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Feminidad y masculinidad a la búsqueda de su identidad

Otra vez la negación de la libertad femenina y la maternidad

Ayer leía en el libro de FJ Contreras y Diego Poole  Nueva izquierda y cristianismo una partecita sobre el feminismo y ese tema hace que me hierva la sangre inevitablemente. El profesor Contreras explicaba cómo la revolución sexual sesetayochista ha dañado a toda la sociedad pero especialmente a las mujeres porque ese modelo de liberación sexual ha impuesto a la mujer una manera de entender la sexualidad completamente masculina y diseñada a la medida de los caprichos del hombre ya que es una sexualidad que separa lo físico de lo emocional y que, por supuesto, huye de cualquier condicionamiento y compromiso, para lo cual el aborto libre es fundamental, claro.

O sea, que se nos impone un vivencia de la sexualidad que niega y se opone a nuestra propia naturaleza y encima se nos deja solas frente a un posible embarazo porque como puedes abortar, si no lo haces, allá tú con tu problema…..¡espectacular! y  lo peor es que algunas están encantadas y se creen que ha sido  un gran  avance, como Amelia Valcárcel que según cuenta el profesor Contreras va y dice que si no podemos hacer [a los hombres] tan buenos, hagámonos nosotras tan malas: no exijamos castidad sino perdámosla nostras; no impongamos la dulzura, hagámonos brutales; no atesoremos naturaleza sino destruyamos con el furor del converso. Eso es lo que vende el feminismo radical desde hace años de la mano de la nueva izquierda, que el caso es ser iguales al precio que sea aunque nos suponga perder todo lo nuestro, nuestra identidad femenina que, como esta señora reconoce, es estupenda….pues yo no le veo la gracia, la verdad.

Y mucho menos lo entiendo en tanto en cuanto eso supone la negación de la maternidad, que pasa a ser algo secundario, cuando no un estorbo,  en lugar de la verdadera realización de la mujer. Me parece incomprensible que pueda parecerle a nadie un avance el que haya mujeres que por una razón u otra se vean obligadas a matar a su hijo, que nos hayamos tragado que la maternidad y la dedicación a la familia es una esclavitud impuesta por la sociedad y que, sin embargo, veamos como una liberación el dedicar la mayor parte del día a una empresa, un banco o una tienda…..es de locos!

Así que yo, por mi parte, hago mío el lema de una asociación, cuyo nombre no recuerdo, en una cumbre de la ONU: «celebrate motherhood» y me apunto de manera activa a un nuevo y verdadero feminismo, el que reconoce a la mujer como tal.

Leonor Tamayo, Profesionales por la ética


Feminidad y masculinidad a la búsqueda de su identidad

Por María Calvo Charro

Todavía bajo la influencia de la revolución del 68 que implantó la indiferenciación sexual, en la actualidad estamos viviendo un momento histórico en el que, sometidos a la presión de la imperante ideología de género, expresiones como hombre, mujer, padre, madre, han perdido su sentido teleológico-antropológico y se encuentran vacías de contenido, borradas por una idea de identidad absoluta e intercambiabilidad entre los sexos que lo inunda todo, desde la educación en las escuelas, hasta el contenido de las leyes. Los ideólogos de género presuponen que la feminidad y masculinidad son construcciones sociales, productos de la cultura y la educación, que es preciso eliminar por completo para garantizar una verdadera igualdad en todos los planos de la vida, incluido el reproductivo y biológico. Con tal fin, se desprecia la maternidad y, en consecuencia, se desestabiliza la familia como institución social.

La organización de las Naciones Unidas ha sido el principal catalizador de estos cambios, erigida en autoridad moral universal, impone unos valores globales que presupone válidos y justos, y crea una nueva “ética mundial”, un nuevo orden social incuestionable a pesar de su falta de fundamentación antropológica, poniendo en tela de juicio verdades esenciales del ser humano, como la alteridad sexual.

