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LA DEMOCRACIA: un medio, para qué fin?

Democracia directa, representativa y madurez democrática

En Catalunya dentro de pocos meses vamos a celebrar elecciones para renovar nuestras instituciones autonómicas. La contribución a la “polis”, a la vida pública, es un valor a fomentar, constituye un derecho y una obligación de todo ciudadano. La participación en la “res pública” un valor a asimilar e integrar en nuestro acervo cultural más personal. La educación para la ciudadanía pasa por la comprensión de los principios en los que se basa la convivencia y la vida social.  Se trata de fortalecer la conciencia cívica de cada ciudadano y estimular la organización de la sociedad civil de manera que ejerzan su papel de auditoría social y política frente al poder. Repasemos pues los fundamentos de la organización social y política de una sociedad. Para ello empecemos por los principios más elementales.

Más allá de los intereses particulares, el fin último de la sociedad es contribuir al "bien común”,

Cada individuo y cada uno de los grupos que constituyen la sociedad están llamados a hacer sus aportaciones al bien común.

El fundamento de la autoridad está en lograr una sociedad con justicia social y evitar la explotación humana.

El poder se humaniza cuando asume una actitud de servicio a la comunidad y de búsqueda del bien común.

"Democracia" quiere decir participación de todos en los asuntos colectivos.

La democracia actual se convierte en una partitocracia: los partidos políticos se convierten en pura maquinaria para llegar al poder.

La democracia representativa está en crisis: después de las elecciones la clase política escapa al control directo de los ciudadanos. Estos se ven marginados en decisiones de trascendental importancia.

La política se ha convertido en un espacio de lucha de poder, demagogia y confrontación partidaria. No hay criterios serios y maduros a la hora de hacer política.

Una clase política endogámica que concibe la política como un “coto” a manejar a su antojo y alejada del control directo de los ciudadanos durante 4 años provoca desconfianza, recelo, desafección y alejamiento de la ciudadanía.

Se necesita una regeneración democrática en profundidad, una nueva forma de hacer política.

Se precisa una democracia que persiga el bien común, con amplia participación de la sociedad civil.

En esta nueva forma de hacer política la honradez y la credibilidad personal de los políticos son claves para que los ciudadanos recuperen la confianza en sus representantes.

Debe ser muy grande el placer que proporciona el gobernar, puesto que son tantos los que aspiran a hacerlo. Voltaire

La descomposición de todo gobierno comienza por la decadencia de los principios sobre los cuales fue fundado. Montesquieu

El hombre sabio no debe abstenerse de participar en el gobierno del Estado, pues es un delito renunciar a ser útil a los necesitados y una cobardía ceder el paso a los indignos. Epicteto

Sociedad y conflicto de intereses

El hombre, por naturaleza, necesita vivir en sociedad: él solo, apenas podría subsistir. El hombre es un ser social. El ser humano no vive sólo. Vivimos relacionados unos con otros, todos nos necesitamos. Nadie puede vivir aislado. Vivimos en interdependencia. Cuando nos limitamos a estar unos junto a otros pero no nos preocupan sus problemas, simplemente coexistimos. En cambio, cuando los demás nos ayudan a nosotros y nosotros ayudamos a los demás, cuando respetamos sus opiniones y los demás respeten las nuestras, entonces es cuando realmente convivimos con los demás.

El ser humano desarrolla su vida en “sociedad”. Según Aristóteles, el hombre es un animal social («zoon politikon») que desarrolla sus fines en el seno de una comunidad. La vida social implica relación e influencia mutua. El fundamento de la convivencia radica en que los seres humanos necesitamos relacionarnos unos con otros para conseguir los medios que satisfacen nuestras necesidades. Para ello es necesario organizarse: saber a quién corresponde hacer cada trabajo y hacerse cada uno es responsable de la parte que le toca. En su seno podemos distinguir distintos “grupos”, con características e intereses propios. La “sociedad” está constituida por un conglomerado de individuos y grupos cada uno con sus intereses particulares. Ello conlleva un conflicto de intereses. A menudo el conflicto de intereses hace difícil la convivencia.

