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De cómo unos llegaron a usurpar los derechos de los otros

Acabamos de celebrar el 61 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos humanos. Lucha ampliamente mantenida, conquista largamente anhelada e históricamente recientemente alcanzada, sin embargo en muchos aspectos todavía no completamente acabada. Acontecimiento de alcance universal, hito histórico, en la práctica excesivamente olvidado en nuestra atareada y distraída sociedad actual. Hoy la opresión de unos sobre otros sigue ejerciéndose de las más diversas formas. El “fuerte” sigue desplegando su fuerza coactiva,  su poderío sobre el “débil”. Los fuertes --los que tienen poder, voz y voto-- terminan oprimiendo a los débiles: los pobres, los marginados, los inmigrantes, los ancianos, los enfermos, los niños no nacidos. Y ello ocurre no sólo en sociedades totalitarias, sino también en sociedades que se autodenominan "democráticas" y avanzadas.

La formulación de algunos de algunos de esos derechos, adecuada al momento histórico en la que se redactaron, en algunos casos resulta hoy ya demasiado genérica, y requeriría de una reformulación más explícita y concreta, en aras de una mayor claridad y precisión, evitando así el peligro de posibles interpretaciones perversas de su sentido y significado. Véase, por ejemplo, la propuesta de precisión realizada ante la ONU en relación con la interpretación del art. 3 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos sobre el derecho a la vida ( veáse Moratoria sobre...).Cuestiones como qué se entiende por “vida humana” y cuál debería ser su verdadero alcance, se prestan a interpretaciones diversas a nivel mundial y  están también en el fondo del debate producido en España en estos últimos meses,  en relación, por ejemplo, con su interpretación en la ley del aborto.

A continuación presentamos un sencillo texto que nos ayudará a comprender la larga historia en pos del reconocimiento de unos "mínimos" a respetar en todo ser humano. A partir de él no será difícil deducir referencias a ciertas situaciones y debates presentes en la opinión pública en estos últimos tiempos en nuestro país.

El dominio de unos sobre otros

Cuando cualquiera de nosotros toma en sus manos un tratado de Historia Universal y a la luz  del contenido de sus páginas evoca el pasado de la humanidad, ¿cuáles son las escenas que surgen ante su imaginación?, ¿cuáles son los conceptos que se presentan primariamente al análisis de su inteligencia?, ¿cuáles son los recuerdos que permanecerán duraderos y estables de los hechos del pasado? ¿Qué es, en suma, lo que principalmente escuchamos en el fascinante tumulto de las generaciones que nos precedieron?.

De la multitud de ruidos que llegan hasta nosotros, escuchamos, ante todo, el estruendo de las batallas, el estallido de la violencia, los lamentos de los desposeídos, los ayes de dolor de los débiles, el paso monótono de los soldados. Asistimos al espectáculo, no por trágico menos atractivo, del ascenso de unas civilizaciones sobre las ruinas de otras y a la sucesión de personajes que han arribado con violencia al protagonismo del poder. En torno a todo esto, el silencio, el trágico silencio de la mayoría, víctimas a las que se hizo olvidar hasta su dignidad original. Estas se callan.

opresiónBajo este prisma, la historia se nos presenta en sus líneas directrices y generalizantes como el proceso evolutivo de las sociedades humanas, entre las cuales se establecen contactos sobre la base de unas relaciones de dominio, en cuyo fondo se descubre, en muchos casos, el síndrome del poder. Y es que la apetencia de poder se nos muestra como una constante histórica que se manifiesta tanto en la esfera individual -dominio de unos hombres sobre otros- como en el plano colectivo -dominio de una sociedad de sobre otras.

