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ENSEÑAR LA IDENTIDAD TERRENAL (1)  

La interacción de las partes y la complejidad del mundo actual

¿Cómo pueden los ciudadanos del presente milenio pensar sus problemas y los problemas de su tiempo?

¿Cómo pueden los ciudadanos del presente milenio pensar sus problemas y los problemas de su tiempo? ¿Cómo captar la complejidad de los nuevos problemas que se nos presentan y diseñar la estrategia adecuada para afrontarlos? A diferencia de otras épocas históricas, desde hace ya un tiempo nos encontramos en una verdadera era planetaria. Desde el siglo XVI hemos entrado en la era planetaria y estamos, desde finales del siglo XX en la fase de la mundialización-globalización. El mundo se nos ha vuelto pequeño, uno y complejo. Cada una de sus partes se ha vuelto dependiente del todo y recíprocamente el todo sufre perturbaciones y riesgos que afectan las partes. El planeta se ha encogido.

El ciudadano actual debe adaptar la forma de su pensamiento a la nueva situación y ha de concebir la complejidad de este «nuevo mundo». En este sentido, hay que aprender a considerar tanto la unidad como la diversidad del proceso planetario, sus complementariedades y también sus antagonismos. El planeta no es un sistema global si no un torbellino en movimiento, desprovisto de centro organizador.

A los ciudadanos de esta época nos hace falta comprender tanto nuestra condición humana en el mundo, como la condición del mundo humano que, a través de la historia moderna, se ha vuelto la de la era planetaria. Este planeta necesita un pensamiento policéntrico capaz de apuntar a un universalismo que sea consciente de la unidad/diversidad de la humana condición; un pensamiento policéntrico alimentado de las culturas del mundo.

Educar para este pensamiento, esta es la finalidad de la educación del futuro que debe trabajar en la era planetaria para poner de relieve y desarrollar tanto la identidad como la conciencia terrenal.

«Sólo el sabio mantiene el todo en la mente, jamás olvida el mundo, piensa y actúa con relación al cosmos». Groethuysen    

«Por primera vez, el hombre ha comprendido realmente que es un habitante del  planeta, y tal vez piensa y actúa de una nueva manera, no sólo como individuo, familia o género, Estado o  grupo de Estados, sino también como  planetario».Vernadski

¿Cómo podrían los ciudadanos del nuevo milenio pensar sus problemas y los problemas de su tiempo? Les hace falta comprender tanto la condición humana en el mundo, como la condición del mundo humano que a través de la historia moderna se ha vuelto la de la era planetaria. Hemos entrado en la era planetaria desde el siglo XVI y estamos, desde finales del siglo XX en la fase de la mundialización.

La mundialización, como fase actual de la era planetaria, significa primero, como lo dijo el geógrafo Jacques Lévy “el surgimiento de un objeto nuevo: el mundo como tal". Pero cuanto más atrapados estamos por el mundo más difícil nos es atraparlo. En la época de las telecomunicaciones, de la información, de Internet, estamos sumergidos por la complejidad del mundo y las innumerables informaciones sobre el mundo ahogan nuestras posibilidades de inteligibilidad.

De allí, la esperanza de despejar un problema vital por excelencia que subordinaría todos los demás problemas vitales. Pero este problema vital está constituido por el conjunto de los problemas vitales, es decir, la intersolidaridad compleja de problemas, antagonismos, crisis, procesos incontrolados. El problema planetario es un todo que se alimenta de ingredientes múltiples, conflictivos, de crisis; los engloba, los aventaja y regreso los alimenta.

Lo que agravará la dificultad de conocer nuestro Mundo, es el modo de pensamiento, que ha atrofiado en nosotros, en vez de desarrollarla, la aptitud de contextualizar y globalizar, mientras que la exigencia de la era planetaria es pensar la globalidad, en la relación todo-partes, su multidimensionalidad, su complejidad. Es lo que nos lleva a la reforma de pensamiento requerida en el capítulo II, necesaria para concebir el contexto, lo global, lo multidimensional, lo complejo.

Es la complejidad (el bucle productivo/destructivo de las acciones mutuas de las partes en el todo y del todo en las partes) la que presenta problema. Necesitamos, desde ahora, concebir la insostenible complejidad del mundo en el sentido en que hay que considerar tanto la unidad como la diversidad del proceso planetario, sus complementariedades y también sus antagonismos. El planeta no es un sistema global si no un torbellino en movimiento, desprovisto de centro organizador.

Este planeta necesita un pensamiento policéntrico capaz de apuntar a un universalismo no abstracto sino consciente de la unidad/diversidad de la humana condición; un pensamiento policéntrico alimentado de las culturas del mundo. Educar para este pensamiento, esta es la finalidad de la educación del futuro que debe trabajar en la era planetaria para la identidad y la conciencia terrenal.

