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Una visión abierta del ser humano: su dimensión «trascendente»

Una dimensión del ser humano denostada por cierto progresismo decante.

A menudo en nuestra actividad individual y colectiva, en la vida pública, operamos con concepciones reduccionistas del ser humano. Las «concepciones antropológicas» existentes son muy variadas. Las posiciones «nihilistas» argumentan que el mundo, y en especial la existencia humana, no posee de manera objetiva ningún significado, propósito, verdad comprensible o valor esencial superior, por lo que no nos debemos a éstos. El nihilismo manifiesta su negación a todo cuanto hace referencia a una finalidad superior de las cosas puesto que no tienen una explicación verificable y es partidario de una existencia que no gire en torno a cosas inexistentes.

En esa línea la «espiritualidad», la «dimensión trascendente» del ser humano, en el mundo contemporáneo no ha gozado de demasiada buena prensa. Existen todavía muchos prejuicios al respecto. Para una parte del gran público «espiritualidad» significa algo alejado de la vida real, misterioso, inútil, y hasta quizá odioso. Se trata de perspectivas que manejan todavía viejas concepciones de la misma. «Espiritualidad» deriva de espíritu. Y el espíritu es, clásicamente, lo opuesto al cuerpo, a la carne y a la materia. Las concepciones causadas por los viejos dualismos cuerpo/espíritu, carne/espíritu y materia/espíritu, están todavía presentes. En la mentalidad tradicional, espiritual es lo que se aleja del cuerpo, de la carne, de la materia... Tanto más «espiritual» se es, cuanto más se prescinde del cuerpo, cuanto menos se vive «en la carne», cuanto menos contacto se tiene con la materia.

No es eso lo que hoy pensamos sobre la «dimensión trascendente» del ser humano. Hoy tiene sentido designar como «espiritualidad» a esa dimensión profunda del ser humano, que, en medio incluso de la corporalidad y la materialidad, transciende las dimensiones más superficiales y constituye el corazón de una vida humana con sentido, con pasión, con veneración de la realidad y de la Realidad: con Espíritu. Las «religiones» tomadas como «camino interior» hacia la búsqueda de ese sentido profundo, oculto, de la Realidad pueden constituir una manera adecuada por la que los individuos de la sociedad tecnológica puedan tener acceso a la riqueza acumulada por esas grandes corrientes tradicionales de «búsqueda del sentido».

El cultivo individual o colectivo de esa dimensión, y su expresión en forma de experiencia y vivencia religiosa, constituyen un signo de identidad anclado en la idiosincrasia propia de nuestra especie desde los más ancestrales tiempos. La «religión» como todas las grandes actividades humanes (política, economía, arte, relaciones...) puede resultar alienante o liberadora, terapéutica o enfermiza. Todo depende de cómo se estructure y hacia dónde se la oriente. Otra cosa es el “laicismo”, doctrina que defiende la independencia del hombre o de la sociedad y más particularmente la aconfesionalidad del Estado, respecto de cualquier organización o confesión religiosa. Cosa muy distinta es, sin embargo, la pretensión por parte de cierta progresía moderna de querer reducir el fenómeno religioso a un supuesto «ámbito privado». En todo caso, bien entendida, una dimensión a desarrollar, digna de cultivar, merecedora de consideración y respeto.

La «religiosidad humana» hunde sus raíces en nuestras habilidades cognitivas

Por Yaiza Martínez.

Dos disciplinas científicas buscan el origen de la «espiritualidad» en el desarrollo de la mente

Todas las sociedades humanas presentan creencias religiosas, a pesar de que la religiosidad no supone un estímulo obvio para la reproducción o la supervivencia. ¿De dónde procede entonces nuestra tendencia a creer que el mundo está hecho con un propósito o a confiar en agentes sobrenaturales? La periodista de la revista Science, Elisabeth Culotta, analiza en un artículo reciente las respuestas dadas a esta cuestión por dos ramas de la ciencia aparentemente alejadas entre sí: la arqueología y las ciencias cognitivas.

Todas las sociedades humanas tienen sus dioses, tanto si su culto se rinde en catedrales góticas como si se celebra en pirámides maya. En todas las culturas, los humanos han destinado recursos a elaborar rituales y a construir edificios religiosos. Sin embargo, la religión no supone un estímulo obvio para la reproducción o la supervivencia.

