tecnologías y de los impresionantes avances científicos, no son pocos los que creen que la ciencia acabará explicándolo todo, incluso llegar a desvelar el misterio del Cosmos. Ni tampoco son pocos los que creen que la ciencia dará definitivamente en el clavo haciendo desaparecer la necesidad de toda religión.

Sin embargo el ser humano seguirá sintiendo una noche, bajo un cielo estrellado, el peso de su finitud en el alma y un alado deseo de ser mejor, y será indiferente el nombre que le dé a todo eso: armonía, orden, número, música, belleza, es decir, todo aquello ¿divino? ¿sagrado? de lo que la vida humana no puede prescindir (Andrés Trapiello).

La ciencia en cuanto tal, no puede demostrar la existencia de Dios, pero tampoco su inexistencia. Se abre, así, el camino a la creencia, al agnosticismo o al ateísmo. El padre de la teoría de la relatividad, Albert Einstein, tenía, a diferencia de Stephen Hawking, un acusado sentido del misterio. “La experiencia más bella que podemos tener es la de lo misterioso. Se trata de un sentimiento fundamental que es la cuna del arte y de la ciencia verdadera. Quien no lo conoce ya no puede maravillarse ni admirarse de nada, ya está muerto, podríamos decir.

Fue la experiencia de lo que es plenamente misterioso lo que hizo nacer la religión. Saber que existe algo impenetrable, algo que se manifiesta en la razón más profunda y la belleza más resplandeciente hasta tal extremo que nuestra razón sólo puede acceder toscamente, este saber y este sentimiento constituyen la verdadera religiosidad. 

En toda persona auténticamente religiosa hay humildad, receptividad y capacidad para reconocer los propios límites y abrirse a un Todo aún mayor. Toda persona religiosa sabe que la razón es un pobre instrumento, un pequeño recipiente que no puede contener la inmensidad de Dios. ( F. Torralba)

Un lugar para Dios en el cosmos

“La versión científica sobre el origen del universo está más cerca de la realidad” EDUARD  PUNSET
“La ciencia no puede demostrar ni que Dios existe ni que Dios no existe” JORGE  WAGENSBERG

ANTONIO CERRILLO. La Vanguardia

Einstein decía que “la ciencia sin religión está coja, y que la religión sin ciencia, ciega”. Pero, tras los nuevos argumentos de Stephen Hawking en su último libro –en el que descarta la existencia divina del cosmos–, una mayoría de los físicos consultados piensa que la ciencia cada vez está menos coja. Sin embargo, el debate sobre la complementariedad del conocimiento que aporta la ciencia y la religión no podrá cerrarse nunca.  Al   menos, mientras la ciencia no pueda dar respuestas a todo, como sí hacen los enfoques religiosos o dogmáticos.

La imposibilidad de cerrar el debate se debe lisa y llanamente a que la ciencia es la manera de comprender la realidad sin la ayuda de ningún conocimiento revelado. Dios sólo es una “hipótesis de trabajo”. Por eso, “la ciencia no puede demostrar ni que Dios existe ni que Dios no existe”, dice Jorge Wagensberg, director del área de ciencia y medio ambiente de la Fundació  La Caixa.

Las personas creyentes siempre podrán tener una última carta para argumentar su posición. “Al concepto de Dios siempre se le puede responsabilizar de las leyes de la naturaleza.  El creyente siempre puede aferrarse a la idea de que estas leyes han sido dadas por Dios”, dice Wagensberg. En cambio, el método científico contrasta la realidad. Además, no es una verdad definitiva.  Siempre se está construyendo. Cabe el derecho a la rectificación.

En este sentido, el divulgador Eduardo Punset explica que hasta ahora la teoría científica del big bang ha podido ser más fácilmente aceptada por las personas creyentes, porque parte de la base de que la creación del universo tuvo un origen único y surgió de una sola vez. Eso no entra en contradicción con la intervención divina. Pero ahora “cada vez hay más pruebas de que la versión científica sobre el origen del universo está más cerca de la realidad porque en el caso del método científico se puede probar, y con el método dogmático no”, sentencia.

La historia de los últimos 400 años ha registrado avances científicos, pero la religión sigue teniendo hueco. “La mayor parte del conocimiento sigue sin comprobarse y tiene que consultarse probablemente con Dios. Pero, poco a poco, hay unas cuantas cuestiones que se van comprobando”, agrega. De hecho, “el pensamiento científico, en comparación con el pensamiento dogmático, es muy pequeño, casi irrisorio”; y en el futuro seguirá siendo minoritario, aunque las nuevas comprobaciones y experimentaciones irán rescatando espacios al pensamiento dogmático, añade.