1. LA ERA PLANETARIA

Las ciencias contemporáneas nos enseñan que estaríamos a unos 15.000 millones de años después de una catástrofe innegable a partir de la cual se creó el cosmos, tal vez a unos 5 millones de años después de que hubiera comenzado la aventura de la hominimización, la cual nos habría diferenciado de los otros antropoides. 100.000 años desde el surgimiento del homo sapiens, 10.000 años desde el nacimiento de las civilizaciones históricas y entramos a los inicios del tercer milenio de la era llamada cristiana.

La historia humana comenzó con una diáspora planetaria sobre todos los continentes; luego entró, a partir de los tiempos modernos, en la era planetaria de la comunicación entre los fragmentos de la diáspora humana. La diáspora de la humanidad no ha producido escisión genética: pigmeos, negros, amarillos, indios, blancos, vienen de la misma especie, disponen de los mismos caracteres fundamentales de la humanidad. Pero ha producido una extraordinaria diversidad de lenguas, de culturas, de destinos, fuente de innovaciones y de creaciones en todos los campos. El tesoro de la humanidad está en su diversidad creadora, la fuente de su creatividad está en su unidad generadora.

A finales del siglo XV Europa, la China de los Ming y la India Mogola son las civilizaciones más importantes del Globo. El islam, en Asia y en África, es la religión más extendida de la tierra. El imperio otomano, que desde Asia se desplegó por la Europa oriental, aniquiló a Bizancio y amenazó a Viena, que se vuelve una gran potencia de Europa. El imperio de los incas y el imperio azteca reinan en las Américas, Cuzco y Tecnochtitlán exceden en población a las monumentales y esplendorosas Madrid, Lisboa, París, Londres, capitales de jóvenes y pequeñas naciones del oeste europeo.

Sin embargo, a partir de 1492, son estas jóvenes y pequeñas naciones las que se lanzan a la conquista del Globo y a través de la aventura, la guerra, la muerte suscitan la era planetaria que desde entonces comunica los cinco continentes para lo mejor y para lo peor. La dominación del occidente europeo sobre el resto del mundo provoca catástrofes de civilización, en las Américas especialmente, destrucciones culturales irremediables, esclavitudes terribles. Por esta razón, la era planetaria se abre y se desarrolla en y por la violencia, la destrucción, la esclavitud, la explotación feroz de las Américas y del África. Los bacilos y los virus de Eurasia rodaron por las Américas, creando hecatombes, sembrando sarampión y tuberculosis, mientras que de América el treponema de la sífilis rondaba de sexo en sexo hasta Sanghai. Los europeos implantan en sus tierras el maíz, la papa, el frijol, el tomate, la yuca, la patata dulce, el cacao, el tabaco traídos de América. Ellos llevan a América los corderos, bovinos, caballos, cereales, viñedos, olivos y las plantas tropicales arroz, ñame, café, caña de azúcar.

La planetarización se desarrolla por el aporte de la civilización europea a los continentes, sus armas, sus técnicas, sus concepciones en todas sus factorías, sus peajes y zonas de penetración. La industria y la técnica toman un vuelo que ninguna civilización había conocido antes. El progreso económico, el desarrollo de las comunicaciones, la inclusión de los continentes subyugados en el mercado mundial determinan formidables movimientos de población que van a ampliar el crecimiento demográfico generalizado. En la segunda mitad del siglo XIX, 21 millones de europeos atravesaron el Atlántico hacia las dos Américas. También se produjeron flujos migratorios en Asia, donde los chinos se instalan como comerciantes en Siam, en Java y en la península Malasia, se embarcan para California, Colombia-británica, nueva Gales del Sur, Polinesia, mientras que los hindúes se asientan en Natal y en África oriental.

La planetarización engendra en el siglo XX dos guerras mundiales, dos crisis económicas mundiales y, luego en 1989, la generalización de la economía liberal llamada mundialización. La economía mundial es cada vez más un todo interdependiente: cada una de sus partes se ha vuelto dependiente del todo y recíprocamente el todo sufre perturbaciones y riesgos que afectan las partes. El planeta se ha encogido. Fueron necesarios tres años al Magallanes para dar la vuelta al mundo por mar (1519-1522). Se necesitaron sólo 80 días para que un intrépido viajero del siglo XX utilizando carreteras, ferrocarriles y navegación a vapor diera la vuelta a la tierra. A finales del siglo XX, el jet logra el bucle en 24 horas. Y más aún, todo se presenta de manera instantánea de un punto a otro del planeta por televisión, teléfono, fax, Internet...

El mundo se vuelve cada vez más un todo. Cada parte del mundo hace cada vez más parte del mundo y el mundo, como un todo, está cada vez más presente en cada una de sus partes. Esto se constata no solamente con las naciones y los pueblos sino con los individuos. Así como cada punto de un holograma contiene la información del todo del cual hace parte, también, ahora, cada individuo recibe o consume las informaciones y las substancias provenientes de todo el universo.