La necesidad de organizar la convivencia: el fin último de la vida en sociedad

El fin último de la vida en sociedad es contribuir al "bien común”.La convivencia no siempre resulta fácil. Hay algunos obstáculos que dificultan esa convivencia: el egoísmo, la intolerancia, los prejuicios, las leyes injustas, la incultura, la marginación social… Hay que armonizar esa disparidad de intereses particulares y buscar el bien común. Hay que organizar la sociedad para una convivencia pacífica. Todo grupo humano, desde la sociedad más primitiva hasta la más civilizada, posee unas pautas de comportamiento, unas normas de convivencia, unas mínimas reglas de juego que implican unas obligaciones y unos derechos que todos tienen que conocer y respetar. En el seno de la sociedad los individuos cuentan con una serie de derechos y una serie de obligaciones. Toda sociedad arbitra algún medio para mantener un cierto orden interno que, al menos garantice la convivencia pacífica de sus miembros.

Más allá de los intereses particulares, el fin último de la sociedad es contribuir al "bien común”, es decir aquel que permite a todos sus miembros desarrollarse al máximo, satisfacer tanto sus necesidades materiales como espirituales. El bien que la sociedad persigue ha de ser el de la totalidad de las personas que viven en ella.  Cada individuo y cada uno de los grupos que constituyen la sociedad están llamados a hacer sus aportaciones al bien común. Aunque la finalidad última de toda sociedad es el bien común, existen, sin embargo, en su seno individuos y grupos que pugnan, a veces sutilmente otras abiertamente, por abrirse paso entre los demás y conseguir sus fines particulares frente al bien general.

La lucha por el poder

La organización social, los objetivos y las metas a perseguir, el proyecto colectivo a desarrollar por cualquier grupo humano en la práctica requieren de una clase dirigente. La sociedad está dividida en gobernantes y gobernados.  El “poder”, “la autoridad” es un fenómeno presente en la mayoría de las sociedades humanas.  El poder es un componente necesario de la vida en sociedad. Solamente sería pensable una colectividad sin autoridad en aquella sociedad utópica en la que cada miembro supiera autogobernarse y autodirigirse a sí mismo, sin necesidad de otros guías. En la práctica su ausencia puede provocar graves trastornos sociales. Sin embargo, la experiencia muestra que el poder político, con frecuencia, ha sido causa de dominación, corrupción, represión... Un pensamiento muy común es que «el poder corrompe».

Sin duda el poder es una de las grandes ambiciones del ser humano: cómo se llega al poder? Y una vez se posee, cómo se ejerce éste? Es la lucha por el poder. En su forma ideal el poder, la autoridad, se concibe como un servicio, un servicio que conlleva responsabilidad y sacrificio. El gobernante debería estar movido por el amor a su pueblo, y ejercer su función con verdadera vocación de servicio. Se necesita una forma de ejercer el poder mediante la cual la autoridad «mande obedeciendo al pueblo».

Sin embargo, los ciudadanos a menudo denuncian el mal uso del poder por parte de quienes lo detentan, por parte de las autoridades. El fundamento de la autoridad no es otra sino lograr una sociedad con justicia social y evitar la explotación humana. El poder político auténtico radica en la búsqueda del “bien común” y la defensa de los más desfavorecidos. Su sentido radica en ser instrumento de liberación. Cuando no cumple este papel, la autoridad pierde legitimidad. Los que detentan el poder para utilizarlo en beneficio propio explotando a los trabajadores y privilegiando a la minoría poderosa, no sólo pierden legitimidad sino que destruyen los fundamentos de la autoridad. En conclusión, el poder se humaniza cuando asume una actitud de servicio y de búsqueda de la libertad y del bien común, cuando busca el consenso de todo el pueblo y posibilita una participación efectiva.

Dos grandes formas de organizar la convivencia

Hay dos grandes formas de organizar la convivencia: el sistema "autoritario", y el sistema "democrático”. Nuestra sociedad se rige por un sistema democrático. ¿Qué es la democracia?. La palabra “democracia” es de origen griego y literalmente significa «poder del pueblo», o gobierno del pueblo. La democracia es un sistema de organizar la convivencia: un sistema de organizar la vida social y un sistema político que se basa en la existencia de una soberanía popular. Eso significa que el poder está repartido entre los ciudadanos, emana de los ciudadanos, reside en el pueblo, y que por tanto todos pueden participar en la vida política.