José María Martín Senovilla, catedrático de Física Teórica en la Universidad del País Vasco, afirma rotundamente que ni la religión ni Dios pueden dar respuesta a las incógnitas que gravitan sobre la ciencia. “La religión y su base (dios) son puras necesidades humanas, debidas al desconcierto y al recurrente desamparo que embarga a las personas”, dice. Y de la misma manera, la ciencia no necesita recurrir a la religión para buscar las últimas explicaciones (de la física,  por ejemplo). “La ciencia sigue hoy sin contestar muchas preguntas clave, pero poco a poco, inexorablemente, irá extendiendo su radio de acción, de manera que cada vez serán menos  las cosas que queden sin resolver. Y no necesita salirse  del método científico para conocer y dominar parte de la naturaleza.  Basta mirar a nuestro alrededor para comprender que todas las cosas que funcionan y que nos hacen la vida más placentera,  agradable, y más sana, se deben a la ciencia”, opina. El hueco que deja la ciencia lo ocupa la religión, pero esos espacios se van estrechando. “Aquel que creía saberlo todo tenía la Biblia, pero hoy la biblia está en las bibliotecas, que siguen creciendo.  Antes nos  acercábamos  a Dios construyendo catedrales, pero hoy nos acercamos a los misterios de la existencia con el acelerador de partículas,  la ingeniería genética o los  laboratorios. Son dos modos de acercarnos al conocimiento de la existencia”, dice Josep Manel Parra, del departamento de Física de la facultad de Física de la UB. Parra estima además que las creencias religiosas deberán  amoldarse  a estos avances.  “El Dios tradicional  no  es compatible con  la  imagen que construye la ciencia del universo. Ya no tiene sentido un Dios en el cielo; ya se ha visto que no. Y la conciencia  son moléculas y estructuras de  neuronas”,  dice. Hay, sí, un punto de reconciliación panteísta. Es cuando el científico comparte ese espíritu religioso ante la  maravilla   incomprensible del universo.

Los líderes religiosos critican a Hawking. Niegan  la exclusión  de Dios en el origen del cosmos

 “A la Biblia no le interesan los detalles técnicos de cómo se creó el universo”, dice el rabino Sacks

RAFAEL  RAMOS. Londres. Corresponsal. La Vanguardia

Las fuerzas de la razón y de la fe son con frecuencia dos trenes que viajan en dirección contraria, y han vuelto inevitablemente a chocar tras la publicación de un adelanto del próximo libro del reconocido científico inglés Stephen Hawking en el que afirma que la creación del universo no tiene nada que ver con Dios, sino tan sólo con el big bang y la teoría de la gravedad.

Líderes religiosos anglicanos, católicos, musulmanes y judíos han unido fuerzas para criticar  a Hawking, cuya negación del papel divino en el origen del mundo hace más daño todavía por tratarse de una revisión de su anterior posición, formulada en Una breve historia del mundo, que consideraba compatibles la visión  religiosa y científica. “Creer en Dios no consiste en cómo taponar un agujero y explicar cómo unas cosas  se relacionan con otras en el universo, sino que es la creencia de que hay un agente inteligente y vivo de cuya actividad depende en última instancia todo lo que existe”, ha declarado el arzobispo de  Canterbury, Rowan Williams, al diario The Times.

El principal líder de la comunidad judía de Inglaterra, el rabino Jonathan Sacks, comenta en un artículo en ese mismo periódico que “la ciencia trata de explicar y la religión de interpretar,  la ciencia desarticula las cosas para ver cómo funcionan, y la religión  las junta para ver qué significan. Son dos empresas intelectualmente distintas, que incluso ocupan diferentes hemisferios del cerebro. A la Biblia sencillamente no le interesan los detalles técnicos de cómo se creó el universo”. Opiniones similares han expresado el presidente del Consejo Islámico de Gran Bretaña, Ibrahim Mogra, y el arzobispo de Westminster y primado de la Iglesia católica de Inglaterra y Gales, Vincent Nichols. El consenso de la comunidad religiosa es que Hawking tenía razón antes y está equivocado ahora.

Muchos científicos respaldan y aplauden la rectificación de Hawking, como por ejemplo el ateo militante Richard Dawking –patrocinador hace unos años de una polémica campaña para que los autobuses de Londres llevaran un anuncio que decía  “Probablemente Dios  no existe”–, para quien “el darwinismo expulsó a Dios de la biología, pero en la física ha persistido la incertidumbre hasta ahora que finalmente se la atestado el golpe de gracia”.

Otros defienden una interpretación religiosa del mundo, como el astrofísico y teólogo David Wilkinson,  a cuyo juicio “el Dios en el que creen los cristianos es un Dios íntimamente involucrado en todo el momento de la historia  del universo y no sólo en sus comienzos”. El presidente de la Sociedad Internacional de la Ciencia y la Religión, George Ellis, sostiene que “la filosofía no está muerta como dice Hawking”.