 La esclavitud femenina del siglo XXI

FeminismoSus consecuencias psicológicas y sociales sobre las generaciones venideras y sobre el entramado completo de la sociedad no se han medido honestamente y los expertos vaticinan que sus daños serán mucho más graves que los que provocó el marxismo. Como afirma Anatrella, «cuando la sociedad pierde el sentido de una de las variantes humanas, como la diferencia sexual que funda y estructura a la vez la personalidad y la vida social, no puede sorprendernos constatar la alteración del sentido de la realidad y de las verdades objetivas»

Este intento de vivir sin una identidad, femenina o masculina, está provocando desconcierto e infelicidad entre muchas personas incapaces de ir en contra de su propia esencia. La crisis de identidad es el grave problema de la sociedad contemporánea en los países más desarrollados. Estamos ante una revolución silenciosa, desestructuradora de la identidad personal, cuya meta es llegar a una sociedad sin clases de sexo, por medio de la deconstrucción del lenguaje, las relaciones familiares, la reproducción, la sexualidad y la educación. Las normas y medidas administrativas actuales, así como el propio ambiente social creado por los medios de difusión utilizados para el adoctrinamiento ideológico de las masas, están empeñados en emancipar subjetivamente a los individuos de la diferencia sexual y proclaman que los sexos son idénticos e intercambiables, lo que contribuye a organizar la sociedad sobre la base de la ambigüedad y el desconcierto, desestabilizando el vínculo social que representan la pareja y la familia, y generando a nivel personal frustración y desencanto.

En estas circunstancias, la mujer, creyendo ser idéntica al hombre, intenta liberarse del yugo de la feminidad, en especial de la maternidad, entendida como un signo de represión y subordinación: la tiranía de la procreación. Leyes como la del aborto o la Ley de Igualdad, mediante la utilización de términos contradictorios, como la salud reproductiva, referida paradógicamente a las técnicas tendentes a evitar la reproducción a toda costa, son expuestas a la sociedad como la fórmula justa para liberar a la mujer y favorecer su desarrollo personal y profesional, cuando realmente lo que consiguen es su autodestrucción, afectando a su esencia y dignidad de manera irreversible. Estos cambios legislativos redefinen las evidencias antropológicas con el objetivo de cambiar la sociedad, nuestra cultura, más aún, nuestra civilización. Estas leyes ignoran las verdades universales y plantean problemas antropológicos, morales y simbólicos.

Como resultado de esto, muchas mujeres tienden a ocultar su sensibilidad femenina/maternal como si fuera un defecto humillante y adoptan una postura quasimasculina, yendo en último término en contra de sus verdaderos deseos. Como afirma la antropóloga Hellen Fisher, «parecen creer que si reconocen estos atributos femeninos estarán caracterizando a las mujeres como seres frágiles, no suficientemente duras para trabajos difíciles»

Las mujeres actualmente, en lugar de verse esclavizadas por visiones patriarcales sobre las funciones domésticas, actúan tratando de satisfacer las aspiraciones que los defensores de la corrección política y los ideólogos de género han puesto en ellas, en lugar de sus propias preferencias.

Se trata de un nuevo tipo de esclavitud femenina: la tiranía de la ideología de género que provoca que muchas mujeres se sientan enajenadas por la insoportable presión interna que les provoca el ingente esfuerzo de negarse a sí mismas, tratando de ahogar unas prioridades específicamente femeninas que luchan por manifestarse.

Muchas mujeres se han esforzado por cumplir sus funciones «exactamente como un hombre» y su naturaleza rechazada, reprimida, luego se hace valer y surgen las depresiones, la ansiedad, la insatisfacción, la frustración e infelicidad, porque, la feminidad lucha por salir.

Como afirmaba García Morente, ser mujer lo es todo para la mujer; es profesión, es sentimiento, es concepción del mundo, es opinión, es la vida entera. La mujer realiza un tipo de humanidad distinto del varón, con sus propios valores y sus propias características y sólo alcanzará su plena realización existencial cuando se comporte con autenticidad respecto de su condición femenina.