Siendo todos los hombres iguales por su idéntica naturaleza, racional y libre, todos debieran ser partícipes comunitariamente en el disfrute de los bienes y de los derechos humanos. Pero al ser casi infinita la variedad de seres humanos en relación con su grado de fuerza, inteligencia, sensibilidad, capacidad económica o habilidad política -lo que origina correlativamente diferentes grados de poder- y al existir grupos humanos más débiles: enfermos, minusválidos, niños, ancianos que, por su propia constitución o estado biológico, están desprovistos de fuerza y que, por tanto, no poseen ni posibilidad de autodefensa, las sociedades humanas vinieron a organizarse en grupos: detentadores del poder unos, que se apropiaron del disfrute de los derechos humanos, y desposeídos y dominados otros, los cuales quedaron excluidos del ejercicio de sus legítimos derechos.

Pero desde el origen de las civilizaciones se alzaron voces denunciando la injusticia de esta situación. Hubo hombres excepcionales que pusieron su fuerza al servicio de los débiles, y otros que, en la oscuridad de sus gabinetes o en el recogimiento de sus estudios, formularon teorías, realizaron investigaciones, redactaron leyes o crearon formas artísticas que iban a suponer pasos adelante.

La historia, así, es un repetido drama en el que los derechos de los débiles son una y otra vez pisoteados por los fuertes; pero es también la larguísima sucesión de las generaciones en la que la conciencia de que los derechos humanos eran los derechos de todos ha ido, a través de inmensas dificultades, haciéndose cada vez más clara hasta llegar a la evidencia de los tiempos modernos. Este proceso ha configurado los derechos humanos, en su formulación actual, como desarrollo progresivo hacia una meta hoy indiscutible e irrenunciable. Su conocimiento nos proporcionará, en parte, las claves de los problemas existentes en nuestros días en torno a este tema.

La declaración de los Derechos humanos: una larga marcha en busca de su conquista

  • S. XVIII: Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano ( Rev. Francesa).
  • 1948: Declaración Universal de los Derechos Humanos
  • 1959: Declaración de los Derechos de los niños”
  • 1967: Declaración sobre la eliminación de la discriminación contra la mujer

En el siglo XVIII, los intelectuales de la burguesía afirmaban que todos los hombres tienen los mismos derechos.

En 1776, los Estados Unidos, que nacen de la rebelión de dos colonias inglesas contra Bretaña, incluyen en su constitución una "Declaración de los derechos" y en Francia, al explotar la Revolución de 1789 se elaboró la “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano".

"Todos los hombres nacen y viven libres e iguales en derechos". Esto se reconoce en el artículo 1 de la “la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano” y desde entonces hasta ahora, a medida que los Estados se han ido democratizando, recogen este principio en sus constituciones.

La ONU, el año 1948 elaboró una "Declaración Universal de los Derechos Humanos", el derecho a la vida, a la libertad, a la seguridad, a la igualdad, al respeto a la vida privada, a la familia, al domicilio, a la correspondencia, el derecho a trasladarse de un lugar a otro libremente, a la propiedad, al trabajo, salario como a la educación, a la libre expresión de ideas. La Declaración universal de los derechos humanos, como norma suprema.

Estos derechos están basados en el reconocimiento de la “dignidad de los seres humanos”. El ser humano, nacido o todavía por nacer, varón o mujer, niño o anciano, enfermo o sano, religioso o ateo, malvado o benevolente, blanco o negro... es "siempre digno".

A finales del siglo XVIII se redactó una declaración de derechos del hombre, que sin embargo no pudo evitar las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, ni el holocausto nazi durante la II Guerra mundial. Después de la guerra, el deseo de que estas cosas no volvieran a suceder, dio lugar a una nueva declaración de los derechos humanos; tampoco en este caso esta declaración ha evitado otras guerras. A todo esto se debe añadir otro atentado a la dignidad humana, que se autojustifica bajo el eufemismo “interrupción voluntaria del embarazo”, es decir, el aborto o aniquilación de un ser humano en gestación.

DERECHOS HUMANOS. Colección Temas Clave, nº 18. Aula Abierta. Editorial Salvat


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