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Lado oscuro del relativismo del amor

El amor no es la búsqueda de un emotivismo sin más, no son sólo las impresiones, las sensaciones y las percepciones excitantes de lo inmediato en la vida las fuentes de la felicidad. El amor precede al deseo, ésta es la posición estratégica de la aventura del amor

Nos acechan vendavales de relativismo. El “todo vale” aparece como su más auténtica expresión. No hay referentes objetivos a los que atender. Todo depende de cómo se mire. No hay más verdad que aquella que se deriva de nuestras apreciaciones intersubjetivas, afirman los relativistas

Al hilo de esta corriente de fondo que una izquierda antropológicamente nihilista e ideológicamente decadente ha ido inoculando en el imaginario colectivo, el autor reflexiona a propósito del amor sobre concepciones de fondo que pretenden instaurarse en el seno de la sociedad, algunas de ellas muy pegadas a la actualidad española de los últimos tiempos.

En sociedades en las que la sexualidad ha dejado de ser expresión de auténtica y gratuita comunicación interpersonal para convertirla primordialmente en vehículo de satisfacción de apetencias personales y búsqueda de placer sensual, dicha dimensión humana queda envenenada hasta convertirse en mero objeto de consumo.

Todo ello puede utilizarse como elemento de contraste con la nueva educación sexual, “patrocinada” desde el Estado, que se proporciona a las nuevas generaciones y la concepción de fondo que subyace a la nueva Estrategia nacional de salud sexual y reproductiva recientemente aprobada y que se pretende imponer desde el gobierno socialista.

Emilio LÓPEZ-BARAJAS, Catedrático de Universidad en Fundamentos de Metodología Científica

El relativismo ha llevado a gran cantidad de gente en las sociedades modernas avanzadas a la convicción de que no hay más verdad en este universo que aquella que fluye desde la conciencia personal del  «mundo interior», ya que la única fuente de la «verdad» emerge desde el contexto social, y éste se «construye» en el devenir histórico, más concretamente, en el devenir de cada comunidad cultural.

La afirmación de que no es posible conocer lo que el amor sea en sí, es decir, como valor esencial, cerró las puertas al sentido del amor, y las abrió al significado propio del relativismo cultural y ético del mismo.

El relativismo es una pérdida de confianza en la razón humana para alcanzar nociones universales, valores universales, afirma en consecuencia que el conocimiento humano del amor no puede ir más allá del correspondiente a una experiencia sensible, de la que solo es posible alcanzar un sentido «fenoménico», una realidad que no pasaría de ser una «representación mental» del mismo. El sentido del amor como «valor universal», esencial, no sería posible al entendimiento humano, y consecuentemente tendría que ser establecido por «consenso» de la comunidad.

El lado oscuro del relativismo del amor, y sus consecuencias negativas, anida en el sentido del procedimiento de verificación «intersubjetiva» mediante el «consenso». Si sólo cupiese al entendimiento humano esta posibilidad, habría que justificar cualquier acuerdo acerca del amor por el solo hecho de que fuese una definición «comunitaria», lo que legitimaría éticamente algunas nociones contradictorias del amor, y, a veces, incluso perversas, por ejemplo, el caso de la ablación del clítoris de las adolescentes en  algunos contextos del África subsahariana o la lapidación de la mujer por razones de adulterio en ciertos contextos islamistas. Éste es el lado oscuro del relativismo del amor.

Las formas propias de la democracia, que es el mejor de los sistemas posibles, no legitima la emergencia de normas que hacen imposible la vida de familia, el amor y la vida plena, aunque la metodología del «consenso» se haya cumplido puntualmente. La memoria histórica nos recuerda que algún estado fundamentalista, integrista, confesional, ha sido constituido desde el «consenso social», por ejemplo, el iraní que lo fue en su momento por la vía de sufragio universal, por no citar el acceso al poder del nacionalsocialismo alemán constructor del holocausto judío. La norma jurídica que no respeta la objeción de conciencia es tiránica, y por tanto es fuente de violencia y desamor.