La organización política de la convivencia abarca aspectos jurídicos, políticos, administrativos, etc. La política, del griego  πολιτικος («ciudadano», «civil», «relativo al ordenamiento de la ciudad»), es la actividad humana que tiende a gobernar o dirigir la acción del Estado en beneficio de la sociedad. La “democracia” es el sistema político que históricamente ha demostrado más eficacia en la organización pacífica de la convivencia. "Democracia" quiere decir participación de todos en los asuntos colectivos. La democracia parte de la soberanía popular, que quiere decir que el fundamento de la autoridad de los poderes públicos es la voluntad popular, que se expresa periódicamente por medio del voto igual, libre, directo y secreto en las elecciones. Podremos definir la “democracia” como la forma de gobierno en la que el pueblo elige libremente a sus gobernantes y ninguno de ellos posee poderes absolutos, sino que todos están sometidos al imperio de la ley. Y se caracteriza por la división de poderes: el poder legislativo, el poder ejecutivo y el poder judicial.

En la antigua Grecia la democracia era directa: los ciudadanos, reunidos en la plaza pública, participaban directamente en  las cuestiones de gobierno. Eso era posible porque en las ciudades-estado griegas la población era reducida. En los estados democráticos actuales, que tienen millones de habitantes, la democracia directa no es posible, la participación directa de los ciudadanos en las decisiones políticas sería muy difícil a causa del elevado número de población.

Democracia “representativa” y democracia “participativa”

Hay dos formas de entender la democracia: Una es la representativa. El pueblo elige a sus representantes mediante el voto, y una vez electo el gobierno, el pueblo se limita a obedecer. Pierde su voz y su capacidad de decisión. Este es el modelo de democracia que el sistema capitalista nos ha impuesto, y que muchos partidos socialistas también han caído en ella. Es una tergiversación de la democracia y una forma de engañar al pueblo.

El otro modelo de democracia es la participativa, que no sólo es el derecho del pueblo a elegir a sus representantes sino también y sobre todo, a controlar el modo de ejercer el poder y a participar en la gestión pública mediante asociaciones, consejos, sindicatos, comisiones de auditoría social o de incidencia política. Este modelo avanzado sería la democracia auténtica, no la que se nos ha impuesto, en la que el poder es controlado por el sector poderoso de la nación o por la clase política. Ningún sistema sería verdaderamente democrático si el poder no está controlado por un poder popular libre y eficiente. Habrá democracia verdadera cuando todo el pueblo tenga oportunidad de participar, a través de las organizaciones sociales, en las decisiones públicas.

La mayoría de los estados basan su gobierno en una democracia representativa, en la que el pueblo, que posee la soberanía, elige unos representantes que gobiernan en su nombre. Para eso se convocan cada cierto tiempo elecciones. En ellas los ciudadanos eligen, entre los candidatos que se presentan, a aquellos que les parecen que van a gobernar mejor. Por eso se recurre a un sistema de democracia “representativa”, esto es, aquélla en la que los ciudadanos eligen algunas personas que merecen su confianza para que actúen en su lugar y les representen en las instituciones que organizan la sociedad. La organización democrática de la convivencia implica que se gobierna de acuerdo con la voluntad del pueblo, expresada mediante el voto y a través de nuestros representantes en el parlamento.

Pero, para que una sociedad sea democrática, no basta con que el pueblo pueda elegir libremente a sus gobernantes. Es preciso también que todos respeten las opiniones de los demás y que todos los ciudadanos tengan efectivamente los mismos derechos y los mismos deberes. La democracia sólo se realiza si se dan esas condiciones, nadie puede ejercer el poder de forma arbitraria y nadie tiene más derechos que los reconocidos por las leyes. Por eso, en una democracia vivimos bajo el imperio de la ley.

La democracia política se basa en tres principios que deben respetarse al mismo tiempo: garantizar los derechos humanos, separación de poderes, y soberanía popular. Para una convivencia pacífica el sistema democrático históricamente ha demostrado ser el más eficaz, porque en una democracia las decisiones se toman por mayoría. Esto hace que las decisiones sean más estudiadas y que a la hora de tomar dichas decisiones se tengan en cuenta los intereses del mayor número de personas y grupos. En un sistema democrático se garantiza mejor el ejercicio de la libertad.