Ciencia contra ideología. La mujer, un tipo de humanidad diferente y maravillosa

La diferenciación sexual es una realidad a la que se ha resistido la humanidad en diversas ocasiones a lo largo de la historia. El debate sobre si la distinción entre varón y mujer determina su propia identidad, ha pertenecido tradicionalmente al ámbito de la filosofía, la ética y la antropología. El reto que presenta el conocimiento de lo que en profundidad es lo masculino y lo femenino y cuál es su enclave ontológico se inscribe en una vieja inquietud humana que ya se constaba en el oráculo de Delfos: «Conócete a ti mismo».

Ante ideologías desestructuradoras de la persona humana que niegan la existencia de una feminidad y una masculinidad innatas, Benedicto XVI insiste en la necesidad de desarrollar «una renovada investigación antropológica que, basándose en la gran tradición cristiana, incorpore los nuevos progresos de la ciencia y las actuales sensibilidades culturales, contribuyendo de este modo a profundizar no sólo en la identidad femenina, sino también en la masculina, que con frecuencia es objeto de reflexiones parciales e ideológicas».

Algunos de los nuevos progresos de la ciencia fundamentales en este aspecto son aquellos desarrollados en las últimas décadas en el ámbito de la neurología. En este sentido, en los últimos quince años, los avances de la técnica han permitido mostrar una realidad bien distinta a la que nos muestran los ideólogos de género y hasta ahora oculta: la existencia de diferencias sexuales innatas. Décadas de investigación en neurociencia, en endocrinología genética, en psicología del desarrollo, demuestran que:

las diferencias entre los sexos, en sus aptitudes, formas de sentir, de trabajar, de reaccionar, no son sólo el resultado de unos roles tradicionalmente atribuidos a hombres y mujeres, o de unos condicionamientos histórico-culturales, sino que, en gran medida, vienen dadas por la naturaleza.

La diferenciación sexual es un proceso enormemente complejo que comienza muy temprano, en el desarrollo del embrión, aproximadamente en la octava semana de gestación, debido a la combinación de nuestro código genético y de las hormonas que liberamos y a las que estuvimos expuestos en el útero. Se piensa que estas diferencias son causadas en gran parte por la actividad de las hormonas sexuales que bañan el cerebro del feto en el útero. Estos esteroides se encargarían de dirigir la organización y el cableado del cerebro durante el periodo de desarrollo e influenciarían la estructura y la densidad neuronal de varias zonas. Los últimos avances tecnológicos nos han permitido acceder a este mundo cerebral recóndito y hasta ahora desconocido.

Según el Dr. Rubia: «Cuando se nace con un cerebro –masculino o femenino– ni la terapia hormonal, ni la cirugía, ni la educación pueden cambiar la identidad del sexo». Es la naturaleza la que producirá dos sexos con aspectos diferentes, pero también con cualidades cognitivas propias y peculiares, basadas en un cerebro distinto. En palabras de Marianne Legato: “Desde que estamos en el útero materno hasta que exhalamos el último suspiro, recibimos información a través de un cerebro femenino o masculino, con una composición química, anatomía, riego sanguíneo y metabolismo muy distintos. Los propios sistemas que utilizamos para producir ideas y emociones, formar recuerdos, conceptualizar e interiorizar experiencias y resolver problemas, son distintos».

Todo ello sin perder de vista que, de la comparación esquemática de las funciones intelectuales de los cerebros humanos masculino y femenino, viene a resultar que ninguno de los sexos es claramente superior al otro. No es más inteligente el hombre que la mujer ni ésta que aquél; más bien sus cerebros se comportan como complementarios los unos de los otros.

No obstante, no debemos olvidar que no todo es naturaleza; la educación juega asimismo un papel fundamental en el equilibrado desarrollo de hombres y mujeres, por medio de la potenciación de las virtudes y aptitudes peculiares de cada sexo y por medio asimismo del encauzamiento de aquellas tendencias innatas que podrían dificultar una justa igualdad y un correcto desarrollo personal. Como afirmó Benedicto XVI: «La naturaleza humana y la dimensión cultural se integran en un proceso amplio y complejo que constituye la formación de la propia identidad, en la que ambas dimensiones, la femenina y la masculina, se corresponden y complementan». (...)

María Calvo Charro es Profesora Titular de la Universidad Carlos III de Madrid


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