El navegante necesita de la «carta de navegación» donde encuentra datos útiles como son: el contorno de la costa, los faros, las boyas, las declinaciones magnéticas, las corrientes, los bajos y la calidad de los mismos, las sondas, etc. y, además, un piloto experto que sepa leer la brújula o las estrellas. La aventura del amor necesita de la «carta de la verdad» para que no se convierta en un proceso azaroso y acabe en el desamor. El relativismo no permite una aventura del amor sostenible porque ignora lo esencial del amor. Los efectos de relativismo del amor son más negativos en algunos casos que los producidos por el consumo del tabaco u otra cualquier forma de adición que se genera al situar el placer como finalidad última.

La identificación de la bondad del relativismo, por otra parte, con la tolerancia social es artificial e inexacta. Algunos relativistas no son nada tolerantes, no aceptan de buen grado, por ejemplo, la manifestación de la libertad religiosa en la vida pública. Olvidan algunos que el sentido de la tolerancia no es privativo de los ateos, los agnósticos o los creyentes, sino de la actitud psicológica y ética de respeto a la «libertad de las conciencias», que nada tiene que ver con la noción gnoseológica de la relatividad que referíamos anteriormente.

La aventura del amor entraña sin duda un riesgo, pero cuando se trata de esquivarla se expone uno a un peligro incluso mayor. Y esto es así porque la felicidad humana pasa siempre por el amor. El protagonista social moderno, que se monta en el carro del relativismo de los valores y por tanto «ignora» el sentido del amor en su contenido esencial, camina de forma decidida hacia el desamor, ya que cuando se trasgrede la naturaleza de este don maravilloso, cuando se considera que el amor «se hace, se construye» y no advierte que la clave está en descubrirlo, ocurre como en la narración de Sófocles, y que canta Antígona, advirtiendo al tirano en su ignorancia que el amor, en este caso fraterno, es anterior a la norma. Las leyes, que tendrían que proteger al amor, se convierten, se pueden convertir desde una actitud relativista, no sólo en un antropocentrismo soberbio sino en un antihumanismo práctico.

Quien «hace» sólo el amor, donde está ausente la poesía, convierte el lecho, el jardín del amor, en un cierto  prostíbulo, si es que no lo era ya en su mente constructivista. Las mujeres que tienen un alma más sensible al verdadero amor, sean agnósticas o creyentes, detectan a diario este reduccionismo genital del amor. Además en las sociedades machistas al separar la sexualidad del amor envenenan el sexo hasta convertirlo en objeto de consumo.

Las cosas no son siempre como parecen, aunque esto no significa que nunca lo sean. El amor no es la búsqueda de un emotivismo sin más, no son sólo las impresiones, las sensaciones y las percepciones excitantes de lo inmediato en la vida las fuentes de la felicidad. El amor precede al deseo, ésta es la posición estratégica de la aventura del amor que, como ocurre en la guerra, sitúa al amante y al amado en una posición de superioridad, antes de llegar a la táctica del «cuerpo a cuerpo», es más, para que emerja la chispa de amor humano, cada día, para que el hogar sea luminoso y alegre, hay que respetar este «ordo amoris» de los sentimientos. De lo contrario, el sabor que parecía dulce como la miel nueva en el vino de Pramne, cuando se trasgrede la naturaleza del amor, se hace pronto amargo, letal para el espíritu, como es el caso de la degradación erótica.

La posición escéptica del relativista se bloquea en el amor, le atenaza de forma egocéntrica en su «castillo interior», y le impide, en algunos casos, salir al lance y la ronda del amor, como le ocurre también frente a la realidad de la vida, y la verdad de la vida plena.

Fuente: http://www.thefamilywatch.org

Ver también:

El dulce néctar del amor

La aventura del amor


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