¿Por qué surge, entonces?, se pregunta la periodista de la revista Science, Elizabeth Culotta en un artículo aparecido recientemente en dicha revista. Bajo el título “On the Origins of Religion" (En el origen de la religión), Culotta, en un intento de desentrañar esta cuestión, analiza dos disciplinas muy distintas que se han dedicado a estudiar la religiosidad humana: la arqueología y la psicología cognitiva.

Antecedentes darvinistas

Ya Charles Darwin abordó el tema de la religión desde la perspectiva de su tesis sobre el origen de las especies, y buscó evidencias de que la religión podía ser explicada por pequeños avances en la cognición y en la estructura social humanas. Sin embargo, según Culotta, para Darwin, el origen de la religión no supuso un misterio sino uno de los frutos del desarrollo seguido por el ser humano.

Tal y como él mismo escribió en El origen del hombre. La selección natural y la sexual: “tan pronto como las importantes facultades de la imaginación, el asombro y la curiosidad, junto con la capacidad de razonamiento, se desarrollaron parcialmente, el hombre comenzó a especular sobre su propia existencia”.

Culotta afirma que, en los últimos quince años, un número creciente de investigadores ha intentado responder al misterio de la religiosidad siguiendo la estela de Darwin e indagando en la hipótesis que éste defendía: que la religión surge de forma natural, fruto de los procesos corrientes de la mente humana.

Con estos estudios, se ha abierto un nuevo campo de investigación denominado “ciencia cognitiva de la religión”, que se apoya en la psicología, la antropología y la neurociencia para comprender las bases del pensamiento religioso, explica la autora.

Religión en la arqueología

En la actualidad, a pesar de que no se ha alcanzado al respecto un consenso general entre los científicos, para Culotta las respuestas potenciales a ciertas preguntas (como, por ejemplo, si la materia genera el dominio invisible de lo espiritual o si la religión es un fenómeno que puede ser explicado científicamente) podrían encontrarse en la interpretación de ciertos datos arqueológicos y, también, de la información surgida del estudio de nuestra mente.

Por un lado, la arqueología está ofreciendo información potencialmente relevante para la comprensión del inicio de la religiosidad humana, gracias al hallazgo de antiguos diseños geométricos de contenido simbólico o de antiquísimas tumbas cuyo análisis ha revelado la existencia de rituales de enterramiento, entre otros.

Culotta explica que los arqueólogos están buscando señales de religiones antiguas en relación con una de las habilidades cognitivas propias del ser humano: el comportamiento simbólico. En este sentido, el arqueólogo Colin Renfrew, de la Universidad de Cambridge, en el Reino Unido, asegura que la religión sería una forma particular de un comportamiento social simbólico más amplio.

Con esta idea acerca de la mente humana, los arqueólogos exploran las religiones antiguas y buscan en sus excavaciones señales del inicio del comportamiento simbólico en nuestra especie.

Religión en la mente

Por su parte, especialistas en ciencias cognitivas como Justin Barret, de la Universidad de Oxford, han asegurado que existen propiedades funcionales en nuestros sistemas cognitivos que nos hacen propicios a la creencia en agentes sobrenaturales. Barret y otros investigadores ven las raíces de la religión en nuestra sofisticada cognición social, explica Culotta.

Según ellos, los humanos tendemos a ver señales de “agentes” –mentes similares a las nuestras- que actúan sobre el mundo y a interpretar éste como si estuviera hecho con un propósito.

Los humanos tenemos, afirman estos científicos, una tremenda capacidad para impregnar, incluso a los objetos inanimados, de creencias, deseos, emociones y conciencia. Esta capacidad, según el psicólogo de la Universidad de Yale, Paul Bloom, estaría en el núcleo de muchas de las creencias religiosas.

Estos campos del conocimiento, la arqueología y las ciencias cognitivas, se están desarrollando en paralelo en esta dirección, relacionando las evidencias empíricas de los registros arqueológicos y los modelos teóricos de los psicólogos, señala Culotta.

Según la autora, todavía no ha habido entre ambas disciplinas más que ligeros atisbos de actividad interdisciplinar, pero los especialistas están de acuerdo en que este terreno de investigación está experimentando el surgimiento de nuevas e interesantes evidencias en lo referente al origen de las religiones, y que tal vez lo más importante esté aún por llegar.

Tendencias 21: http://www.tendencias21.net/


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