La democracia se caracteriza por garantizar los derechos y deberes fundamentales de los ciudadanos, la participación ciudadana en la vida política, por medio de los partidos políticos y otros mecanismos y la celebración de elecciones. La libertad de circulación, de expresión, de reunión, de conciencia, la participación tanto ejerciendo cargos como eligiendo a quienes los han de ejercer, el respeto hacia los demás, el pluralismo, etc. son algunas de sus características. Los valores que han de estar en la base de una sociedad democrática son: el respeto al individuo, la formación plural de opiniones, la libre circulación de ideas y creencias, un espíritu cívico de concordia y una forma de relación social: el diálogo y el consenso.

Pluralismo y participación

En las sociedades democráticas, abiertas y avanzadas el pluralismo es un valor en alza y supone que ningún grupo o ideología, del género que sea se impone sobre las demás. El Estado debe proteger y jerarquizar jurídicamente y de un modo institucional esa pluralidad en los planos social, económico, religioso, educativo, político, sindical etc. La participación trae como consecuencia inevitable la expresión de la diversidad de posiciones, intereses, objetivos, programas, ideologías y proyectos políticos que concurren en el seno de la colectividad ciudadana. Todo ello da origen a tensiones y conflictos que la sociedad ha de saber aceptar y encontrar soluciones dentro de las reglas de juego establecidas.

La participación ciudadana es fundamental en una democracia. El grado de madurez democrática de una sociedad se puede medir por el grado y la calidad de esa participación. En muchas democracias actuales esta participación se ve reducida a la celebración periódica de elecciones para poder escoger sus representantes. La participación de los ciudadanos en la vida política no se ha de reducir al ejercicio del derecho al voto. Para profundizar en la democracia y llegar a una mayor madurez democrática se han de fomentar y desarrollar otras formas y otros canales de participación de los ciudadanos en la “vida pública”. Sin embargo, a veces desde el poder, la clase política intenta estrechar la participación popular mediante mecanismos de ingeniería política que dan como resultado un adelgazamiento de la vida democrática.

Se precisa una democracia que apunte hacia la consolidación de la libertad, la justicia social y el bien común, con amplia participación de la sociedad civil, de los diversos sectores sociales y populares: foros ciudadanos, sindicatos, asociaciones de mujeres, maestros, estudiantes, profesionales, ONG‘s…, ejerciendo la incidencia política.

Hacia una mayor profundización y madurez democrática

Vivimos en la era de la democracia. Muchos Estados tienen una democracia formal, sin embargo hay muchos aspectos a profundizar y mejorar hasta conseguir una democracia verdaderamente participativa. ¿El sistema democrático posee un valor intrínseco  que la hace de por sí recomendable o es tan solo un camino, un instrumento, una metodología, para alcanzar objetivos ulteriores como la justicia social, la estabilidad política, el crecimiento económico, el bienestar social o la paz internacional? Repasemos algunos de sus elementos e imperfecciones.

Las campañas electorales, en gran medida, se convierten en un ejercicio de prestidigitación y encantamiento de la voluntad popular. Los grupos políticos son maquinarias que tiene como objetivo capital llegar al poder y para ello en vez de explicar ampliamente el contenido de sus programas, mediante la propaganda, el control sobre los medios de comunicación y la utilización de las técnicas comunicativas más modernas intentan persuadir voluntades para que les voten y una vez instalados en el poder disfrutar de las prebendas que ello comporta.

Independientemente de honrosas excepciones individuales, la forma de ejercer su función la clase política es una cuestión manifiestamente mejorable: la imposibilidad de los ciudadanos de elegir directamente a sus representantes a través de listas abiertas, más por la credibilidad personal que le puedan merecer determinadas personas que por las siglas, las ideas o el paraguas bajo el que se amparan, los casos de corrupción que se van aireando y la connivencia interesada entre determinada clase política y su entorno que se va conociendo, el desprestigio de los representantes políticos en la forma de ejercer su función representativa, su actitud endogámica y alejada de la ciudadanía, la falta de verdadera libertad y de crítica respecto a la cúpula dirigente en la vida interna de muchos de los partidos políticos, las prebendas de que disfrutan…