Ciencia y trascendencia

FRANCESC TORRALBA. La Vanguardia

Ludwig Wittgenstein  es cribe en su Diario filosófico: “¿Qué sé sobre Dios y la finalidad  de la vida?  Sé que este mundo existe. Que estoy situado en él como mi ojo en el campo visual. Que hay algo en él problemático que llamamos su sentido. Que este sentido no radica en él, sino fuera de él. Que la vida es el mundo. Que mi voluntad penetra el mundo. Que mi voluntad es buena o mala. (...) Pensar en el sentido de la vida es orar”. Una cosa es indagar  cómo  es el mundo físico, cuál es su génesis y otra cosa es interrogarse por el sentido del mismo. Los grandes filósofos y físicos del siglo XX han puesto de manifiesto los límites del pensar científico para resolver tamaña cuestión. La ciencia es un juego de lenguaje que tiene sus límites y cuando el científico los trasciende, ya no expresa ideas científicas, sino sus creencias. El filósofo y matemático Edmund Husserl escribe: “En la miseria de nuestras vidas, la ciencia no tiene absolutamente nada que decirnos, pues excluye por principio los problemas que son más acuciantes para el hombre: saber si tiene o no tiene sentido la vida de uno tomada como un todo”. Cuando el físico, admirado por la cúpula celestial, se pregunta qué sentido tiene su existencia, qué es lo que la va a hacer valiosa, si existe o no un Ser supremo, se desplaza del lenguaje de la física y expresa una necesidad de orden espiritual. La pregunta sobre Dios trasciende los límites de la ciencia y esta, en cuanto tal, no puede demostrar su existencia, pero tampoco su inexistencia. S e abre, así, el camino a la creencia, al agnosticismo o al ateísmo. Resulta temerario que un teólogo arguya la existencia de Dios a partir de la física contemporánea, pero también que un físico pretenda demostrar su inexistencia con sus ecuaciones.

El padre de la teoría de la relatividad, Albert Einstein, tenía, a diferencia de Stephen Hawking, un acusado sentido del misterio. “La experiencia más bella que podemos tener –decía– es la de lo misterioso. Se trata de un sentimiento fundamental que es, como si dijéramos, la cuna del arte y de la ciencia verdadera. Quien no lo conoce ya no puede maravillarse ni admirarse de nada, ya está muerto, podríamos decir, y su ojo está debilitado.

Fue la experiencia de lo que es plenamente misterioso –aunque estuviera mezclado con el miedo– lo que hizo nacer la religión. Pero saber que existe algo impenetrable, algo que se manifiesta en la razón más profunda y la belleza más resplandeciente hasta tal extremo que nuestra razón sólo puede acceder toscamente, este saber y este sentimiento constituyen la verdadera religiosidad. En este sentido, y en ninguno más, soy un hombre profundamente religioso...

F. TORRALBA, director de la cátedra Ethos de la Universitat Ramon Llull

¿Dios no existe?

Josep Miró i Ardèvol

La religión es una fuente de conocimiento de la realidad en todas sus dimensiones que no pasa por la adquisición de grandes conocimientos reglados.

El doctor Hawking, catedrático emérito de matemáticas de la Universidad de Cambridge, bien conocido por su tarea divulgadora sobre todo a partir de su obra Una breve historia del tiempo, lanza un nuevo libro escrito con el físico Leonard Mlodinow, El gran diseño. El eje del libro radica no tanto en negar la existencia de Dios como en declarar su no necesidad. El planteamiento de fondo que se hace es que la existencia de determinadas cualidades por parte del universo, el de la gravitación es citada explícitamente, permite la creación desde la nada. Pero uno no entiende si no es a través de un acto de fe que de la “nada” pueda salir “algo”.

El hecho religioso significa la posibilidad directa, personal, intransferible en muchos casos, de la experiencia de Dios, de la percepción de un ser inefable pero al que podemos llegar por una vía y vida interior. El grado superior de esta experiencia son los grandes místicos. Pero, a una escala menor, es experimentada y vivida por millones de personas.

La religión es una fuente de conocimiento de la realidad en todas sus dimensiones que no pasa por la adquisición de grandes conocimientos reglados. No es necesario ser especialista, ni tan siquiera titulado en nada. Es una posibilidad tan democrática que está al alcance de necios y 'borderline'. Ahí está Dios también para ellos. Es otra forma de percibir la realidad. De aquí que todo un amplio sector del mundo científico, como Francisco de Ayala, planteen que la ciencia y Dios pertenecen a dos planos distintos, que no quiere decir independientes, pero que poseen normas de conocimiento, de acceso, distintas. Sería lo mismo que intentar describir la emoción que uno puede sentir ante una poesía, contemplando la belleza de una puesta de sol extraordinaria, o describiendo las sensaciones que uno percibe en términos de variación de la frecuencia de onda. Nos parecería un absurdo, y lo sería.

El hecho religioso, en especial la experiencia cristiana, aunque no únicamente ella, es radicalmente democrático porque permite la participación de cada individuo concreto en esta realidad trascendente que llamamos Dios.  (¿Dios no existe? Josep Miró i Ardèvol)

Extractos a partir de diversos artículos sobre la cuestión, aparecidos en la prensa española.

Ver también:

  • POSSIBILITATS I LIMITS DE LA MENT HUMANA
  • A PROPÒSIT DE LA CAMPANYA DEL «BUS ATEU»

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