El Europeo por ejemplo, se levanta cada mañana poniendo una y emisora japonesa y recibe los acontecimientos del mundo: erupciones volcánicas, temblores de tierra, golpes de estado, conferencias internacionales le llegan mientras toma un  té de Ceilán o la China a no ser que sea un moka de Etiopía o un arábica de América Latina; se pone su camisilla, pantaloncillos y una camisa hechos en algodón de Egipto o de la india, viste chaqueta y pantalón en lana de Australia, fabricada en Manchester y luego en Roubaix- Tourcoing, o se pone una chaqueta de cuero traída de China con unos jeans estilo USA. Su reloj es suizo o japonés. Sus gafas son de carey o tortuga ecuatorial. Puede encontrar en su comida de invierno las fresas de Senegal y cerezas de Argentina o Chile, la s habichuelas frescas de Senegal, los aguacates o piñas de África, los melones de Guadalupe. Tiene botellas de ron de Martinica, de vodka rusa, tequila mexicana, whisky americano. Puede escuchar en su casa una sinfonía alemana dirigida por un director coreano a no ser que asista ante su pantalla de vídeo a la Bohème con la Negra Bárbara Hendricks en el papel de Mimi y el español Plácido domingo en el de Rodolfo.

Mientras que el europeo se encuentra en este circuito planetario de confort, un gran número de africanos, asiáticos y sudamericanos se encuentran en un circuito planetario de miseria. Sufren en su vida cotidiana las consecuencias del mercado mundial que afecta las cotizaciones del cacao, el café, el azúcar, las materias primas que produce su país. Han sido sacados de sus pueblos por procesos mundializados venidos de occidente, especialmente el progreso del monocultivo industrial, campesinos autosuficientes se convirtieron en suburbanos que buscan empleo; sus necesidades ahora se traducen en términos monetarios. Aspiran a la vida del bienestar en el que los hacen soñar la publicidad y las películas de occidente. Utilizan la vajilla de aluminio o de plástico, beben cerveza o Coca-Cola. Se acuestan en los restos de láminas de espuma de poliestireno y llevan puestas camisetas impresas a la americana. Bailan música sincrética donde sus ritmos tradicionales entran en una orquestación procedente de Norte América. De esta manera, para lo mejor y para lo peor cada humano, rico o pobre, del sur o del norte, del este o del oeste lleva en sí, sin saberlo el planeta entero. La mundialización es a la vez evidente, subconsciente, omnipresente.

La mundialización es realidad unificadora, pero hay que agregar inmediatamente que también es conflictiva en su esencia. La unificación mundializante está cada vez más acompañada por su propio negativo, suscitado por contra efecto: la balcanización. El mundo cada vez más se vuelve uno pero al mismo tiempo se divide. Paradójicamente es la misma era planetaria la que ha permitido y favorecido la parcelación generalizada en estados-nación; en realidad, la demanda emancipadora de nación está estimulada por un movimiento que recurre a la identidad ancestral y se efectúa como reacción al curso planetario de homogenización civilizaciónal. Esa demanda se intensifica con la crisis generalizada del futuro.

Los antagonismos entre naciones, entre religiones, entre laicismo y religión, entre modernidad y tradición, entre democracia y dictadura, entre ricos y pobres, entre oriente y occidente, entre Norte y Sur se alimentan entre sí; es allí donde se mezclan los intereses estratégicos y económicos antagónicos de las grandes potencias y de las multinacionales dedicadas a la obtención de beneficios. Son todos estos antagonismos los que se encuentran en zonas de interferencias y de fractura como la gran zona sísmica del Globo que parte de América/Azerbadjian, atraviesa el Medio Oriente y llega hasta Sudán. Estas se exasperan allí donde hay religiones y etnias mezcladas, fronteras arbitrarias entre estados, exasperación es por rivalidades y negaciones de toda clase, como en el medio oriente.

De esta misma manera, el siglo XX ha creado y a la vez parcelado un tejido planetario único; sus fragmentos se han aislado, erizado y combatido entre sí. Los estados dominan la escena mundial como titanes brutales y ebrios, poderosos e impotentes. Al mismo tiempo el despliegue técnico industrial sobre el Globo tiende a suprimir las diversidades humanas, étnicas y culturales. El desarrollo mismo ha creado más problemas de los que ha resuelto y ha conducido a la crisis profunda de civilización que afecta a las sociedades prósperas de occidente.

Concebido únicamente de manera técnica-económica, el desarrollo está en un punto insostenible incluyendo el desarrollo sostenible. Es necesaria una noción más rica y compleja del desarrollo, que sea no sólo material sino también intelectual, afectiva, moral... El siglo XX no ha dejado la edad de hierro planetaria, se ha hundido en ella.

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Edgar Morin: Los siete saberes necesarios para la educación del futuro
Publicado en octubre de 1999 por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura - 7 place de Fontenoy - 75352 París 07 SP – Francia


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