Es de destacar también una participación reducida y la falta de mecanismos de control por parte de la ciudadanía más allá de los procesos electorales. La exclusión de la gran mayoría de la población de su participación en la toma de decisiones en aquellas grandes cuestiones que afectan al núcleo mismo, al nervio central de una convivencia en paz, el hurto a la ciudadanía de la posibilidad de ser consultada y escuchada en casos importantes cuando se ponen en juego cuestiones esenciales y fundantes de nuestro ordenamiento convivencial…  en detrimento de una delegada y reducida casta de ciudadanos; la práctica de una política de mercadeo entre las formaciones políticas, al servicio de intereses particulares, camarillas, lobbys o grupos de presión; leyes injustas que se aprueban con triquiñuelas, con fuerte presión de la propaganda oficial, sin participación de la sociedad, con disciplina de partido y sin consultas públicas… Todo ello hace que la actividad política aparezca ante la opinión pública como una lucha por el poder entre una casta especial de ciudadanos y una actividad al servicio de una visión economicista, mercantilista y materialista de la sociedad y poco más.

El espíritu de la democracia consiste en pensar que todos somos ciudadanos con los mismos derechos. Y que los asuntos públicos que afectan a todos, se hacen oyendo a todos. Esto lleva a que la forma natural de una democracia sea el consenso, especialmente para las cuestiones importantes que afectan a todos. Ese es el ethos y el corazón de la democracia. Sin embargo, la política se ha convertido en «politiquería», en un mercadeo al servicio de intereses particulares.

Se lee y escucha en los medios de comunicación que existe una decadencia de valores éticos en la población española y en los líderes políticos, tanto en los que ocupan algún cargo público como en los de la oposición. La política se ha convertido en un espacio de lucha de poder, demagogia y confrontación partidaria. No hay criterios serios y maduros a la hora de hacer política. No hay ética. Se utiliza la política para buscar intereses personales o sectoriales, ascender a cargos y lograr privilegios económicos. Hemos sido testigos de casos de corrupción que han envuelto a altas autoridades políticas en distintas comunidades autónomas. La crisis de valores en la política se refleja en el sistema mismo, caracterizado por la ambición, la corrupción, la impunidad, la mentira, la injusta distribución de las cargas sociales, la violación de derechos humanos elementales, el relativismo asumido como ideología de Estado, la ingeniería social y el intento de manipulación ideológica.

Cada vez más, las viejas estructuras políticas se ven envueltas por una crisis de valores que indican su inviabilidad y la necesidad de una verdadera regeneración democrática en profundidad. A la clase política se la percibe más como un problema para hallar la solución que como solución para resolver los problemas. Una casta privilegiada. A veces da la impresión de que están más para servirse del bien común que para servir al bien común. Muchos de ellos parecen medrar en el interior de los grupos políticos para “situarse”, hacer carrera política y una vez instalados disfrutar de las prebendas de dicha clase. Por todo ello, una clase política endogámica como la actual que concibe la política como un “coto” cerrado a controlar y manejar a su antojo y alejada del control directo de los ciudadanos durante 4 años es percibida por la opinión pública como una casta peligrosa, ocupando la tercera posición entre las preocupaciones de los españoles.

Todo ello provoca desconfianza, recelo, desafección y alejamiento de la ciudadanía de  la “res pública».  Los ciudadanos, sin embargo, debemos saber que la manera de parar los desmanes de una forma de entender la política que se extralimita en sus funciones, es defender nuestros legítimos derechos, haciendo valer el marco constitucional y afeando este modo de proceder que no respeta el corazón de la democracia, ni el espíritu de la Constitución, ni el pluralismo existente en este país.

Hoy se necesita renovar una forma caduca de entender y hacer política. Una ola de desconfianza en nuestros políticos recorre la médula de nuestra sociedad. En esta nueva forma de hacer política la credibilidad personal y la honradez de los políticos son claves para que los ciudadanos recuperen la confianza en sus representantes.

Quizás la solución esté no tanto en renovar a quienes ya sabemos que en sus comportamientos políticos nos van a dar más de lo mismo, sino en abrir las ventanas para que entren aires nuevos capaces de dignificar y encauzar la vida política por derroteros alejados del cambalache y mercadeo actual. En las manos de cada uno de nosotros está la posibilidad de llevar a cabo ese cambio del cambio. Eso sí que de verdad posibilitaria un cambio real de la vida pública.

Como decía Epicteto hace ya 2000 años el hombre sabio no debe abstenerse de participar en el gobierno del Estado, pues es un delito renunciar a ser útil a los necesitados y una cobardía ceder el paso a los indignos.

Elaboración propia a partir de materiales diversos

 

Ver también: ARRAIGAR LA DEMOCRACIA


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